Argentina: La lucha continúa
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Por los caminos del indio El malón de la paz
Gabriel Lerman
Era 1946.
La llegada al poder de Juan Domingo Perón y su tarea sin precedentes desde la
Secretaría de Trabajo abrían una oportunidad inédita para las reivindicaciones
sociales. En ese marco, 174 kollas argentinos decidieron hacer su reclamo con
una larga marcha que los llevó desde la Puna hasta Buenos Aires en tres meses.
La peregrinación fue cubierta por todos los grandes medios, se entrevistaron con
Soiza Reilly y recibieron la solidaridad de Atahualpa Yupanqui. Pero tras ser
recibidos por el flamante presidente, fueron puestos a un lado, devueltos a sus
lugares de origen y olvidados. De ese olvido busca rescatarlos el libro del
investigador Marcelo Valko Los indios invisibles del Malón de la Paz, primer
volumen de la colección Osvaldo Bayer de Ediciones Madres de Plaza de Mayo.
Radar presenta la historia de una reivindicación que no fue.
En septiembre de 1945, tres dirigentes kollas de la zona de Cochinoca llegan a
Buenos Aires para presentar una querella contra terratenientes abusivos de la
provincia de Jujuy. En la Comisión Honoraria de Reducción de Indios, dependiente
de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, aducen que el organismo no tiene
competencia en el tema y son derivados al Consejo Agrario Nacional, donde
inician una engorrosa gestión que los ocupa durante varias semanas en la ciudad.
Ellos son Exaltación Flores, León Cari Solís y Juan Méndez. El 17 de octubre,
mientras miles de obreros provenientes de zonas fabriles y populares entran en
Plaza de Mayo para pedir por las conquistas sociales de los últimos meses y por
la liberación del coronel Perón, los tres kollas se unen fervorosamente a la
multitud. Desde ese día, las cosas cambian. El avance irrefrenable de Perón al
poder a través del aglutinamiento de sindicatos, un sector del Ejército, el
Partido Laborista, y fracciones de radicales, socialistas y nacionalistas,
promueven un clima estremecedor y conmocionan a la sociedad. El llamado a
elecciones generales para comienzos de 1946 señala el gran paso que aún le queda
dar a Perón, dueño absoluto de la escena política.
Una tarde, unos mapuches que también realizan reclamos en oficinas de protección
al aborigen les sugieren a Flores, Solís y Méndez que se pongan en contacto con
el teniente retirado Mario Augusto Bertonasco. Bertonasco se había desempeñado
como inspector de Tierras desde que ese organismo perteneciera al Ministerio de
Agricultura, y desde un año atrás había pasado a la órbita de la poderosa
Secretaría de Trabajo que ocupaba Perón. Ese organismo producirá en pocos meses
una reforma social inédita e irrepetible en la historia argentina, que en el
campo agrario promovió el Estatuto del Peón de Campo (jornal, vacaciones pagas,
condiciones sanitarias), así como la reducción del 20 por ciento en los
arriendos, prohibiendo los desalojos y permitiendo la renovación de contratos
pese a la oposición de los terratenientes. Bertonasco había logrado su pase por
expreso pedido de Perón, a quien admiraba, y quien conocía sus antecedentes en
el tema. El teniente retirado era hijo de un militar de la Conquista del
Desierto. Su padre, acaso para su vergüenza, ya que nunca lo mencionaba, se
había casado con una india, Mercedes Cáceres, en la forma en que más de tres
siglos antes Guamán Poma había señalado amargamente: el sexo de las indias
pertenece a los conquistadores. Una tensión en el alma de este joven, que perdió
el rango militar en 1930 por numerosas desavenencias con la institución, y que
tendrá su momento trascendente en la defensa de indios. Como inspector,
Bertonasco había ayudado a familias mapuches en su relocalización en Nahuel Pan
en tanto que había colaborado en la construcción de un reservorio de agua. Sin
embargo, tendría otra oportunidad para poner en juego la tensión de su origen.
