Argentina: La lucha continúa
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Arqueros, goleadores y política
Nueva palabra: "argentinafútbolcrimenmuertos"
Víctor Ego Ducrot
APM
Un partido por el ascenso a la primera división desnudó lo que todos sospechan y
algunos saben pero no dicen: existe una criminosa connivencia entre el balompié
y el sistema de poder.
Qué lástima para los amantes del deporte más popular del mundo. Qué lastima que
haya sucedido justo en la víspera del arranque de una nueva edición de la Copa
América. Pero a veces sucede que lo que tiene que ocurrir, simplemente ocurre. Y
el lunes pasado, en Buenos Aires, un hombre de 41 años cayó muerto con el cráneo
destrozado a pedradas, decenas fueron los heridos y los que terminaron entre
rejas. Los jugadores debieron huir del campo de juego después de sortear a
fanáticos que dudaban entre el linchamiento y el saqueo de sus ropas. La
autopista de circunvalación que separa a esta ciudad capital del conglomerado
urbano llamado Gran Buenos Aires se convirtió en un campo de batalla, con
autobuses incendiados, transeúntes con la testa partida, hinchas enfurecidos y
policías que arrojaban gases y balas de goma.
Los locales –Nueva Chicago, un populoso club de un más populoso barrio
capitalino – descendieron a la división B Nacional y Tigre – otro populoso club
de la zona norte del Gran Buenos Aires - ascendió a la Primera, después de más
de 30 años de ausencia.
Cuando en el estadio de Nueva Chicago el partido se aceraba a su fin y sólo
faltaba que se ejecutase un tiro libro penal que terminaría de certificar la
derrota de los locales, todo se hizo guerra. Hasta aquí podría ser ésta otra de
las tantas crónicas a las que obliga el fútbol argentino, un ámbito de violencia
permanente.
Sin embargo, lo visto en el estadio y en las cercanía del mismo, bastante
fielmente reflejado por las cámaras de televisión, fue todo parte de una clara
evidencia: los supuestos hinchas o "barras bravas" –verdaderas formaciones con
movimientos de violencia urbana organizada – contaron con todo el tiempo y el
espacio necesarios para invadir el campo de juego, apedrear y apalear sin
contemplaciones a la parcialidad rival, y más aún, preparar con suficiente
antelación un emboscada fuera de la cancha a todos los que pudiesen escapar de
las primeras andanadas. Esta vez los victimarios fueron los de Nueva Chicago,
pero pudo ser al revés.
Mientras el descalabro se escapaba de madre fueron muchos lo minutos en que se
vio a una policía decididamente inactiva y rayana con la sospecha de
complicidad, casi adjudicándole "zonas liberadas" a la vándalos.
La conducta del cuerpo de seguridad fue cuestionada este martes incluso desde
los diarios La Nación y Clarín, insospechados de ser adversos al orden
establecido.
Comentarios similares formularon en la noche de lunes los presentadores de
noticias de la cadena de televisión TN, perteneciente al Grupo Clarín, la
corporación mediática más poderosa del país.
La Nación, por ejemplo, recordó que suman 222 las víctimas fatales en los
estadios de fútbol, desde que, el 14 de mayo de 1939, muriera un niño de 9 años
durante un partido entre Boca Juniors y Lanús.
La prensa deportiva se escandaliza. Algún fiscal solicita la clausura de
determinado estadio. La policía formula sus descargos habituales. Los dirigentes
de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se rasgan las vestiduras y aseguran
que tomarán medidas ejemplares. Las autoridades gubernamentales crean oficinas
especializadas y trazan programas. Todo eso sucede cada vez que la violencia
irrumpe con fuerza en los estadios, pero nada se lleva a la práctica. Al final,
todo sigue igual.
