Argentina: La lucha continúa
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Entrevista a Latitud Barrilete
Entrevista a Martín Flores, editor de Latitud Barrilete
Hemos querido acercarnos a Latitud Barrilete (*1), un proyecto de periodismo
documental que se propone mostrar las problemáticas existentes en América Latina
y las maneras que tiene la gente para enfrentarlas.
Francesc Sánchez - Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Martín Flores y Ana Sofía Quintana en sus viajes por América Latina han hecho
un verdadero trabajo de campo, hablando y conviviendo con los protagonistas de
unas historias que no nos deberían dejar indiferentes. - seguir leyendo
Francesc (F): Explícanos que es Latitud Barrilete.
Martín (M): Es un proyecto de periodismo documental que se propone
testimoniar las problemáticas existentes en nuestra América Latina y las maneras
que instrumenta la gente para enfrentarlas. Hacemos un trabajo de campo. Nos
acercamos a los barrios y a las comunidades e intentamos convivir con las
personas en su escenario de todos los días, de manera que podamos percibir su
realidad y sus problemáticas desde la misma cotidianeidad que viven ellos, desde
sus propias necesidades, desde sus propias carencias y vicisitudes.
F: En el mes de octubre de 2005 emprendéis un viaje por el interior de
Argentina.
M: En octubre de 2005 partimos de nuestra ciudad con la idea de recorrer
el continente. En años anteriores habíamos hecho viajes similares, generalmente
por la región andina, que es la zona de las sierras bolivianas, peruanas y
ecuatorianas. No teníamos en mente un proyecto concreto, pero planeábamos llegar
a México viajando muy lentamente. Salimos en dirección sur, porque no queríamos
abandonar la Argentina por tiempo indeterminado sin antes conocer nuestros
territorios más australes. Fue así que recorrimos casi toda la Patagonia durante
seis meses, con algunos eventuales cruces a Chile. Avanzamos por la parte
cordillerana y una vez que llegamos a Ushuaia —la ciudad más meridional del
mundo— regresamos por la ruta del litoral marítimo, bordeando las inhóspitas
costas del océano Atlántico. En esta parte del viaje nos encontramos con un país
en venta, con una república que está siendo rematada al capital extranjero, como
una nefasta continuidad del modelo de los ’90. La tierra, el agua, el subsuelo
con todo el oro y el petróleo son entregados al mejor postor sin tener en cuenta
las consecuencias ni las necesidades de los habitantes del lugar. Ante esta
situación, la gente se organiza de distintos modos. En todo el corredor andino
numerosas familias ocupan tierras; en Esquel —caso ejemplar— la ciudad entera se
alzó para detener un emprendimiento minero multimillonario; en varias provincias
los mapuches luchan desde hace décadas por la reivindicación de sus tierras y su
cultura. También hay radios autónomas y publicaciones populares que intentan
generar conciencia en la población mediante la difusión de estas problemáticas.
Lo que sucede en la Patagonia no suele ser noticia en los grandes centros
urbanos, pero si uno recorre el sur en toda su profundidad, verá que se trata de
una tierra en ebullición. Fue en ese entonces que decidimos testimoniar las
injusticias que veíamos y dar cuenta del modo en que la gente se organizaba para
resistirlas. Allá en el sur comenzó a tomar cuerpo lo que más tarde sería
Latitud Barrilete. Fue en ese momento y no en otro cuando nos sentimos
preparados para elaborar un material crítico y profundo. La experiencia que nos
dieron los viajes anteriores, el criterio y la visión que adquirimos en nuestro
paso por la universidad, sumada a nuestras inquietudes, percepciones e
intereses, convergieron en ese momento para dar forma a este proyecto documental
que hoy se difunde, aunque muy lentamente, en gran parte del mundo hispano.
Después de viajar por el sur recorrimos Uruguay, donde percibimos principalmente
la visión que tienen nuestros vecinos acerca de la instauración en su país de
unas plantas multinacionales de celulosa que descargarían sus desechos sobre el
río que separa ambas naciones. Las papeleras son enérgicamente rechazadas en
Argentina, pero son ampliamente apoyadas en Uruguay. Para frenar el proyecto,
los argentinos se organizaron en asambleas y cortaron los puentes que unen los
dos países, desatando un conflicto internacional que llegó a la Corte de La
Haya.
