Argentina: La lucha continúa
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Sobre lo nuevo e inexplorado. O cómo volver de lo electoral a lo político
Daniel Campione
Se pueden encontrar fenómenos de interés, representados por una
multiplicidad de grupos, en especial juveniles, que intentan construir un
significado nuevo para la acción social y política, a partir de la impugnación
práctica y concreta de las prisiones trazadas por la concentración de capital y
la representación política
La sociedad argentina vive un año, el 2007, signado por múltiples procesos
electorales, que culminarán con los comicios que elijan nuevo presidente de la
Nación, allá por el mes de octubre.
Los preparativos para esas elecciones revelan al menos tres rasgos ampliamente
predominantes:
1) La virtual descomposición del conjunto de los partidos políticos, con bases
desmovilizadas o directamente ausentes, quiebra acelerada de la disciplina
partidaria y ausencia o disolución de identidades ideológicas o al menos de
culturas políticas más o menos definidas. Categorías tan elementales como
gobierno u oposición aparecen difíciles de asir si se pretende incluir las
fuerzas políticas en uno u otro término, y lo que operan son coaliciones de
ocasión, de integración variopinta hasta lo sorprendente.
2) El predominio de un pensamiento que atraviesa a todos los conglomerados
políticos en cuánto a lo intangible de la organización de libre mercado y de la
democracia representativa tal cual las conocemos. Ocasionalmente se acusa a los
oponentes de no respetar lo suficiente alguno de esos elementos "intocables",
pero se proclama sin cesar la adhesión propia a los mismos.
3) Aun dentro de los límites que marca el punto anterior , el debate político se
halla muy empobrecido, con todas las corrientes con peso electoral tratando de
ocupar de alguna manera un espacio al que bautizan "centroizquierda" o "centroprogresismo",
sea en exclusividad o admitiendo que sus respectivas coaliciones contienen
también componentes de "centroderecha", y por tanto eludiendo definiciones
tajantes en cuestiones centrales.
Los que juegan a la oposición tienden a endilgar al gobierno un supuesto
"autoritarismo" indistinguible de la universal y prolongada tendencia a
concentrar facultades en los órganos ejecutivos de gobierno, y ensayan un
discurso liberal republicano, que en no pocos se ve desmentido por sus
trayectorias anteriores. Quiénes practican el oficialismo magnifican las
discontinuidades realmente existentes entre el gobierno Kirchner y sus
antecesores, tentando presentarse como partícipes de una épica labor de
renovación, mientras tejen múltiples acuerdos con rancios representantes del
establishment económico, sindical y cultural, además de recoger las adhesiones
del grueso de un Partido Justicialista que supo apoyar a Menem y luego a Duhalde,
durante más de una década.
A esta altura se preguntará el lector qué hay a la izquierda de este panorama, y
acaso quiera indagar también acerca de qué ha ocurrido con el clima de protesta
social y movilización generalizada de unos pocos años atrás. La respuesta más
directa y obvia sería exhibir una vez más el cuadro de unos partidos de
izquierda que en absoluto han escapado al proceso de debilitamiento y
fragmentación que afectó a fuerzas más conservadoras. Allí se ve a quiénes
procuran, en ocasiones con piruetas algo patéticas, reubicarse en el mapa
político tradicional, y brindan su apoyo a algunas de las variantes "centristas"
por default que describíamos al comienzo. Agrupaciones políticas y movimientos
sociales contestatarios tienden a entibiarse al calor de la capacidad de
cooptación del actual gobierno, con las facilidades que para ello otorgan tanto
el sostenido crecimiento económico como los arrestos "progresistas" de la
gestión Kirchner, o buscan espacio en fuerzas de oposición que nada tienen que
ver con lo que sostuvieron hasta ayer nomás.
Otra buena parte de la izquierda rechaza de plano cualquier cooptación o alianza
con la mera administración de lo existente, pero a la hora de hacer política
sólo atina a repetir las consignas y liturgias de siempre, ampliamente
ineficaces más allá de sus respectivos (y reducidos) núcleos de partidarios. Su
discurso y sus prácticas siguen empantanados en un "marxismo-leninismo" que
pierde significado, al halarse asfixiado en pequeñas sectas que no parecen
registrar las modificaciones de la realidad circundante.
