Argentina: La lucha continúa
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Argentina
La gente de la tierra
Osvaldo Bayer
Llegamos a la cárcel de Marcos Paz. Vamos a visitar a seis presos. Campesinos
paraguayos. Trabajadores de la tierra. Presos en la Argentina.
Una sociedad no debe jamás ignorar sus cárceles. No como se hacía antes: se los
mandaba a Ushuaia, la Siberia argentina. Para olvidarlos allá y ya está. Rasgo
de una sociedad sobona y violenta.
Entramos al salón de visitas con sus paredes desnudas. Ni cuadros ni flores.
Bueno, no exageremos, Blumberg no lo hubiera permitido. La espera siempre
melancólica: presos. Sabemos lo que es eso. Entran seis paraguayos, humildes,
hijos de la tierra. Gente de campo, de los que plantan semillas, cabalgan
distancias, ordeñan lo que siembran. Para lo cual deben inclinar la espalda en
la Edad Media eterna.
Pero éstos no. Seis paraguayos que luchan para que la tierra sea de los que
trabajan o de la acción mancomunada de la cooperativa. En Paraguay, que siempre
lleva el signo de Stroessner. Ahora seguridad de Duarte Frutos y Bush. La
mescolanza que da la seguridad de que nada va a cambiar. El agua, ahora, como
antes el oro y el petróleo. El agua, señores, hay que asegurar su futuro. Y los
fuertes asegurarse el agua de los débiles dependientes.
Bush, republicano. La palabra república ya cambió de significado desde aquél de
la Revolución Francesa.
Antes de llegar a la cárcel hemos leído todos los papeles de la justicia. De los
dos lados. Los ochenta años que uno ha vivido no han pasado en vano. Por lo
menos en eso. No, no, ingenuidades no. La palabra terrorista ha pasado a usarse
con la misma multiplicidad que republicano. Un republicano puede ser tan
terrorista como un terrorista, republicano.
Con nosotros están los seis campesinos paraguayos, hablan la castilla pero
también el guaraní. Palabra por palabra nos relatan la tragedia. Más de un año
presos en cárceles argentinas. Sus familias, allá. Pero tres de sus mujeres han
venido hasta Buenos Aires para poder visitarlos. Trabajan aquí como sirvientas.
Sirvientas.
Nada menos que Blumberg, el inmaculado, acompaña a la línea oficial paraguaya.
Ha reafirmado con su presencia las acusaciones contra los proletarios de la
tierra. Sí, Blumberg acompaña personalmente la acusación contra la gente
campesina. Una acusación inverosímil. El gobierno paraguayo los acusa de haber
secuestrado y luego asesinado a la hija del ex presidente Cubas. Un hecho que
otras fuentes han atribuido a la lucha entre organizaciones mafiosas del
narcotráfico. Pero, claro está, la policía aprovecha para acusar a los
campesinos que quieren su tierra, para sacárselos de encima y, de paso, proteger
las organizaciones de la droga que pululan los estrados oficiales paraguayos.
Cuando comenzó la persecución los hombres del campo se presentaron ante la
embajada argentina pidiendo protección. Porque habían oído que la Argentina,
después de la era de la desaparición, se había convertido en la Tierra del
Asilo. Se trasladaron a Buenos Aires para, desde esta latitud, demostrar su
absoluta inocencia. Pero el Cepare (Comité de Elegibilidad para Refugiados) no
atendió sus razones. Blumberg sonrió satisfecho. Los perseguidos recurrieron a
la Justicia y, en primera instancia, el juez Lojo rechazó el pedido de manera
que los dejó sin defensas para ser extraditados hacia el país que los persigue.
El tema está ahora ante la Corte Suprema de Justicia. Ahí está ahora la
esperanza de estos luchadores de la tierra. Hasta ahora, la Argentina en vez de
refugio les dio cárcel.
Un hecho que hubiera movido a Emile Zola a escribir un segundo tomo del Yo
acuso. Sería muy noble que todos los hombres de leyes que tienen conciencia de
la diaria injusticia con los indefensos leyeran la resolución del juez Lojo que
podría resumirse en algo así como: "Bueno, si el gobierno paraguayo los pide,
hay que entregárselos". Y no exagero. Me gustaría, justo por lo que se juega
aquí, es decir, la vida de seis luchadores por la dignidad, invitarlo al juez
argentino Lojo a una mesa redonda pública a discutir uno por uno los documentos
de su fallo. Porque, nos repetimos: está la vida de por medio, la verdadera
vida.
Demostraríamos que hemos aprendido de nuestro sórdido pasado si todos los
organismos de derechos humanos de nuestro país tomaran a su cargo la defensa de
estos campesinos, víctimas de esta nueva Operación Cóndor. Pero también que lo
hicieran todas las iglesias y las asociaciones de abogados y juristas.
Creemos en la independencia actual de la Corte Suprema pero hay que respaldarla
con argumentos legales, humanos y principalmente de la defensa de la libertad de
los ciudadanos, por más que éstos sean pobres.
