Argentina: La lucha continúa
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Cambio, incompetencia y necedad
Informe del Instituto de análisis político de la Fundación Arturo Illia.
"Solo el cambio es eterno, perpetuo, inmortal"
Arthur Schoppenauer.
"Si usted no es muy inteligente, entonces al menos sea conciliador"
Benjamín Disraeli
1) Desaparecidos
Uno de los triunfos del modelo neoliberal de mercado dependiente que se instaló
solidamente en la última década del siglo pasado, se expresa crudamente y de
modo casi caricaturesco en estos días, cuando restan pocos para las elecciones
presidenciales. Se trata de la crisis que afecta a los aun así llamados partidos
políticos, y su consecuencia inmediata exhibida por las listas de candidatos
para los distintos cargos legislativos y ejecutivos.
De hecho, los partidos están hoy "desaparecidos". No funcionan orgánicamente,
Sus cúpulas están impugnadas por no cumplir con sus estatutos. Los Juzgados
Electorales se ven inundados de pleitos al respecto. Pero mas grave aun que este
fantástico desorden institucional interno a los partidos, es que estos no
cumplen con las funciones que le son propias constitucionalmente. La conducta de
los electores acompaña esta situación: es obvio que no gozan de su confianza, y
mas bien provocan desprecio. Por todo eso, ya no se eligen partidos (ni ideas,
ni proyectos que estos entes colectivos puedan representar). Se eligen
candidatos.
Los candidatos, con alguna excepción, hacen alianzas, promueven listas
colectoras de otros candidatos, y obtienen financiamiento sobre la base de
promesas clandestinas a los sectores económicos. Son procedimientos intrincados,
generalmente secretos, y posiblemente ilegales, que el común de los electores
desconoce. Si los conociera los repudiaría, de manera mucho más directa que el
actual desinterés o confusión que hoy tienen.
Estas maniobras, pactos y sub-pactos, que se cierran diez minutos antes de su
registro en el Tribunal Electoral, implican giros y vueltas tortuosas. En ellos
los políticos candidatos olvidan ideas, reniegan conductas y prejuicios morales,
aunque la ética, curiosamente, sea invocada, casi con cinismo. Desconocen
lealtades personales, y ejercen la mentira, el disimulo y la ambigüedad. Todo
termina siendo un gran desbarajuste, en el cual el sistema representativo de
partidos políticos queda desecho. Axial, una institución fundamental y necesaria
de nuestra Constitución resulta burlada.
Ese era el desideratum, hace unos veinte años, del modelo neo liberal. Se
manifestaba machaconamente en el mensaje perpetuo durante décadas, que en
tiempos de dictadura prohibía la actividad partidaria, confiscaba sus bienes y
propagandeaba su inutilidad. Pero en tiempos constitucionales, el mensaje se
dirigía a incitar y promover las indisciplinas ideológicas internas, eliminar
todo debate democrático interno, y finalmente independizar a los candidatos de
sus pertenencias a las organizaciones partidarias. Lo ideal era el candidato
"independiente" de los "aparatos". Todo ello, implicaba el desplazamiento del
sistema político que se expresa en los Partidos a cambio de un muestrario de
tipo publicitario, de candidatos, proclives clandestinos a la sumisión al poder
económico, y la conformación de una tecnocracia "todo terreno".
Si la política de Partidos queda inutilizada, solo resta el poder de mando de la
economía, que no necesita de partidos, sino que solo requiere candidatos a
ejercer el papel de títeres provisorios de sus intereses. Un partido es complejo
y reticente receptor de influencias y presiones urgentes y repentinas, según la
velocidad de los llamados del mercado. No resulta sencillo conducirlo por medios
indirectos, porque constituyen una organización colectiva más o menos
cohesionada en torno a historias, tradiciones, ideas y proyectos. Por el
contrario, un candidato sin partido es fácilmente sobornable, o reemplazable. En
el mejor de los casos, esta solitariamente indefenso ante las presiones del
poder real para torcer su voluntad.
Aunque casi todos los políticos y candidatos que opinan, proponen el "cambio" –
con variantes: moderado, paulatino, profundizado, continuado, o simplemente sin
aditamentos- lo único que efectivamente ha cambiado en el inicio del nuevo siglo
es el estado catastrófico de los partidos políticos. Sin embargo, si nos
detenemos a recordar los cambios también unánimemente propuestos durante toda la
década del noventa - por entonces con más contenidos - uno podría afirmar sin
mayores discusiones, que el cambio más importante es el producido en la
deslealtad de las dirigencias más destacadas y promocionadas a cualquier
principio o tendencia ideológica, y el acelerado empobrecimiento del debate
político e la Argentina. En fin, hubo un cambio retrógrado. No hay demasiados
motivos para presumir que ese tipo de cambios no se retroalimentan y son del
tipo que nos será provisto por los gobiernos futuros.
2) Incompetencia
El principal problema de la Argentina de hoy es la incompetencia de su gobierno.
