Latinoamérica
|
Bolivia
Hay dos gobiernos
Redacción de Econoticias
En Bolivia hay dos gobiernos. Uno, el legal, del presidente indígena Evo
Morales, tiene masivo apoyo campesino y el control del altiplano (La Paz, Oruro
y Potosí). El Ejército y la Policía responden aún a su mando. Los sindicatos y
las clases medias lo apoyan, aunque sin mucho entusiasmo. En los valles y
llanuras del oriente y sur del país, pesa más, en cambio, la oligarquía
latifundista y la burguesía financiera-comercial, que cuenta con la adhesión
militante de las clases medias y la sumisión de los sindicatos y organizaciones
cívicas y populares. Ellos conspiran y quieren escindir al Ejército para
derrocar al "indio presidente".
Bolivia está partida en dos. En seis de las 10 más grandes ciudades bolivianas
gobierna de facto la oligarquía. Allí, nadie respeta a Evo Morales y emerge con
fuerza el racismo, el separatismo y las bandas fascistas. Allí, la izquierda
indigenista no tiene discurso ni consignas y está arrinconada y perseguida.
Esta división se hizo más patente tras que en La Paz, y con el apoyo de cuatro
mil campesinos que cercaron el Congreso, el Gobierno de Evo Morales logró la
medianoche del martes 27 de noviembre que el Parlamento aprobara una ley para
recortar los recursos de todos los gobiernos regionales para financiar con 200
millones de dólares el pago de un beneficio anual y vitalicio para todos los
mayores de 60 años. Este beneficio, sin algunas mejoras introducidas por
Morales, era pagado hasta ahora con recursos de la petrolera estatal de YPFB
para que los ancianos tengan 25 dólares al mes para comprar un plato de comida,
un vaso de leche y dos marraquetas (panes).
Otra medida, aprobada también por los parlamentarios del Movimiento al
Socialismo (MAS) leales a Morales y sin la participación de los congresales
opositores, amedrentados por los grupos campesinos, fue la autorización para que
la directiva de la Asamblea Constituyente pueda sesionar en cualquier ciudad
para formular la nueva propuesta de Constitución Política del Estado. Hasta
ahora, estas sesiones estaban recluidas en la ciudad de Sucre, controlada por
las fuerzas ligadas a la oligarquía y que habían logrado movilizar a los
sectores ciudadanos para impedir la continuidad de las sesiones. Allí, grupos
fascistas dirigían las acciones de acoso e intimidación contra los asambleístas
oficialistas y azuzaban el creciente odio racial contra los altiplánicos.
Diálogo bajo presión
Con estas medidas, el gobierno de Morales busca presionar al máximo a los
opositores para obligarlos, desde una posición de fuerza, a negociar sobre la
nueva Constitución, que debe decidir sobre el alcance de las autonomías
regionales, la reelección presidencial y la concesión de derechos iguales a los
indígenas y pueblos originarios, entre sus temas centrales.
Sin embargo, en lo inmediato, la aprobación de ambas medidas, una que les resta
recursos a los gobiernos regionales y otra que les arrebata el veto que tenían
sobre la Constituyente, exacerbó la oposición política regional que realizó una
masiva huelga de 24 horas el miércoles 28 de noviembre, paralizando casi en su
totalidad a seis de las nueve regiones de Bolivia. Allí se produjeron
movilizaciones populares, golpizas a los grupos leales al presidente Morales y
acoso a los migrantes llegados del altiplano.
Tras cumplir el paro, los departamentos de Santa Cruz, Beni, Pando, Tarija,
Cochabamba y Chuquisaca anunciaron estar listos, como lo dijo el presidente del
fascista Comité Cívico cruceño, Branko Marinkovic, para "pasar al estado de
resistencia civil movilizada ante el quiebre de la democracia".
En franca rebeldía, los prefectos (gobernadores), dirigentes cívicos,
empresariales y populares de los valles, el oriente y sur del país se declararon
en virtual desacato, comenzaron una huelga de hambre desde el 3 de diciembre y
anunciaron la resistencia civil a las medidas gubernamentales, junto a la
denuncia internacional contra Morales. Los alzados, como era de esperar, ya
viajaron a Washington. En la agenda también están la toma de las oficinas
públicas, el control de la Policía y la fractura del Ejército. Los prefectos de
Pando y Cochabamba ya convocaron al desacato militar.
Un alto a la conspiración
La decisión del gobierno de Morales para recortar por ley los recursos de los
gobiernos regionales y aprobar la reinstalación en otra ciudad de la Asamblea
Constituyente, que había logrado aprobar en grande, en la primera de tres etapas
la nueva Constitución en Sucre, en un recinto militar y ante el acoso de la
población (los enfrentamientos ocasionaron la muerte de tres civiles y más de
200 heridos), se da ante la evidencia de que la oligarquía y la oposición de
derecha están saboteando la Asamblea y que mediante la constante confrontación
están fortaleciéndose cada vez más.
Por ello, la oligarquía y la oposición derechista intenta ahora revertir las
medidas aprobadas por Morales, pero sobre todo acrecentar su poder, que ha
crecido como la espuma por los desaciertos de la política conciliadora,
contradictoria y demagógica de Morales, que ha rifado la enorme popularidad y
expectativa que había logrado obtener con las elecciones de diciembre de 2005
cuando logró el 54 por ciento de los votos.