LOS KOLLAS INGRESAN A LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
Los tres kollas lo encuentran y le narran sus padecimientos, le ruegan que
vaya a la Puna para cerciorarse con sus propios ojos de la miseria en la que
viven y los abusos que padecen. Azotes, maltrato a las mujeres, cepos para
disciplinar a quienes se rebelan, arriendos impagables y despojo a la fuerza de
tierras que ocupan desde tiempos de sus abuelos. Bertonasco los escucha con
atención y les pide tiempo para pensar la mejor forma de ayudarlos. A principios
de 1946, les envía una comunicación diciéndoles que la única forma de ³salvar a
la raza indígena en la Argentina² es hacer una marcha a Buenos Aires, porque de
esa forma llevarán a la gran ciudad una muestra de sus dolores y sus
necesidades. Allí comienza la historia de ³El Malón de la Paz por las rutas de
la Patria² documentada y narrada de manera extraordinaria por Marcelo Valko en
su libro Los indios invisibles del Malón de la Paz. De la apoteosis al
confinamiento, secuestro y destierro, que integra el primer volumen de la
colección Osvaldo Bayer de Ediciones Madres de Plaza de Mayo.
EL MALON INGRESA A CAPITAL FEDERAL CARGANDO SUS IMAGENES RELIGIOSAS. LA FOTO
FUE TAPA DE NOTICIAS GRAFICAS EL 3.8.46
Durante tres meses, el Malón, compuesto por 174 integrantes y sus enseres, bajará a pie desde los poblados de la Puna hacia la metrópoli del Río de la Plata y será motivo de cuantiosas notas en diarios, semanarios de actualidad, revistas del corazón, programas de radio de gran audiencia, y el progresivo apoyo popular y político, ya que a medida que se acercan son objeto de agasajos y recibimientos oficiales, solidaridades espontáneas y alianzas tácticas de otras comunidades indias y de pequeños productores y arrendatarios que ven en su éxito la posibilidad de encaminar demandas largamente postergadas en las zonas agrarias.
DESDE EL NORTE TRAIGO EN EL ALMA
El 15 de mayo de 1946, veinte días antes de la asunción presidencial de Perón, los kollas salieron de los departamentos jujeños de Cochinoca y Tumbayas, y de las cercanías de Orán en Salta. En los días siguientes se pusieron en marcha las columnas provenientes de otras haciendas lindantes con Orán, de Iruya y de Varas de Palca de Esparzo, hasta llegar a la cifra de 174 expedicionarios del Malón de la Paz por las rutas de la Patria. Si bien los preparativos contemplaban una movilización mayor, la llegada de Bertonasco unos días antes había acelerado los tiempos, ya que convenía no dilatar más el movimiento, de manera de arribar a Buenos Aires en simultáneo con la asunción de Perón o al menos para participar del desfile del 9 de julio. El más joven era el pequeño Narciso López, de 7 años, en tanto que Ascencio Miranda era el más veterano, con 86 años. Lideraban el grupo, además de Bertonasco, Daniel Dionisio, de 64 años, bastonero de iglesias y ³Cacique² según la prensa, Juan Francisco Adolfo von Kemmer, alemán apodado ³el indio rubio², y Viviano Donicio, hijo de Daniel y personaje fundamental de esta historia, ya que era flamante diputado provincial de Jujuy por el Partido Laborista. ³Tanto los puneños como los jinetes salteños dice Marcelo Valko en su libro estaban emocionados. Ahora el reclamo tomaba forma y parecía posible. Se sucedieron los vítores y aplausos de unos a otros.²
ARTICULO PUBLICADO EN LA REVISTA AHORA EL 10.8.46
En la víspera del 25 de mayo llegan a San Salvador de Jujuy en correcta
formación. Adelante las mujeres, llevando a la Virgen de Hermógenes, una imagen
de San Jerónimo y otra pequeña figura de la madre de Jesús. En el centro de la
caravana el grueso de la caballería salteña con ponchos colorados, y cierra el
conjunto la tropa de burritos y mulas con sus bultos.
Frente a la Casa de Gobierno les hacen un recibimiento emocionante y los invitan
a un gran almuerzo en el Regimiento 2 de Montaña. Al día siguiente retoman el
viaje.
