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Ecuador: Movimientos ciudadanos, Asamblea Constituyente y neoliberalismo
Pablo Dávalos
ALAI AMLATINA
La transición a la democracia, que en Ecuador ocurrió tempranamente en 1979,
se caracterizó por el diseño de un sistema político excluyente, cerrado y
tecnocrático, pero que al menos le otorgaba al Estado la capacidad de regular la
economía y los mercados, en función de una idea, a la sazón en boga, de
industrialización y crecimiento endógeno.
Esa transición se hizo también destruyendo la capacidad de negociación del
sujeto político más importante de esa época: la clase obrera ecuatoriana. En
efecto, antes de que se realicen las elecciones que inauguraron el retorno a la
democracia ecuatoriana, se produjo la masacre a los obreros del ingenio
azucarero de Aztra, como un mensaje muy claro de la dictadura militar de que
estaba dispuesta a entregar el poder pero dentro de un orden político que
excluía a la clase obrera como actor dirimente.
Sin embargo, el retorno a la democracia se hizo en un escenario no controlado
por la nueva clase política: la crisis del endeudamiento externo, que provocó la
crisis del financiamiento al desarrollo y el agotamiento de un modelo económico,
social y jurídico de industrialización y crecimiento endógeno.
Apenas a tres años del retorno a la democracia, el Ecuador, al igual que muchos
países de la región, firmaron sendas Cartas de Intención con el FMI, que
implicaron una vuelta de tuerca radical y profunda en el modelo de desarrollo.
Las políticas de ajuste y estabilización determinaron el fin de la estrategia de
industrialización y crecimiento endógeno y el inicio de una época signada por el
neoliberalismo, las privatizaciones, el aperturismo y la desregulación.
La aplicación de esas políticas de ajuste significó a la larga la
reprimarización y la desindustrialización de la economía ecuatoriana.
Volvían al control del poder los grupos monopólicos concentrados en la
agroexportación, el comercio, las finanzas y la minería. El ajuste económico
también significó la desindustrialización y, por tanto, la pérdida de
referencialidad política a la clase obrera.
En efecto, acuciada por las circunstancias, la clase obrera ecuatoriana cambió
su discurso antisistema por una práctica de defensa de los más elementales
derechos laborales que estaban siendo barridos por la ola neoliberal. El sujeto
político de la transición democrática y de la oposición al ajuste neoliberal,
para fines de la década de los años ochenta, la clase obrera, estaba
virtualmente destruido.
Es en ese contexto, que emerge uno de los sujetos políticos más importantes y
que se posiciona como el actor político fundamental a lo largo de la década de
los noventa: el movimiento indígena. Aquello que convierte al movimiento
indígena en sujeto histórico y que permite que rebase los contenidos de su
agenda étnica hacia una agenda nacional, es su crítica radical al discurso
político de la modernidad que se expresa en sus demandas de plurinacionalidad
del Estado y de sociedades interculturales.
El movimiento indígena acompañó sus demandas con poderosas movilizaciones
sociales que rebasaron al sistema político y que pusieron a la defensiva a la
clase política ecuatoriana. La resistencia al ajuste y a la modernización
neoliberal tuvo en el movimiento indígena uno de sus escollos más importantes y
más difíciles de destruir.
Empero de ello, a fines de la década de los noventa, se aprecia un agotamiento
en las dinámicas, discursos y propuestas del movimiento indígena. Ahora bien,
sobre el desgaste del movimiento indígena, surge otro poderoso actor social que
es el llamado a llevar las transformaciones de la actual coyuntura, y que a
falta de otro término que lo caracterice sociológica y políticamente, ha sido
denominado como "movimiento ciudadano".
La agenda central sobre la cual converge todo un abanico de intereses muchas
veces contrapuestos y antagónicos bajo el membrete de movimiento ciudadano, es
la necesidad de la reforma política. Puede suponerse que la necesidad de una
reforma política no necesariamente implica la constitución de un actor social,
sobre todo cuando existen características históricas que conforman y estructuran
a esos actores sociales, sin embargo, todos los sectores sociales movilizados
bajo el membrete de movimientos ciudadanos coinciden en la reforma política,
aunque no se hayan puesto aún de acuerdo sobre los contenidos que tendría esa
reforma política.
