Latinoamérica
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La otra mirada desde el Polo Democrático
Guerrilla y Estado en el callejón con salida
Luis Alberto Matta
Red Resistencia
Quienes se oponen a que se alcance un acuerdo humanitario entre guerrilla y
Estado colombiano, actúan conscientes de neutralizar posibles caminos hacia la
paz, que comienzan, por aceptar la naturaleza política y social del conflicto
interno. El intercambio humanitario es un imperativo ético. Se contempla en el
Derecho Internacional Humanitario, y no será la primera vez que se haga, como
tampoco la última, mientras persista el conflicto social y armado. Y una
pregunta: ¿Por qué a un sector de la izquierda, también le preocupa el acuerdo
humanitario?
Los poderosos se oponen a un Intercambio Humanitario, porque así obstruyen la
posibilidad de abrir caminos hacia un tratado de paz entre las FARC-EP y el
Estado Colombiano. Washington y Bogotá calculan, que de concretarse el acuerdo,
éste visibiliza internacionalmente la naturaleza política del conflicto social y
armado que padece Colombia. Además, amplía la interlocución local y regional de
la insurgencia, en absoluta contravía de los intereses imperiales, interesados
en reducir lo que consideran un foco de resistencia en el hemisferio occidental.
A las transnacionales y sus títeres en Colombia, les inquieta un escenario en el
que las FARC desplieguen su proyecto revolucionario y Bolivariano. A los
halcones, porque deducen que beneficia el proceso de alto contenido socialista,
que avanza en Ecuador, Bolivia, y principalmente en Venezuela, que le resta
margen de acción al propósito expoliador y guerrerista del imperio. A la
ultraderecha colombiana, porque el sustento de su régimen es la guerra.
Pero a la izquierda institucional de Colombia también le preocupa, que en la
coyuntura actual las FARC desplieguen su arsenal político. Sabe que vigoriza la
confianza popular en el proyecto emancipador de la guerrilla, y no hay
circunstancia que mas odien los arrepentidos, que saber vigente la perspectiva
del socialismo. Por eso vociferan contra las FARC, mientras retan al resto de la
izquierda y al movimiento social, para que se sume a la cruzada
contrainsurgente.
Esta es la receta de la izquierda institucional: criticar y hacer oposición
electoral al régimen sí, pero resistir y luchar por transformar el sistema
económico y social, no. Hacerse al gobierno sí, pero luego cogobernar con
quienes detentan el poder económico y militar, haciendo llevadera la pobreza y
la injusticia, con una muy bien presentada estrategia asistencial. Para esta
izquierda, las movilizaciones agrarias, obreras o estudiantiles, son
contraproducentes e innecesarias.
Como antes Pinochet, hoy Uribe Vélez es el fantoche del Pentágono en América
Latina. Pero la diferencia radica, en que ahora se permite hacer oposición de
izquierda. Claro está, de esa 'izquierda políticamente correcta', cuya máxima
ambición sea profundizar la democracia capitalista. Salirse de ese parámetro es
causal de sospecha, y se corre el riesgo de ser demolido por los sicarios de la
propaganda antiterrorista.
Uribe como aquel dictador chileno, rodeado de genocidas, se representa como un
defensor de la democracia. Y aunque su rostro principal sean prósperos
ejecutivos de las transnacionales, alrededor suyo giran los sectores más
corrompidos y violentos del Establecimiento colombiano. Violadores de derechos
humanos, que en su conjunto representan el principal obstáculo para el
intercambio humanitario.
Desde el momento de su posesión, Uribe dilata y manosea la cuestión del canje de
prisioneros, tratando de ganar tiempo en su presuntuoso anhelo de derrotar
política y militarmente a las FARC. Mientras tanto, con el ELN pretende la
desmovilización y el desarme, soslayando la posibilidad de pactar
transformaciones sociales.
Aún así, esos sectores de izquierda aspiran a que el ELN firme rapidito la paz,
aunque Uribe haya asumido los diálogos como táctica contrainsurgente; y lo peor,
que pretenda igualar a la insurgencia con bandas paramilitares. Por el otro
lado, vociferan una diarrea de injurias y diatribas contra las FARC, para
golpear socialmente todas sus iniciativas políticas, y especialmente aquellas
conducentes al intercambio humanitario.
Entretanto, Uribe le sostiene la caña a Bush y este a los contribuyentes
Estadounidenses, primero, con la bien preparada farsa de Uribista de la
desmovilización paramilitar, ocultando la legalización del narco-paramilitarismo
y su dinero manchado de sangre. Y segundo, con la fábula de que Colombia no vive
un conflicto interno, sino que enfrenta una amenaza terrorista.
En el plano nacional, a Uribe le está saliendo el tiro por la culata.