Luego de Uruguay viajamos por la parte central de Argentina, que incluye la
región pampeana, el litoral fluvial y las sierras centrales. En el norte de la
provincia de Buenos se encuentra el cordón industrial más importante del país y
hay graves problemas de contaminación, aunque todavía se trata de un problema
bastante silenciado. En Rosario —uno de los principales centros urbanos del
país— nos encontramos con una ciudad muy activa, con múltiples emprendimientos
populares, algunos de los cuales están apoyados por la municipalidad, como los
proyectos de huertas urbanas y economía solidaria. En el Litoral convivimos con
los pescadores y los isleros del río Paraná. Nos deslumbramos con su modo de
vida y sus conocimientos, sus historias y su manera de ver las cosas.
En Córdoba nos contactamos principalmente con la gente del Movimiento Campesino.
Estuvimos en el norte y en el oeste, donde resisten desalojos, defienden la
producción y la vida del campesinado ante el avance del cultivo sojero
latifundista y empresarial, consistente en un proyecto de ruralidad sin
campesinos
En la ciudad de Córdoba, otro de los principales aglomerados urbanos argentinos,
se encuentra el movimiento cartonero más sólido del país. Se trata de personas
que recorren las calles con carros y recolectan cartones para venderlos a los
centros de reciclado. Luego de la crisis, esta actividad representó un modo de
supervivencia para gran cantidad de desocupados.
Si consideras que todo esto nos ha llevado más de un año, quizás nos preguntes
si no nos parece un viaje un tanto lento. Y nosotros te diremos que sí lo es,
porque nuestra intención es entender los sitios que atravesamos, aprender a
pensarlos y a percibirlos desde la realidad de la propia gente, en toda su
magnitud y complejidad, con todas sus problemáticas y contradicciones. Además,
aunque nosotros mismos vivamos acá, Argentina es un país difícil de concebir. Es
el octavo del mundo por su extensión, su población es muy heterogénea, y sus
regiones son muy diversas y contrastantes.
Durante los próximos meses continuaremos en dirección norte, aunque decir esto
es bastante relativo porque generalmente no llevamos una dirección coherente a
los puntos cardinales. En ocasiones avanzamos haciendo eses en el mapa, como los
borrachos cuando caminan.
F: A lo largo de estos años ¿qué lugares habéis visitado?
M: Hace aproximadamente diez años que venimos descubriendo América,
caminando sus rincones, conversando con su historia y con su gente, en un
intento por obtener una mirada propia y conocer a los protagonistas de los
hechos que no son noticia para este sistema que fabrica soledad y miedo. Hemos
viajado principalmente por Sudamérica, y más específicamente, por el Cono Sur
(Argentina, Chile, Uruguay) y la región andina (Bolivia, Perú, Ecuador). También
estuvimos en Colombia, en Venezuela y Brasil. No podríamos especificar una ruta
concreta. Hemos ido y vuelto varias veces, pero siempre teniendo a Buenos aires
como una base que nos permitía trabajar, estudiar o difundir lo que hacemos.
F: ¿Qué es lo que os llevó a emprender estos viajes?
M: Nuestro viaje actual es el resultado de muchos otros. Es una historia
larga. Desde que éramos adolescentes, no hemos podido amoldarnos ni integrarnos
a la rigidez de ningún tipo de ámbito institucional o académico. Estudiamos
carreras universitarias y hemos realizado trabajos de oficina para distintas
empresas, pero el conservadurismo existente en esos sitios, sumado al agobio de
la rutina y la burocracia, nos han empujado a buscar otros horizontes. Entonces,
cada vez que lográbamos ahorrar algo de dinero, salíamos a recorrer el país y el
continente en largos trayectos que duraban varios meses, buscando algo que ni
siquiera nosotros sabíamos bien qué era, pero que seguramente se trataba de
estar más cerca de gente menos acartonada, y vivir otros escenarios más
parecidos a la realidad, vivir en definitiva experiencias distintas a las que
vivíamos en Buenos Aires.