Y los presentamos: Gustavo Lezcano Espínola: "Mi familia es campesina; tengo
ocho hermanos. Comencé a trabajar a los ocho años en la agricultura. Somos de
creencia religiosa y nunca pertenecí a una agrupación política. A los 19 años
hice durante dos años el servicio militar. Y luego preparamos con los vecinos un
grupo de sin tierra para la ocupación de un campo improductivo de 5000
hectáreas, pero fuimos desalojados dos veces, una por la policía y otra por el
ejército. Fue el desalojo más cruel por los garrotazos en todas partes del
cuerpo boca abajo corriendo encima de nuestras cabezas y tirando con fusiles.
Había mujeres embarazadas y ellos decían que ahí mismo tenían que producir el
parto con garrotes y machetes. Hasta ahora hemos sufrido seis desalojos: con
maltratos, garrotazos; baleados, muertos. El 2 de marzo entramos a la Argentina
legalmente para solicitar refugio, porque ya era insostenible la persecución.
Recurrimos ante el Cepare para denunciar lo ocurrido pero ni siquiera se analizó
el caso. Fui detenido por la Gendarmería argentina. Hace diez meses que estamos
presos. El 14 de diciembre el juez argentino Ariel Lojo resolvió conceder la
extradición nuestra al Paraguay".
Basiliano Cardozo Jiménez: nacido en Caaguazú de una familia campesina y
humilde. "Comencé a trabajar a los 10 años. A los 15 me incorporé a la tarea
religiosa como catequista, donde aprendí a ser solidario con los más débiles y
amar a los oprimidos. Tuve que ausentarme de mi hogar por las permanentes
amenazas de secuestro y muerte que hacían los escuadrones de la muerte del
partido del gobierno. He recurrido al tratado internacional buscando protección,
solicitando refugio político al gobierno argentino. Fui detenido por la policía
argentina llevando ya ocho meses en Devoto y ahora en Marcos Paz. Mi detención
sólo puede ser explicada por mi coherencia en la lucha por una sociedad sin
oprimidos ni opresores."
Arístides Vera Silguera: "A los 12 años comencé a conocer el trabajo campesino.
A los 17 participé del curso de formación para líderes parroquiales en el
seminario de Maá Cupé". Se casó y tiene seis hijos. Vivieron en una colonia
llamada San Carlos, en donde las necesidades y el abandono son impresionantes.
Sin calles, sin electrificación, sin puestos de salud, sin agua potable. Las
luchas campesinas se agudizaron a medida que crecía la organización de lucha y
la pobreza. Por las persecuciones siguió el mismo camino a la Argentina que sus
compañeros hoy presos.
Simeón Bordón Salina: Se crió en un hogar campesino de 16 hijos. Desde los 16
años fue catequista católico, de la Teología de la Liberación, con el padre
Braulio Maciel, quien fue perseguido y asesinado en 1976. Inauguraron una
comunidad y el 8 de febrero de 1976 fueron atacados por militares al mando del
mayor Grau. "Arrancó el tiroteo y el llanto de nuestras madres, el gemido de
dolor de nuestros padres. Nuestra comunidad pasó así, en una noche, de vivir en
el Edén a experimentar el infierno. Los hombres que no fueron muertos, fueron
detenidos. La vida seguirá así. Estoy casado con cinco hijos. Ahora soy un
perseguido político, desposeído total y encarcelado en 2006 en la Argentina."
Roque Rodríguez: casado, nueve hijos. Agricultor. Fundador del Movimiento
Agrario Popular. Y del Frente Nacional por la Soberanía y la Vida, ante el
avance de la agricultura empresarial, donde estaban en peligro el medio
ambiente, las comunidades y el arraigo como herramienta de lucha y resistencia.
En 2006 abandonó Paraguay por la persecución política. Desde el 2 de marzo del
año pasado estuvo preso en Devoto y ahora en Marcos Paz.
Agustín Acosta González, de 34 años. Familia campesina de nueve hermanos.
Integró el Movimiento Juvenil Franciscano. En 1992 llegó a un asentamiento
campesino donde "fue una de las experiencias que más me conmovió, experimenté la
impotencia ante tanta injusticia. Este hecho me dejó marcado porque ésta era la
realidad paraguaya: niños desnudos sin nada que comer, sin vivienda, sin cama,
sin camino, sólo selva y agua del lago artificial de la represa de Acaray".
Estas son las vidas de quienes los gobernantes del Paraguay piden su entrega y
el juez argentino Ariel Lojo quiere entregar. Nos hacen acordar los episodios
del tiempo de la Ley de Residencia, aquella aprobada por Roca, por la cual se
expulsaron centenares de luchadores sociales por poseer "ideologías extrañas al
ser nacional". Sus familias quedaron aquí, sin sustento. Una crueldad argentina.
Este calvario de los seis luchadores guaraníes de la tierra tiene que llamarnos
a la acción y al debate. Si los entregamos pasaremos a la historia como
entregadores. El más vergonzoso papel que puede ejercer un ser humano.