Argentina: La lucha continúa
|
Falleció el dirigente socialista Abel Alexis Latendorf
Con el puño en alto
Federico Corbière
El socialismo argentino perdió a uno de sus representantes más genuinos. El
domingo último Abel Alexis Latendorf se reunió en el infierno católico -como a
él le gustaba ironizar- con sus compañeros de batalla y teóricos marxistas.
Tenía 79 años y estaba muy preocupado por la decadencia de sistema político
argentino. Se había desempeñado como diputado porteño y conocía en forma
pormenorizada el plumaje de las aves de rapiña que anidan en la Legislatura.
Cada acto que realizaba era una acción política que tenía la frescura de sus
años de conducción universitaria. Latendorf era un enfant terrible para la
izquierda autóctona. Caminaba a diario sobre brasas ardientes sin medir las
consecuencias. Era común verlo expresarse en medio de agitadas manifestaciones,
tendido en una avenida para frenar el tránsito, con un chaleco de alguna
organización de base obrera, o en alguna mesa redonda señalando a los oradores
sus faltas a la verdad, principalmente, cuando se tratara de un auditorio joven
al que se sublimara en la relativización de algunos procesos históricos y
prácticas concretas.
Cuando afloró la revolución cubana, en enero 1959, Latendorf fue uno de los
contados militantes socialistas que se animó a marcar el paso de una perspectiva
de izquierda distinta al curso autoritario de los años posteriores. En el
Partido Socialista y otras agrupaciones como el Partido Comunista prefirieron
apoyar el golpe de Onganía (1966), el de Videla (1976) y las subsiguientes
claudicaciones reformistas, desde 1983 en adelante.
En ese entonces Latendorf escribía en la célebre revista Che. En mayo de 1961
publicaría "Me despido de usted muy atentamente, Dr. Palacios", artículo que
sería un gesto disruptivo en la ya quebrada agrupación fundada por Juan B. Justo
y dividida entre el Partido Socialista Democrático y el Partido Socialista
Argentino. Desde el primero, Nicolás Repetto miraría con terror el cambio en la
isla caribeña, en tanto, otro de sus referentes actuaría como embajador de la
última dictadura. Ese fue el caso de Américo Ghioldi.
El PS argentino seguiría resquebrajándose. Alfredo L. Palacios sería elegido en
febrero de ese año senador nacional debido a su compromiso inicial con la
Revolución Cubana. Curiosamente, luego de resultar electo un cambio de perfil
repentino y de rechazo al campo popular aceleraría nuevas rupturas.
Latendorf marcó esa distancia liminar. Era joven pero conocía los entretelones y
la mutación de ropajes ideológicos. Tenía bastante experiencia militante.
Durante el segundo gobierno justicialista había sido huésped en la cárcel de
Avda. Las Heras. Luego pasó al exilio en Uruguay y, años después de esa
persecución política, recibiría una disculpa firmada por Juan D. Perón -quien
experimentaría por más de 15 años una situación similar-.
Lantendorf perteneció a aquella generación que supo entender los procesos
latinoamericanos y sus alcances desde una perspectiva de democracia socialista.
En 1966 viajó a La Habana para participar de la Conferencia Tricontinetal, con
representantes de Asía, Africa y América Latina.
De los años de plomo mucho no contaba. Tras la crisis institucional de 2001
ocupó el cargo de legislador porteño. Se dio el gusto de negarle un apretón de
manos al empresario Daniel Hadad y de obligarlo a retractarse en Tribunales por
las calumnias constantes que éste hiciera sobre su figura desde el programa
televisivo Después de Hora.
Latendorf nunca renunció al Partido Socialista Auténtico a pesar de su
distanciamiento formal. Estaba esperando que lo echaran y recordaba, con
particular ironía, que todavía la Iglesia Católica se resistía a excomulgarlo a
pesar de su insistencia y publicación de solicitadas en los diarios.
Probablemente, la vuelta de las cenizas de Aníbal Ibarra a la política haya
precipitado sus intenciones de pasar al otro lado del mapa terrenal para retar a
duelo a los responsables de este universo injusto, olvidadizo y poco solidario.
Latendorf se fue el mismo día en que el electorado porteño retrocedió hacia su
pasado reaccionario, sin medir las consecuencias de la reiteración de esos
errores. Sin duda su muerte es un hecho político. La astucia del destino no pudo
evitarlo. Quería cambiar el mundo y no dejó de sembrarlo, con la publicación de
infinidad de artículos y el auspicio de múltiples experiencias de creación
política.
En todos sus años de lucha nunca bajó los brazos. El domingo quedó su puño
izquierdo en alto. Seguía tan o más convencido que en aquellos convulsionados
sesenta, que el mundo cambiará de base y, como dice el himno proletario, que "en
la lucha postrera nuestra unión triunfará, (y que) la internacional (socialista)
será la humanidad".
Su genio seguirá sonando en la montaña y en su antorcha la erupción.