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Amazonia: alto a la devastación
Leonardo Boff
IPS
Brasil encara actualmente una difícil polarización entre la necesidad del
crecimiento económico y el imperativo de preservar sus recursos naturales, que
es particularmente crítica en relación con la Amazonia.
La apertura de las nuevas fronteras del desarrollo-crecimiento en el marco del
vigente sistema capitalista conlleva el agravamiento de las desigualdades
sociales y una tasa elevada de devastación ecológica. En nombre del
desarrollo-crecimiento se abandona la sustentabilidad a escala mundial.
Esta opción nos enfrenta a amenazadoras consecuencias: calentamiento global,
cambios climáticos, disminución de la diversidad y escasez de agua potable.
En la Amazonia se encuentran los mayores bosques húmedos, las mayores reservas
de agua dulce y la más rica biodiversidad del planeta. El futuro ecológico de la
Tierra depende en buena parte de cómo sea tratada la Amazonia, región decisiva
para el equilibrio del sistema-vida.
Antes de analizar la política amazónica del presente gobierno del presidente
Lula da Silva y el futuro de esta región, es preciso esclarecer dos equívocos
frecuentes.
El primero es el de considerar a la selva amazónica como el pulmón del mundo. No
es nada de eso. Más bien funciona como una esponja que absorbe el dióxido de
carbono de la atmósfera y así disminuye el efecto invernadero.
En el proceso de fotosíntesis, grandes cantidades de carbono -que es el
principal factor del calentamiento- se transforman en biomasa. Si se deforestase
por completo la Amazonia, lanzaría a la atmósfera unos 50.000 millones de
toneladas de carbono por año, una cantidad que no pueden soportar los seres
vivos y causaría una mortandad masiva.
Por esto, la deuda de la humanidad hacia la selva amazónica brasileña por la
absorción del carbono asciende, según la prestigiosa Fundación Getulio Vargas, a
unos 35.000 millones de dólares.
El segundo equívoco es el de imaginar que la Amazonia pueda ser el granero del
mundo. Es una creencia muy difundida pero es errónea. En realidad, la selva vive
de sí misma y en gran parte para sí misma. Es exuberante pero su suelo es pobre
de humus, de apenas 30-40 centímetros.
El bosque crece, de hecho, sobre el suelo, no desde el suelo. El suelo es sólo
el soporte de una intrincada trama de raíces que se entrelazan y se sostienen
mutuamente desde la base. Por esta razón, cuando se derriba un árbol, arrastra
varios consigo. Donde no hay árboles, las lluvias torrenciales se llevan el
humus y aflora la arena.
Por ello, se dice que la Amazonia puede ser transformada en una sabana o un
desierto. Pero jamás podrá ser el granero del mundo.
Hasta 1968, la Amazonia estaba prácticamente intacta. Desde entonces, cuando
comenzaron a introducirse los grandes proyectos de industrialización y de
hidroelectricidad, los extensivos cultivos de soja y las grandes pasturas para
el ganado y la colonización desorganizada, se inició la devastación de la selva.
Hoy en día, han sido deforestados 800.000 kilómetros cuadrados, 16 por ciento de
los 3,5 millones de kilómetros cuadrados del territorio amazónico brasileño.
Al asumir el gobierno en enero del 2003, el presidente Lula quiso dar comienzo a
una nueva política amazónica. Nombró como ministra del Ambiente a Marina da
Silva, ex campesina cauchera y colaboradora de Chico Mendes, mártir de la
preservación amazónica.
Su perspectiva básica es una visión transversal de todas las esferas de
gobierno, que deben considerar por igual los aspectos ambientales.
Da Silva halló un cuadro desolador. En el período 2000-2001, el área deforestada
se extendió a 18.165 kilómetros cuadrados y el año siguiente a 23.143 kilómetros
cuadrados.
Para revertir esta situación, el gobierno aprobó en el 2004 el Plan de Acción
para la Prevención y el Control de la Deforestación Amazónica, que abarca la
actuación de 13 ministerios.
Los resultados han sido positivos. En el período 2004-2005, la tasa de
deforestación se redujo en 31 por ciento, y se estima un resultado superior para
el 2006.
También se aprobó la Ley de Gestión de Bosques Públicos, que define tres formas
para la producción sustentable: la creación de unidades de conservación para uso
sustentable de 15 millones de hectáreas; áreas destinadas a empleos
comunitarios, como asentamientos forestales y reservas; por último, contratos de
concesión forestal para licitaciones públicas para la explotación de productos y
servicios forestales bajo una severa vigilancia de los organismos ambientales.
En la actualidad, están certificadas y controladas cerca de 1,4 millones de
hectáreas de bosques naturales. La meta consiste en llegar en diez años a cerca
de 50 millones de hectáreas protegidas en la Amazonia.
El gobierno de Lula está creando conciencia sobre la importancia estratégica que
tiene la Amazonia para Brasil y para el mundo. Esto sucede en medio de muchas
contradicciones provenientes de un pasado de abandono, pero el rumbo es claro.
Si se mantiene, se podrá salvar este patrimonio de la Tierra para la humanidad.
* Teólogo y ambientalista, miembro de la Carta de la Tierra y Premio Nobel
Alternativo de la Paz