Latinoamérica
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Defensor de los últimos pueblos indígenas aislados de la
Tierra
Sydney Possuelo: el último héroe del mundo real
Pablo Cingolani
Me encontré con él en Lima y desde la capital peruana viajamos hasta la
selvática ciudad de Puerto Maldonado. Sabía bastante bien con quien me
encontraría pero lo mismo me sorprendió la calidad humana excepcional de un
hombre, que con 43 años de labor sin interrupciones, es sinónimo de lucha por la
defensa de los derechos de los últimos pueblos indígenas aislados que existen en
la Tierra. Hablar de Possuelo es hablar con pasión de la Amazonía y sus pueblos
indígenas; hablar con claridad de una misión iniciada a principios del siglo XX
en Brasil por el Mariscal Rondón -y de la cual Sydney es hoy su mejor y mayor
impulsor-; es, en suma, hablar con convicción de una urgencia moral y material
sin atenuantes para redoblar los esfuerzos para su estricta protección, ya que
como él afirma: "si no lo hacemos ahora, tal vez no lo podamos volver a hacer
jamás".
Me había mandado un correo electrónico desde su morada en Brasilia con un
mensaje: "quiero verte a los ojos y después conversar", ante un requerimiento
mío de hacerle una entrevista virtual. Por fin, estuvimos frente a frente una
mañana calurosa del verano de Lima, la ciudad secuestrada eternamente por una
bruma que alguien denominó "la panza del burro", y enseguida me cautivó.
Lo conocía por su merecida fama de los últimos años: el reportaje en la National
Geographic, el increíble libro (Senderos de libertad. La lucha de los indígenas
por la defensa de la selva amazónica. Seix Barral, Barcelona, 1993) escrito por
el periodista español Javier Moro sobre la vida de Chico Mendes (y donde tres
capítulos están dedicados a la vida de Possuelo), y por algunos artículos
periodísticos bajados de Internet, donde –como ejemplo- la revista Time lo había
considerado "un héroe del planeta" o las Naciones Unidas uno de los "héroes
desconocidos del diálogo", una de las diez personalidades más inspiradoras del
mundo contemporáneo.
No tengo ninguna duda: éste brasileño es eso y algo más, algo que puede
escapársele a muchos en este mundo signado por la aparente falta de ideales e
ilusiones por los cuales valga la pena jugarse entero. Ese algo, ese intangible
que posee Possuelo, ese brillo, es lo que transforma la inspiración en
magnetismo, en una atracción irresistible por decirle al mundo: miren, éste es
Possuelo. Aquí va…
Estaba allí, leyendo alguna cosa, sentado en una mesa de madera y tomando un
café con leche, y enseguida, como disparado por una catapulta, alzó su robusta
humanidad y vino a mi encuentro con una calidez que ahora, en el recuerdo, me
resulta entrañable. Estrechó mi mano, me abrazó y simplemente me dijo: "hola,
Cingolani, te estaba esperando", mirándome a los ojos, como el había decidido.
Después, tras comprobar que el hombre era de acero y miel como quería el Che
–"hay que volverse duro pero sin perder la ternura jamás"-, le entregué un
obsequio, una especie intrépida de ofrenda, que había traído desde los Andes,
donde yo vivo, y es uno de los íconos culturales de su milenario pueblo: un
sapo, elaborado en estaño, un poderoso protector de los hombres, una luz en el
túnel del destino. Volvió a sorprenderme, esta vez con la sincronía del corazón:
"¿Sabes? Colecciono sapos y éste no lo conocía", exclamó feliz y el gran hombre
se volvía un niño, más allá de sus 66 bien caminados años.
Desde ya, no hubo ni intenté hacerle ninguna entrevista formal en los cinco días
posteriores que compartimos en el Perú. No hacen falta las convenciones: sus
convicciones son parte de su ser y están a flor de piel y en sus labios de
manera permanente.
