Argentina: La lucha continúa
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Argentina, el granero transgénico del Mercosur
Fernando M. López
Brecha.
Según un estudio reciente, ocho de cada diez desocupados de Buenos Aires
provienen de la agricultura. Los datos de esta encuesta hablan de la incipiente
migración del campo a la ciudad por el impacto del modelo agroexportador bajo el
sistema de siembra directa, que permite producir monocultivos con apenas un
empleado por cada 500 hectáreas
La fiebre argentina de la soja genéticamente modificada no tiene límites. El
cultivo supera en toneladas la mitad de la producción de granos y ya se prevé
duplicar la cosecha en menos de diez años. Un modelo peligroso que se expande en
los países de la región con el auspicio de las trasnacionales y los
representantes locales de los agronegocios.
El tema va
más allá de las fronteras de ese país, tal como lo evidencian las situaciones de
Uruguay, Brasil y Paraguay, que se incluyen brevemente en este informe.
Uno de los
portavoces más influyentes del corporativismo sojero en Argentina, el ingeniero
agrónomo y director del suplemento Clarín Rural, Héctor A Huergo, no se cansa de
repetir que "Dios es argentino" y que, como tal, decidió bendecir a sus hijos
con una nueva oportunidad histórica para el desarrollo. Ese "maná que nos mandó
Dios" -según palabras de Huergo- es la soja transgénica. Sin embargo, los
responsables del modelo agroexportador que se instaló en el país, ocasionando
profundos daños sobre el ambiente, la salud de la población y el sistema
productivo, tienen existencia física, nombre y apellido, o por lo menos razón
social.
Desde que el
ex presidente Carlos Menem permitió el cultivo de la soja RR (Roundup Ready) de
Monsanto, a mediados de la década de 1990, el modelo de la soja no ha parado de
expandirse. Las 5 millones de hectáreas iniciales se transformaron en 16
millones, según la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos (SAGPYA).
Esta superficie sembrada implica una producción que supera las 40 millones de
toneladas de soja para forrajes, aceites y harinas, los principales productos de
exportación que dejan en las arcas fiscales unos 2 mil millones de dólares en
concepto de retenciones.
De esta
forma, Argentina logró el segundo puesto mundial en la producción de cultivos
transgénicos, detrás de Estados Unidos, aunque para lograrlo tuvo que hipotecar
su territorio como campo de prueba de la biotecnología desarrollada por Monsanto
y otras trasnacionales, como Syngenta, Nidera, Cargill, Bayer y Basf, que
también operan en Sudamérica.
Actualmente,
el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) se proyecta como una "república sojera" sin
fronteras entre Argentina, Paraguay, Brasil, Bolivia y Uruguay, con una
producción que ronda las 100 millones de toneladas y que, en su conjunto,
concentra el 68 por ciento de las exportaciones mundiales de soja. Todos estos
puntos estarán unidos por la hidrovía Paraguay-Paraná, un megaproyecto de
Cargill que permitirá transportar enormes cantidades de soja del MERCOSUR hacia
los puertos del Atlántico.
Las voces más
optimistas festejan la llamada "revolución verde", un concepto en el que se
incluyen los cultivos transgénicos, los agronegocios, la siembra directa y los
desarrollos en biotecnología. En este marco, las trasnacionales incrementan sus
ganancias y rediseñan el mapa regional según sus intereses en el mercado
mundial. Los países productores equilibran sus balanzas comerciales y, en
algunos casos, logran establecer saldos positivos históricos que les permiten
cumplir con sus acreedores, o reproducir sus propios sistemas de asistencialismo
social. Los barones de la soja, mientras tanto, se enriquecen con rapidez y poco
esfuerzo. Pero este modelo agropecuario que produce alimentos exclusivos para
cerdos, vacas y pollos de Europa y Asia conlleva riesgos.
Veneno
La soja RR es una planta genéticamente modificada (GM) para resistir al Roundup,
el herbicida que produce Monsanto a base de glifosato y otros compuestos
químicos que permiten aumentar su eficacia contra las malezas.
En Argentina
la soja insume anualmente unos 160 millones de litros de herbicida, a razón de
diez litros por hectárea. La fumigación intensiva en las provincias de Córdoba,
Santa Fe y Buenos Aires ya impacta de manera irreversible sobre aquellas
ciudades y pueblos que ven el avance de la "revolución verde" a pocos metros de
sus cascos urbanos. El Grupo de Reflexión Rural (GRR), que fomenta la campaña
Paren de Fumigar, junto a otras organizaciones de vecinos autoconvocados,
advierte que "se está configurando una catástrofe sanitaria de envergadura tal,
que nos motiva a imaginar un genocidio impulsado por las grandes corporaciones y
que sólo los enormes intereses en juego y la ignorancia cómplice de la clase
política logran mantener invisibilizado e impune".