En esta consideración se incluyen el de la Nación y los gobiernos de la mayoría
de las Provincias. Hablamos de mayoría, no de todas, para evitar la
generalización que implicaría consignar que la totalidad de las administraciones
provinciales son ineptas, lo que parece injusto y arriesgado. Ninguno de los
temas cruciales que constituyen parámetros sobre los cuales emitir el juicio
negativo antes consignado ha registrado mejoras. Ni la educación, ni la salud,
ni la vivienda social, ni la seguridad, ni los transportes, ni la energía, por
ejemplo, han mejorado su perfomance. Por el contrario, en muchos casos la
situación empeoró, si la comparamos aun con los momentos más críticos del año
dos mil, entonces con un gobierno notoriamente incapaz y ya desprestigiado.
No parece que hubiera síntomas de alivio respecto de estos problemas serios y
concretos de los argentinos. Si bien algunos de estos aspectos de todo gobierno
pertenecen a competencias concurrentes de la Nación y las Provincias, esta
dualidad no excluye la responsabilidad del Gobierno de la Nación. Ningún
Presidente ni ministro puede honestamente alegar éxitos, si se despega de los
males que aquejan al conjunto de los argentinos en cuestiones tan sensibles.
Cualesquiera sea el lugar del territorio que habitan.
Por otra parte, los aspectos económicos sobre los cuales la propaganda oficial
pone énfasis en el auto elogio dependen en gran medida de factores externos. Y
el gobierno no aprovechó, hasta ahora, con habilidad y perspectiva de mas ancho
y largo alcance, los beneficios de esta circunstancia. Estos deberían orientarse
a cubrir las cada vez mayores demandas de justicia social registradas en la
realidad argentina. Por el contrario, su falta de destreza comienza ya a
percibirse en cualquier examen cuidadoso de su gestión. Al final del mandato
presidencial están a la vista una amenazante inflación, la reaparición del
endeudamiento externo y los alarmantes déficit provinciales, en medio de un
renacimiento de las pujas distributivas con los habituales retrasos de los
salarios reales.
Es que la política del Gobierno respecto de estos "vientos de popa" –como se les
llama por los comunicadores económicos- que vienen de afuera como un regalo
inesperado hace cinco años, consiste en no tener ninguna, y omitir acciones y
orientaciones allí donde se precisa actuar y prever.
Por ejemplo, el crédito para las familias y las pequeñas empresas. El crédito es
demasiado caro y restringido, o sencillamente, inexistente. De hecho la débil
reindustrialización – mas bien una cierta recuperación parcial del uso de la
capacidad ya instalada – se transforma en una hiper renta para algunas
industrias, basada en el atraso salarial y el bajo costo de la mano de obra. El
tipo de cambio alto ha sostenido un proteccionismo para algunos sectores, sin
compensación alguna –excepto el crecimiento de la oferta de trabajo en negro-
para los que más necesitan la recuperación económica para sobrevivir con alguna
dignidad luego de la dramática caída vivida en 2001.La inversión (tanto pública
como privada) sigue siendo baja y sin orientación alguna.
La política de precios, basada en la destrucción del INDEC, ha beneficiado, en
la práctica, a los agiotistas, al ocultar la inflación y el alza de los precios.
También a algunos industriales monopólicos o integrantes de oligopolios, que
sostienen, contra toda razón o demostración racional, la credibilidad de los
índices oficiales. Obviamente eso les permite fijar precios con alta
rentabilidad, y al propio tiempo mantener casi congelados los salarios del
trabajo informal y siempre atrasados los de la economía formal.
3) El goce sensual del poder
Mas allá de muchos problemas estructurales, que provienen de una desafortunada
seguidilla de gobiernos ineptos y del modelo neo liberal instaurado a fines de
los años 80, la calificación negativa que merecen los resultados de la gestión
gubernamental en la vida cotidiana de la mayoría de los habitantes del país, se
debe, en buena medida, a gruesos errores de gobierno y a dificultades derivadas
de la incompetencia de sus funcionarios.
Convengamos que no se trata solo de la orientación ideológica del Gobierno,
porque este no tiene ninguna. La justificación y excusa habituales de esta
omisión se fundamenta en el hecho de las restricciones que nos plantea el mundo
globalizado y la clara subordinación argentina a los contextos internacionales.
La globalización capitalista y la dependencia argentina, que no posee un papel
protagónico o al menos participe en el nuevo mercado multinacional, ejercen
restricciones que permiten solo un muy limitado campo de poder de decisión en
las naciones secundarias. Y deja poco espacio para la imaginación política
creadora y autónoma.