¿Por qué? Entre muchos otros, el que quizá pudiese contestar a esa pregunta es
el flamante jefe de Gobierno electo de la ciudad Buenos Aires, el empresario y
millonario de derecha Mauricio Macri, quien el domingo último, en segunda
vuelta, le asestó una contundente derrota en las urnas al candidato del
presidente Néstor Kirchner, su ministro de Ecuación Daniel Filmus.
Perteneciente a un familia que se enriqueció y se enriquece a costa de jugosos
negocios con el Estado – con directivos y ejecutivos de sus empresas varias
veces fueron sospechados e investigados por maniobras fraudulentas-, Macri llegó
a las primeras planas de la política local tras hacerse de la presidencia de uno
de los clubes de fútbol más poderosos y populares del país, el ya mencionado
Boca Juniors.
No debe haber argentino medianamente sensato que no esté convencido de que Macri,
como tantos otros directivos del fútbol local, conocen de cerca la red de
complicidades que a diario tejen esos mismos directivos, dirigentes políticos,
empresarios, medios de comunicación y policías, para asociar buenos negocios,
control social e incluso delitos de alta rentabilidad, como lo es el de las
drogas, esquema dentro del cual los "barras bravas" cumplen diversas funciones
operativas.
Llama la atención que durante la reciente y dura campaña electoral por el poder
político de la ciudad capital – a la sazón el segundo distrito electoral del
país y una de sus áreas más ricas y prósperas-, nada sobre las chanchullos del
fútbol se haya dicho.
No debe haber argentino sensato que no sospeche que ello fue, y es así, porque
dentro del círculo corporativo del poder, en esta materia, nadie, o casi nadie,
esta libre de pecado.
Que curioso fue, por ejemplo, que un tal Rafael Di Zeo, ex jefe de la "barra
brava" de Boca Juniors, procesado por crímenes violentos, haya podido gozar de
total comodidad durante su dilatada condición de prófugo, hasta que un día, ya
con la reciente campaña electoral capitalina al rojo vivo, en forma repentina
decidió entregarse a la justicia.
En los círculos del periodismo deportivo y político locales es un secreto a
voces que Di Zeo "era hombre" de un encumbrado dirigente peronista de la
provincia de Buenos Aires, en la actualidad con altas funciones en el gobierno
nacional, y que el pedido u orden de su entrega provino de esos círculos, y todo
para no complicarle la vida a Macri, quien por otra parte llegó al gobierno
porteño como clara referencia opositora de la derecha tradicional a ese mismo
gobierno nacional.
Claro que nada de todo esto sucede por fuera de una estructura mayor,
globalizada, que se llama Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA),
quizá una de las corporaciones transnacionales más poderosas e impunes del
planeta.
La misma organización que con argumentos insostenibles pretende inhabilitar
varios estadios de fútbol de la América Andina, es la que, con su máximo capo,
el suizo Joseph Blatter, a la cabeza, premia a los directivos de la AFA con
puestos de prominencia en la conducción planetaria de esta actividad, que de
deporte maravilloso, en Argentina, pasó a ser una actividad siniestra.
Qué lastima, se decía en el primer párrafo de esta nota, que la barbarie haya
estallado una vez más en un país tan futbolero como Argentina, justo en la
víspera de una nueva edición de la Copa América, torneo que comenzó este martes
en Venezuela.
Es de esperar que los tacos, caños, rabonas y gambetas cortas celebren con toda
su energía creadora los esfuerzos empeñados por las autoridades deportivas y el
gobierno del presidente Hugo Chávez en la organización de la Copa.
Así, por los menos, los venezolanos se sentirán justamente reconocidos ante
tanta labor realizada y los amantes del fútbol podrán olvidarse, aunque sea por
un rato, de tanto latrocinio escondido a la sombra de la pelota, de esa pelota
que mucha alegría popular provoca cuando es tratada como dios manda.
Y que en Venezuela "gane el más mejor", según dicen en los potreros de este país
aquellos que nunca se imaginaron la existencia de esa nueva palabra que se
escribe "argentinafútbolcrimenmuertos".