Argentina: La lucha continúa
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Enfoques disímiles para el aumento de precios
Pablo Ramos
APM
La discusión versa sobre cómo el Estado mide la variación de precios. Pero más
de fondo no se discuten las causas de la inflación ni de la consecuencia de la
aplicación de las recetas ortodoxas.
La definición más difundida de inflación es "el alza generalizada y sostenida en
el tiempo de los precios de una economía", aunque también se acepta como válida
"la pérdida de valor de la moneda en relación a los bienes y servicios". Se
trata de una convención mensurable, de la que no existe una fórmula universal,
sino que distintos países utilizan métodos igualmente diferentes. Esta
definición es el punto de partida para dos cuestiones que tienen a la variación
de los precios como central en Argentina. La primera, más coyuntural, se refiere
a la intervención que el gobierno del presidente Néstor Kirchner hiciese en el
organismo encargado de medir la inflación. La segunda, más estructural, versa
sobre el debate extendido sobre las causas de la misma.
La economía argentina entró en recesión en 1998, y luego en depresión hasta el
año 2002. A partir de ese año, inició un proceso sostenido de expansión de todas
sus componentes, es decir, el consumo, la inversión y el comercio exterior, y
con una caída importante en la cantidad de desempleados y pobres. La tasa
promedio de crecimiento desde esa fecha es del 8 por ciento, y este período es
el de mayor crecimiento en casi 200 años de existencia independiente.
No obstante, las medidas de política económica tienen sus consecuencias. En
nuestro caso, Argentina volvió a padecer una tasa de inflación "molesta" tras
una década de índices cercanos a cero y hasta de deflación. Con este escenario
de "deja vu", ciertos fantasmas sobrevolaron nuestras pampas, Patagonia, chaco,
puna y Cuyo, y nuestra memoria colectiva recordó aquellos años de
hiperinflación, o el casi medio siglo de inflación alta, una de las causas (¿o
consecuencia?) de nuestro atraso.
Decimos "molesta" porque lejos se encuentra de los índices de antaño. Se trata
de guarismos que no superan en ningún caso el 15 por ciento anual, en un país
que ha registrado iguales magnitudes por día. Pero el contexto tampoco es el
mismo. En la actualidad, el mundo entero atraviesa por un período de baja
inflación, y Argentina se encuentra en el selecto "top ten" de la inflación
alta.
Una de las características de la inflación es que permite que todos podamos
explayarnos sobre su magnitud. En buen romance, cualquier paisano opina sobre su
valor con aires de exactitud. Pero en todo el mundo existen organizaciones que
la miden en forma seria y confiable, y se debe admitir que es una tarea para
personal muy calificado. Arribar a un simple "1,7 por ciento" que aparece en una
planilla es el fruto de cientos de horas/hombre de trabajo estadístico y de
campo.
Hecha esta aclaración, debemos admitir como verdaderamente válido que la
sociedad "siente" cuando hay inflación, aunque no pueda magnificarla. Y esto es
lo que ocurre hoy en Argentina.
Cuando esta variable macroeconómica comenzó a evidenciar un alza singular, la
administración Kirchner recurrió a métodos perimidos (léase acuerdos de precios)
que no dieron resultados. El paso siguiente de la Casa Rosada fue intervenir el
organismo estatal encargado de medir la variación de precios, el Instituto
Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), al denunciar la existencia de una
mafia que manejaba esa dependencia.
No hace falta aclarar que a la fecha de publicación de este reportaje no se han
producido detenciones de los "capos di tuti i capi" que tergiversaban las cifras
oficiales… ni siquiera de perejiles (NdeR: falsos culpables). Pero se ha hecho
un daño cuya reparación no podemos aventurar cuánto va a costarle a la sociedad
argentina. El Indec era, hasta su intervención en enero pasado, un instituto
respetable y respetado, con personal de carrera y concursado… Nadie dudaba de
las cifras del Indec, ni existían razones para hacerlo.