Contradicciones internas de los narcotraficantes, ajustes de cuentas, y
principalmente el temor a ser traicionados por la oligarquía, empujó a varios de
ellos a destapar la olla podrida, en que se cocina a fuego lento su 'seguridad
democrática'. En un espiral de señalamientos muy típicos del hampa, los
narcoparamilitares comienzan a delatar a sus socios, desatándose el fenómeno
conocido como la 'parapolítica'.
Reconocidos ladrones, todos ellos políticos profesionales, y por alguna razón,
que supongo de Estado, solo unos cuantos altos y medianos oficiales de
inteligencia, policía y ejército, son sometidos a investigación. Finalmente, el
jefe de inteligencia y algunos barones políticos son encarcelados. Todos ellos,
pertenecientes al partido del presidente.
Consecutivamente estallan otros escándalos, pero hay uno que llama la atención.
Se trata de la antigua disputa entre policía y ejército, desatada por manejo de
recursos del Plan Colombia, y presumiblemente por asuntos relacionados con el
narcotráfico. Numerosos policías son asesinados por el ejército en acciones de
'fuego amigo'. El gobierno trata de desviar la atención pública, mediante la
publicidad de una serie de falsos 'positivos' contra la guerrilla, pero la
policía contribuye a esclarecer que fueron actos terroristas cometidos por
hombres del ejército.
Posteriormente, se descubre que la policía ordenó interceptar a funcionarios del
gobierno, y también a los paramilitares que gozan de comunicaciones modernas en
su lugar de reclusión o protección. Se sabe entonces, que los paramilitares
siguen desde allí ordenando crímenes y controlando el narcotráfico. A los pocos
días, Uribe destituye fulminantemente a nueve altos oficiales de la policía. El
gobierno de EEUU advierte su inconformidad, pero se tranquiliza una vez conoce
que Uribe nombró como jefe de la policía nacional, a un general del que no pocos
creen, desde hace mucho trabaja con la CIA. En el marco de este torbellino de
acontecimientos, Uribe trata de escapar al juicio de la opinión pública,
haciendo propuestas desatinadas, y dilatorias, en relación con el intercambio
humanitario.
A su turno, la Corte Suprema de Justicia ordena la detención de más políticos
adeptos al gobierno, algunos acusados de haber ordenado horrendas masacres, y
otros haber financiado sus campañas con dineros del narcotráfico. Es oportuno
reconocer que la Corte Suprema de Justicia, como antes la Corte Constitucional,
han demostrado un significativo margen de independencia. Estas no han sido
totalmente avasalladas por la corrupta maquinaria de Uribe, pese a la inclusión
de algunos magistrados de muy dudosa reputación.
Siguiendo una tendencia histórica, siguen en la impunidad los jefes del ejército
involucrados en crímenes contra líderes populares, y quienes participaron en el
genocidio contra la Unión Patriótica, un hecho que marcó el agravamiento del
conflicto interno colombiano. A unos cuantos a quien se les inició alguna
investigación, fueron absueltos sea por la justicia militar, o por la Fiscalía
General de la Nación.
En esta vorágine, otro asunto queda al descubierto. Se trata de la tenebrosa
guerra entre los antiguos carteles narcotraficantes de Cali y Medellín, que
persiste a través de sus remanentes y herederos, y se agudiza durante el
gobierno de Uribe Vélez. En este sentido llama la atención, que una parte de los
narcotraficantes sea extraditada a EEUU, mientras la otra, 'mejor relacionada',
se convierte en comandancia paramilitar. Fuera de eso, el gobierno promete
conferirles status político de rebelión. Es decir, de amigos y socios del
régimen, pasar a considerarlos opositores.
Las amenazas crecientes no amilanan al movimiento de víctimas, ni a las
organizaciones sociales, y de defensa de los derechos humanos, quienes se
movilizan contra el proyecto Uribista de Impunidad. Es en este torbellino de
acontecimientos la lucha por el canje humanitario avanza, y gana respaldo
nacional e internacional.
Uribe lo sabe, y desprestigiado ante la opinión internacional, aunque no en la
nacional conforme a la estrategia de las encuestas, insiste en el rescate
militar de los prisioneros. Por su irresponsable aventura, hoy lamentamos los
trágicos sucesos en que murieron los 11 diputados cautivos por las FARC, un
suceso que está por aclararse. Se trata de una desgracia similar a la sucedida
en Urrao, cuando murieron en el intento de rescate, un ex ministro de defensa,
un ex gobernador, y varios militares cautivos.
La negativa de Uribe a ceder en el intercambio humanitario, radica en acuerdos
con la Casa Blanca, orientados a no reconocer la naturaleza política y social
del conflicto colombiano. El gobierno estima que a través del intercambio envía
un mensaje de debilidad a los ciudadanos, incluso a los alzados en armas.
