Latinoamérica
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Prospectiva latinoamericana
Marcos Roitman Rosenmann
Los análisis que ven el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional
(FSLN) en Nicaragua como un varapalo al imperialismo confunden marketing
electoral, voto de castigo y desesperanza con alternativa al neoliberalismo. Y
no se trata del vaso medio lleno o medio vacío. El regreso del sandinismo forma
parte del hastío de la población votante a seguir pagando los platos rotos de
las privatizaciones: el aumento de la pobreza, el paro y el deterioro de las
condiciones materiales de vida. Si extendemos este argumento hacia el conjunto
de América Latina, podemos visualizar una coyuntura compleja y con opciones
contrapuestas.
Durante las últimas décadas del siglo XX, el neoliberalismo pudo edificarse
gracias a las teorías de un tiempo nuevo: la globalización que en América Latina
se acompañó de una visión ad hoc : el fin de la utopía y la conclusión de
las luchas anticapitalistas y antimperialistas. Hecho histórico que debía
producir una modernización de la izquierda tras la caída del muro de Berlín.
Este postulado se elevó a la categoría constituyente si se quería ser
progresista. Los acuerdos entre una nueva izquierda dizque responsable y
valedora de la democracia como las reglas del juego electoral concitaron el
placer de la derecha vigilante. Siendo su mayor aval el anticomunismo y el
rechazo a la revolución cubana. No más tomas del Palacio de Invierno ni del
Estado ni del poder. La izquierda política se diluye, mientras la izquierda
social queda huérfana clamando justicia social, libertad política y democracia.
Cuando más se necesitó una propuesta alternativa, la izquierda política se
jibarizó mentalmente y se precipitó hacia el haraquiri para pagar facturas
reclamadas por el Pentágono y los ideólogos del neoliberalismo. Decidió jugar
con la agenda del enemigo y seguir su itinerario. Mientras se construía el orden
neooligárquico, los partidos políticos de izquierda con presencia en la lucha
obrera urbana, rural, sindical, terminaron por perder protagonismo y no saber
interpretar los cambios. No hubo tregua, la derecha se apoderó del espacio y los
años 80 del siglo XX se constituyeron en campo abonado para realizar todas las
reformas. En algunos países se hizo bajo el imperio de las fuerzas armadas, el
asesinato, la tortura y el exilio. Pero en otros bastó un sistema de partidos
políticos y de alianzas estables para garantizar los cambios. Como situación
paradójica podemos recordar la desilusión que para millones de personas
significó la salida de sus dictaduras. Muchos albergaron la esperanza de
concluir un ciclo de políticas económicas y de represión. La sorpresa fue
mayúscula cuando se mantuvo el proyecto económico neooligárquico de refundación
del orden. Ni Alwyn en Chile, ni Sanguinetti en Uruguay, ni Alfonsín en
Argentina, ni Paz Zamora en Bolivia, ni Collor de Melo en Brasil cambiaron el
diseño del neoliberalismo. Y si hablamos de la región, salvo Cuba y Panamá con
Torrijos, en el resto de países los planes tuvieron nombres y apellidos. En
Venezuela el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, en México Miguel de la Madrid,
en Perú los primeros pasos los da Alan García. Tampoco debemos olvidar que en
Nicaragua el proceso lo inaugura Daniel Ortega (1989) aplicando los planes de
ajuste del FMI, todo un récord. En otros países centroamericanos, en plena
guerra de baja intensidad, las prácticas neoliberales se consolidan con la
reforma del Estado. Es el caso de El Salvador con Napoleón Duarte y Guatemala
con Vinicio Cerezo. En Costa Rica bajo el primer gobierno de Oscar Arias y en
Honduras con Azcona Hoyo.
Si en el siglo XXI hay gobiernos con propuestas que frenan la vorágine
neoliberal, se debe tener en cuenta dicha circunstancia. Sólo hay dos casos y
constituyen una excepción. El Movimiento V República en Venezuela, liderado por
Hugo Chávez que triunfa en 1998, consecuencia de la crisis del orden
bipartidista del pacto fijo nacido en 1958, a la que se suma en 2005 el
Movimiento al Socialismo en Bolivia con Evo Morales, donde emerge otro proyecto
constituyente. En estos casos coinciden deslegitimación institucional y crisis
orgánica acompañada de un proyecto alternativo gestado por años de movilización
social y construcción de izquierda política. Por el contrario, en Brasil el
triunfo en segunda vuelta de Lula; en Uruguay el gobierno de Tabaré y el Frente
Amplio; en Argentina el gobierno peronista de Kirchner y ahora en Nicaragua el
triunfo del FSLN sólo les une un nacionalismo vagamente antimperialista y un
proceso de despolitización; no constituyen una propuesta anticapitalista. Ello
no implica una crítica, sino una constatación. Enunciar un problema no conlleva
asumir su enunciado. No son propuestas de refundación del orden en el contexto
de una articulación política de ciudadanía participativa y democrática. Otro
caso es Chile, donde los partidos de la concertación y el actual gobierno de
Michelle Bachelet transitan hacia una moratoria democrática con tal de mantener
el control del Ejecutivo. El pacto de no agresión con los violadores de los
derechos humanos es un episodio de corrupción ética nunca visto en el quehacer
de la política chilena. Ecuador constituye una salida atípica si triunfa Correa
en la segunda vuelta. Su elección debe acompañarse de una propuesta
constituyente, cuestión que se antoja aún en ciernes. México, por el contrario,
entra en una situación difícil. Nos encontramos con la emergencia de un Estado
paralelo. Por primera vez gobiernan mafias articuladas fuera del marco
institucional-gubernativo. La política en México pasa poco por el poder formal.
La privatización de lo político ha deslegitimado el sistema institucional
vigente abriendo una crisis profunda del estado de derecho. La solución
democrática supone contar con nuevos sujetos políticos, propuestas como la del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional y la emergencia de un gobierno
alternativo, el de López Obrador, constituido tras el fraude electoral.
Hoy las divergencias en la región hacen pensar que no hay una pérdida de control
neoliberal en países importantes del continente. Si añadimos Colombia y la
propuesta de Estados Unidos para el hemisferio. Sin olvidarnos del Caribe.
¿Volverán los golpes de Estado? En esta coyuntura no todo lo que lucha contra el
neoliberalismo es democrático, ni de izquierda, ni alternativo. Las alternativas
no se improvisan ni se articulan en las urnas. Tampoco emergen con el nuevo
sectarismo de negar la crítica ética como parte de una conspiración purista o de
un discurso de traidores. Bajo esos argumentos alguien disparó a Roque Dalton.