En el caso de Possuelo, es su lucha ejemplar, tenaz y persistente en defensa de
los indios aislados, de aquellos que no han tenido contacto o están escapando de
cualquier intromisión de la cultura dominante, de nuestra "civilización", de
aquella que ha sido capaz de aniquilar a cientos de pueblos enteros –un
genocidio aberrante que apenas figura en los libros- por su relación violenta y
de sometimiento con los otros, con los pueblos originarios de la mayor parte del
mundo, en los últimos cinco siglos de historia.
Sydney, precisamente, había arribado a la ciudad del Rimac, acompañado por el
antropólogo Vincent Brackelaire, para comenzar a difundir en el ámbito
continental, entre organizaciones indígenas, ONGs y funcionarios clave de
gobierno, sus ideas y conocimientos sobre protección de indígenas aislados, tras
cuatro décadas de labor sin pausa en su Brasil natal. Para afirmar este
objetivo, Possuelo impulsó la creación de una Alianza Internacional para la
Protección de los Pueblos Indígenas Aislados, que nació en un encuentro global
sobre el tema realizado en la ciudad brasileña de Belem do Pará en noviembre del
año 2005.
Um sertanista
Possuelo no es antropólogo, ni nada que se le parezca. Nunca se preguntó como
Levy Strauss en el Matto Grosso cuando estudiaba a los Nambiqwara: ¿qué hago yo
aquí? Mas bien, Possuelo buscó desde joven ese tipo de vida, plagada de rigores
y riesgos, limítrofe con la aventura y decididamente signada por un halo épico,
que en Brasil está asociada con la palabra "sertanista", algo así como un
experto en cuestiones indígenas, o sea los moradores de la selva más vasta del
planeta y que no son otros que los últimos pueblos aislados que quedan en la
Tierra.
El me explicó el cambio que experimentó el término a lo largo de la historia del
Brasil: "Antes, se conocía como sertanistas a unos aventureros denominados
también como `bandeirantes` que organizaban expediciones al interior de la selva
en busca de riquezas y tesoros. Algunas de estas expediciones llegaron a durar
ocho años, eran violentas y causaban estragos entre los indios". Sin embargo,
hasta hoy, a estos primeros sertanistas se les reconoce el mérito de haber
configurado el actual mapa brasileño, el coloso sudamericano, de más de 8.5
millones de kilómetros cuadrados. Todo cambió a principios del siglo XX, según
Possuelo, "cuando apareció el general Rondón que se pasó la vida explorando y
trazando mapas de la selva. El humanizó nuestra relación con los indios y luchó
para que el gobierno de entonces creara el Servicio de Protección a los Indios (SPI),
allá por 1910. Su divisa fue siempre: `Morir si es preciso; matar, nunca`". Hoy,
un estado brasileño, lleva su nombre: Rondonia, en la frontera con Bolivia.
Desde entonces, el sertanista brasileño es, en lo esencial, un defensor de los
indios.
Los hermanos Vilas-Boas fueron la segunda camada célebre de sertanistas. El
trabajo de los Vilas-Boas tiene dos hitos históricos incuestionables: fueron los
impulsores de la creación del primer territorio indígena exclusivo del Brasil
como fue el Xingú –que tardó nueve años en ser legalizado por el Congreso-, y
también de la creación de la FUNAI –Fundación Nacional del Indio-, la entidad
estatal brasileña encargada de velar por los derechos humanos de los indígenas,
que subsiste hasta hoy, y cuyo antecedente histórico es el SPI promovido por
Rondón.