En un principio se trató de viajes amorfos, imprecisos, en los que no
alcanzábamos a asimilar las cosas que nos sucedían, porque la realidad
latinoamericana nos resultaba tan compleja que nos superaba. Pero a medida que
fuimos conociendo la trama de nuestras sociedades, la historia y la cultura de
nuestra tierra, fuimos prolongando los viajes en tiempo y distancia. Hasta que
nos animamos a dar un salto definitivo: entre 2001 y 2002 realizamos una gran
vuelta sudamericana que duró un año y medio. Y esa fue una experiencia decisiva
que nos transformó para siempre: fue en ese entonces que comenzamos a recoger
material que nos gustaba y nos estimulaba a difundir lo que nosotros mismos
percibíamos. Además, en medio de este viaje, cuando estábamos en la selva
amazónica ecuatoriana, se produjo el estallido social argentino y la posterior
crisis económica. A nosotros nos afectó en varios planos. En principio, desde lo
emotivo, porque es desgarrador ver por televisión, desde otro país, cómo tu
propio país se cae a pedazos. Se nos ponía la piel de gallina viendo esas
imágenes de la gente en las calles, resistiendo la brutal represión policial y
aguantando la embestida de los carros de asalto y la caballería. Sobre todo
después de diez años de silencio. El país pareció sacudirse en apenas dos días
del letargo de toda una década. Y fue una sensación muy rara ver todo eso desde
lejos.
El otro aspecto en que nos involucró la crisis fue en el económico, porque hasta
ese entonces viajábamos con unos ahorros que nos enviaban desde nuestro país, y
de repente estuvo prohibido hacer giros al exterior. De un momento a otro nos
vimos sin dinero y todo cambió. No teníamos siquiera lo necesario como para
regresar a nuestra casa. Entonces, en vez de seguir rumbo a México, como
teníamos pensado hacer, nos quedamos trabajando, primero cuatro meses en
Ecuador, y después seis meses en Colombia. Y por supuesto que no fue una
desgracia ni mucho menos. Porque antes de esa experiencia éramos meros
espectadores de los sitios que visitábamos, y el hecho de vivir y trabajar en
esas regiones nos permitió asimilar más profundamente la realidad
latinoamericana.
F: ¿Nos refrescas la memoria explicándonos que sucedió durante la última
crisis económica en Argentina? ¿Cómo afecto la crisis a la población que vive en
los territorios del interior del país?
M: La crisis de 2002 no sólo fue una crisis económica sino también
política. La gran consigna de lucha se canalizó en la frase "Que se vayan
todos", una expresión para nada metafórica que revelaba la indignación de un
pueblo ante la corrompida y obsoleta representación política de nuestro país.
Durante la década de 1990 el Gobierno argentino mantuvo la paridad de uno a uno
con el dólar norteamericano, abrió las fronteras a los productos extranjeros y
privatizó todas las empresas nacionales. Vivimos diez años con una economía
ficticia. Los funcionarios decían que Argentina se había insertado al Primer
Mundo, pero en realidad se había echado a rodar una descomunal hemorragia de
capitales hacia el exterior. Este proceso fue el propio inicio —aunque
silencioso— de la crisis. Fue como una borrachera en la que circuló demasiado
dinero como consecuencia de la dilapidación y el remate del país al capital
extranjero. La población se dio cuenta tiempo después, cuando empezaron a llegar
las facturas de los platos rotos. En 2001 la economía se derrumbó
vertiginosamente y llegó la debacle.
La crisis económica causó desesperación en la gran mayoría de la población y
golpeó a todo el país en su conjunto, pero sus efectos quizás se hayan sentido
con más fuerza en el interior. Porque la década del noventa puso en marcha un
proceso feroz de centralización y concentración de la riqueza que lanzó a Buenos
Aires a compartir una supuesta cima primermundista con las más brillantes
capitales de mundo, pero esta dinámica relegó brutalmente a todo el interior.
