Argentina: La lucha continúa
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Una política independiente del estado.
Jorge Luis Cerletti
La Fogata
Promover una política independiente o a distancia del Estado es quizás el mayor
desafío que enfrentan las nuevas tendencias que afloran hoy. Es que la
construcción de otro tipo de organizaciones que impulsen la emancipación
presenta una doble exigencia. Crearlas en oposición a la ancestral cultura de
poder, potenciada por el capitalismo que la expande en todo el mundo, y lograr
despegarla de la gravitante influencia del Estado. Como éste constituye el
principal dispositivo macro reproductor de dominio que organiza la vida social,
se plantea una conflictiva convivencia durante un tiempo impredecible. Esto
configura un obstáculo mayúsculo porque la sociedad, en general, está reglada
por sus instituciones y la gran mayoría ve al Estado como la única forma posible
de organizar la convivencia humana.
Antes de proseguir, vamos a señalar una diferencia importante: una cosa es el
Estado y otra son los gobiernos que alcanzan su control. Mientras que
el primero consiste en una creación histórica que permite sostener la
dominación, los segundos, surgen de las luchas sectoriales y de clases para
imponer su hegemonía a través del control del Estado. En ese interjuego se da la
variedad de la vida misma. Mas el Estado, en su carácter estructural, semeja un
molde que asimila contenidos variables que engendran diversos "productos", pero
todos emergen de la misma matriz. Esto plantea una permanente e irresuelta
contradicción entre las políticas tradicionales que remiten al Estado y que
aparecen como insoslayables en el presente, toda vez que intenten políticas
tendientes a la emancipación.
Asimismo, la interrelación Estado-gobiernos se manifiesta en las distintas
coyunturas (el "momento actual" según Lenin) cuya evaluación es relevante para
el desarrollo de las luchas políticas y la apreciación del papel que cumplen los
diferentes actores. Éste es el lugar de las interpretaciones que, traducidas en
acciones, comportan apuestas y riesgos. Son luchas que influyen directamente en
la existencia cotidiana de la sociedad, de allí la importancia del presente para
toda construcción con proyecciones emancipatorias.
El desafío para quienes planteamos que sujetos al marco estatal y a las reglas
del capitalismo es imposible terminar con la dominación, es construir
alternativas que conduzcan a una ruptura de dicho orden. Eso supone gestar
formas de organización política constitutivamente diferentes del Estado. Pues
estamos convencidos que funcionar a su imagen y semejanza conduce, a mediano o
largo plazo, a reproducir dominación tal y como demostraron, de modo
concluyente, las experiencias socialistas y de los movimientos de liberación
nacional cuando accedieron al poder. Este enfoque presenta situaciones
complejas, como ser la ubicación ante gobiernos de "izquierda", "progresistas" o
como se los quiera designar, cuando enfrentan la contradicción entre la
hegemonía del gran capital y las necesidades populares y plantean morigerar las
condiciones de explotación realmente existentes.
Entendemos que una diferencia sustancial entre los nuevos movimientos
emancipatorios de los que se desarrollaron en el pasado es la cuestión del poder
y su visión acerca del Estado, porque esto define la orientación de la
construcción política. Pero consideramos idílico pretender que en un breve lapso
se pase de culturas estatal-jerárquicas a otras en las que sea superflua la
existencia del Estado y prevalezcan formas de organización donde circule el
poder y se eliminen o estén controladas las relaciones de dominio. De allí la
importancia de la gestación de una nueva subjetividad y de las prácticas que se
desarrollen en los espacios en que cada uno deba actuar.
Un cambio de tal magnitud requiere una gestación desde abajo que multiplique
y articule las experiencias micro y cuyas redes vayan alterando la constitución
del tejido social existente producto de la hegemonía actual del capitalismo.
Ese cambio sustancial, que seguramente no será "químicamente puro", demandará un
largo proceso de luchas y de desarrollo cultural-político para poder generar una
ruptura con el régimen capitalista. Esto no significa una "espera" hasta que
llegue "la buen nueva" sino que exige desde ya un protagonismo individual y
colectivo en construcciones que desde su génesis impliquen rupturas micro como
prefiguración de una transformación social profunda. Y en ese proceso de
creación, que denominamos trayectos emancipatorios, se irán resignificando
luchas anteriores a la vez que se irán desarrollando otras originales
expandiendo una nueva metodología y concepción política. Y abundan experiencias
con características afines a este nuevo modo, en primer lugar el gran aporte del
zapatismo, y también de los movimientos sociales de Bolivia, de varios
emergentes de la crisis de 2001 en Argentina, de la movilización del pueblo de
Gualeguaychú en defensa del medio ambiente y de tantas expresiones micro
políticas que se orientan en tal sentido.