El 5 de junio entran en Tucumán, donde nuevamente hay un acto público y son
alojados, por órdenes superiores, en un cuartel del Ejército. Descansan cuatro
jornadas y reciben una donación de dos carros, uno de los cuales será vestido
con los estandartes del grupo y los acompañará en la vanguardia. Una de esas
tardes, les sale al encuentro un cantor joven, de 38 años, que no les ofrece
comida ni albergue pero los insta a cuidarse y a mantenerse atentos porque ³la
gran ciudad no maneja los mismos valores que ellos observan en sus pagos². Se
trata de Atahualpa Yupanqui, con quien Bertonasco comenzará una larga amistad
hasta la temprana muerte del teniente en 1955.
El 20 de junio, Día de la Bandera, llegan a Córdoba. Son recibidos por el
gobernador Auchter, homenajeados y atendidos en unidades militares. Si bien al
comienzo reciben reseñas de los diarios provinciales, de a poco los medios
nacionales comienzan a ocuparse de los kollas que vienen del norte.
³Aunque nadie comprendía muy bien qué sucedía con los kollas dice Valko, todos
advirtieron que tras las humildes huellas de sus carretas, mulas, ushuntas y
alpargatas, se encontraba la poderosa mano de la presidencia o, cuanto menos, de
gente muy cercana al poder.² Allí se produce un cambio de estrategia. Tanto
Bertonasco, el diputado Dionisio como el resto de los líderes comprueban que
deben retrasar la marcha, que no tienen apuro en llegar y que, por el contrario,
cuanto más demoren el arribo más apoyos cosecharán en el camino. Deciden
celebrar el 9 de julio en Rosario, un cambio que finalmente hará peligrar sus
aspiraciones.
El lunes 8 de julio entran en Rosario, y las autoridades del Jockey Club les
ofrecen las instalaciones del country de Fisherton para que no duerman a la
intemperie. De inmediato son incorporados al desfile oficial, dominado por
guarniciones militares, asociaciones tradicionalistas, fuerzas vivas locales y
militantes nacionalistas, quienes solían participar de estos actos desde los
tiempos de la Legión Cívica. Los indios eran admirados como símbolo de la
argentinidad. En ese marco rosarino, tras los vehículos de combate y regimientos
marcharon los kollas. Llevaban banderas argentinas y bombachas de gaucho. ³La
nota original fue el desfile de los indígenas², dijo el diario La Tribuna. Esa
tarde, les hace una entrevista telefónica el periodista y escritor Juan José de
Soiza Reilly, quien conducía por Radio Belgrano el popular programa Las mil y
una noches de Mejoral. Soiza Reilly da a conocer el suceso a nivel nacional y
les promete que más adelante irá personalmente a su encuentro. Desde entonces,
el Malón aparece por todas partes. Los diarios La Nación y La Prensa, los
oficialistas La Epoca y El Laborista, el comunista La Hora, el socialista La
Vanguardia y el nacionalista La Reacción, los semanarios Ahora, Antena, Mundo
Argentino, Radiolandia y Qué sucedió en siete días, todos comienzan a seguir la
marcha del Malón. Notas especiales sobre los protagonistas, condiciones de vida
de los indios, reseñas contra los latifundistas, reivindicación de los ³hermanos
olvidados y sus justos reclamos².
REFORMA AGRARIA YA
El Malón comienza a ser destacado como los ³indios peronistas², dado que
llevan imágenes de Perón, son encabezados por funcionarios del flamante gobierno
y reciben permanentemente señales de apoyo oficial. La prensa resalta su
referencia a la ³Paz² y a ³las Rutas de la Patria², identificaciones largamente
pensadas que buscaban despejar la idea del malón violento por un lado, y la
denotación extranjera por el otro. Además, tanto la confraternidad con las
unidades militares como la entonación religiosa de sus símbolos y los actos en
iglesias y catedrales que realizaban en cada localidad transitada, pretendían
fundir su causa con los valores más profundos de lo que podía entenderse por
nacionalidad argentina. Por eso, las últimas paradas del Malón tendrán
significados estratégicos: Pergamino, centro agrario de la pampa húmeda; San
Antonio de Areco, meca de la tradición, y Luján, el altar religioso del país.
