Latinoamérica
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El caballero de la moda
Sergio Ramírez
La fotografía de prensa que tengo frente a mis ojos parece convencional.
Es la de un personaje atildado que posa en traje ejecutivo, serio y atento a la
cámara. El traje oscuro a rayas, de buen paño, parece cortado a la medida, tan
impecable se ajusta al cuerpo de su dueño, y la corbata puede ser Gucci, o puede
ser Givenchy. Lo que está claro es que se trata de una marca exclusiva.
Ya empieza a perder el pelo, pero eso no hace sino acentuar su aire de
respetabilidad: un hombre maduro con el que alguien sentado al otro lado del
escritorio se sentiría confiado de entregarle el cuidado de sus asuntos, si se
tratara de un abogado corporativo, o su patrimonio, si se tratara de un experto
en los malabares de la bolsa de valores.
Digo todo esto, además, porque frente a él tiene abierta una laptop con el
emblema del fabricante en la tapa, de modo que también podría tratarse de un
anuncio comercial de esos que vemos todos los días en diarios y revistas
invitándonos a entrar en el reinado de la última generación de ligeras
computadoras portátiles construidas con fibra de carbono.
Bueno, no voy muy descaminado. Se trata de un rico ganadero moderno, no de esos
de botas altas embarradas de bosta de vaca y sombrero Stetson, dueño de modales
finos que heredó de su esmerada educación en la exclusiva Universidad Javeriana
de Bogotá, un miembro de la elite de hacendados de Córdoba y Antioquia. Su
ascendencia italiana le da derecho a portar pasaporte de la Unión Europea.
Y más sobre él. Cuando anda por las calles de Montería utiliza una caravana de
cuatro vehículos Hummer blindados, y un cortejo de 20 guardaespaldas. Dispone
además de un helicóptero privado. Como no se ven en la foto, hasta ahora explico
que sus zapatos son Ferragano, pues es la única marca que usa. Se casó hace poco
con una beldad de 20 años, y la fiesta de bodas fue amenizada por cinco
orquestas, un verdadero festival musical según algunos de los invitados, que
fueron alojados todos en cabañas construidas especialmente para la ocasión. Un
príncipe, pues, del jet set.
Pero, en fin, ¿quién es?
El pie de foto nos explica que el elegante caballero se llama Salvatore Mancuso,
desde finales de la década de los ochenta estratega militar e íntimo consejero
del fundador de las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), los célebres
paramilitares, o paras, Carlos Castaño, y luego su sucesor tras haber
sido aquel asesinado por su propio hermano Vicente debido a disputas de poder.
La foto corresponde al momento en que declara frente a un fiscal penal en
Medellín, encausado como está judicialmente en más de 50 procesos criminales en
Bogotá, Montería, Medellín, Yopal, Bucaramanga, Valledupar y Cartagena por
masacres, asesinatos, terrorismo, desapariciones, secuestros, extorsiones,
torturas, tráfico de drogas, retención de rehenes, robo y terrorismo.
El caballero que prefiere a Gucci y Ferragano, y hasta no hace poco visitaba las
boutiques de Bogotá y Medellín, ordenó o ejecutó el asesinato de 336
personas, según va hasta ahora la cuenta. Los nombres y filiaciones personales
de esas víctimas se hallan inscritos en la computadora portátil de la que se
auxilia, pues identificó a cada una con su propio nombre. Y es más. Lo hizo,
como buen ejecutivo, mediante el programa Power Point.
Su impecable modernidad empresarial no quiere causar esfuerzos innecesarios a
los jueces, que dispusieron de una proyección en pantalla, a color y con
gráficos, con toda la información necesaria acerca de sus crímenes.
Admitió haber ordenado exterminios como el del corregimiento del Salado, en
Carmen de Bolívar, ejecutado en 1997, donde perecieron sólo allí 41
campesinos, y otro en Mapiripán, departamento del Meta, donde cayeron bajo las
balas otros 49, aun niños y mujeres, todos señalados por el dedo de los paras
como subversivos, o colaboradores de la guerrilla. Y lo mismo, asesinatos de
dirigentes sindicales y comunales, alcaldes, candidatos a rectores de
universidades que no le gustaban por izquierdistas, maestros y estudiantes
universitarios, y líderes de organismos de derechos humanos; aunque aún no
admite muchos otros de su segura autoría, entre ellos el del doctor Héctor Abad
Gómez, un médico de inmenso corazón ametrallado en plena calle en Medellín en
agosto de 1987, padre del escritor Héctor Abad Faciolince, quien cuenta la
historia en su conmovedor libro El olvido que seremos.
También confiesa el caballero Mancuso, con aplomo y serenidad, que influenció
con dinero y apoyo logístico las tres últimas elecciones presidenciales de
Colombia, que financió campañas de senadores, y que infiltró, además, los altos
rangos del Ejército, de la policía, y de la propia fiscalía ante la que rinde,
en la foto, su declaración; y, sin duda la elección de gobernadores, alcaldes,
concejales y jueces de las regiones donde un día tuvo asentado su dominio.
Gracias a su dadivosa cooperación al declarar ante la fiscalía auxiliado de su
laptop, de ser condenado no permanecería en la cárcel más de ocho años, pues lo
protege la Ley de Justicia y Paz que promueve la desmovilización de los
paramilitares. De esta manera bien puede guardar sus trajes, corbatas y zapatos,
pues la moda masculina no suele cambiar en tan corto tiempo.
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