Argentina: La lucha continúa
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Energía + Medio Ambiente + Alimentos
Un humilde llamado de atención
Por Enrique M. Martínez*
Infomoreno
La globalización no significa solamente la unificación de los mercados,
posibilitada por la enorme agilización de las comunicaciones y por la absoluta
movilidad de los capitales. También lleva a la unificación de los problemas y de
los intentos por resolverlos. Al menos para el mundo central, que fija pautas
sobre las cuales luego se ordena toda la vida planetaria.
En ese sentido, la seguridad en la disponibilidad de la energía necesaria para
mantener y expandir la calidad de vida actual, es seguramente el tema que hoy
domina el espacio de las decisiones estratégicas de la política mundial. Además,
como destino inexorable, algunos de los caminos allí elegidos, vinculan esa
temática con el segundo gran frente -el medio ambiente- y también con la
ecuación alimenticia, al entrar en el escenario la discusión sobre el posible
destino alternativo de la tierra agrícola, para producir combustibles.
Vale la pena esclarecer la relación entre los tres espacios, antes de formular
algunas reflexiones sobre las posibles políticas. El problema, a nuestro juicio,
es de cantidad, también de calidad y también de poder.
La cantidad
La base de la oferta energética, tanto para producción de electricidad como para
abastecer la inmensa flota de vehículos que circula por el globo, es el petróleo
y el gas. Estos dos recursos no renovables representan el 96% de los insumos
utilizados para el transporte mundial de bienes y personas. El horizonte de su
agotamiento –siendo no renovable– es permanente motivo de conjeturas y de
pronósticos diversos, que suelen ajustarse ante cada nuevo descubrimiento o cada
técnica diseñada para extraer mayor porcentaje a partir de los pozos actuales.
Lo concreto e indudable, no obstante, es que este recurso se ha de agotar en
algún momento. Por lo tanto, la evaluación y definición de fuentes alternativas
es imprescindible. La sustentabilidad –esto es: la posibilidad de considerar
como realmente permanente al recurso– se convierte en un factor clave en esta
tarea. El uso del viento o del sol, por ejemplo, son frentes de trabajo
centrales. Los llamados biocombustibles son también habitualmente incluidos en
esta categoría.
Sin embargo, el biodiesel o el bioetanol, surgen de procesos donde sólo una
parte de la energía generada tiene origen en el aprovechamiento solar –para
producir las plantas y sus frutos-. Se necesita energía adicional para sembrar,
producir fertilizantes o pesticidas, cosechar y procesar los granos o plantas
hasta su forma final combustible. La soja, por caso, produce 3 veces la energía
–en forma de biodiesel- que se consume desde la siembra hasta el producto final.
El maíz, en cambio, produce una energía neta que está en serio debate. Según los
autores, genera un 100% o un 40% más –como etanol- de lo necesario para su
implantación. Pero hay quienes –como un muy serio grupo de la Universidad de
Cornell– sostienen que el balance de energía global es negativo en este caso.
Esto es: el alcohol anhidro final podría entregar una energía total menor que la
energía necesaria para producir el maíz, extraerle el alcohol y purificarlo.
La calidad
Quemar petróleo o gas o sus derivados contamina el medio ambiente. Genera
anhídrido carbónico y otros gases responsables del calentamiento global. Ya es
conocido que este problema ha dejado de ser cualitativo para pasar a ser de gran
envergadura; obligando a acuerdos internacionales que comprometen enormes
esfuerzos para acotar el deterioro, sin lograrlo hasta el momento. La diferencia
entre los posibles daños causados al ambiente se ha convertido en un elemento de
alta relevancia en la legislación que regula el uso de materias primas
energéticas.