El desarrollo y la expansión de las ideas que ya circulan y que se reflejan en
las diversas experiencias que se están realizando en distintos ámbitos del
escenario mundial, generarán un prolongado período de tensión con y dentro de
las instituciones estatales. Y como es previsible, la gravitación de dichas
instituciones y de la política tradicional perdurará por mucho tiempo.
A este interregno aludimos con el difuso término del "mientras tanto".
Pero si se lo interpreta como un paréntesis indefinido producto de las
condiciones y prácticas existentes tomadas como lo "único posible", y se deja
para el futuro la construcción de organizaciones de nuevo tipo, en la práctica
se eterniza "el mientras" y los nuevos intentos por la emancipación asumirán el
carácter de bellas utopías irrealizables.
En cambio, el campo abierto por quienes impulsan nuevas políticas hacia la
emancipación está creando un espacio inédito con diversidad de matices. Y dentro
del mismo se presenta el problema de cómo situarse frente a la emergencia de
varios gobiernos que reivindican su pertenencia al campo popular. Al respecto
pensamos que es erróneo no diferenciar los momentos y los distintos actores
políticos perdiendo de vista las contradicciones que generan y su incidencia en
la sociedad. Esto no significa renunciar a los principios constitutivos de esta
nueva concepción que está madurando, ni confundir lo coyuntural con la política
propia que promueve otras ideas y cursos de acción. La que se desvirtúa si se
asumen gestiones estatales incorporándose a proyectos ajenos en función de
presuntas "ventajas" coyunturales quedando así prisioneros de la política
tradicional y, de hecho, renunciando a abrir nuevos caminos hacia la
emancipación.
En concordancia con lo anterior surge la propuesta de una política
independiente del Estado. La cual supone gestar organizaciones
independientes que practiquen una metodología donde circule el poder, o sea, que
las decisiones no se concentren en cúpulas que se perpetúen en la conducción,
sino que roten en función del crecimiento y protagonismo de sus miembros. Sin
duda será un proceso azaroso, con marchas y contramarchas y donde, entre otras
cosas, habrá que ir resolviendo el problema de la representación. Pero si no se
define la direccionalidad de los esfuerzos y dónde emplear el mayor caudal de
energía, mal se puede pensar en gestar algo nuevo que tienda a la emancipación.
Es por ello que se hace necesario reformular los conceptos de
vanguardias y cuadros políticos que privilegiaron la construcción desde
arriba y soslayaron la diferencia entre las masas y quienes se destacaron por su
capacidad, resolución y formación. Ciertamente esas cualidades fueron decisivas
en los procesos que cristalizaron en las revoluciones triunfantes y en la
conducción de los movimientos revolucionarios en general. Mas el ejercicio del
poder en las organizaciones que crearon giró alrededor de niveles jerárquicos
que funcionaron mediante la representación, o sea, con una configuración
semejante a la del Estado. Y eso produjo el efecto nocivo de distanciarlas de la
mayoría de la población.
Sin embargo, es indudable que durante mucho tiempo subsistirán los grandes
desniveles socio-económicos y culturales que explican en buena medida el
surgimiento de líderes y dirigentes quienes, a pesar de sus buenas intenciones,
reproducen jerarquías que obstaculizan la socialización de la política. Tengamos
en cuenta que esa característica está encarnada tanto en los que mandan como en
los que obedecen estimulando la naturalización de lo que es un efecto
estructural de la dominación.
Debemos considerar entonces que la perduración de esos desniveles fomentarán
continuamente la existencia de las "vanguardias" tradicionalmente elitistas. Y
para que éstas asuman un nuevo rol que supere la experiencia pasada y que
desdiga lo que el propio término alude, se deberá librar, desde su constitución
inicial, una lucha sostenida contra todo formato político que instaure lugares
de poder estables como patrimonio de individuos y/o de grupos. Luego, concebimos
como principio irrenunciable de una vanguardia de nuevo tipo la gestación de
condiciones para que se socialice el poder haciendo que circule y roten las
funciones en un proceso cada vez más amplio. En suma, que el desarrollo de esa
praxis sea parte de un abajo que se irá reconfigurando y que absorberá a las
circunstanciales vanguardias que se negarán como tales en un trayecto que dará
lugar al creciente protagonismo de la sociedad.
