Latinoamérica
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De Sucre a Oruro, pasando por Santa Cruz
Rubén Martínez Dalmau
Rebelión
El sábado 15 de diciembre todos parecían felices en Bolivia. Con la tensión que
se vive en el país, es difícil no pensar, como diría Obélix, que están locos
estos bolivianos. Pero no, no lo están. Vivían con ansia, y mirando de reojo al
vecino, un día crucial, parecido a una noche electoral donde los dos partidos
grandes se sienten ganadores, pero ninguno está seguro de serlo. Claro que en
esta ocasión no se ha introducido un solo voto en la urna, sino se han
presentado dos propuestas radicalmente diferentes de norma jurídica que plantean
dos visiones opuestas de país.
Ese sábado –oscuro y lluvioso en Sucre- los ciudadanos celebraban en las dos
principales ciudades de Bolivia: unos, los paceños, porque el Presidente Evo
Morales entregaba al pueblo el proyecto de Constitución que la Asamblea
Constituyente había redactado en tiempo y forma, en el marco de una fiesta
colorida donde desfilaron indígenas y campesinos, encantados de ver una luz al
final del túnel. Otros, los cruceños, porque con la aprobación por la vía del
hecho de su estatuto de autonomía se plantean nuevas perspectivas hacia la tan
ansiada separación de la media luna –departamentos del oriente del país,
liderados por Santa Cruz, que decidieron apostar por la autonomía-. Pero son de
esas celebraciones que miran con recelo por encima del hombro. Unos y otros
saben que, a medio plazo, los dos proyectos son incompatibles, e intentan poner
buena cara, como si la fuerza del enemigo no contara, mientras aguantan con la
firmeza que pueden el pulso del contrario
Recordar brevemente los hechos de los últimos meses puede aportar luz sobre lo
que está ocurriendo en Bolivia. El 6 de agosto de 2007, la Asamblea
Constituyente boliviana cumplió un año en el empeño de aprobar un proyecto de
Constitución, y el plazo se amplió hasta el 14 de diciembre. Un año era el
tiempo previsto en la ley de convocatoria para redactar el texto. La razón del
fracaso es de sobra conocida: la dilatación del tiempo promovida por los
partidos de la oposición, que se han esmerado con éxito en plantar obstáculos y
más obstáculos al desarrollo normal del proceso constituyente. Ya sabían a qué
se enfrentaban en el caso de que la constituyente cumpliera su misión: a una
inversión drástica en el poder –desde las oligarquías hacia el pueblo-, a la
democratización de los recursos y, en definitiva, a una verdadera travesía del
desierto abocada desesperadamente a la búsqueda de un oasis, como en Venezuela
ha sido la victoria del "No" por un puñado de votos. La oposición boliviana, a
la vista de lo ocurrido, evitará a toda costa iniciar tal travesía.
Esto se traduce en impedir, caiga quien caiga, que la nueva Constitución entre
en vigor. El primer round constituyente fue ganado por la oposición: las
decisiones en el seno de la Constituyente se tomarían por dos tercios de los
votos, y no por mayoría absoluta, como ocurre en cualquier otro foro deliberador.
A la hora de la verdad, los dos tercios dejaban en manos de la minoría la
posibilidad de hacer viable la Constituyente. Los bolivianos recordarán toda la
vida el error de haber aceptado una mayoría tan amplia para decidir. Desde ese
momento, la Asamblea Constituyente estaba herida de muerte.
No fue un milagro la que la resucitó, sino la propia naturaleza de los procesos
sociales de cambio que, como la marea –en este caso una marea andina, con sus
propios tiempos-, extiende el mar hacia superficies que parecían seguras. La
estocada final debía haber sido el problema de la capitalidad de Sucre, que
desvió la atención del objetivo real, esto es, la refundación del país y la
inclusión de las mayorías, hacia una cuestión fabricada artificialmente por los
intereses cruceños, como era el traslado de los órganos de gobierno desde La Paz
a Sucre. La Constituyente se recobró de lo que parecía el golpe final,
reaccionando como pudo. En lo que fue un verdadero parto de los montes, tuvo que
resguardarse en el liceo militar del Palacio de la Glorieta, en Sucre, para
aprobar la Constitución en grande, y despistó al enemigo para conseguir aprobar
en Oruro, el 9 de diciembre, el texto constitucional artículo por artículo. Y
ahora tiene que ver qué pasa.