Otra vez; la energía solar, la eólica, la hidroeléctrica en alguna medida, son
consideradas fuentes limpias, ya que al menos en materia de emisiones gaseosas,
no están asociadas a las dificultades de los combustibles minerales. Los
biocombustibles, en cambio tienen una relación con el ambiente distinta según el
caso. El biodiesel, -obtenido a partir de aceites vegetales, sea de soja, colza
u otros– tanto cuando es usado al 100% o en cortes con diesel de petróleo, no
reduce de manera relevante el efecto invernadero. Su vinculación con el
medioambiente es en realidad indirecta.
La legislación europea ha llevado los límites de contenido de azufre en los
combustibles a límites muy pequeños, menos de 50 ppm. Eso ha provocado que los
combustibles minerales de tan bajo tenor de azufre –y sus productos de
combustión- pierdan capacidad lubricante al interior de los cilindros de un
motor. Por ello, se incorpora 5% de biodiesel a la mezcla carburante, para
recuperar esa capacidad perdida. O sea: esta demanda no tiene que ver con el
beneficio del biodiesel para el medio ambiente, sino con su capacidad de
permitir un correcto funcionamiento de motores diesel, a pesar de casi
eliminarse el azufre del combustible mineral.
Con el etanol a partir de materias vegetales –el llamado bioetanol– el enfoque
es distinto. Los europeos lo demandan para cortar con las naftas y su efecto
allí sí es reductor de la contaminación, especialmente por gases distintos del
anhídrido carbónico, de los que se reduce sustancialmente la emisión.
El poder
Prefiero tratar por separado el tema del poder económico y su influencia en la
forma final de la ecuación energética. De este modo se podrá ver mejor que los
caminos que se están recorriendo no surgen de decisiones tecnológicas puras,
tomadas por expertos en producción, uso o conservación de energía. En el punto
de partida y en los de llegada, hay intereses económicos muy fuertes, que buscan
defender y aún fortalecer su situación actual.
Esencialmente, el punto de partida está marcado por una producción concentrada
–económica y espacialmente– de los combustibles minerales líquidos o gaseosos
(nafta, gasoil, gas natural, GNC), que luego se distribuye por redes que
usualmente están controladas por esos mismos productores. En el caso de la
energía eléctrica, la situación era la misma hasta hace algunas décadas, cuando
la generación se producía en grandes centrales térmicas o hidroeléctricas o
nucleares. Al diseminarse formas de generación más descentralizadas, como la
eólica o las pequeñas centrales que usan gas, se ha conformado un escenario
interesante, en que las grandes redes de distribución se mantienen del mismo
modo que cuando la generación era concentrada, pero son alimentadas con diversas
fuentes, en los lugares donde se va produciendo la energía. La distribución de
energía eléctrica es más concentrada que su producción.
Para poder entender el futuro modelo de producción y consumo energético es
necesario, en este marco, comprender que las compañías productoras –que a la vez
son distribuidoras– de combustibles líquidos o gaseosos, hacen y harán todo lo
posible para contar con el mismo control de los escenarios por venir, que el que
tienen en la actualidad. Eso será factible si se favorecen los combustibles
producidos y distribuidos en gran escala, frente a aquellos que pueden ser
generados y consumidos localmente o en menor dimensión.
Así, el biodiesel o el etanol, en caso de ser utilizados para mezclar con gasoil
o nafta respectivamente, mantienen el modelo actual y en tal sentido son
estimulados. A partir de allí, poco importa que el primero no mejore la
contaminación por sí mismo –además en la Argentina el tenor máximo permitido de
azufre en gasoil aún no ha sido reducido– o que el balance energético del etanol
a partir de maíz sea totalmente discutible.
No tiene igual promoción mediática ni en muchos casos institucional, por
descentralizar las fuentes de energía, la producción de biodiesel para usarlo al
100%, a escala de una chacra. O más simple aún: el uso directo del aceite
vegetal como combustible, con módicas adaptaciones en los motores hoy gasoleros,
como ya sucede comercialmente en Alemania. O los automóviles híbridos, con
utilización de energía eléctrica generada por la propia unidad. O los
generadores eólicos que pueden aplicarse al uso doméstico y volcar sus
excedentes sobre la red pública. O los sistemas de concentración de la energía
solar para producir vapor y con ello operar centrales eléctricas pequeñas. Hay
ya un amplio damero de opciones de generación y consumo descentralizados, que
harían menos necesarios los sistemas de producción y distribución de alta
concentración, como los actuales.