Con el paso de los años, Possuelo –la tercera generación de sertanistas y, signo
de los tiempos, un anarquista de corazón- fue nombrado presidente de la
institución a principios de los años 90 pero antes había empezado su vocación
por el sertón, por la selva, por las tribus, por los indios, acercándose a los
Vilas-Boas. "Eran los héroes del Brasil y yo quería conocerlos, trabajar con
ellos, cuando era un joven de 17 años", confiesa. "¿Y qué hacías?", le pregunto,
suponiendo una respuesta casi inevitable: "era el chico de los mandados, el
mensajero. Con tal de estar con los Vilas-Boas, con tal de vivir una aventura en
la selva, yo era capaz de hacer cualquier cosa para lograrlo…"- y sus ojos
negros brillaron, entre la nostalgia y el haberse convertido, cuarenta años
después, en el hombre que más hizo por los pueblos indígenas brasileños en toda
la historia del Brasil. Era la humildad arrasadora de un tipo honesto capaz de
demoler todas las academias y todos los prejuicios para ponerte de frente ante
nuestro bien más preciado: la vida.
Un indio
Relatar la biografía de Sydney Possuelo sería interminable, dijo la prensa
española y tiene razón: el hombre trabaja más de cuatro décadas en el frente de
una guerra invisible: la que se libra a diario por los recursos naturales de la
Amazonía brasileña, última frontera para los sucesivos gobiernos del país, la
siempre mítica y renovada versión de El Dorado para aventureros de toda laya y
empresarios de todo el mundo, la Amazonía a secas.
Allí, según los últimos estudios arqueológicos, se originaron las culturas
superiores de América, mucho antes que se organizaran los pueblos en las alturas
de los Andes y América Central. Antes de la llegada de los conquistadores
europeos vivían allí millones de personas. A finales del siglo XIX, empezó la
efímera fiebre del caucho que convirtió a Manaus en una irreal ciudad europea en
medio de la floresta y significó el genocidio y la aceleración de la
aculturación forzada de cientos de pueblos amazónicos. Era el inicio de la era
positivista del "orden y el progreso" –proclamados en la propia bandera del
Brasil- que subsiste hasta hoy, en diferentes versiones. Una de ellas fue la
impulsada por los militares brasileños que gobernaron Brasil a partir de 1964.
Tenía como divisa, al revés de Rondón, que la Amazonía era un territorio vacío,
con una naturaleza hostil, que había que doblegar y conquistar, cueste lo que
cueste. Carreteras, colonos, polos de desarrollo, deforestación, explotación
desenfrenada del oro y de la madera: la visión faraónica sobre la nada
burocrática. En síntesis: la domesticación a palos de la selva y como
consecuencia, la eliminación activa o por añadidura de los indios. Ese fue el
escenario histórico donde comienza la labor de Possuelo.
Era especialista en "primeros contactos". Un día, el director de la FUNAI, lo
convocó a su despacho: Darcy Ribeiro, el gran antropólogo culturalista del
Brasil, afirmaba en su obra cumbre Os indios e a Civilização que los Araras eran
un pueblo desaparecido y, sin embargo, los informes en el despacho del
funcionario indicaban que estaban atacando a flechazos a los trabajadores de la
Transamazónica, la mega obra vial que integraría la selva al Brasil y que el
dictador Garrastuzu Médici había ordenado construir, tras conmoverse con la
pobreza del nordeste. Possuelo propuso el primero de sus cambios
revolucionarios: no enfrentarían a los indios, sino que los atraerían, con mucha
paciencia y sobre todo tiempo, al lado del resto de la sociedad brasileña. El
cambio fue aceptado. Nacieron los "frentes de atracción". Yo era un niño pero me
acuerdo como si fuera hoy de las imágenes de los indios de Altamira, el poblacho
de la selva a donde Possuelo apareció con los flamantes incorporados a la
ciudadanía del país "mais grande do mundo": eran inolvidables.
En esos años, Sydney hizo contacto con siete pueblos indígenas desconocidos y
luego empezó a ver y padecer la terrible secuela. "Nuestro mundo es un
encantamiento para ellos", confiesa. "El contacto traía aparejado:
desestructuración grupal, necesidades artificiales –"si les das ropa, luego
debes darles jabón para que la laven"-, descontrol personal, borrachera,
prostitución, destrucción, porque lo peor de todo eran las epidemias que
nosotros curamos a diario con una pastilla pero para las cuales los indios del
corazón de la selva carecían de cualquier defensa inmunológica y morían sin
remedio, solos, abandonados en la selva por sus hermanos".