La política de contención de precios del actual gobierno se basa en el control
de aquellos precios que puede manejar discrecionalmente, y el acuerdo con los
distintos gremios que no puede controlar directamente. Ergo, las tarifas de los
servicios públicos y de los insumos energéticos (derivados del petróleo y gas
natural) se mantienen congelados desde la década de los noventa; el resto de los
precios se encuentran "acordados" (alimentos, vestimenta, servicios básicos,
etc.).
Una máxima en Economía es que "todos los hechos pueden evitarse, excepto sus
consecuencias". El Ministerio de Economía congeló las tarifas, acordó precios y…
hubo desabastecimiento y subas. Fue entonces que la Casa Rosada apeló al "plan
B": designó al frente de la Secretaría de Comercio Interior a Guillermo Moreno,
uno de los más fieles y fanáticos laderos del presidente. Su misión es acordar y
controlar a los formadores de precios.
Como miembro de la Organización Mundial del Comercio, Argentina se define como
una "economía de mercado". En consecuencia, tiene prohibida la aplicación de
controles de precios. Para cumplir con este precepto, la Secretaría de Comercio
recurrió al eufemismo de "acuerdo de precios". En teoría, las empresas adhieren
en forma voluntaria… pero en realidad existen advertencias que rayan la amenaza.
No obstante, los precios suben y no paran. Y la situación actual es tal que
algunos valores se encuentran entre los más bajos del mundo (el boleto de tren,
el pasaje en ómnibus de corta distancia, los combustibles, las tarifas
eléctricas), mientras que los alimentos y los alquileres de viviendas suben y
erosionan el tibio incremento del poder adquisitivo de la población.
Además, cuando Argentina renegoció la salida de su moratoria de su deuda
pública, ofreció a los tenedores de bonos canjearlos por otros de distintas
características. Entre ellos, los llamados Discount y los Par y Cuasi Par (todos
en pesos) se ajustan, además, por el Coeficiente de Estabilización de Referencia
(CER), cuya base es el Indice de Precios al Consumidor (IPC) que todos los meses
emite el Indec.
Como consecuencia, cuánto más alta es la inflación, más intereses pagan los
bonos nominados en pesos. Ergo, cuanto más alta sea el alza de precios, aumenta
la deuda pública nacional.
Como último cuestionamiento, el IPC sirve para determinar el valor de dos
"canastas" de consecuencias importantes. La canasta básica total incluye los
bienes y servicios básicos para sobrevivir; el valor de la misma va a definir la
línea de la pobreza: las familias que se encuentren por debajo de ella (que no
alcancen a cubrir la canasta básica con su ingreso total mensual) serán
consideradas pobres. Por su parte, la canasta básica de alimentos define la
línea de indigencia: las familias que no la alcancen, serán definidas como
indigentes.
Entonces, además de las consecuencias universales que la inflación produce
(redistribución regresiva del ingreso, erosión de los salarios, incertidumbre),
debemos mencionar también al aumento de la deuda pública, de la pobreza y la
indigencia.
Debido a este cóctel explosivo es que la Casa Rosada decidió dejar de lado
cualquier estrategia de control de la inflación y directamente "operar sobre" el
IPC. Desde la intervención del Indec, los empleados de ese organismo denuncian
arbitrariedades y manejos discrecionales de los números otrora irreprochables.
El gobierno desplazó a Graciela Bevaqua, al frente del área Precios del
instituto, y nombró como interventora a Beatriz Paglieri, que responde a Moreno.
El caso más resonante fue cuando el Indec difundió el dato del IPC
correspondiente a la ciudad de Mendoza para el mes de agosto, y que ascendía a
1,5 por ciento. Pero la Dirección de Estadísticas e Investigaciones Económicas (DEIE)
de esa provincia desmintió el dato, y lo mensuró en 3,1 por ciento. En setiembre
pasó exactamente lo mismo.
Luego, se sucedieron las promesas gubernamentales de "normalización" del Indec.
