Argentina: La lucha continúa
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El gobierno de Néstor Kirchner
Una épica del discurso que desmintieron los hechos
Prensa de Frente
Con una imagen de consenso y hegemonía parecida a la que ostentaba Carlos Menem
inmediatamente después de su reelección, el 14 de mayo de 1995, con cifras
ciertamente positivas en las variables macroeconómicas –básicamente la del
aumento del Producto Bruto Interno de algo más del 38 % y la del nivel de
reservas del Banco Central- y con otras también pretendidamente positivas,
aunque inasibles en sus alcances reales, en las variables sociales, Néstor
Kirchner entregó el gobierno a Cristina en una ceremonia de tono dinástico que
cristaliza, también, un relato curiosamente épico de la destrucción, por
cooptación, de unas cuantas organizaciones sociales, y del fortalecimiento del
poder y las ganancias extraordinarias de un puñado concentrado de grupos
económicos.
Repsol, Pan American Energy y otras empresas petroleras –algunas de sus socios
Lorenzo Báez y Cristóbal López-, Techint y las grandes cerealeras forman parte
de ese selecto grupo que encontró en el proyecto de Kirchner de "capitalismo
serio" y de reconstrucción de la "burguesía nacional" el camino para desplazar
al sistema financiero y a las demás privatizadas del núcleo más duro del poder
económico.
La Federación de Tierra y Vivienda de Luis D’Elía; Barrios de Pie, ahora Libres
del Sur, de Humberto Tumini y Jorge Ceballos; más de la mitad de la CTA que
antes fue de Víctor De Gennaro y ahora comanda el aún más complaciente Hugo
Yasky, están entre las más importantes de las organizaciones sociales que
cambiaron la lucha y la construcción cotidianas por las cajas y los puestos
institucionales.
Un descenso cierto de los índices de desempleo –aunque el rigor de la medición
oficial merezca muchas objeciones- sustentado en el permiso de hecho para la
generalización de contratos precarios y en negro y en un rígido control a la
baja de las demandas salariales; una política de derechos humanos
monumentalizante y centrada de manera excluyente en la dictadura, más algún
discurso anti FMI y una política exterior más heterodoxa permitieron difundir
aquel relato de tono épico.
El agitar de las campanas en Wall Street, el pago del total de la deuda al FMI,
el crecimiento geométrico de los subsidios directos e indirectos del Estado a
los grandes grupos económicos, el mantenimiento de los ejes históricos del
sistema de distribución de la renta –sin tocar ni la esencia regresiva del
sistema tributario ni la relación ganancias-costos laborales de las empresas- y
los pactos con los más tradicionales y corruptos aparatos político-partidarios
como estructura de sustento de su gobierno desmintieron el relato.
Mucho más, todavía, la estrategia de "represión acotada" con la que el gobierno
de Néstor Kirchner, junto con casi todos los poderes provinciales, enfrentó los
niveles persistentes de protesta social y organización independiente de
trabajadores ocupados, desocupados y sectores populares.
Ya es casi una confesión que la etapa de Cristina presidente dentro del proyecto
kirchnerista pretende elaborar otro relato, más institucional y prolijo, que
surgirá de los preacuerdos de aumentos de tarifas con las empresas de servicios,
de las anticipadas "reglas claras" para aumentar el índice de inversión en
algunos puntos del PBI, del pago de la deuda con el Club de París e incluso, ya
empezó a rumorearse, de alguna compensación para los bonistas que no habían
aceptado el quite en la renegociación de la deuda externa en mora. También de
una "concertación social" que pretende enfriar las demandas salariales con
acuerdos de largo plazo y "confiables" para los empresarios. Tal vez ese relato
de la realidad resulte menos esquizofrénico que el de la etapa de Néstor.