Sólo en el
barrio Ituzaingó Anexo, ubicado en los márgenes de Córdoba capital, se
registraron 200 enfermos de cáncer por los agrotóxicos, sobre una población
total de 5 mil habitantes. Pero también se detectaron otras anomalías: alta
incidencia de lupus, púrpura, asma, afecciones en la piel, malformaciones
congénitas y alergias.
El caso es
paradigmático porque revela las consecuencias más dramáticas del modelo rural
vigente, cuestión que se repite en miles de localidades de la gran "república
sojera". La expansión de los monocultivos transgénicos en los últimos diez años
distorsionó la estructura territorial de los pueblos rurales. Los cinturones
verdes que rodeaban a estos pueblos, como barreras de morigeración frente a los
agrotóxicos, fueron ocupados por la soja y ahora las fumigaciones no sólo
destruyen malezas, sino la salud de niños y adultos que se ven expuestos a los
herbicidas de manera directa.
Complicidad
ambientalista
El problema sanitario es apenas uno de los efectos del "boom sojero". También se
debe tener en cuenta la deforestación, la degradación indiscriminada de suelos y
la destrucción de la biodiversidad, como consecuencia de la expansión
estratégica que planificaron el Banco Mundial (BM) y las trasnacionales, en
complicidad con las grandes organizaciones ambientalistas.
El Foro por
los 100 Millones Sustentables, que se desarrolla desde 2003 bajo la coordinación
de la Fundación Vida Silvestre Argentina (financiada por el BM) y la Asociación
Internacional de Agronegocios y Alimentación (IAMA), busca crear consenso entre
empresarios, corporaciones y representantes de la sociedad civil para alcanzar
en el país una meta de 100 millones de toneladas de granos y oleaginosos
transgénicos antes de 2015.
En el foro
participan Greenpeace, la Fundación ProYungas para el Desarrollo y la
Conservación de las Selvas Subtropicales de Montaña y la Asociación Ornitológica
del Plata. También lo hacen el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA) y la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA), que
desde hace años desarrolla programas curriculares, seminarios, investigaciones y
publicaciones en función de los agronegocios.
Los
ambientalistas "parten de un sentimiento de derrota, porque piensan que es
imposible detener el auge de la soja", aseguró Jorge Rulli, miembro fundador del
GRR . En diálogo con BRECHA, Rulli explicó el caso de la siguiente forma: "Los
empresarios lo que plantean es que nos encaminamos a los 100 millones de
toneladas de exportación, lo cual requiere unos cuatro millones de hectáreas más
en Argentina. Esto implica no sólo la devastación del bosque que queda, sino
además el riesgo de una crisis social de proporciones. ¿Cómo hacer para evitar
colapsos ambientales o crisis sociales?, se preguntan las corporaciones. Se
necesitan guías (ambientalistas), gente que entienda de biodiversidad para saber
dónde avanzar y dónde no, para no provocar crisis ambientales o conflictos
sociales graves, como ya sucedió en Santiago del Estero con los campesinos".
Expulsados de
sus tierras
De todos modos, las crisis sociales ya son evidentes con el desplazamiento
territorial, el desempleo y la violencia al estilo de las guardias rurales que
operan impunemente en Paraguay.
Los barones
de la soja ejercen la fuerza indiscriminada para ampliar sus propias fronteras,
expulsando a pequeños productores, campesinos y pueblos originarios, mediante la
creación de grupos paramilitares. Se trata de un método que nació con el boom de
la soja transgénica, primero en Santiago del Estero, y en los últimos años en
las provincias de Salta, Jujuy, Chaco, Tucumán, Formosa, Catamarca, Córdoba y
Mendoza. Aquellos que logran sobrevivir a la represión privada pasan
directamente a la desocupación urbana.
Según un
estudio realizado recientemente por el INTA, ocho de cada diez desocupados del
Gran Buenos Aires provienen de la agricultura. Los datos de esta encuesta hablan
de la incipiente migración del campo a la ciudad por el impacto del modelo
agroexportador bajo el sistema de siembra directa, que permite producir
monocultivos con apenas un empleado por cada 500 hectáreas.
germain5@chasque.net