Esta aparente debilidad y contradicción nace de su propio discurso de
constitución y de movilización, y es la crítica que hacen al sistema político y
a los partidos políticos desde la moral y a los procedimientos de la democracia
representativa liberal.
Así, mientras la clase obrera tenía un discurso antisistema y sus horizontes de
emancipación se situaban en la superación de la explotación del trabajo y en la
necesidad de cambiar las relaciones sociales de producción, y el movimiento
indígena ecuatoriano acusaba al Estado liberal de violencia y exclusión por su
misma estructura que no reconoce a la diferencia y proponía un discurso
emancipador sustentado en el reconocimiento a la alteridad y en la no
discriminación; los movimientos ciudadanos, en cambio, se plantean la
moralización del sistema político liberal, expresada en la despartidización de
los organismos de control, de elecciones, y de justicia, y en cambios
procedimentales de la representación y el ejercicio del poder que contemplen,
entre otras medidas, la revocatoria del mandato, los mecanismos anticorrupción y
la fiscalización al sistema político.
Aunque parezca prosaico y demasiado limitado como para constituir un fenómeno
político de importancia, el actual debate político en el Ecuador está copado por
la presencia de "ciudadanos" que expresan su "hastío" e "inconformidad" con el
sistema político y que se movilizan pidiendo cambios "radicales" al sistema
político.
Se trata de un movimiento realmente fuerte en términos políticos porque fueron
ellos los que apoyaron al movimiento indígena en la coyuntura de 1997 que
determinó la destitución del ex Presidente Abdalá Bucaram por "incapacidad
mental".
Fueron estos sectores los que provocaron la "revolución de terciopelo", o
"revolución forajida" que en 2005 dieron al traste con el gobierno de Lucio
Gutiérrez. Fueron estos sectores los que apoyaron las tesis antipolíticas de
Alianza País, y de su candidato Rafael Correa, y finalmente ganaron las
elecciones.
Pero, ¿quiénes y qué son estos "movimientos ciudadanos" que en el Ecuador serán
determinantes para determinar la estabilidad democrática del país? ¿Qué los
constituye? ¿Qué discursos y prácticas emancipatorias son inherentes a esos
movimientos ciudadanos? Y, sobre todo, ¿qué cambios políticos se procesarán en
el Ecuador al tenor de la emergencia y movilización de los movimientos
ciudadanos? ¿cuáles son los puntos centrales de su agenda? ¿Qué entienden por
"reforma política"? Ahora bien, algo que puede servir para responder estas
cuestiones está en su caracterización y una cosa aparece clara: quienes los
conforman, en términos generales, pertenecen a las clases medias urbanas de las
grandes ciudades del Ecuador.
Es muy difícil que los sectores suburbanos de las grandes ciudades, los
campesinos pobres, los campesinos indígenas, los desempleados, los obreros,
entre otros sectores sociales, se reconozcan como parte del actual "movimiento
ciudadano", y no por razones cuantitativas o de discurso, sino por razones
políticas y económicas.
Los sectores más pobres del Ecuador, en realidad, y en términos generales, son
el sustrato del populismo de derecha (del partido del magnate del banano Alvaro
Noboa, PRIAN) y del fascismo expresado en el Partido Sociedad Patriótica (PSP).
Sus referentes de movilización e identificación política pasan por una
aproximación estratégica al sistema político, es decir, por la capacidad de
negociar sus votos por dinero, comida, promesas de trabajo, obra pública, etc.
Esos sectores pobres son el resultado de más de dos décadas de neoliberalismo y
han perdido toda ilusión con respecto a la democracia, a la justicia, a la
política, a las instituciones e incluso a sus propios marcos organizativos.
Se han constituido desde las prácticas clientelares del Banco Mundial que los
convirtió en objetos de la caridad pública, han sido también los objetos de
intervención de ONG’s laicas y también religiosas, y en objetos de manipulación
del Estado y de sus programas de "asistencia social".