Ahora bien, un punto clave a resolver es el de la representación, máxime
cuando hoy la democracia representativa se ha transformado en uno de los
principales instrumentos al servicio del gran capital que ha impuesto su
hegemonía en el mundo. Esto produjo un notable divorcio entre los representantes
y los mandatos a los que se supone debían fidelidad. El sistema político y los
intereses a que responde no solamente encubren ese divorcio sino que garantizan
su existencia fundando su legitimidad sobre una imagen ideal que funciona como
un espejismo que es desvirtuado en los hechos. Ésa es la tendencia general que
no excluye momentos ni situaciones que expresan el ascenso de las luchas
populares reflejadas en el surgimiento de gobiernos que, presionados por éstas,
deben hacer toda suerte de equilibrios frente al poder del gran capital. Y éste
es el espacio de lo coyuntural que debe ser analizado en concreto.
Al considerar esta cuestión podemos quedar prisioneros de los hábitos adquiridos
o de las urgencias. Lo primero, por la vigencia de las prácticas que desligan,
en los hechos, la representación de los mandatos. Lo segundo, al dejarse llevar
por los deseos pretendiendo instalar en un breve lapso un cambio sustancial
generalizado que requiere una construcción sin plazos prefijados y una paciente
lucha cultural política. De lo uno, sobran los ejemplos. De lo otro, podemos
reflexionar acerca de muchas experiencias originales que resultaron cooptadas o
que se fueron diluyendo en la inoperancia. Sin embargo, si sostenemos que los
sujetos de cambio son plurales en cuanto a su origen de clase y su pertenencia
es con los de abajo, nos apartamos de la figura tradicional de un gobierno
clasista que representa a todos los oprimidos y nos orientamos en un sentido
diferente: el de crear un nuevo horizonte donde los gobiernos deberán ser de
y para los de abajo.
Para una tal política emancipatoria, la representación aparece como un
problema harto difícil frente a la necesidad de coordinar contingentes humanos
numerosos, en particular en las ciudades. Pero hoy resulta una cuestión
abstracta excluir la delegación de mandatos en representantes.
Pensamos que la representación todavía es tan necesaria como de alto riesgo su
ejercicio. Acerca de esto último ya hemos expuesto la contradicción que surge
del divorcio entre el poder que recae en un representante y el mandato que le
confiere un colectivo. Por eso nos parece productiva la formulación que se ha
hecho de sustituir el término de representante por el de vocero. Y no es
meramente un problema semántico debido a la carga que porta el primero, sino que
busca fusionar la representación con el mandato como expresión de la voluntad
colectiva.
Digamos que sobre esa cuestión puede haber puntos de contacto, en realidad de
confrontación, entre las construcciones de nuevo tipo y las emergentes de la
política tradicional. Estas últimas hoy se ven enjuiciadas por gran parte de la
sociedad por su nivel de corrupción y de connivencia con los grupos de poder
concentrados que generan la hegemonía imperante. Por supuesto que el descrédito
alcanzado no es total ni definitivo, en todo caso depende de las alternativas
que se creen. Sí traduce el deterioro de los partidos políticos que responden o
resultan dóciles, en mayor o menor medida, a los designios de las grandes
corporaciones y de las potencias rectoras. Luego, exigir transparencia a las
gestiones de gobiernos "progresistas" o que se precien de tales, es un planteo
que puede ligarse a un nuevo enfoque de la representación. Y con el mismo fin,
sumar la demanda de la revocabilidad de los mandatos es un modo de enjuiciar la
característica saliente de la "política" electoral y que ya forma parte del
folklore instituido: cuando son tiempos de campaña, llueven las promesas;
después, se suceden las componendas y "el realismo" que las entierra.
Impulsar esas exigencias contribuyen a desenmascarar la falaz retórica dominante
que oculta lo que debiera constituir una verdadera democracia y confrontarlo a
las políticas emancipatorias que desnudan las trampas de la representación. Pero
para que dichas políticas maduren deben desarrollarse organizaciones de nuevo
tipo donde la representación deje de ser un trampolín para la dominación y se
transforme en un servicio al alcance de todos. El zapatismo sintetizó esa
cuestión con la consigna de "mandar obedeciendo". Y nosotros, con igual
intención, podríamos sugerir un complemento: "servir, rotando la
conducción".------
Marzo 21 de 2007.-