Latinoamérica
|
Venezuela y las piedras en el camino
Guillermo Almeyra
La Jornada
El camino a la victoria está pavimentado con las piedras de las múltiples
derrotas sufridas, y de éstas se aprende siempre más que de los éxitos. Además,
un proceso revolucionario nunca es rectilíneo sino que está marcado por meandros
y pausas, o incluso retrocesos, y los niveles de conciencia alcanzados por sus
protagonistas en la acción deben ser afirmados y reconquistados día a día. Las
direcciones de esos mismos procesos revolucionarios, por otra parte, son
particularmente pragmáticas y heterogéneas cuando surgen de experiencias
verticales (como la rebelión nacionalista militar) o caudillistas (como las
direcciones sindicales campesinas) y van formando su ideología con retraso
frente a los acontecimientos y bajo el fuego enemigo más que en su relación con
las bases o en la reflexión teórica. La revolución se ve obligada entonces a
avanzar por los latigazos de la contrarrevolución. En esto se ve el papel de un
partido revolucionario, que no sólo sirve para armar y rearmar continuamente a
los oprimidos en la comprensión de un curso lleno de virajes inesperados sino
que también es esencial para preparar, previamente a los posibles desarrollos,
un núcleo de gente que piense claramente, sepa prever y actúe al unísono, como
una falange.
¿A qué estamos aludiendo? A las enseñanzas de la victoria del NO en Venezuela, o
sea de la derrota del voluntarismo, de la impaciencia, de los errores de
análisis, del personalismo, del aparatismo que busca remplazar una formación
política y democrática cuya creación es particularmente lenta y difícil en
nuestros países, donde las tradiciones socialistas son tan escasas como los
teóricos revolucionarios, donde la mayor parte de las clases medias urbanas (que
son cada vez mayores, dada la concentración de la población en las ciudades y
que están separadas de la producción y de los trabajadores cuanto más depende el
país de la exportación de materias primas con escaso valor agregado) sufren una
pesada dominación capitalista.
El 2 de diciembre no triunfó un referéndum antichavista, ya que muchos chavistas
se abstuvieron o votaron por el NO. Como en su momento en Nicaragua, hubo un
"voto de castigo", para evitar un curso que iba hacia el enfrentamiento armado
(si hubiera ganado por poco el SÍ habría habido sin duda un golpe, que ahora ha
sido postergado) y para modificar la línea de una dirección a la que la gran
mayoría sigue apoyando pero con la que no está totalmente de acuerdo. ¿Quién, en
efecto, podía apoyar la relección de Chávez hasta el 2050 o la redacción de una
Constitución no por una asamblea constituyente elegida por las mayorías y con
debates públicos sino por el presidente, Constitución que, además, debía cambiar
radicalmente el sistema político y social, la economía, parte del aparato del
Estado para imponer un socialismo que nadie definió cabalmente, todo eso en
apenas dos meses?
La corrupción e incapacidad del aparato de Estado es sentida por todos y todos
ven que el gobierno controla totalmente el Parlamento pero no ha aprobado sin
embargo leyes fundamentales sobre los medios, no ha resuelto el problema del
desabastecimiento ni el de la vivienda ni el de la violencia, tiene medios de
información propios "cubanos" que ni informan ni analizan ni son pluralistas.
¿Quién podía creer, en efecto, en un PSUV creado desde arriba, que todavía no
tiene ni programa ni estatutos ni ha hecho balance del socialismo anterior ni
definido cuál es su nuevo socialismo ni ha formado militantes socialistas, al
extremo de que el SÍ ni siquiera obtuvo la misma cantidad de votos que los casi
6 millones de afiliados que declara ese partido inexistente? Como en el caso del
Partido Peronista, en tiempos de Perón, en Argentina, ¿no era acaso ese partido
un trampolín para los oportunistas, trepadores y clientelistas y no un
instrumento revolucionario? ¿Quién puede aceptar que todo disenso es traición y
que sólo existen dos bandos –Chávez o Bush–, sin ver que muchos están con
Chávez, pero no incondicionalmente, sin ser por ello traidores y
proimperialistas? ¿Quién puede creer, con Chávez, que el 49 por ciento que votó
por el SÍ lo hizo por el socialismo y no por el progreso social, cuando nadie
sabe de cuál socialismo se habla y el aparato de Estado demuestra todos los días
que sigue siendo decisionista, verticalista, antidemocrático y para nada
socialista?
Ahora, sin duda, en el campo oficial pulularán los que, como el ex ministro
Baduel, tratarán de poner sus pies en dos estribos opuestos, en la derecha
chavista y en la oposición negociadora. Se corre también el riesgo de que desde
el entorno presidencial se encuentren chivos expiatorios en vez de hacer un
análisis social y político del proceso, de ver los errores de apreciación de la
madurez del mismo y, sobre todo, de emprender una enérgica y rápida autocrítica
apoyándose en la organización y autonomía popular, en los poderes populares, en
la lucha contra la corrupción y la burocracia y en el diálogo abierto y plural
con todos los que quieren corregir y criticar dentro del marco legal. No es hora
de maniqueísmos: llegó el momento de hacer política.