Los datos macroeconómicos cierran, como
acostumbran a decir los economistas del establishment. Y es relativamente
cierto, el PBI sigue creciendo a tasas chinas, las reservas internacionales
suman sin pausa, los superávits gemelos se mantienen, más allá de las
estacionalidades, el consumo crece sin solución de continuidad y el "viento de
cola" de la economía mundial no parece detenerse por ahora.
Claro no todo son rosas. La acumulación de reservas genera problemas, mantener
el tipo de cambio tiene su costo, la inflación amenaza, a pesar de los
"retoques" del INDEC, la balanza comercial se complica, y la cuestión energética
es un problema. Se reinicia la puja distributiva, y la brecha entre ricos y
pobres no se mueve.
Un rumor comienza a circular, se esperan dos años más de crecimiento pero no
habría perspectivas en el largo plazo. ¿Qué hay de cierto?
Recuperación cíclica y tasa de crecimiento
Ya es un lugar común decir que la economía argentina atraviesa un ciclo
expansivo sostenido y es así, luego de 19 trimestres consecutivos el PBI muestra
un alza superior al 45% respecto del punto más bajo de la crisis y de más del
15% sobre 1998.
Para los analistas esto significa que se ha salido ya de la fase de recuperación
cíclica y se encuentra en una de crecimiento.
Al ingresar en su quinto año consecutivo la economía está pronta a redondear un
ciclo inédito. Hay que remontarse a los principios del siglo pasado, para
encontrar cuatro años, 1903/1906, con tasas promedio del 10%, o a la década
1964/1974 con un promedio del 6%.
Esa década forma parte de la llamada "era dorada" del capital, ese ciclo de
larga duración -1945/1975-, único e irrepetible, iniciado en la segunda
post-guerra. En Argentina el impulso inicial de aquel ciclo se dio bajo el
primer peronismo. En el se profundizó la intervención estatal, la regulación y
reorientación de la economía, que en rigor ya venían de años anteriores, y sobre
todo desde el Estado se promovió una profunda redistribución de ingresos.
El período clave duró solo tres años -1946/48-, sin embargo modeló,
interrelacionado con la economía mundial, un largo período histórico.
La experiencia muestra que lo que importa no son sólo las altas tasas de
crecimiento en la fase de recuperación cíclica, que suelen compensar las
pérdidas anteriores, sino lo que deja esta fase como tendencia hacia adelante.
En este sentido no deja de ser sintomático que por estos días sectores
empresariales, grupos de presión, núcleos de intelectuales críticos, comiencen a
pronunciarse sobre la ausencia de planes y programas de mediano y largo plazo
para orientar la economía.
Conviene recordar aquí que las diferentes fases de los ciclos por lo general no
se inician por decisiones pensadas, sino que es la interrelación de
acontecimientos, de fuerzas complejas que empujan las mismas y después se toman
iniciativas desde el Estado. Por ejemplo en la Argentina el periodo de
industrialización por sustitución de importaciones (ISI) dio comienzo en forma
vacilante, como continuidad de tendencias anteriores a raíz de la gran crisis y
la Guerra Mundial, recién luego de unos años tomó un carácter deliberado e
intencional, con una más que activa participación estatal.
Ganancias e Inversiones
Las tasas de ganancia e inversión son datos decisivos cuando se trata de mirar
más allá de la coyuntura.
El pasaje del tipo de cambio del 1 a 1 al 3 a 1, utilizado como salida de la
crisis, favoreció rápidamente las exportaciones al mismo tiempo que protegió el
mercado interno operando como un freno a las importaciones. La consecuencia más
directa fue una rápida recomposición del beneficio empresario.
La tasa de interés y el salario han sido dos componentes centrales de esta
recomposición. La primera resultó prácticamente nula, especialmente en los
primeros años de este ciclo, porque las empresas financiaron mayoritariamente
sus necesidades de capital operativo con fondos propios. Aún hoy el uso del
crédito por las empresas es sólo del orden del 10% del PBI cuando en 1998 lo era
del 28%.
El cuanto al salario fue pulverizado por la macrodevaluación y su recuperación
es muy lenta, y los es especialmente entre los trabajadores en blanco del sector
privado -apenas un 20% de la fuerza laboral- mientras que los salarios de los
trabajadores en negro y los empleados públicos mantienen una retraso superior al
40% respecto del momento anterior a la crisis. Si a esto le adicionamos los
altos índices de precarización y flexibilidad laboral, es comprensible que el
Ministerio de Economía informara recientemente que como resultado de la mayor
productividad los costos laborales en la industria cayeran un 20% respecto de
1997.
La otra variable decisiva para la evolución del ciclo es la tasa de inversión.
En la fase descendente cae más rápida y más profundamente que el PBI, en tanto
que en la de ascenso se recupera más lentamente. Es que las decisiones de
inversión necesitan un tiempo de maduración, en el que cuentan tanto
consideraciones económicas como políticas.
En el 2006 la inversión se ha recuperado y está ya un 20% sobre 1998, sin
embargo si se desagrega se verifica que un 60% está impulsada por la
construcción, especialmente residencial, en tanto la pública si bien está
creciendo alcanza sólo al 3% del PBI.
La inversión en Bienes Durables -Maquinaria y Equipos- que es determinante para
la ampliación de la capacidad productiva y la actualización tecnológica está ya
igualando a la del año 1998, no obstante un análisis detenido muestra que en
este rubro se computan la telefonía celular, los equipos de aire acondicionado y
últimamente generadores de energía. Quienes los importan lo hacen previendo una
crisis energética que, vaya paradoja, se podría producir precisamente por falta
de inversiones en el sector.
Aquí radica la causa de que tanto optimismo en el presente tenga como
contrapartida incertidumbre o ausencia de perspectivas en el mediano y largo
plazo. No hay inversiones de fondo para ampliar la capacidad instalada, para el
aggiornamiento tecnológico ni para mejorar la infraestructura.
¿Y el Estado?
Es la falta de acumulación de capitales, la ausencia de un fuerte impulso
inversor, lo que está en la base del proceso inflacionario, de la crisis
energética, del fracaso de las privatizaciones de servicios públicos -correos,
aguas, ferrocarriles, carreteras… Por si algo faltara el caso Skanska está
sacando a luz la corrupción en el sistema de contratación de obras públicas, con
lo cual se demoran aun más las inversiones previstas.
Estudios locales muestran que son pocos los capitales que invierten en nuestro
país con un horizonte mayor a tres años, en tanto que en la reciente reunión del
Foro Económico Latinoamericano en Chile -ver La Arena del 18/6 - Argentina fue
rankeada entre los últimos puestos de la región para invertir en obras de
infraestructura.
Si los capitales internacionales fluyen con cuentagotas y la actitud de los
locales abre serias dudas sobre la vocación de la llamada "burguesía nacional"
sólo queda, una vez más, el Estado. Los próximos años serán decisivos.