En Pergamino, se produce una verdadera inflexión. El 21 de julio son recibidos
apoteósicamente tanto por el Comisionado Municipal como por el último de los
vecinos. La ciudad se ha levantado, y el clima es propicio para toda clase de
expectativas. Es que diez días antes se había fundado un movimiento agrario en
el que 430 colonos firmaron su ficha de afiliación y reclamaron 44 mil
hectáreas. Ese domingo, en la plaza principal se canta el himno, se iza la
bandera, se oye el campanario de la iglesia, y en la lista de oradores
principales figura el líder de los arrendatarios que pregonan la reforma
agraria, Francisco Belardo. Además de darles la bienvenida a los kollas, hace
referencia largamente al problema agrario. Habla Dionisio y habla el teniente
Bertonasco. A esa altura, a dos meses del Malón, se había operado una
transformación en Bertonasco. Ya no era el funcionario de la Secretaría de
Trabajo de antes de partir de Abra Pampa, ni aquel que casi un año atrás había
conocido a los tres kollas en un pasillo ministerial. Ahora estaba barbudo,
llevaba bombachas gauchas, ushuntas y poncho. Y más aún, creía que la
recuperación de las tierras para los kollas era un hecho. Ese día dijo: ³Es la
misma raza criolla que ya otrora demostrara al mundo la entereza y deseo de una
vida mejor cuando en las jornadas de las montoneras dieran su vida para defender
la integridad de la Nación². Los líderes de los arrendatarios deciden enviar
directamente a Perón un telegrama que dice: ³Agricultores zona norte de la
provincia de Buenos Aires y pueblo de Pergamino, en manifestación pública de
sesenta mil personas, confundidos con nuestros hermanos los Coyas, pedimos se
les entregue las tierras de la Puna a ellos argentinos. Y los agricultores de
esta zona le solicitamos la prórroga de los arrendamientos hasta el año 1950 y
que se nos dé estabilidad definitiva².
Y AL LLEGAR A LA PLAZA DE MAYO ME DIO POR LLORAR
Los debates en el Congreso se inician tímidamente en la semana previa al
ingreso en Buenos Aires del Malón y continuarán hasta semanas después de su
brusca evacuación. Ni los diputados del oficialismo, que parecen solidarizarse
con el movimiento, ni los de la oposición, que desconfían de todo, encuentran ni
el lenguaje ni los actos necesarios para viabilizar la petición de los indios, y
en última instancia esperan las señales del gobierno. Finalmente, el sábado 3 de
agosto, tras haber dejado Areco y Luján, el Malón entra en la capital con sus
mulas y sus carretas, sus tres banderas desplegadas, y se aprestan a avanzar
hacia el centro desde el barrio de Liniers. Las principales radios transmiten en
cadena. Han pasado casi tres meses desde aquel 15 de mayo en el límite norte de
la Argentina.
Han atravesado dos mil kilómetros a pie. Es un momento de euforia.
Es un día de sol, claro y peronista, y en la plaza, la gente viva a los indios y
al general Perón, quien ha aparecido en el balcón y los saluda con su ancha
sonrisa. Tras un improvisado desfile al ritmo de erkes, charangos, sikus y
quenas, un mensajero surge desde la Casa Rosada pidiendo la presencia de la
representación indígena. Una pequeña comitiva encabezada por Bertonasco y
Dionisio entra. Los funcionarios seleccionan a dos mujeres y a un hombre kollas
y los llevan al balcón. Es un momento único, el Malón tocaba el cielo con las
manos. La primera vez en siglos que la principal autoridad política recibe y se
abraza en público con indios.
Más tarde, en el jardín de invierno de Casa Rosada, Perón recibe al resto de la
comitiva, entre ellos al alemán Von Kemmer, a quien la prensa ha bautizado el
³indio rubio². Ataviado con estricto uniforme militar, el presidente saluda
firmemente a Bertonasco, su subalterno, como quien celebra el deber cumplido.