Entonces, si la mirada se limita a lo ya más o menos habitual, a lo más
frecuentemente reflejado por los medios de comunicación, no registrará más que
estímulos para la desolación y la apatía; salvo que opte por el apasionamiento
por cuestiones tan raigales como el modo de medir el índice de inflación o la
mejor manera de administrar las relaciones entre gobierno e Iglesia en un
momento no particularmente cordial del desarrollo de las mismas.
Un examen más atento, menos ligado al juego político convencional, puede
encontrar fenómenos de interés, representados por una multiplicidad de grupos,
en especial juveniles, que intentan construir un significado nuevo para la
acción social y política, a partir de la impugnación práctica y concreta de las
prisiones trazadas por la concentración de capital y la representación política.
Desde las bases, en procura de una concepción tan amplia como directa de la
democracia, cuestionando la idea de partido revolucionario en búsqueda de nuevas
respuestas a preguntas a su vez renovadas sobre los sujetos de la transformación
social, sólo un observador superficial puede confundirlos con una resurrección
pura y simple del anarquismo, o con un mero rechazo juvenil a toda práctica que
incluya organización y disciplina.
Poseen ambas a su manera, y entre ensayos, errores y discusiones, intentan
incluso su propia mirada internacionalista, atenta sobre todo a procesos
latinoamericanos que, como los de Venezuela y Bolivia, les merecen una reflexión
crítica diferenciada tanto del rechazo adocenado como del apoyo indiscriminado.
No rechazan toda concepción del poder, sino que intentan pivotar sobre una
práctica de construcción de poder popular, que por fuerza entraña plantearse la
"guerra de posiciones" y abandonar ensoñaciones de "asaltos" exitosos a unas
relaciones sociales cuyas sedes múltiples impiden el pensar en "tomarlas" como
paso previo a su destrución rápida y definitiva. No por eso dejan de pensar en
términos de emancipación humana incompatible con la persistencia, no sólo del
capitalismo, sino de una trama de relaciones opresivas que exceden el campo de
las de producción. Se proponen, en definitiva, la revolución, por otros medios
que los del imaginario revolucionario tradicional.
No en vano algunos de ellos comienzan a denominarse nueva-nueva izquierda, lo
que los relaciona indirectamente con los años sesenta, al referirse tanto a la
necesidad de superar de nuevo a una izquierda envejecida, que ya no es sólo la
tradicional, sino la que aun blasona de "nueva" desde las páginas de La Nación
y/o la comodidad de los despachos oficiales.
Cabe hacer el ejercicio de vincular la existencia del anodino campo de la
política tradicional, incapaz de desplegar confrontaciones sustantivas, con
estos emprendimientos novedosos, casi no registrados por aquéllos (salvo, a
veces, para intentar descubrir sectores "integrables" que permitan oxigenar un
sistema político con señas de raquitismo). Los múltiples y heterogéneos grupos
que buscan desplegar "poder popular" necesitan, tal vez, de mayor articulación
que no equivale a simplista "unidad" , de hacer sentir con más fuerza su voz
impugnadora del entierro de la política en aras de las fanfarrias comiciales
públicas, y el gerenciamiento de negocios privados.
Pero allí están, crecen, traen la voz de las rebeliones latinoamericanas que
signaron el cambio de siglo, recuperan la contestación al capitalismo en
particular, y a la sociedad de clases en general. No se conforman con una
sociedad "algo más equitativa", no apuestan a fortalecer las "instituciones
republicanas". Comisiones internas, movimientos de desocupados, organizaciones
barriales, centros culturales, agrupaciones estudiantiles; las formas que
adoptan en la base pueden ser muchas. Tal la pluralidad debería tornarse una
riqueza a desarrollar, no una traba a superar, las formas de asociarlas no
pueden ser reductibles a pactos de dirigentes o encuadramientos de manual.
No se llenan la boca con las viejas y venerables palabras: "revolución",
"socialismo", sino que tantean el esfuerzo intelectual y político de
encontrarles un significado acorde a los tiempos que vivimos, sin ceder por ello
un tranco en el empeño de transformar radicalmente el orden existente.