Latinoamérica
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Good Bye, Mister Hayek
Andrés Cabanas
Esta historia es ficción. Los hechos y personajes que en ella aparecen no
tienen relación alguna con personajes y hechos reales. Imaginamos, entonces, un
país pequeño y empobrecido que sin mala intención denominamos Guatemala,
gobernado por un Presidente al que para acentuar la irrealidad colocamos un
nombre extraño: Berger Perdomo.
Una vez ideados lugar y actor principal, pensamos una trama notablemente
fantástica, que se desarrolla así: el Presidente de nombre Berger en el país
Guatemala (repito los datos porque nombres inventados son inicialmente difíciles
de memorizar) defiende la extracción minera a cielo abierto, fingiendo que no
contamina; promueve la actividad empresarial individual sin fin social; concede
un papel subsidiario al Estado; no combate la evasión fiscal, impidiendo así
incrementar la inversión en salud y educación (disculpen si estoy inventando un
argumento demasiado irreal y descabellado). Parafraseando a Joan Manuel Serrat
(esta es la primera de tres concesiones a la realidad que me permito) el
Presidente privilegia la macroeconomía del Fondo Monetario Internacional sobre
la economía de todos los días.
El Presidente está convencido de vivir en el mejor de los mundos posibles.
Cuando escasea el papel moneda lo achaca a la bonanza. Cuando diluvia y se
producen deslaves con centenares de muertos, se alegra y sale a chapotear a las
calles como niño de siete años (no sé porqué digo siete y no seis, ocho o cinco,
cosas de la fabulación). Cuando las cifras de asesinatos de mujeres se
incrementan, le queda el consuelo de que todavía mueren menos mujeres que
hombres.
Su optimismo no tiene límites y, lo acabo de inventar, a cada rato eleva el
pulgar al cielo en señal de ¿victoria? ¿exultación? ¿váyanse todos a la chinxxx,
que aquí me quedo yo?
En fin, el Presidente Berger de Guatemala (ya me lo aprendí) defiende a ultranza
las acciones de su gobierno, aunque impliquen no superar la pobreza que afecta
al 80% de la población, mortalidad infantil superior al 30 por mil, presupuestos
irrisorios, inferiores al 2% del Producto Interno Bruto para Salud y Educación
(obviamente, los porcentajes anteriores me los he inventado, en primer lugar,
porque yo soy el autor del texto y escribo lo que me da la gana; en segundo
lugar, porque cifras tan alarmantes no pueden ser reales en pleno siglo XXI y en
un país constitucional y democrático).
Pero sucede que un día, tachan-tachán, los países vecinos al país del Presidente
comienzan a cambiar. Convierten en propiedad nacional (esta palabra tan poco
utilizada últimamente viene a significar propiedad colectiva) empresas
estratégicas hasta entonces en manos privadas; cuestionan verdades irrefutables
como la autonomía del Banco Central; desdeifican el mercado; obligan al pago de
impuestos a quienes poseen mayor riqueza; consideran un Estado fuerte como
instrumento importante para el desarrollo equilibrado y equitativo. Entre otras
cuestiones más o menos anecdóticas, redistribuyen la tierra y someten a fuertes
regulaciones a las empresas extranjeras, incluidas las mineras.
Los asesores del Presidente inventado del país imaginado, que no aparecen con
anterioridad en el relato, reaccionan atónitos ante los cambios. Más tarde se
indignan. Posteriormente se preocupan y asustan. Aquello en lo que creen y por
lo que han trabajado los últimos 1,095 días (es un decir), pierde vigencia, se
desmorona. Los pensadores fuente de su discurso, de sus acciones, parecen decir
adiós (Milton Friedman, Friedrich Hayek, Manuel Ayau, invento estos nombres para
dar mayor credibilidad a lo narrado).
No se atreven a comentar las nuevas noticias al Presidente y urden un plan de
actividades que lo mantenga distante de la debacle. Su salud, dicen, no
resistiría una impresión tal. Convierten la Presidencia en una isla ajena al
mundo exterior, donde el Presidente no tiene acceso a TeleSur, Buenos Días Radio
U o Le Monde Diplomatique (segunda licencia realista). Una isla detenida en un
presente condenado pronto a ser pasado, en la que el Presidente trabaja
cómodamente creyendo que todo va bien.
Así, inaugurando obras recién empezadas o a medio hacer, revisitando por enésima
vez el Aeropuerto Internacional, monologando con los medios de comunicación,
sumido en un mar de anécdotas, improvisando besos y abrazos de ciudadanos que no
lo conocen, recibiendo visitas de relevantes pensadores internacionales como el
cantante Juanes (¡quien no conoce su metáfora de la imposibilidad existencial de
acceder a la verdad, la justicia y si me apuran el conocimiento intitulada La
camisa negra!) pasa el Presidente los últimos 364 días de su mandato.
Entonces todo comienza lentamente a cambiar.
Fuente: lafogata.org