Según Valko, ³Perón sabía que Bertonasco lo admiraba en forma incondicional y
por eso lo había designado como su hombre de confianza². Respecto del alemán,
los funcionarios tienen preparado su flamante libreta de enrolamiento,
concediéndole la nacionalidad argentina en reconocimiento a su actuación para
con los indios. Algo dice que Perón redimensiona la figura del alemán en
detrimento de Bertonasco, en busca de alguna fisura en el grupo y eventualmente
un recambio de líderes o mediadores. Bertonasco vestía un poncho y llevaba un
pañuelo estridente al cuello. Aunque no se supo entonces, poco después el
teniente retirado recibirá una reprimenda disciplinaria por uso indebido del
uniforme.
Entregado un sobre lacrado con la petición y la promesa verbal de Perón, los
kollas se retiraron de la Casa Rosada con una alegría infinita.
INMIGRANTES
El contingente que bajó del norte es hospedado en el Hotel de Inmigrantes,
donde son atendidos correctamente y donde se les asigna un pabellón. La primera
paradoja, acaso, fue el lugar elegido: el sitio donde durante décadas pasaban
sus primeras horas en Argentina los que bajaban de los barcos, los extranjeros.
Esa misma tarde, Perón se acerca al predio con el canciller Bramuglia, para
cerciorarse de que estuvieran cómodamente alojados.
Pasan los días. Los kollas viajan en subte, visitan los barrios, los
cementerios, el Puerto, la Costanera. Les hacen notas, entrevistas, fotografías.
El 15 de agosto alguien tiene la curiosa idea de organizar un partido de fútbol
entre jujeños y salteños, a jugarse como preliminar del clásico RiverBoca, y
allí estarán, los kollas, ante 40 mil espectadores.
Llevan veintitrés días en Buenos Aires. De pronto, el gobierno comienza a
cercenar el ingreso de intermediarios al Hotel de Inmigrantes. Un día, los
incomunican y tanto Dionisio como Bertonasco tiene terminantemente prohibido el
ingreso al lugar. Los kollas se preocupan, piden líneas telefónicas, solicitan
entrevistas que les niegan. Hermógenes Cayo, quien había hecho un diario
personal del viaje, escribirá: ³Se oye decir: esperamos las justicias, pero
nada... Todo bien, pero nada².
El miércoles 28 de agosto, funcionarios del gobierno les comunican que deben
alistar sus pertrechos porque serán trasladados a otro lugar. En principio, los
kollas se niegan, pero finalmente aceptan. Son trasladados por el ³indio rubio²
a la estación Retiro y cuando llegan descubren que hay un tren con sus caballos,
carros y mulas alistados para partir y devolverlos a la Puna.
Hay forcejeos, empujones y golpes. Para evitar un tumulto en la estación, los
mandan de vuelta al Hotel. Los kollas se resguardan con muchísimo temor,
aislados de Dionisio y Bertonasco, quienes de todas maneras hacen gestiones
frenéticas para contactar al mismísimo Perón y no son atendidos. En la
madrugada, tropas de asalto al mando del general Velazco ocupan el Hotel de
Inmigrantes, irrumpen en los dormitorios y comienzan a sacarlos a la rastra,
golpeados y empujados escaleras abajo. Afuera, en una vía secundaria del puerto
estaban los dos vagones, lejos de los andenes de Retiro, para evitar el
escándalo y para mandarlos de vuelta, sin escalas, a la Puna.
EL QUE VINO DE LEJOS A CONTAR
Atahualpa Yupanqui significa ³el que viene de lejos a contar². El domingo 1º
de septiembre, Yupanqui publica en el diario La Hora una extensa carta abierta
en la que señala, entre otras cosas: ³Te lo advertí, ¡Hermano Kolla! ¡Recuerdas
que te hablé de Condorcanqui, de Katari, de Pillito! Ellos también como tú, se
echaron al sol al hombro y caminaron senderos del Ande hasta las pampas
desiertas, con la ilusión que la vida prende en los seres humildes que creen que
viven bien piensan y sienten bien². Además, Yupanqui inicia una búsqueda de
materiales que le permitieran rescatar todo cuanto tuviera que ver con el Malón
de la Paz. Estos y otros planteos al gobierno, más su afiliación al Partido
Comunista, le valieron distintas prohibiciones y finalmente el exilio.