Mientras Buenos Aires se mostraba como un paraíso de privilegios y con mucho
brillo, y causaba admiración a quienes lo visitaban, el resto del país sufría un
vertiginoso y vergonzoso atraso. A la vez que el dólar barato permitía a una
minoría cambiar el auto y la casa, viajar a Europa y los Estados Unidos,
cerraron miles de fábricas y empresas, la industria nacional se paralizó,
millones de personas perdieron el trabajo, se murió el campo y se agrandó la
brecha social.
Cuando estalló, la crisis inundó todos los rincones. Pero en el interior
aparecieron casos extremos, como por ejemplo desnutrición infantil. Los chicos
aparecían llorando en televisión diciendo que tenían hambre y no tenían qué
comer.
Los nuevos gobiernos debieron lavarse la cara y reestructurar sus mecanismos de
dominio adoptando máscaras populistas y progresistas, pero desde los barrios y
las comunidades la gente se organizó de manera autónoma, descreyendo de los
gobiernos como agentes de cambio. La gran crisis multiplicó el número de
emprendimientos autogestionados porque la gran mayoría de la población descree
de la capacidad de la política tradicional para transformar la realidad.
Los trabajadores tomaron las riendas de cientos de fábricas vaciadas por los
patrones, se aceitaron los mecanismos de trueque y solidaridad, surgieron
asambleas barriales, nacieron importantes cooperativas, se abrieron numerosos
comedores escolares y se multiplicaron las agrupaciones piqueteras, que cobraron
una importante presencia en los barrios del conurbano, desarrollando distintas
actividades y cristalizando un sólido entramado de militancia social. Éste es el
país que encontramos cuando regresamos al país a principios de 2003.
F: En vuestros reportajes "Agricultura Urbana en Rosario" y en "Traslasierra
la historia vive" (*2) nos explicáis cómo las comunidades se han
organizado para autoabastecerse de alimentos y salir adelante. ¿Puedes
explicarnos más detalladamente que motivó estas iniciativas y cómo funcionan?
M: Los casos particulares que tú citas son bastantes diferentes, porque
mientras el primero se desarrolla en un escenario urbano, el segundo lo hace en
un ámbito rural. De todos modos, ambos emprendimientos basan su fuerza en la
organización y la participación, y los dos aspiran a la integración social de
sectores silenciados por la historia. Ambos proyectos pelean por acceder a los
medios que les permitan generar sus propios recursos, y en ese marco luchan por
la igualdad y la justicia social.
Los agricultores urbanos de Rosario se nuclean en una organización en la que
discuten y planean los métodos de producción y comercialización de sus
productos, así como también analizan nuevos proyectos y el acceso a distintos
espacios de la ciudad donde llevar a cabo el emprendimiento. Además de contar
con sus propias huertas, ellos organizan ferias en distintos puntos de la ciudad
y también están abriendo distintos parques-huerta, consistentes en integrar el
proyecto a los espacios verdes de la ciudad.
Los campesinos de Traslasierra viven una realidad más compleja. Principalmente
porque su lucha por el acceso a los recursos está totalmente desestimada por el
Gobierno, al contrario que los agricultores de Rosario, que gozan del apoyo
municipal. Algunas comunidades rurales de Traslasierra están des-campesinizadas,
es decir que ya no viven siquiera de su propio campo y deben buscar empleo en
otros sitios. Además, muchos campesinos están ilegalizados por el Estado, porque
no cuentan con la escritura del campo donde viven y son vistos por la ley como
usurpadores del terreno que habitan. Aunque hayan permanecido allí durante
generaciones, y hayan trabajado la tierra, hecho el aljibe, criado animales,
tendido el alambre, levantado la casa, la Constitución no los ampara y nadie les
reconoce el esfuerzo. Viene un abogado asociado a un terrateniente y mediante
una utilización astuta y macabra de las leyes, desaloja al campesino y se queda
con su tierra. En los últimos años esta situación ha crecido de manera
alarmante, porque desde la devaluación de la moneda argentina, el campo se ha
reactivado, pero es una reactivación para empresarios latifundistas capaces de
grandes inversiones. Y en este marco, la soja está generando cifras millonarias,
y los grandes propietarios avanzan sobre los pequeños productores rurales,
presionando para arrancarlos de la tierra. Ante esta situación, los campesinos
se organizan para resistir el desalojo, mejoran la producción y luchan por la
reivindicación de la vida rural, por una defensa del campo para los campesinos.