Están en la periferia de todo tipo de institucionalidad y las leyes los han
criminalizado a ellos y a sus organizaciones, de ahí su resistencia a la
organización social y política. Estos sectores, definitivamente, no son parte de
los autodenominados "movimientos ciudadanos". El discurso del movimiento
ciudadano no les llega porque no se inscribe en lo que Habermas llamaría su
"mundo de la vida", es decir, los referentes y significantes de la crítica al
sistema político no son parte ni de su cotidianidad, ni de las preocupaciones,
ni de las prioridades de estos sectores.
En cambio, el discurso que critica al sistema político desde la moral tiene alta
receptividad en las clases medias, que no se sienten representadas en la actual
estructura de partidos políticos.
En efecto, todos los partidos políticos, de una u otra manera, han utilizado
prácticas corporativas y patrimoniales; todos los partidos políticos han acusado
prácticas de corrupción; todos los partidos políticos se han demostrado
jerárquicos y verticales, demostrando lo que en teoría política se conoce como
la Ley de Michels (todo partido político tiende a ser controlado por un grupo
oligárquico que confisca en su beneficio las prácticas políticas del partido).
Esas clases medias son urbanas y se han constituido desde la matriz de la
modernización neoliberal. Son consumistas, y quieren hacer prevaler sus derechos
de consumidores también en el ámbito de la política. Las prácticas patrimoniales
les parecen repulsivas y preferirían que la política sea tan transparente como
lo es el mercado.
Pertenecen, en su mayoría, a sectores urbanos de las grandes ciudades del
Ecuador, y con buenos niveles de instrucción, y con relativa posición económica.
Su alejamiento del sistema político les ha permitido la construcción de un
imaginario sobre la democracia que insiste mucho en sus mecanismos de
procedimiento y que los acerca aquello que se denomina como el "votante medio",
es decir, un votante que quiere que su voto tenga efectos reales sobre sus
expectativas de estabilidad y bienestar en un contexto de mercados eficientes.
Estas clases medias que adscriben a la retórica de la reforma política y a la
estabilidad son el núcleo fuerte de la movilización social en el Ecuador y han
generado importantes fenómenos políticos, como la caída de Lucio Gutiérrez y el
triunfo de la candidatura electoral de Rafael Correa, estos sectores se
generaron desde los procesos de diferenciación social provocados por el
neoliberalismo y cuya profundización y radicalización está a partir de la
dolarización de la economía ecuatoriana, de ahí que sean defensoras a ultranza
del modelo de dolarización y que coincidan en la crítica moralista al sistema
político pero no al modelo económico (a no ser que sea también una crítica
moralista al modelo económico, que no llega a ser una crítica antisistema).
Al ser una confluencia de varios sectores de clases medias, hay todo un abanico
de opciones y propuestas: desde posiciones aparentemente radicales hasta
aquellas más reformistas. Son estos sectores los que constituyen la "base
social" del nuevo gobierno ecuatoriano de Alianza País y del Econ. Rafael
Correa. Son ellos los que se movilizarán pidiendo las reformas políticas al
sistema político.
Sin embargo, su horizonte político se limita a proponer cambios desde aspectos
circunstanciales y que hacen referencia más al continente que al contenido de
las relaciones de poder. Los cambios que proponen son una cosmética que a la
larga consolidará el modelo neoliberal y permitirá que el sistema político
ecuatoriano, que se desgastó por no haber procesado de manera coherente la
reforma neoliberal, sobre todo por la emergencia del movimiento indígena, ahora
pueda recomponerse y pueda poner entre paréntesis las propuestas del movimiento
indígena y de los movimientos sociales.
Los "movimientos ciudadanos", en el Ecuador, en realidad representan el
agotamiento de la izquierda y de los movimientos sociales, y el
reposicionamiento de la agenda neoliberal. Su presencia política está hecha, a
la larga, para salvar al modelo neoliberal modernizándolo. En estos tiempos
neoliberales, cuando urgen respuestas radicales como aquellas que se han tomado
en Venezuela, en Ecuador, la deriva política parece apuntar más a una
recomposición de la derecha de la mano de los movimientos ciudadanos que a un
cambio real en las relaciones de poder, y todo en un contexto de expectativa por
el aparente triunfo de la izquierda en las últimas elecciones.