Latinoamérica
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Chile: del mito a la realidad
La memoria, el olvido y la dignidad
Marcos Roitman Rosenmann
Mucho se ha escrito sobre las tiranías del Cono Sur y más aún sobre la
relación entre los torturadores y el torturado, el llamado síndrome de
Estocolmo. Pero ¿qué explicaciones hay para los comportamientos sociales capaces
de ser conceptualizados como una tortura colectiva. Cuando la violencia política
expresa valores y símbolos que buscan apagar su historia y hacer tábula rasa de
la memoria de un pueblo? Es decir, cuando el miedo, el panóptico del poder, las
formas sociales de la tortura, se expresa en los espacios cotidianos, donde
nadie escapa a la visión dejada por los campos de concentración de la dictadura,
en las zonas abiertas en las cuales ni cerrando los ojos es posible no sentir la
sensación represiva de un orden que se impone bajo la razón de Estado. Donde el
terror psicológico acompañaba el caminar y la muerte estaba presente en las
calles y la frase de Pinochet "nada se mueve en Chile sin que yo lo sepa" era un
adelanto de la mano larga del crimen y la guerra sucia.
En este acontecer, se guardaban muchos silencios, cómplices, dolorosos, de
amnesia o de miedos que ocultaban la verdad bajo un manto de cal donde yacían
cadáveres de chilenos sin más condición que ser miembros del gobierno
constitucional de la Unidad Popular. Muchos negaron lo que veían. Los ahora en
el poder, los visibles, amigos de la infancia, en pueblos y ciudades de treinta
mil o cuarenta mil habitantes, donde las relaciones sociales son cuasi
fraternas, hicieron de los militantes de la Unidad Popular, subversivos, y en
pocas horas engrosaron las filas de enemigos de la patria. En fraudulentos
consejos de guerra se les condenó por traición, siendo condenados a la pena de
muerte. Intendentes, alcaldes, concejales, diputados de estos municipios que
durante años habían tenido una relación calurosa con los militares fueron
directamente pasados por las armas.
La caravana de la Muerte es la seña de identidad de esta práctica retorcida. Se
trataba de dar ejemplo. Muchos chilenos que en 1970 vitorearon el triunfo de la
Unidad Popular llegaron a sentir miedo y más tarde pudor cuando no vergüenza por
haber participado del gobierno constitucional de la Unidad Popular. Familiares
de huérfanos de detenidos desaparecidos, de exiliados y muertos en el dolor de
crímenes de lesa humanidad prefirieron trasgredir la verdad. El engaño y la
mentira se convirtió en un salvoconducto contra el dolor de niños y adolescentes
que crecían sin saber quienes eran sus padres. Se les crearon de artificio.
Padres y madres normales, víctimas de accidentes de coches, enfermedades o
deserciones conyugales. La perversión de la tiranía se ocultaba en las víctimas
que huían de su pasado. Y con ello sepultaban la memoria de sus futuras
generaciones. Sobre el argumento de una protección a la infancia, recurrían al
lado negro. Si el golpe militar y la nueva sociedad levantaba el mito del
comunismo asesino, nadie de los suyos debía pertenecer a dicha condición. Y para
evitar el despecho de los otros, la segregación en el barrio, en la escuela, lo
más sensato era cerrar la puerta a la conciencia, erradicarla, incluso se
llegaron a sentir culpables. Mejor dejar las cosas como estaban. Seguir viviendo
una mentira, pensar que había sido un error reivindicar justicia social,
socialismo, paz, reforma agraria, nacionalizaciones, democracia y un Chile
mejor. Es menos cruel el engaño permanente. Se evita el dolor. Así, han muerto
muchos, llevándose en sus cuerpos las señas de enfermedades psico-sociales como
neurosis, trastornos del sueño, cáncer de colon, hipertensión, pérdida de
memoria, irritabilidad, etc. Una forma más de acortar la vida, torturados para
siempre sin gritar su amargura. Ese ha sido el control político sobre el cual se
ha cimentado la transición para evitar cualquier tipo de justicia frente a los
violadores de los derechos humanos.
