Parodia sacra dividida en por lo
menos dos actos oficiales. Sin epílogo
Dos demonios
Mariano Reyna
Primer acto:
Un hombre con investidura descuelga el cuadro de otro con traje militar.
Aplausos.
Segundo acto:
Ese hombre reparte chocolate caliente en carros militares y organiza un
espectáculo rodeado de artistas populares.
Aplausos.
Tercer acto:
Ese hombre insiste en repetir la obra y quiere ser ese hombre pero no se anima.
La comedia trastoca en tragedia. Los actores pelean por el protagonismo. Se
dividen en el escenario. Leen cartas. Documentos cruzados. Gritos, empujones y
golpes.
No hubo aplausos.
El hombre que se inventó a si mismo aprende rápido. Y organiza entonces dos
actos oficiales. Evita ir acompañado de quien quiere ser esa mujer al histórico
lugar de encuentro. Sabe que tendrá que echar a esas columnas políticamente
incorrectas de la plaza. Envía entonces emisarios con banderas para ocupar los
principales espacios de visibilidad y organiza un acto paralelo con la primera
compañía en un teatro controlado.
Aplausos en línea jerárquica potencian su impostura verbal. Está bien. No hacen
falta los personajes de "todo por dos pesos" para sumar aplausos. La escolta no
sabe aún si es una obra cinematográfica escrita por Lars Von Trier pero escucha
los ladridos.
Final heroico y abierto hasta el próximo aniversario. Aplausos. Recuperación de
la memoria histórica y telón sobre el presente. La intolerancia hace de sus
errores mártires. Uno que no lo fue, por esas cosas del destino, se arrimó a la
plaza.
El hombre podría haber doblado la esquina de los setenta con su potestad para
anular los indultos pero no se animó. Tampoco permitió a su tropa legislativa
que revierta el triste papel escrito en las leyes de impunidad y acelerar así el
cierre a un proceso que mantiene abiertas las heridas en los laberintos
jurídicos, beneficiando con lesa humanidad a octogenarios y no tanto.
Avestruz
Una vez un militante de izquierda que sí dobla los setenta y que, como otros
tantos conoció de cerca la prisión política en una cárcel donde también hubo
fusilamientos, sintetizó (para alentar a quienes a veces flojean cuando el
Tsunami de la conversión arrasa) que los movimientos políticos y sociales se
mueven como la marea, pero siempre dejan huellas sobre la orilla a pesar de las
tropelías de sus dirigentes.
Por eso insistió luego, en que debemos continuar lidiando con las prácticas
fenicias de los hombres de negro que suelen ocultarse tras los sellos de algunas
organizaciones sociales. Todos ellos pasan y las instituciones quedan a pesar
del manoseo constante.
En su discurso el hombre nada dijo sobre el silencio cómplice de la sociedad que
preparó la entrada militar un 24 de marzo. Tampoco pensó un instante sobre
cuáles son los cuerpos en peligro por un juego que ya superó la retórica de
estampar remeras con el pasado. Sabe que los primeros no llevan escolta y que la
cadena siempre cuelga del cuello de otro.
No importa. Todo vale en el artefacto político. Incluso que uno de esos hombres
de negro comparta casa y campo golf con un viejo adversario. Ambos custodiados
por empresas de seguridad privada controladas por esos otros hombres que en su
curriculum tienen un espacio vacío entre 1976 y 1983, habilitadas por un
ministerio del Interior que no se detiene en pequeñeces del pasado.
El orden de los factores no altera el producto. Ambición, egoísmo o delirio de
poder conducen a un mismo resultado pragmático. Le dicen planificación
estratégica aunque se trate sólo de marketing en instantáneas para hombres sin
sombra que trafican con el pasado.
Para ello deben pactar con todos los sectores al unísono y, a lo mejor, negociar
un intercambio de fajina cuando la cosa pública se pone fea. Los belices afuera
de vez en cuando, con la esperanza lejana en una joven clase dirigente que debe
comulgar con camadas anteriores. Y prometer a sus maestros no repetir los actos
envilecedores de ese pasado (que no conocen).
Compleja paradoja para un funcionario en carrera, a la que no pudo escapar ni el
propio hijo de una abuela comprometida, que prefirió por acto reflejo el
silencio, y al día siguiente un comunicado formal en lugar de dar explicaciones
por la falta de quórum. Quizás porque no tenía nada que decir, sino hacer, para
no aceptar en la arena pública la incómoda posición de un ortodoxo axelismo a la
inversa, que pone nuevamente en posición la perversa teoría de los dos demonios
para justificar sus actos.
Silencios
Peor aún que el tal vez más representativo heredero periodístico de Rodolfo
Walsh haya claudicado por una banca y bajado inexplicablemente la pluma para
guardar en el sótano del ocaso literario el diario de un clandestino y sus
recuerdos de la muerte.
Que los seguidores de ese presidente que no fue hagan olas a espaldas de Rodolfo
Ortega Peña o terminen como simples procuradores de una nación sin historia
cultural, que no niegue el presente en su afán por imponerse.
Cuando baje la marea y los brillos nocturnos será el tiempo de caminar por la
playa. Esperemos que esta vez el resultado no sea el de los vuelos de la muerte.
Por ahora los ladridos tapan todo. Quienes han visto Dogville saben que el único
sobreviviente fue el perro. Perro viejo no come ni deja comer.