Conciliación, demagogia y violencia
En su intento por lograr un gran acuerdo nacional --que le permita desarrollar
el capitalismo andino sobre la base de la gran propiedad privada burguesa, el
respeto a la inversión extranjera que paga impuestos, el impulso a la pequeña
producción campesina, urbana e informal y el retorno parcial y limitado de las
empresas públicas a la economía—el gobierno de Morales había entregado a la
oligarquía en el 2006 un poder de veto para definir el alcance de la nueva
Constitución Política del Estado, a través de la elección de los congresales y
la definición de los temas con el voto de los dos tercios.
Allí, el gobierno del MAS y los opositores acordaron que la nueva Constitución
sería fruto del pacto y la conciliación. Sin embargo, la fracción indigenista
del MAS intentó desconocer el acuerdo y logró romper el pacto de los dos
tercios, lo que obligó a la oligarquía a lanzarse a la calle en busca de apoyo
popular en contra de Morales y la Constituyente.
Desde ahí, y en medio de la pugna al interior del Gobierno, entre el ala
indigenista y la fracción dialoguista y concertadora de las clases medias e
intelectuales timoneados por el vicepresidente Alvaro García Linera, la Asamblea
transitó entre acercamientos y rupturas con las fuerzas de la oligarquía, que
tras estar arrinconadas desde el 2003, se reactivaron en el 2006 y cobraron gran
fuerza y poder en el 2007.
Así, cada victoria del ala dialoguista, cada concesión de Morales y el MAS se
convertía en un aliciente para que la derecha y la oligarquía puedan endurecerse
más; en tanto que cada avance del ala indigenista y campesina, cada ataque de
Morales les servía para potenciarse, para levantar nuevas banderas.
La derecha dirige a las masas
Hoy, en seis de las 10 más grandes ciudades del país, la derecha más
reaccionaria ha logrado arrastrar a las masas, enarbolando las banderas de la
democracia, de libertad, de la autonomía. Ha tomado, incluso, la bandera de la
defensa de la economía popular, ante el virtual silencio de las organizaciones
sindicales que han sido cooptadas y neutralizadas por el MAS, y ante la
oposición gubernamental que no supo ni pudo quebrar el bloque enemigo.
Por ahora, la intención del vicepresidente García Linera para que las viejas
élites compartan el poder con las nuevas élites emergentes de indígenas y
campesinos, no ha podido cristalizarse, a pesar de las enormes concesiones que
hizo el gobierno.
Concesiones del MAS
El proyecto de nueva Constitución, elaborada por el MAS, garantiza la vigencia
de todas las formas de propiedad (tanto estatal como privada y comunitaria), el
respeto a los inmensos latifundios productivos que son la fuente de la pobreza
campesina y el minifundio, el respeto a la inversión extranjera y a las
transnacionales que siguen saqueando Bolivia, reconoce los derechos de los
pueblos indígenas, autoriza autonomías regionales limitadas y da paso a la
reelección de Morales.
En este texto constitucional, que debe ser aún aprobado en su etapa de detalle y
revisión por la Constituyente, antes de ser sometido a un referéndum, no hay
lugar para la revolución agraria ni para la estatización de la minería ni los
hidrocarburos.
La nueva Constitución apuntala, en el fondo, la perspectiva gubernamental de
impulsar el capitalismo andino, en la visión de Morales de convertir a Bolivia
en un socio confiable de las transnacionales. En la concepción gubernamental, la
industria petrolera, minera, agroindustria, banca, servicios de
telecomunicaciones, energía, industrias seguirán en manos de las grandes
compañías privadas transnacionales, algunas de ellas con fuertes lazos con el
capital boliviano.
La legalización de los contratos petroleros (presentadas demagógicamente como
una nacionalización ficticia), el impulso al latifundio agroexportador y
productivo, el respeto a las transnacionales mineras, incluida la Glencore,
junto al leve aumento de impuestos en el sector, forman parte de este proyecto
que intenta "normalizar" el funcionamiento de un capitalismo que cumpla la ley,
que explote pero que no robe, que incentive los negocios y la ganancia, pero que
sancione a los especuladores de tierra, que promueva el lucro empresarial pero
que castigue al que no pague impuestos o defraude al fisco.
Una propuesta que no sirve, sin embargo, para resolver los grandes problemas de
la economía boliviana y de los sectores empobrecidos que seguirán atados a sus
cadenas mientras la tierra siga en manos de los terratenientes, mientras las
minas, bancos, hidrocarburos y bosques sigan en manos de las transnacionales.
Todo o nada, por ahora
La propuesta del MAS tampoco es aceptada por la oligarquía, aunque no tanto por
su impacto económico, sino por las características de la rancia oligarquía
boliviana, que es extremadamente racista, profundamente odiadora de los indios y
los pobres, y que no quiere ceder en nada a Morales, a pesar que las reformas no
le afectan en lo esencial.
La oligarquía no quiere compartir el poder con Morales y por ello avanza en la
construcción de su propio poder político, desgastando al "indio presidente".
Hasta hoy, la táctica de la confrontación los ha potenciado, les ha dado poder
político en seis de los nueve departamentos de Bolivia. Ahora están calculando
los siguientes pasos, los más reaccionarios quieren declarar ya la secesión y su
independencia, los más inteligentes siguen acumulando fuerzas, esperando nuevos
yerros del MAS y de Morales, en la perspectiva de que vaya madurando el doble
poder que hoy se da en Bolivia.