Era terrible, era brutal, era el insondable camino para llegar al bien común que
todos los hombres, cualquier hombre como diría Drummond De Andrade, debe
transitar para darse cuenta cual es la diferencia entre lo correcto y lo
incorrecto, por sí mismo. En sus palabras: "Desde 1987, yo pasé del contacto a
la protección, es decir al no contacto, al derecho al aislamiento como la mejor
manera de preservarlos. Si fuéramos más decentes, no habría pueblos aislados
pero nuestra conducta los ha llevado a buscar protegerse de nosotros. Su
aislamiento no es voluntario, es forzado por nosotros. No podemos ni debemos
alterar eso".
Desde entonces, su labor ha sido excepcional, única, merecedora del
reconocimiento internacional -Premio Fray Bartolomé de las Casas por su Alteza
Real el Príncipe de Asturias; Comendador por la Sociedad Geográfica Brasileña;
Medalla de Pacificador por el Ejército Brasileño; Medalla al Mérito Indigenista;
Premio Internacional de la Sociedad Geográfica Española en Madrid; Medalla de
Patrono de la Royal Geographic Society en Londres, entre otros- y como ya
advertí inspiradora como pocas en el mundo del presente.
Possuelo ha sido el responsable, entre otros méritos, de duplicar, por más de un
millón de kilómetros cuadrados, la superficie legal de los territorios indígenas
que existen en Brasil y de crear otra de las reservas más emblemáticas del
mundo: la del pueblo Yanomami, de 9.4 millones de hectáreas, la única condición
que impuso cuando el gobierno brasileño lo designó como presidente de la FUNAI.
No caben dudas de que Possuelo es un héroe, un héroe de ribetes que seguramente
serán legendarios pero que ahora son palpables, porque Possuelo –en el mundo de
Hollywood que inventa el valor y lo exhibe por el precio de una entrada al cine-
es un héroe del mundo real, de ese que sigue ahí en la selva amazónica,
esperando que la lucha de un hombre se convierta en causa de muchos y el mundo y
los gobiernos y las sociedades civiles asuman que es un deber y una
responsabilidad ineludible pelear por la vida y los derechos humanos de los
últimos pueblos indígenas aislados del planeta.
Han sido y son el motivo de la vida de Possuelo y deberían ser una preocupación
universal porque si ellos desapareciesen para siempre, nuestro lazo como especie
con los primeros humanos, con los seres puros e incontaminados, con aquellos que
conviven sagrada e inalterablemente con la naturaleza, se habrá perdido para
siempre. Eso, les aseguro, será peor que un satélite derive entre Júpiter y
Neptuno o que cinco astronautas se envenenen en las aguas del decimonoveno
planeta de la última galaxia que "descubriremos" en quién sabe qué futuro. Paul
Eluard escribió que todos los otros mundos que buscamos, están en éste que
vivimos pero que no sabemos cómo encontrarlos. Los pueblos indígenas aislados
son esa metáfora: si somos capaces de protegerlos, sabremos que otro mundo, más
humano y más justo, puede ser construido entre todos.
Un ser humano
Volvía de mi encuentro con Possuelo, y en una cajetilla de cigarrillos,
atravesando las praderas artificiales del Acre brasileño –tumba de tantas
tribus-, anotaba un final para este texto: "Possuelo es hombre de otro planeta;
el mismo pero mejor". Ya lo insinué pero lo anoto: si hubiese muchos Possuelos,
la Tierra sería más amable, más fraterna, más humana.
Escribo, por necesidad, otro final para este escrito. O varios.
