Argentina: La lucha continúa
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El sentido de una búsqueda
Por Ana y Mario Santucho *
La decisión del presidente Kirchner de ordenar a las Fuerzas Armadas "que
dispongan todas las medidas que resulten conducentes" para encontrar los restos
de nuestro padre y de su compañero Benito Urteaga nos motiva las siguientes tres
reflexiones, que hemos conversado con nuestros amigos y familiares más cercanos
y que queremos compartir con muchos:
1
Se trata para nosotros de un acto elemental de justicia, que responde a un
largo camino de reclamos, denuncias y movilizaciones llevadas adelante por buena
parte de la sociedad. Ante todo, entonces, es a esta intensa y sostenida lucha
–de la que hemos participado– a la que debemos agradecer.
Es cierto que esta decisión pudo no haber sido tomada. De hecho, se trata de una
reacción tardía, motivo por el cual quizá no tenga efectos tangibles. Hemos
conocido y seguimos padeciendo, en estos años, la aguda cobardía de los
representantes y de las autoridades, ya sea disfrazada de realismo, de
impotencia o como calculado cinismo. Por eso valoramos esta medida democrática
que, junto a los juicios reabiertos contra los responsables de la represión
militar, se distingue del fondo de impunidad en el que aún hoy vivimos.
2
Lo que el decreto presidencial explicita es que nosotros todavía estamos
buscando los cuerpos sin vida de nuestros padres.
No sólo los buscamos a ellos. Junto con Santucho y Urteaga desaparecieron
Liliana Delfino, Ana María Lanzilloto (y el hijo que llevaba consigo), Domingo
Mena y Fernando Gertel. Sus restos también deben ser encontrados y restituidos.
Y no somos los únicos. La mayoría de los treinta mil desaparecidos aún
permanecen en ese limbo creado por los militares como una verdadera usina de
terror.
¿Pero cuál es el motivo de un silencio y un ocultamiento que a estas alturas se
ha vuelto terco e irracional? ¿Y qué es lo que se torna evidente cuando toma
estado público nuestra búsqueda de ejercer un derecho tan básico? Se trata de la
sencilla pero persistente verdad de que resulta imposible cualquier
reconciliación.
Pues, ¿cómo podríamos convivir con quienes están imposibilitados de asumir las
consecuencias de sus actos de exterminio?
Si no nos reconciliamos es porque los efectos de aquellas decisiones son
irreversibles.
La reciente y aún irresuelta desaparición de Julio López destruyó toda ilusión
de un final feliz. No puede haber verdadera democracia mientras aquel fondo de
impunidad perdure. Y ese fondo no ha cesado de volverse más denso, sobre todo si
atendemos ya no sólo a las injusticias del pasado, sino también a las que hoy
existen de mil maneras (no menos violentas) en los barrios, las cárceles y en
las calles de todo el país.
3
Quizá nuestra última reflexión no se derive inmediatamente del decreto
presidencial. Tal vez ello se deba a que se trata de un sentimiento más
personal, de poca relevancia en la discusión mediática y en la agenda de
coyunturas. Sin embargo, no nos parece superflua agregarla: nos incomoda ocupar
el lugar de víctimas condenadas a ejercitar un reclamo eternamente insatisfecho.
La búsqueda de estos cuerpos, para nosotros, forma parte de un anhelo vital. Su
eventual hallazgo habilitaría el velorio que todos merecemos. Pero su sentido de
justicia más profundo depende de nuestra capacidad para prolongar el espíritu de
rebeldía y emancipación que se encarna hoy en los cuerpos que resisten la
miseria del poder.
* Hijos de Mario Roberto Santucho.
Pagina 12 - 07-11-2007