Pueblos originarios Los diferentes nombres del despojo Habitantes sin nombre,
residuos de la historia, problema, cuestión. Desde la conquista de América que
los pobladores que ocupan hace siglos estas tierras del mundo fueron
sistemáticamente raleados. Objeto del despojo liso y llano, de políticas de
evangelización, de bendiciones multiculturales o de reparaciones tibias
auspiciadas por organismos internacionales, los antiguos, permanentes y reales
pobladores del continente sobrevivieron a innumerables réquiem por duraderas
redes de solidaridad, estrategias comunitarias, cuando no a sangre y fuego, en
defensa de lo propio.
Tal vez las últimas reacciones, desde el liderazgo de Rigoberta Menchú tras el
genocidio en Guatemala, el movimiento zapatista en México, el Movimiento de los
Sin Tierra en Brasil y el avance en la acción política del indigenismo tanto en
Bolivia como en Ecuador estén empezando a reconfigurar, finalmente, un mapa
distinto, una escisión definitiva y sin vueltas en las agendas públicas de la
región. Esa condición de olvidados hizo que en cada retorno de lo reprimido
surgieran con el matiz de la novedad, cuando quizá sea el primero de los asuntos
pendientes, al menos en orden cronológico. De todos modos, también decir
olvidados fue y es una forma condescendiente y perversa de dejar el tema donde
está. Desde el nombre, todo ha sido arrancado. Indios eran lo que buscaban los
españoles creyendo que iban a Asia. Aborigen se refiere al natural de la tierra
que habita, en una concepción biologicista y ambigua, ya que hasta los animales
emigran de comarca. Aborigen, para peor, también significa ³sin origen².
Indígenas viene de indigentes, con lo cual desde el vamos son subsumidos a una
categoría de necesidad y carencia. Precolombinos los despacha sin más al pasado
y por lo tanto les quita el futuro.
Un estudio reciente del Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la UBA
señala, tras doce años de investigaciones, que el 56 por ciento de los
argentinos tiene ascendencia india (permítase el uso de este término, en su
connotación más vindicativa). Y que existen 900 mil indios, es decir, uno de
cada cuarenta habitantes, lo que representa una proporción mayor a la existente
en Brasil, donde hay un indio cada quinientos veinte habitantes.
Llamar la atención La visibilidad y el reclamo kolla en el verano del ¹46 La
última vez que en Argentina se oyó la palabra invisibles fue cuando una inmensa
mayoría descubrió, de la noche a la mañana, que ése era el nombre de los fans
del grupo Callejeros. En otro ámbito diferente, y hace poco, con aires de
semiología francesa, solía tomarse al término como figura del análisis del
discurso en tiempos en que la imagen copaba la escena, lo audiovisual iba al
centro del ring, y se endiosaba aquella máxima que reza una imagen vale más que
mil palabras. Lo que no se ve no existe, el amor entra por los ojos, de modo que
hay lenguajes de lo visible y espacios específicos que magnifican la visibilidad
de ciertos actos y actores.
Sin embargo, esto mismo pensaron aquel verano de 1946 los kollas de Jujuy y
Salta, cuando resolvieron preparar su expedición a Buenos Aires, con la ilusión
y el anhelo de haber encontrado, después de tanto, el momento, el Pachakutik.
Hacer visible una comunidad implica mostrar sus ropas, sus hábitos, sus modos de
comprensión del mundo. Pero la forma y el contenido, en arte y en política, se
imbrican, son inseparables. La versión que estos indios argentinos repondrán en
su itinerario es una versión que intenta por todos los medios hacer sentido en
la coyuntura que se vive. Estos indios buscarán instalarse en algún eco del 17
de octubre, el día en que los negros tomaron la plaza pública. Porque no fue la
primera ni será la última vez que un grupo de indios inicia una petición, aunque
sí será, por lejos, la vez en que obtuvieron mayor resonancia y lograron
acercarse a la Historia.
FUENTE: RADAR