Entonces vemos que su lucha es más cruenta y dificultosa, porque tienen que dar
pelea en tres espacios: en la Justicia, en el campo, y en los medios, porque la
difusión de sus problemáticas, en muchos casos, ha ayudado a lograr los
objetivos buscados, porque les han permitido ganar el apoyo de distintos
sectores sociales.
F: ¿Cómo se presenta el futuro y el presente según vosotros para este
tipo de iniciativas? ¿Son apoyadas institucionalmente o son miradas con recelo?
M: Debemos aclarar, en primera instancia, que los proyectos de
agricultura urbana de Rosario cuentan con un apoyo muy dinámico de la
Municipalidad, pero no fue la intendencia el organismo que ha impulsado el
emprendimiento sino que fue al revés. La Municipalidad decidió apoyarlos a
partir de su enérgico avance, como una manera de dar solución a la profunda
crisis desatada a partir de 2001. De todos modos, Rosario es un caso muy
particular donde la intendencia apoya varios proyectos populares mediante
distintas dependencias. No es la norma en el resto del país, donde el desempleo
es generalmente paliado con planes de jefes y jefas de familia que consisten en
la miserable entrega de cincuenta dólares mensuales y aceitan la maquinaria
clientelar del Estado, porque son totalmente improductivos, mantienen en la
marginalidad a innumerables familias y las hacen depender de las prebendas y
favores del Estado.
En todo este marco, los proyectos autónomos e independientes que surgen en los
barrios y las comunidades están atravesando un presente muy fértil. Y
consideramos que estos emprendimientos autogestionados tienen mucho futuro por
delante, porque están creando una nueva manera de hacer política desde el
barrio, desde las comunidades, desde abajo, donde no hay burocracia ni
autoridades que frenen los logros populares, ni líderes que puedan ser comprados
por el poder de turno. Mucha gente confía y se identifica en estas nuevas
propuestas de lucha, como un camino válido para ir reconstruyendo el entretejido
social destruido por las dictaduras y el neoliberalismo. La gente considera
legítimas estas propuestas, porque son horizontales y participativas, como una
democracia directa que actúa sin intermediarios sobre el entorno inmediato.
En cuanto a la actitud del Estado, los funcionarios ven que hay una movida
popular que surge desde la comunidad, que pasa por fuera de sus determinaciones
y que desde abajo crece una reivindicación de los derechos, la salud, el
trabajo, la producción… una lucha en la que no tienen influencia sus punteros
políticos. Y eso al poder no le gusta nada. De hecho, empiezan a ver que hay
cosas que les pasan por los costados. Y quizás una hormiga no molesta, pero dos,
tres, cuatro... ya comienzan a hacer un camino.
¿Entonces qué va a pasar? El Estado va a querer absorber estas formas de lucha,
para neutralizarlas y hacerlas indefensas, como hizo con las múltiples asambleas
barriales que se organizaron en las esquinas del país a lo largo del 2002. Como
hace con toda nueva propuesta que le disputa nuevos espacios. Y si no puede
absorberlas, va a intentar destruirlas, porque el Estado —como cualquier
enfermedad— sólo aspira a reproducirse a sí mismo y a monopolizar su dinámica de
dominio. El Estado no admite ni conciente el crecimiento de propuestas por fuera
de sus reglas de juego. Se vende como un organismo protector, pero si vos
rechazás su supuesta protección, se encargará de soltar contra vos toda su
jauría de chacales. Y es el Estado el que decide quién debe vivir y quién debe
morir para construir el futuro que más le conviene a sus intereses políticos y
clientelares.
Yo creo que en cuanto puedan ir obteniendo logros y mantenerse autónomos de toda
forma de poder que intente cooptarlos, la historia les dará un espacio
protagónico a estos emprendimientos. Me parece que la lucha va a darse en ese
marco.