El informe Retigg cumplió la farsa, el requisito manipulado, solo
aparecen los muertos. Quienes están vivos y sobrevivieron a la tortura, y
vejaciones, diría, parafraseando, el entonces presidente de la República, Alwyn
deben sentirse contentos. Más adelante el informe Valech con Ricardo
Lagos intentó suplir dicho acto de ignominia. Sin embargo, no solo las
declaraciones han sido trucadas para evitar condenas de militares, además no han
permitido sacar a la luz parte importante del informe que compromete a muchos
uniformados que siguen en el ejército. Otro acto de felonía contra la dignidad
del pueblo y la memoria de los luchadores por la democracia en Chile.
La detención del Tirano desató una tempestad. En poco tiempo se quisieron borrar
años de mordaza. Fue gritar con mayor fuerza su nunca abandonada dignidad para
quienes desde el 11 de septiembre de 1973 habían emprendido la resistencia. Pero
en Chile son una minoría cualificada. Quienes nunca dejan de reivindicar
justicia con sus testimonios, no se callan y acuden continuamente a los
tribunales. Los que aportan pruebas y facilitan sus testimonios. Los mismos que
negados en Chile, por la ley de amnistía, para juzgar al tirano permiten en
Londres ganar la extradición del dictador a España. La Caravana de la Muerte,
los más de tres mil detenidos desaparecidos y torturados componían la lista de
crímenes de lesa humanidad a los cuales se enfrentaba Pinochet. Sus
declaraciones fueron argumentos que abrieron la puerta y permitieron conocer las
atrocidades del modelo chileno. Directos y penetrantes, se rescataba y se ponía
de manifiesto la verdad oculta a la sociedad chilena y se comenzaba a caer el
mito de la transición. Pinochet ya no era un héroe, se transmutaba en asesino,
en cobarde, en corrupto, en ladrón, en traidor. Su ethos político y su biografía
se hacia trizas. Era obligado reinterpretar los últimos treinta años de la
historia de Chile. Un momento adecuado para recuperar la memoria y la
conciencia. Tener valentía y voluntad política. Sin embargo, la cobardía
acompaño la élite gobernante. Cerraron filas con su general y las fuerzas
armadas. El mito del modelo debía mantenerse a cualquier precio y en este
incluía salvar la figura del ex-comandante, transmutado ex presidente y también
en senador vitalicio... De aquí los esfuerzos por liberarlo de Londres. Eran los
argumentos para evitar la extradición.
Pinochet seguía siendo considerado un adelantado. Un hacedor del tiempo
post-moderno. Quien puso los cimientos para que el país abandonara el
tercermundismo y se ubicara en el primer mundo. Pinochet, un héroe patrio, debía
ser protegido no solo por sus acólitos. En eso consistió la revolución
pinochetista, cambiar las formas del pensar y del actuar. La creación de un
comportamiento social colectivo capaz de producir una ruptura de la conciencia y
la voluntad introduciendo un acto contra natura. Sumisión al poder. La tortura
social consiguió sus objetivos, doblegó la voluntad. Tal y como la violación
incorpora la irracionalidad de la fuerza para poseer el cuerpo, su uso en la
tortura tiene como fin romper la conciencia. Por ello, un acto de sumisión al
poder busca doblegar la dignidad, destruir a la persona, dejarla sin respuesta.
Vivir sin un referente ético. Por el contrario, la lucha contra el
social-conformismo define la alternativa democrática, la política como práctica
plural de control y ejercicio del poder político y la ética como virtud fundada
en el bien común; la dignidad del otro, en la ciudadanía plena.
Articular una sociedad subsumida en la ignominia supone desmantelar una
estructura social republicana democrática y ajustar sus pautas de socialización.