Formalmente, la oposición se ha quedado sin razones; la convocatoria de Sucre
podría ser discutida políticamente –no así jurídicamente- por la ubicación de la
plenaria en un liceo militar, pero la de Oruro no cuenta ni con ese impedimento.
Se desarrolló en instalaciones universitarias, estuvieron presentes 164
constituyentes de los 255 que conforman la totalidad del foro, y entre ellos se
encontraba en pleno el segundo partido más grande de la oposición, Unidad
Nacional, incluido su líder, y varios constituyentes del principal partido
opositor, PODEMOS. La discusión por partes de la Constitución duró casi
diecisiete horas, durante las cuales fueron aprobados de uno en uno los
cuatrocientos once artículos de los que consta el proyecto de Constitución. Todo
está grabado, emitido en directo, y en actas. En todas sus formalidades, la
aprobación del texto en Oruro fue impecable. Si la oposición no acudió –y por
ello han recibido no pocas críticas desde sus mismas filas- fue porque no quiso,
como demuestra la entrada cirquense de algunos constituyentes de PODEMOS en el
recinto universitario vociferando sobre la ilegalidad de la reunión. Se les dejó
gritar y salieron por sus propios pies.
Pero no nos llevemos a engaño: aunque el gobierno ha recobrado la iniciativa en
cuestión de días, aquí nadie se da por vencido. La oposición conoce el texto;
sabe que plantea mecanismos de democracia participativa que dejará las
decisiones más importantes del país en manos del pueblo; que la posesión
latifundista de tierras quedará prohibida; que los mecanismos de control popular
serán transversales a todo el Estado; que se constitucionaliza uno de los
catálogos de derechos más amplios del mundo; que se establece, a diferencia de
la Constitución actual, que Sucre es la capital de Bolivia, lo que pretende
solucionar un conflicto de más de un siglo; que habrá autonomías
departamentales, sí, pero acompañadas de las indígenas, que no en vano han
esperado cinco siglos y han dejado muchos muertos en el camino para
conseguirlas. En definitiva, no es ni por asomo la Constitución que necesitan
para recuperar el terreno perdido desde la victoria de la propuesta del MAS,
liderada por Evo Morales.
Si algo ha quedado claro en las dos celebraciones a las que se ha hecho
referencia es que han caído las máscaras; la autonomía de la media luna estaban
preparadas, listas para ser declaradas de hecho apenas se constatara el fracaso
anunciado de la Constituyente. Ese fracaso es el que legitimaría la
autoconvocatoria de una asamblea autonómica, inicio que apunta hacia la división
del país y la separación definitiva entre collas y cambas. El problemita con el
que no contaba la media luna es que, finalmente, la Asamblea Constituyente
entregaría su texto que, con sus errores, puede cubrir con creces las ansias de
cambio de la mayoría de la población. El gobierno sólo tiene que dar a conocer
la propuesta que incorpora la Constitución, convencer a los ciudadanos de su
idoneidad, y esperar la victoria del "Sí" en la que será la primera Constitución
votada en Bolivia. Mientras tanto, la activación de las autonomías –que no prevé
la Constitución aún vigente, de 1967- es una verdadera provocación para que el
gobierno active el estado de sitio y que, si se aplicara la Constitución
vigente, debería quedar en poco más que un intento desesperado de resistir a los
cambios democráticos que se proponen en el país.
Con la reacción de las últimas semanas, el gobierno de Evo Morales recuperó la
iniciativa. Por el momento el juego ha quedado en tablas, lo que dará inicio a
una nueva contienda. La próxima celebración sólo tendrá un sentido y, si vence
la legalidad, conmemorará la entrada en vigor de la nueva Constitución
boliviana.
Rubén Martínez Dalmau es profesor de Derecho Constitucional en la Universitat de
València.
martinezdalmau@gmail.com