F: Las iniciativas que surgieron tras la crisis económica, en las grandes
ciudades, pero principalmente en las áreas rurales, pese a la dificultades que
nos habéis explicado, parecen haber afrontado bien el día a día, pero la
pregunta sería: ¿En qué medida este tipo de iniciativas de cada cual agrupándose
colectivamente serian capaces de afrontar cambios duraderos que afectasen a toda
la población, y que fueran producto de una nueva crisis económica, una crisis
energética, o un brusco cambio climático?
M: Excelente tu pregunta. Y mi respuesta es que la organización autónoma
y los emprendimientos autogestionados que crecen desde el barrio y las
comunidades tienen toda la viabilidad para convertirse en una experiencia masiva
capaz de enfrentar los problemas que tú mencionas, porque quienes se nuclean y
organizan en este tipo de lucha es la gente real, la que sufre las consecuencias
de la falta de agua, la contaminación, la escasez de recursos, los cambios
climáticos bruscos, las inundaciones, las muertes, el hambre, las enfermedades.
Las cúpulas gubernamentales no están capacitadas para tomar determinaciones
sobre estos asuntos porque viven en archipiélagos satelitales alejados de la
realidad y las personas, en mundos saturados de impunidad y privilegios. Y en
nombre de la representación política, la Constitución y la democracia, han
creado un gigantesco barrio privado al que sólo ellos entran y desde el cual
manejan al país como si se tratara de una empresa. ¿Y qué le importa a un
empresario? Las ganancias. ¿Y en qué se miden las ganancias? En dinero. Son
ellos los que se reparten al país con la gente adentro, se distribuyen los
cargos, acomodan a todos sus amigos y parientes. Es un gremio mafioso cuyos
miembros se cubren y protegen entre ellos. ¿Has visto a alguien preso por las
atrocidades cometidas desde el poder? Las cárceles son el destino de las
personas que no les sirven a ellos. Y para lo que ellos son pérdidas y ganancias
en dinero, para nosotros son vidas humanas que ya no están, amigos que se
mueren, hermanos asesinados, hijos que se nos van, escuelas que se destruyen,
empleos que desaparecen, recursos que se derrochan, poblaciones enteras
condenadas al sufrimiento y el desamparo.
Los funcionarios nunca van a sufrir las consecuencias de la falta de energía, la
escasez de agua o las consecuencias de las guerras. Ellos todo lo compran con
dinero y por eso lo destruyen todo sin conciencia.
Por el contrario, ¿quién va a conocer mejor el valor del agua que un campesino?,
¿quién valorará la tierra más que un agricultor?, ¿quién sabrá las necesidades
de la gente del barrio más que el vecino del propio barrio?, ¿quién sabrá
planificar emprendimientos de trabajo más que los propios trabajadores? La gente
ha demostrado que puede manejar empresas, tomar decisiones productivas y
gestionar recursos de una manera mucho más eficaz que algunos empresarios de
cierto renombre y economistas importados de Harvard. Es el caso de numerosas
empresas y fábricas recuperadas por los propios trabajadores, que han logrado
reactivar plantas vaciadas por sus propietarios y han sabido poner en marcha una
producción más acorde a las necesidades de los obreros, manejando además
complejas maquinarias que supuestamente sólo podían ser manejadas por sabihondos
ingenieros.
La gente también ha demostrado —como en el caso del "No a la mina" de Esquel—
que con el buen manejo de la información y difusión de lo que se debe saber, los
propios vecinos pueden tomar determinaciones importantes y ser capaz de parar
emprendimientos empresariales multimillonarios y genocidas que son apoyados por
numerosos funcionarios pero que atentan contra la naturaleza y las futuras
generaciones. No son los políticos quienes cambiarán las cosas, sino los seres
humanos que están apegados a la vida y están concientes del valor de las cosas
que realmente valen.
Si esta clase de emprendimientos logran establecer un sólido vínculo entre
ellos, como ya está sucediendo en distintas partes del país, van a ser capaces
de transformar la vieja política —monopólica y mafiosa— para instaurar un nuevo
modo de acción y participación como un valido modo de influir sobre la realidad
y cambiar la situación de millones de personas.