El interés nacional
Para tener los elementos completos que lleven a definir una política de interés
nacional en el tema, hace falta evaluar dos cuestiones:
a) El uso alternativo de la tierra para los llamados cultivos energéticos o casi
lo mismo: el uso alternativo del propio producto como alimento o como materia
prima energética.
b) El ámbito donde se consume la energía disponible o generada. La diferencia
entre producir energía para consumo interno o para exportar.
Ambos aspectos son de muy alta importancia. Sin embargo, cuando el sector
evoluciona traccionado por las inversiones de corporaciones que utilizan la
lógica simple del mercado, quedan ocultos o ni siquiera son tenidos en cuenta.
La posibilidad de usar soja o maíz con un nuevo destino –el energético– aún no
ha puesto en peligro la oferta global de alimentos y es probable que eso no
suceda. Pero sí afectará –y seriamente– el precio de la soja o el maíz como
materias primas alimenticias, por el simple hecho que hay una demanda
incremental y sostenida. Con el maíz ya sucedió, producto de una política nada
meditada del gobierno de Estados Unidos, de promoción de la producción de
etanol. De tal forma, se han superado techos históricos de precios y se
pronostica que esto es solo el comienzo. No caerá la oferta teórica de maíz o
soja para alimentación, pero será mucho más difícil acceder a ella para quienes
tengan pocos recursos económicos.
En cuanto al ámbito donde se consume la energía generada, la necesidad de
tenerlo en cuenta es casi obvia. Es casi un axioma de la política económica que
un país que exporta energía está desperdiciando oportunidades de desarrollo.
Solo se justifica ese flujo si se basa en un recurso natural disponible de
manera descollante y los ingresos generados se usan para fundar una estructura
productiva nacional de jerarquía. Ese marco conceptual se trabajó históricamente
alrededor del petróleo.
Pero el tema se hace mucho más imperativo con los biocombustibles. En efecto, la
relación de energía utilizable respecto de la energía necesaria para extraer y
procesar el producto, es de 7 a 1 en el petróleo. Ya se ha dicho que para el
biodiesel es 3 a 1 y para el etanol a partir de maíz puede ser 2 a 1 o hasta
menor a 1 a 1, según los estudios disponibles. En todos los casos –petróleo,
biodiesel, etanol– si se produce para exportar es obvio que el balance de
energía para el país es negativo: Se consume energía aquí para producir energía
que se consume en otro país. Pero al menos en el caso del petróleo y bastante
menos de la soja, se generan divisas que pueden ser utilizadas para mejorar la
vida comunitaria, incluyendo, por caso, el apoyo a contar con fuentes de energía
enteramente renovables, a partir del viento o del sol. Para el etanol, el
balance energético neto es tan negativo que no queda claro que gana el país con
la propuesta, más allá del eventual beneficio empresario fruto de una relación
de precios internacionales favorable al etanol.
Conclusión
El presente es un breve documento que no tiene objetivo superior al de señalar
que el problema energético es de naturaleza compleja en grado sumo. Ocuparse de
la energía lleva de manera inmediata a entender además la relación de ella con
el medio ambiente, el uso de la tierra o la disponibilidad de alimentos. Por lo
tanto, no nos parece posible –no ya conveniente, sino ni siquiera posible– que
se resuelva en términos simples de mercado, con la intervención espontánea de
emprendedores, que toman los precios vigentes o previstos de las distintas
formas de energía como su elemento de referencia central para las decisiones.
Creemos, en cambio, que se necesitan análisis profundos, apasionados detrás del
interés nacional y que puedan ver y sopesar todas las facetas del problema.
* Presidente del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial).
Buenos Aires, 17 de enero de 2007.