Pero un acuerdo humanitario en Colombia, que implique el intercambio de
prisioneros, es un imperativo ético. Se contempla en el Derecho Internacional
Humanitario, y no será la primera vez que se haga un acuerdo de esa naturaleza
en Colombia, como tampoco la última, mientras persista el conflicto armado. El
libertador Simón Bolívar sentó un precedente en Noviembre de 1820, durante la
independencia, al firmar un acuerdo de regularización de la guerra con el
general Morillo, jefe de las tropas Españolas. Entre otros arreglos, dicho
acuerdo posibilitó el intercambio de prisioneros.
En 1997 el gobierno de Ernesto Samper y las FARC-EP firmaron el 'Acuerdo de
Remolinos del Caguán', gracias al cual, fueron liberados 60 soldados y 10
infantes de marina, prisioneros de guerra en manos de la insurgencia.
Posteriormente, en el año 2001, sucede el 'Acuerdo de los Pozos', firmado entre
el gobierno Pastrana y las FARC, justo en la zona de despeje del Caguán,
mediante el cual finalizó el cautiverio de 42 policías y soldados enfermos, a
cambio de 15 guerrilleros. Más tarde, el 27 de junio de 2001, sin
contraprestación, las FARC liberan en La Macarena, departamento del Meta, área
integrada a la zona despeje del Caguán, 300 policías y militares de diversos
rangos.
Las agendas ocultas, y los intereses distintos de hoy
La principal dificultad para llegar al intercambio humanitario radica en las
agendas ocultas. El gobierno, aunque lo niegue, ha intentado sin desmayo el
rescate por la vía militar. Además, ha ensayado la eficacia de los informantes,
un millón según Uribe, para delatar los vínculos de la guerrilla con el
movimiento social. Un congresista ha pretendido ganar el favor electoral,
asumiendo de hecho la jefatura de los informantes.
Las FARC insisten, que para avanzar en el canje humanitario, habrá de decretarse
un área desmilitarizada, comprendida en los municipios de Pradera y Florida,
Valle del Cauca. Por su parte, el gobierno se niega a despejar dicha área, y
sostiene que los guerrilleros a ser liberados, deben abandonar la insurgencia,
incluso establecerse en otro país.
La insurgencia espera que el intercambio humanitario, haga visible el conflicto,
además de liberar a centenares de insurgentes presos. Según analistas y
conocedores de la insurgencia, esta busca la posibilidad de replantear un
proceso de paz de cara al país, pero anticipan, que con Uribe no se alcanzará
dicho anhelo de los colombianos. O sea, que las FARC plantean la inevitable
sustitución del régimen.
El Polo Democrático Alternativo y el acuerdo humanitario
Expresamente señalado en la declaración final del Congreso de Unidad, el Polo
apoya las iniciativas tendientes a buscar y concretar el acuerdo humanitario.
Pese a ello, Gustavo Petro, uno de los congresistas más visibles del PDA, ha
declarado su interés particular en la derrota política de las FARC. Esta
situación ha desatado una interesante polémica al interior del PDA, en la cual
Petro no obtuvo respaldo. Carlos Gaviria, presidente del Polo, refiriéndose a
Petro manifestó recientemente, que no es aceptable romper la unidad del PDA, con
esta clara intención de fundar el ala Uribista del Polo.
Con la participación del presidente de Francia, y posteriormente del presidente
Venezolano Hugo Chávez, asesorado por una dinámica congresista liberal, la
posibilidad del canje humanitario ha recobrado inusitado interés. Chávez ya se
reunió con Uribe en Bogotá, y se espera que pueda reunirse con el legendario
comandante de las FARC-EP, Manuel Marulanda Vélez. Dicha reunión, según
afirmaron las FARC, deberá hacerse en Colombia. Por su parte, Francia, Suiza y
España, como grupo de países amigos, han renovado el ofrecimiento de mediar en
la búsqueda de un posible acuerdo humanitario.
En mi opinión, coincidente con la mayoría de asistentes al foro político
organizativo del Polo Democrático Alternativo en Toronto Canadá, el canje
humanitario constituye un imperativo ético.
El acuerdo puede sustentarse en normas humanitarias, y podría abrir caminos
hacia la búsqueda de una solución política del conflicto interno colombiano.
Colombia reclama un acuerdo nacional de paz, que implique transformaciones
sociales y políticas de fondo, concertado con el conjunto de la insurgencia ELN
y FARC-EP, y que implique de manera activa, primero a la sociedad colombiana, en
todos sus componentes, sin excepción; y segundo, a la comunidad internacional
como garante.
Estamos frente a un callejón con salida. Solo falta un ingrediente: voluntad
política.