Argentina: La lucha continúa
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Fuego en la conciencia
Daniel Gamboa
Ocurriò en Rosario. Un niño de 17 años de edad, encontró la muerte en una
celda del Instituto de Rehabilitación de Adolescentes, en donde se encontraba
alojado por considerárselo vinculado al robo de una motocicleta en la que
falleció su conductor por disparo de un arma de fuego. Según informe forense, su
cuerpo ardió en un 80 %.
Néstor S., es hoy un niño muerto. Su vida no fue la de
un niño. Fue, la de un menor. Dirán los entendidos que la categoría infancia a
la que apelan recurrentemente la Sociología positivista y el derecho vigente, no
pudo comprenderlo.
Como a su madre y su entorno,
no les dio para vivir en el sistema social, el Estado tomo cartas en el asunto,
y lo deposito en ese estigma que significa ser considerado "Un Menor",
lejos de tratarlo como sujeto y cerca de manejarlo como cosa.
Solo siendo una cosa y no un sujeto,
es que puede decirse sin duda, que Néstor se incendio. Si su vida hubiera sido
la de un niño, estaríamos hablando de tragedia. Pero como Néstor no pudo para
nuestra cultura dominante ser otra cosa que un "menor", es posible que
terminemos tratando de explicar un "accidente".
Como "menor" nunca tuvo acceso a otra
cosa que a carencias. Faltantes que le vinieron desde el nacer. Ausencias que su
madre no pudo llenar , y que alcanzaron únicamente para cubrir, las
miserias compartidas de un barrio, con barro, con inundaciones, aguas servidas,
pegamento, marihuana o lo que fuera.
Tala vez porque su
paso por estas tierras, no fue otra cosa que un infierno, el fuego pasó a ser su
único elemento esencial. Es lógico, como podía él saber que los griegos, en lo
antiguo de esta humanidad, también hablaban del agua y el aire. Como iba a
pensar en el aire, si tenia bien claro que nunca podría volar, y que el fuego,
como lo dice el forense, en ese sitio paradójicamente frió en el que se
encuentra ahora su cuerpo :"le afectó sensiblemente las vías respiratorias.
Acaso, también
porque nunca supo aspiraciones que pasaran del deseo de moverse en tener
una moto como la que tanto tiempo viò pasar por aquella avenida signo de
la cultura incluida en el sistema , cercana y lejana de su único y posible
hogar: la calle.
Es
evidente, como iba a saber Néstor S , que irse de un Instituto de Recuperación
de Adolescentes, iba a ser considerado una fuga. Si él, como dice Troilo, nunca
se fue de su barrio, siempre estaba volviendo, y en su barrio, "casualmente"
estaba el IRAR. Allí dieron con él los enviados del orden establecido, que
buscando protegerlo " de la situación de riesgo en que se encuentra" (Sic) ,
ordenaron, que volviera tras sus muros, a rasguñar esas piedras frías y
desoladas de la habitación 9, pabellón A, donde fueron a dar sus huesos en esa
noche de martes.
Frió y desolación para un
"menor" , nunca niño, "dispuesto en su resguardo", en razón de su abandono y por
considerárselo en situación de riesgo. Fuego, incendio y humo, para salir a
sangre y muerte de esa tremenda hipocresía.
Humo, fuego,
muerte, tristeza e impotencia, hace unos días atrás, rodearon la muerte de
un maestro, en una ruta del país, por unos mangos más de salario. Humo, fuego,
muerte, tristeza e impotencia, por un niño, que tampoco alcanzó a saber de la
escolarización, un hogar, una mesa tendida, y el olor a tomillo y cocina del que
nos habla Serrat, en el camino de regreso a mamá.
Que la
impotencia no nos gane. Que el dolor nos ilumine. Que la mentira se muera y la
justicia le de color a nuestros vínculos. Que nadie merezca ser "rehabilitado en
un instituto". Que no haya rehabilitadores ni desviados. Que el fuego,
encienda nuestro espíritu y no dañe nuestros cuerpos, para que podamos terminar
de una vez por todas con este orden perverso de cosas.