Se consultaron a especialistas de España, Ecuador y Estados Unidos, cuando los
especialistas mundiales coincidían en que la metodología del IPC era la mejor de
toda América Latina. La única crítica que podría realizarse es que las
mediciones no eran nacionales, sino por conglomerados urbanos. Más allá de lo
mencionado, no existían otros cuestionamientos.
Pero ¿cuáles son las causas de la inflación? Las Ciencias Económicas han
transcurrido la mitad de su existencia en este debate. Enfoques monetaristas,
keynesianos, estructuralistas, marxistas… todos tienen algo de razón. En
Argentina hoy debemos mencionar algunos motivos "objetivos".
En primer término, la política monetaria expansiva. Para estimular las
exportaciones y contener las importaciones, se ha determinado sostener un tipo
de cambio alto (un dólar a tres pesos con veinte centavos). Como consecuencia,
Argentina suma seis años de alto superávit comercial. En condiciones normales,
este azul en el saldo provocaría una revaluación del peso. Pero como el Banco
Central de la República Argentina (BCRA) no lo permite, adquiere estas divisas y
emite moneda nacional. Es lo que en el enfoque monetarista se define como
abundancia de los medios de pago. Y según esa misma orientación académica, esta
es la causa principal del alza de precios.
En segundo término, la magnitud del crecimiento económico. Ya en 2005 comienzan
a observarse distintos cuellos de botella. La depresión iniciada en 1998 llevó a
que las industrias tuvieran un exceso de capacidad instalada. Pero el
crecimiento fue tal que, a pesar de las inversiones realizadas, la demanda
superó a la oferta en distintos rubros. El primer sector en acusar recibo fue el
energético, donde el gobierno nacional recurre en forma sistemática a distribuir
subvenciones para incrementar la oferta energética. Esta sería una causa de la
inflación basada en un enfoque keynesiano (por John Keynes), cuya solución sería
un incremento de la oferta vía mayores inversiones.
En tercer término, tendríamos que mencionar la conformación del mercado
argentino. Su característica primordial es su alto grado de oligopolización y,
en menor grado, de cartelización. Como consecuencia primera de estas
características debemos citar que la competencia no existe, y que ante un
aumento de la demanda, sólo se atina a incrementar los valores de los bienes y
servicios. Es decir, que como consecuencia, sólo se propone como respuesta la
suba de los precios hasta que estos enfríen la demanda. El caso de la carne
vacuna es clarificador: los productores hasta la fecha no han propuesto otra
cosa que se les permita subir el precio del producto hasta valores
internacionales. Aquí encontramos causas que se encuadran en el enfoque
estructuralista.
¿Qué propone el gobierno? Estimular la inversión para incrementar la oferta
general de bienes y servicios. Una de las herramientas para lograrlo es contener
la tasa de interés, aunque esta alternativa se torna inviable en un contexto de
inflación alta. Los tipos de interés que hoy pagan las instituciones financieras
son negativos. ¿Quién va a querer realizar un depósito por el cual se le
devuelva menos de lo depositado? La otra herramienta es recurrir a la chequera
para distribuir millones de dólares en subsidios (aunque se distorsione aún más
la economía) Y continuar con su política de "maquillar" los índices
inflacionarios.
¿Qué propone el bloque neoconservador? La vieja receta monetarista: enfriar la
economía vía un aumento de la tasa de interés. O lo que es lo mismo, frenar la
creación de empleo y la suba de salarios. Así se maneja la Reserva Federal y el
Banco Central Europeo, por ejemplo (aunque en contextos muy diferentes).
Lo cierto y concreto es que la inflación esté entre nosotros. En un país con una
memoria inflacionaria susceptible es lógico que este calentamiento provoque algo
de pavor. Pero lejos estamos de reproducir episodios hiperinflacionarios, aunque
tampoco debemos pensar que vamos a regresar a las épocas en las cuales los
precios eran estables, pero más altos que en Londres. Tokio o Nueva York. Ni
mucho menos tapar el sol con las manos, o lo que es lo mismo, manipular los
números. Porque en Economía todo puede evitarse, salvo las consecuencias.
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