Le pregunto a Possuelo si conoce esa canción maravillosa de Caetano Veloso
titulada Um indio y que usé como epígrafe. La anécdota es deliciosa: "sabes,
estaba en un avión, y Caetano me la cantó al oído antes de grabarla". "¿Y?", le
pregunto, condensando la ansiedad del hallazgo, sabiendo las veces que anduve
por la selva escuchando esa música que de muchas formas sintetiza el espíritu de
estas palabras. Me contesta Possuelo, entrañable: "y… no se… tal vez no lo
escuchaba bien por el ruido del avión, pero no le dije nada…", me aclara.
Una noche, en el Haití, la madre de todos los cafés de Lima –Álvaro Díez Astete
dixit- me cuenta la historia de su tatarabuelo, el senador Teófilo Ottone, la
línea materna e italiana de la genética Possuelo: "fue el primer impulsor de
leyes en defensa de los indios de Brasil, tras retornar de Filadelfia,
Norteamérica, a donde se había exiliado por pelear por la república. Armó una
compañía de navegación para que Minas Gerais (el estado del cual Sydney es
oriundo y que es mediterráneo) pudiera llegar al mar (La historia me recuerda
-¿ecos de realismo mágico?- a El amor en los tiempos del cólera de García
Márquez). Era muy raro para la época: no mataba a los indios, los incorporaba al
trabajo. Cuando la empresa fracasó, les donó la tierra a ellos. Lo atacaron, lo
cuestionaron, pero hoy una ciudad lleva su nombre". La convicción de Possuelo
está anclada en la sangre.
Me despido de él en Puerto Maldonado, Madre de Dios, Perú. Minutos antes,
comíamos pescado con Daniel, un joven antropólogo gallego solidario con la
FENAMAD, la organización de los nativos locales. Allí hay otra guerra y donde
los que siempre pierden son los pueblos indígenas aislados. Daniel le contaba
del asesinato de dos indígenas a manos de los madereros de la caoba –una
funcionaria del ministerio de energía y minas del gobierno del Perú nos aseguró
días atrás que ellos son la principal amenaza contra la supervivencia de los
aislados- y Sydney preguntaba ansioso: "¿Pero qué han hecho?". El antropólogo
nada tenía que decir pero Sydney insistía: "¿qué han hecho? En Brasil,
cerrábamos el territorio legalmente y los defendíamos con las armas en la mano".
Possuelo maestro. Desesperado por transmitir su conocimiento en el terreno de
cómo ganar la batalla contra la muerte anunciada o, al menos, intentarlo.
En defensa (perdida) del antropólogo, arguyo que "Perú no es Brasil", "Perú es
un país andino y no amazónico", "Querido Sydney trata de entender", etc., etc.,
y después, algunas horas después, camino a Assis-Brasil –la selva devastada, la
carretera transoceánica que impulsa Lula- a donde nos dirigíamos con Vincent
Brackelaire y el antropólogo boliviano Álvaro Díez Astete para asistir a una
reunión trinacional de dirigentes de los pueblos indígenas de los tres países
–Brasil, Bolivia, Perú- donde se encuentran casi todos los pueblos indígenas
aislados que todavía resisten en el planeta Tierra, recordé lo que está escrito
en el Talmud, el libro sagrado de los hebreos: "si salvas a un hombre, salvas a
todos los hombres". Y luego recordé a Possuelo, y su afán actual para que a
través de una alianza internacional de protección de los últimos pueblos
indígenas aislados del planeta, todos los gobiernos, las organizaciones
indígenas, los organismos internacionales, la sociedad civil, trabajen
mancomunados por esa causa.
La noche ya había caído. Volví a recordar a los dos muertos del río Las piedras
–veo su sangre en el agua-, y recordé la sentencia talmúdica. Recordé una vez
más a Possuelo, su lucha, su tenacidad, su heroísmo.
Apoyemos su causa. Apoyemos a la Alianza Internacional. Es la causa de los
últimos indios libres de cualquier atadura del planeta Tierra. Es la causa de
los que nunca jamás se han rendido para preservar su identidad y su libertad.
Son un espejo y una revelación: es la causa de todos los hombres y mujeres que
deseamos un mundo mejor.
La Paz, Bolivia, 23 de diciembre de 2006