Argentina: La lucha continúa
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La presidenta y su destino en las vísperas del Bicentenario
Consumidores y mandatarios (I)
Mariano Reyna
No pocas mujeres sobresalientes de la política nacional han buscado algún
rasgo identitario con aquella primera dama que a mitad del siglo XX marcó una
división de aguas en la sensibilidad de la cultura popular argentina. Ciencia
política y ciencia ficción, frente al desafío de continuar el camino ya sin el
traje sastre distintivo.
Por el accionar distribucioncita propio del estado de bienestar que caracterizó
a los populismos latinoamericanos, la gira por Europa, estancia en París y
acercamiento a la comunidad sionista internacional, la campaña de Cristina fue
un bello conjuro en un libreto bien estudiado para lograr encontrar aquella luz
que una el pasado glorificado del Partido Justicialista (PJ) y el presente opaco
del Frente para la Victoria (FPV), frenado por los reveses electorales en las
provincias y resaltado por el encierro recurrente del matrimonio presidencial en
El Calafate.
La ambivalencia entre una profunda inserción en los sectores bajos y la
ostensible frivolidad de los modelos de diseño, es otra de las facetas que
invitan a la analogía. No llama demasiado la atención que la en momento primera
ciudadana se paseara por los piletones de la Villa 15 (Mataderos) durante la
inauguración de viviendas comunitarias y recibiera en la Casa Rosada al enconces
candidato a presidir el FMI, Strauss-Kahn[1], un día antes de inaugurarse el
Precoloquio anual de IDEA, organizado por las cámaras empresarias en el Hotel
Sheraton de Retiro.
Del surgimiento de aquel movimiento de masas expresado en la presencia constante
de la homogeneidad en multitud –hasta entonces oculta en la periferia– y la
aparición centrífuga del trasversalismo kirchnerista, los procesos creativos de
centralización del poder han sido muy dispares. Por eso, la parodia
personificada en el binomio ejecutivo presenta una nueva puesta en escena
arraigada en los actos patrios, aunque ya no puede refugiarse en el clamor
popular para avalar sus acciones de gobierno.
Según Cristina, ella es el cambio: a tres pesos con veinte en las mesas de
dinero y luego de un nuevo default financiero de los bonos argentinos indexables
por el CER (Coeficiente de Estabilización de Referencia), tras los santos
oficios del confirmado secretario de Comerico Interior, Guillermo Moreno.
Con apellido propio
Para el pueblo Evita era Perón. Sin embargo, para los consumidores atados al
voto cuota, Cristina no es Evita porque es Fernández (de Kirchner). Ya no se
trata de la abanderada de los pobres la que aparece en los actos públicos, sino
de la autodefinida ex "primera ciudadana" que debió cautivar con esfuerzo
consumidores endeudados -como los de Carlos Saúl Menem en 1995.
No resulta casual entonces que la fisonomía del viejo peronismo, polarizado en
su conformación policlasista –que sintetiza expresiones reaccionarias y
progresistas en un mismo colectivo– esté más desdibujada que nunca y no defina
la normalización judicial de su estructura partidaria. Tal vez, porque de
llamarse a internas el referente del justicialismo no sea nadie del gobierno.
Se trata de un cambio posiblemente allanado por el caso Skanska, las
petrovalijas, la bolsa en el baño de la ex ministra Felisa Miceli, la
incompatibilidad de funcionarios en los organismos de control y el surgimiento
de pujantes empresarios desconocidos, pero con sólidas relaciones para abastecer
las obras del gobierno.
Horas antes de agasajar al hombre del FMI, la candidata por el FPV presentó las
bases del proyecto arquitectónico del Centro Cultural del Bicentenario, a
realizarse sobre el Palacio de Correos, y aprovechó la oportunidad para señalar
un distanciamiento obligado con la superficialidad festejante de la oligarquía
durante el Centenario.
Cristina en el espejo
Aquel proyecto de república, oligárquico y elitista, que inició la generación
del 80, tuvo, no obstante, un cierre democratizante en la apertura electoral de
la Ley Sáenz Peña y en la universalización de la educación pública y gratuita.
Lo cierto es que el Plan de Cristina es a corto plazo y acorde a las necesidades
de las circunstancias del entorno. Ni siquiera responde a los reclamos de los
sectores sociales que se pronunciaron en las calles contra ese modelo
diferenciador el 17 de octubre de 1945.
Pero Cristina enfrentó una suerte de Unión Democrática devenida en Coalición
Cívica, en la que Elisa Carrió agrupó infinidad de espectros caídos en desgracia
–y le abrió paso al lanzamiento de Roberto Lavagna.
Después de las elecciones del 28 de octubre, Cristina Fernández podrá ver el
Bicentenario de la Revolución de Mayo como presidenta. Allí reside el punto
clave y verdadero espejo de la presidenta: repetir aquel modelo dual del
Centenario, autoritario pero inclusivo en lo social, según las necesidades de un
cambio para que nada cambie.
La única variable en estos casi 100 años es la búsqueda alquímica de cierta
complementariedad entre aquella oligarquía con "olor a bosta" –como la
caracterizara Domingo F. Sarmiento– y los sectores industriales que intentan
renacer de sus cenizas.
Una discusión que atrasa en el debate, en lugar de avanzar sobre estrategias
geopolíticas acordes a los desarrollos tecnológicos de la llamada Sociedad del
Conocimiento. El único rumbo posible para que la Argentina próxima pase de la
factoría a transformase en un factor de cambio en el escenario internacional.
[1] El ex ministro de Economía francés fue confirmado el 1º de noviembre de
2007, en lugar del españor Rodrigo Rato.