Argentina: La lucha continúa
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Votarlos o votar en blanco es una cuestión de memoria, principios y realidad
Hugo Alberto de Pedro
¡Vayamos otra vez a las urnas. Viva la democracia! No gocemos
del Estado de Derecho. No deliberemos ni gobernemos porque para ello están
nuestros representantes y autoridades. Tampoco nos atribuyamos derechos del
pueblo -aunque lo somos-, ni peticionemos -aunque sea en nuestro nombre- para no
ser considerados sediciosos. No reclamemos por nuestros derechos más allá de lo
que nuestros gobernantes están dispuestos a permitirnos, ni siquiera pidamos
gozar de la protección de las leyes.
Pero eso sí: Tenemos que ir a votar. Debemos ir a votar.
Porque así ejercitamos nuestros derechos políticos arreglándolos conforme a la
soberanía popular. Además porque el voto es obligatorio. Reivindiquémosle su
representativa y republicana forma de gobierno.
A esta altura ya no interesa que los partidos políticos
nos informen sobre el origen y el destino que dan a sus fondos, como tampoco que
den a publicidad sus patrimonios. En todo caso es un pequeño detalle. Porque ya
sabemos que son las instituciones fundamentales del sistema democrático, tan
democrático como exclusivamente representativo.
Además tenemos la garantía sobre la organización y
funcionamiento democrático de los partidos políticos que han dado oportunidades
a las minorías y sus candidatos han surgido de la competencia exigida para la
postulación a los cargos públicos electivos. Léase elecciones internas
inexistentes.
Sabemos además que han informado al pueblo y difundido sus
ideas. Si algún fallo en ellas se ha producido es solamente un detalle sin menor
importancia.
Todo esto lo sabemos, porque en más o en menos, así lo
establece y ordena nuestra Constitución Nacional.
Pero como sostuvo Aristóteles que "La única verdad es la
realidad" considero que estamos muy alejados de todas estas quimeras
constitucionales. Aunque indudablemente debemos seguir defendiéndolas y
protegiéndolas aunque más no sea para el beneficio de los "elegidos" políticos.
Y vaya si es imprescindible para nosotros los habitantes de la República
Argentina.
El próximo domingo un nuevo Jefe de Gobierno será elegido
para la conducción política y ejecutiva de los destinos de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, sin más la Capital Federal. Será Macri o será Filmus. O será
Filmus o Macri.
Algunos nos quieren hacer creer que existe un abismo entre
ambas propuestas, la del autodenominado progresista y transversal gobierno
nacional y la de la derecha vernácula, prebendaria e intolerante. Entonces
tenemos todo el derecho de creer tal realidad (aunque no sea la verdad), porque
de lo contrario deberíamos suponer que los millones de pesos gastados en afiches
nos han mentido, que esas frases vacías por doquier o esas fotos de famosos han
sido visiones de nuestra imaginación. Que las escasas y famélicas propuestas son
producto de nuestra falta de entendimiento y capacidad de aprehender, no de
aprender, los idearios de estos personajes de la política.
Pero también sabemos que el lunes próximo, y los otros
tantos lunes venideros nos encontrarán en una situación similar a la que hemos
padecido desde hace muchos años, casi tantos como los que podamos recordar en
nuestra historia. Ellos, los políticos, nos podrán hablar de que "Va a estar
bueno…" o bien "Porque tenemos convicciones…" y realmente están en todo su
derecho de decirlo.
Tanto como está en nuestro derecho el no creerles.
Porque plegarnos masivamente y sin memoria a las consignas
vacías, es tan peligroso como desestimarlas sin miramientos sobre las
consecuencias que podrán producir en el futuro. La vuelta al pasado funesto o el
aumento del hegemonismo asfixiante.
Que bueno y saludable sería para muchos poder ir a votar
convencidos por una u otra opción, más allá que si escarbamos un poco nos
costaría encontrar historias, compromisos y pertenencias que no los encuentren
unidos en un mismo historial de pertenencias, corrupciones y mentiras. Cuan
partícipes de un deleznable e injusto estado de la situación, tanto pasado como
actual.
Pero también nos asiste el derecho de dejar que sean otros
conciudadanos los que "convencidos ideológicamente" decidan sobre el futuro
gobierno que quieren, y entonces que vayan y voten por cualquiera de estas
opciones ofrecidas en éste mercado lucrativo e impúdico de la política nacional.
Es un derecho tan digno, el de ellos, como el que
sostenemos los que pensamos que no debemos ser condenados y obligados por una de
las dos opciones, cuando cualquiera de ellas es repugnante a nuestras
convicciones sobre el futuro que deseamos; y porque sabemos perfectamente de
donde vienen y hacia donde van.
Votarlos o votar en blanco es una cuestión de memoria,
principios y realidad.
21 de junio del 2007
Fuente: lafogata.org