Nosotros pensamos que este tipo de organizaciones autónomas pueden llegar a
cobrar una importancia histórica. A medida que se vayan consolidando y ganando
cuerpo, habida cuenta del deterioro de las instituciones democráticas, podrían
llegar a concentrar un importante peso político, capaz de contrarrestar y
controlar a los tres poderes constitucionales, y —por qué no— a ocupar su lugar.
Desconozco el proceso mediante el cual todo esto pueda llegar a suceder, dado
que sería un acontecimiento por completo novedoso que la propia gente deberá
ensayar y desarrollar en un contexto determinado. Yo no estoy preparado para
hacer ese tipo de predicciones. Pero es una organización social que se permite
pensar a partir del actual estado de cosas.
F: En Latitud Barrilete como subtitulo apuntáis: "Sembrando Caminos y
Recogiendo Horizontes".
M: Supongo que esta frase resume todo lo anterior. Es una metáfora que
hemos sentido más que pensado, como todo lo que verdaderamente nos emociona.
Sembrar caminos está ligado a la acción de caminar, de avanzar por una huella
que creemos fecunda y necesaria. A medida que avanzamos, el camino va creciendo
con uno. Y recoger horizontes está vinculado a lo que encontramos en ese camino,
es lo que el viaje nos ofrece: la gente y sus proyectos, su dignidad y su lucha,
los amigos que aparecen y comparten con nosotros muchos de sus sueños y
esperanzas. Recoger horizontes tiene que ver con eso. Resume una filosofía hecha
de caminos y personas, y nosotros lo expresamos en la parte de agradecimientos
en nuestro sitio web. La gente y los caminos nada serían el uno sin el otro...
¿Para qué otra cosa sirven los caminos si no es para encontrarse? Nada serían
los viajes sin la gente y nada sería la gente sin caminos que la viajen. ¿De qué
sirve un camino que no lleva hacia otra gente?
F: Un último mensaje para los lectores.
M: Recorrer el continente nos ha enseñado a pensar el mundo en que
vivimos. El viaje nos ha permitido entrar en contacto con los verdaderos
problemas y necesidades de nuestra tierra, y nos ha posibilitado encontrarnos
con la gente que no es noticia ni para el poder ni para los principales medios
de comunicación.
En muchos casos, la ciudad nos distrae con frivolidades y nos embrutece con
naderías, y los caminos se transforman en puertas que nos sacuden y nos conducen
a las múltiples realidades que en el mundo existen. Esas otras realidades que la
globalización no puede absorber gracias al arco iris humano que es nuestra
maravillosa especie, capaz de enarbolar la dignidad como estandarte en las
condiciones más horrendas e inconcebibles.
El mundo no está arrasado ni la gente es tan mala como nos quieren hacer ver. Si
salimos al encuentro de los demás y andamos los caminos que nos esperan,
hallaremos a nuestro paso todo un universo de personas que nos aguardan, de
manos que se tienden, de puertas que se abren y voces que viajan hacia nosotros
trayéndonos buenas noticias. Millones de personas resisten con alegría la
soberbia del poder, y desde sus anónimos y quijotescos rincones construyen con
dignidad ese otro mundo posible que todos anhelamos.
Los medios masivos de comunicación nos venden la realidad que el poder y los
grandes monopolios necesitan imponernos para mantenernos aislados y
atemorizados, para que en nuestro miedo y soledad busquemos la compañía de las
cosas, nos convirtamos en pasivas criaturas de consumo y nos aislemos en un
individualismo de consumo y provecho personal. Pero no son los estúpidos objetos
lo que nos hará mejores, ni la prosperidad material lo que nos traerá alegría.
La calidad de vida podría medirse también por la capacidad que tenemos de
unirnos con los demás para trabajar por algo que valga la pena recordar.
Millones de seres humanos nos esperan.
F: Un placer esta entrevista. Gracias vuestra importante labor
periodística y mucha suerte.
(*1) Página web - Latitud Barrilete
(*2) Reportaje, 'Traslasierra la historia vive'.
Francesc Sánchez - Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.