Uno podría decir al respecto que la carencia de una orientación hacia el futuro,
la falta de un proyecto y de un programa, son problemas menores ante la
emergencia grave que ha vivido el país. Y que, en definitiva, lo que caracteriza
al Gobierno es su pragmatismo, lo que le permite desplazarse cómodamente en el
ancho campo baldío de las ideologías abandonadas. Pero aun el pragmatismo, que
se asienta en la circunstancia cambiante y en el eficiente oportunismo, siempre
ha de tener un objetivo: la utilidad de la acción gubernamental, por cambiante e
imprevista que esta sea, ha de servir para algo. Lo pragmático puede dejar
implícitos sus fines, pero estos son necesariamente irrenunciables porque suelen
estar en la Constitución y en el espíritu de las leyes republicanas. Por
ejemplo, puede habilitar criterios distributivos, mayor justicia en los efectos
del crecimiento económico y un desarrollo armonioso e integral, procurando
políticas que favorecen a uno u otro de los sectores sociales y económicos.
Pues bien: este no es el caso del gobierno incompetente. El objetivo que ostenta
es la conservación, y en la medida de lo posible, el acrecentamiento de su
poder. Un poder que, en muchos casos, ha de interpretarse en su acepción más
burda: la del provecho del ejercicio en los cargos estatales, con sus
posibilidades de acumulación económica personal. Eventualmente, desde un punto
de vista psicológico, es lo que Hipólito Yrigoyen, cuya austeridad personal era
casi monástica, llamaba "el goce sensual del poder".
Es un disfrute del privilegio de sentirse obedecido, halagado y consentido, de
disponer de muchos servidores obsecuentes y colaboradores acrílicos, viajar con
honores, y otros placeres relativamente más prosaicos. Sin embargo, nadie
reconocerá como propias estas tendencias egoístas. Por el contrario, tratará de
exhibir aptitudes y destrezas políticas, conocimientos y experiencias, y una
idoneidad que sea superior al común de sus competidores en el arduo camino del
acceso al gobierno.
4) Necedad
Los psicólogos sociales Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de
Cornell, en Estados Unidos, han descubierto hace unos años lo que ha dado en
llamarse 'el efecto Dunning-Kruger': "Las personas con escaso conocimiento
tienden sistemáticamente a pensar que saben mucho más de lo que saben y a
considerarse mas inteligentes que otras personas. No solo llegan a conclusiones
erróneas y toman decisiones desafortunadas, sino que su incompetencia les impide
darse cuenta de ello". Esto se llama, en términos más crudos, "necedad". Y lo
peor de esta incompetencia, es lo que ya nos alertaba Antonio Machado:"El
malvado descansa algunas veces, el necio jamás". Es posible que la ignorancia
engendre más confianza que el conocimiento.
Deberíamos admitir que la democracia electoral, que mide estadísticamente las
preferencias de la ciudadanía respecto a los candidatos en esta carrera por
sumar votos, no nos exime de la ignorancia. Tampoco garantiza la idoneidad del
triunfador para el ejercicio de la administración pública. Más bien, en los
hechos, ocurre lo contrario. Por lo cual se concluiría que el sistema vigente
ofrece una grieta peligrosa: el éxito electoral nada tiene que ver con la
competencia de los gobernantes electos. Y paradojalmente, que la acción del
gobierno, cualesquiera sea éste, no influirá mucho en la vida cotidiana de los
argentinos.
Esta decepcionante percepción colectiva puede ser el origen del escepticismo
ciudadano. Pues, en el mas grave de los casos, la necedad de unos se contagia
con el cinismo de otros, en un juego reciproco entre gobernantes y gobernados.
La otra consecuencia de estas situaciones lamentables es una cierta rebeldía
individual ante el desamparo. Este conlleva la idea de la impotencia de las
acciones colectivas en los intentos de participación política. Schiller,
filósofo y poeta de las libertades absolutas, a fines del siglo XVIII dio una
expresión romántica a ese desencantado estado de ánimo: "Como no puede uno tener
muchas esperanzas de construir y sembrar, ya es algo poder siquiera inundar y
derribar". La Argentina ha vivido en el pasado semejante estado de ánimo, y
sería un gran progreso que los electores impidieran que los incompetentes pero
taimados gobernantes alentaran la imitación de esa historia.
La virtual desaparición sin hábeas corpus de los partidos políticos, aun bajo el
disfraz de un proceso eleccionario libre, es, así, el máximo triunfo del modelo
neoliberal, cuya primacía la ejerce la economía y las finanzas por sobre la
política. Un efecto inmediato de este fenomenal trastorno de la democracia, es
el empobrecimiento, para no decir vaciamiento de un verdadero debate sobre las
cuestiones del país, y sobre todo respecto de cualquier programa que implique un
cambio más menos sustantivo de los fundamentos del modelo.
De ahí que se discuta, en un análisis desmesurado y barroco, sobre encuestas,
sondeos de opinión y otras liviandades sobre las elecciones y sus resultados,
pero que no se hable en concreto sobre los problemas de fondo del país. Como
mucho sobre los efectos cosméticos que puedan aplicarse. Esta pobreza conceptual
del discurso político comunicable va carcomiendo lentamente a la Nación, que es
mucho más que el sistema electoral al que se denomina "democracia".