Otros valores arrebatan a la persona su capacidad de pensar y actuar
transfiriendo al sistema las órdenes de mando. Yo no tomo ni quiero tomar
decisiones. Así, se adormece la acción política con la consiguiente pérdida de
su centralidad. Ahora se incita a tener confianza en el orden, a obedecer, a
vivir de certezas y eliminar incertidumbres. Buscar un comportamiento ahistórico,
sin contingencias. Mutar de ciudadano activo a consumidor responsable. Ir todos
los días al mercado y tener libertad de elegir. Así, ricos y pobres comparten
esperanzas y sueños en la economía de mercado. No hay alternativa, el futuro
esta diseñado. Llegar a la cima, progresar, amasar fortuna y bienes materiales
es el horizonte de igualdad y justicia que se maquina en el interior del
neoliberalismo. Una igualdad cuya medida se obtiene por la ley de la
competitividad, la astucia y el egoísmo. En Chile impera un orden creado para
los más aptos y mejor dotados en la lucha de todos contra todos. Un Lamarkismo
social. Estos fueron los principios subyacentes a la idea de refundación del
nuevo Chile, tras el golpe de Estado de 1973. El mito de un país donde todo es
novísimo, desde su organización política hasta sus expectativas de futuro. Chile
no pertenece a la región latinoamericana. Muere para renacer el 11 de septiembre
de 1973, fecha del mito político desde donde se debe comenzar a contar. El
pasado es un lastre, conlleva tener siempre una soga al cuello. La memoria
histórica debe ser enterrada, como todos los desaparecidos. Hay que pasar
página. Y si los defensores de los derechos humanos perseveran sera cuestión de
distorsionar otro poco y seguir culpabilizando a las víctimas de las torturas.
¿Acaso se torturaban entre sí? Ellos son los responsables de haber sido
torturados, deben perdonar y al mismo tiempo olvidar. Mead, padre del
pragmatismo, explicaba lo molesto que resultaba vivir con quienes llamaban a la
puerta reivindicando la memoria "una persona que perdona pero no olvida es un
compañero desagradable; junto al perdón tiene que ir el olvido...".
En esta lógica, cualquier arma debe utilizarse para arrancar la memoria. Y en
Chile los medios de comunicación social juegan un papel fundamental todos los
días, rompiendo el relato de proyectos alternativos y democráticos. Poseen el
monopolio de la prensa escrita y de las grandes cadenas de radio y televisión,
con lo cual no les resulta difícil desarrollar esta tarea. Tienen miedo a
líderes cuya ética del compromiso, y sus principios, respetuosos del pueblo, de
sus trabajadores, de su palabra y con alto compromiso social con las luchas
democráticas, suponga rescatar la dignidad ética para construir una sociedad
politizada. Estadistas como Salvador Allende, José Tohá, Pedro Vuskovic o
Clodomiro Almeyda. Militares como Carlos Prats, René Schnaider, Arturo Bachelet
y el comandante Araya, asuman la responsabilidad política de un cambio social
bajo nuevos referentes de futuro. Un rescate de la política. En esta dualidad,
la lucha es a muerte. Así lo expresa Francisco Zapata:
"Las formas de convivencia que constituían y constituyen el telón de fondo de lo
que fuera una cierta manera de asumir la cultura, construidas a través de
décadas, fueron extirpadas gracias a la generalización de las relaciones de
mercado, y no sólo en el ámbito económico; esto ha generado la privatización de
las relaciones sociales, cuyas consecuencias todavía no han sido evaluadas en
toda su magnitud. También recurren temas vinculados a la forma en que los medios
de comunicación presentaron los acontecimientos a la opinión pública: la
adhesión incondicional de los periódicos de circulación nacional a los
postulados dictatoriales, la deformación deliberada de los hechos, la
satanización de todos aquellos que compartieron los proyectos del gobierno de
Allende, son aspectos que demuestran cómo se busca deformar la historia del país
para pesar de las generaciones futuras." [