Argentina: La lucha continúa
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Magdalena y la trilogía maldita
Carlos del Frade
Mujer, trabajadora sexual y dirigente sindical.
Trilogía maldita para el sentido común, ese conjunto de valores impuesto por las
minorías dueñas de casi todo y que se esparcen como supuestas verdades
inmutables entre las mayorías para que estas desconfíen y se peleen entre si.
Sandra Cabrera, mujer, trabajadora sexual y dirigente sindical.
Un triple desafío para el sistema.
A Sandra, morocha, sanjuanina, joven y peleadora, amorosa mamá de Macarena, la
mató la policía. No importa si fue la federal o la provincial, la Santafesina
SA. Pero fue la policía, los dos, la misma fuerza pretoriana, el brazo ejecutor
de manos sucias, los socios menores de los delincuentes de guante blanco. La
policía, los guardianes del orden, de aquel conjunto de ideas fuerzas que
componen el sistema común.
Ese sistema común rosarino que fuera desafiado por partida triple por Sandra.
Llegó a una ciudad que no era ni portuaria ni obrera, sino cuentapropista,
desocupada y con su piel en carne viva después de tanto maltrato.
Y empezó a pelear por la dignidad de sus compañeras.
Siempre de la mano de Macarena, cuando el sol iluminaba las orillas de la ciudad
bañada por las aguas marrones del Paraná.
Para construir un futuro donde sea posible que la sonrisa de su hija se
prolongue en el tiempo, para que la alegría de miles de pibas y pibes sea un
derecho y no una rareza.
Por eso Sandra denunció la explotación sexual de nenas y nenes en la zona
fronteriza que compone la Terminal de Omnibus, justo allí, en esa zona, fue
cuando la mataron de un balazo en la nuca el 27 de enero de 2004.
Zona de fronteras donde se cruzan la Federal y La Santafesina SA, en donde se
maltrata a las chicas y se liberan zonas francas para la circulación de
cualquier mercadería. Ella lo venía denunciando. Con simpleza, ojos negros,
sonrisa pícara y gestos nerviosos.
Los medios de comunicación multiplicaban sus luchas y también le daban aire a
las campañas de salud, de asistencia para las familias de sus compañeras.
Sandra caminaba las esquinas de la ex ciudad obrera despertando conciencias,
saludando el amanecer de la autoestima y soñando la realidad concreta del
sindicato, de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina.
Magdalena revolucionaria, cuerpo y presencia cotidiana que encarnaba el triple
desafío contra la moral del privilegio. Mujer, trabajadora sexual y
sindicalista. Era demasiado para un país en descomposición, para una ciudad que
ya no era lo que fue.
Entonces vino la orden. Matar para seguir robando. Matar para que nadie más
moleste los negocios de los de arriba, los que se hacen siempre con las
desesperaciones de los de abajo.
Fue una ejecución sumaria la de aquella madrugada de hace tres años.
Ahora no hay detenidos y el expediente va camino a la nada.
Continuidad del sistema: la justicia santafesina repitiendo su lógica de red de
pescadores invertida. Pasan de largo los peces gordos, quedan atrapados los
peces chicos. Pero ni siquiera se dejó preso al matador. Sandra se había metido
con negocios de gente muy susceptible, de los de guante blanco.
Sin embargo Sandra Cabrera sigue viva.
Está en cada compañera trabajadora sexual de cada esquina de Rosario y del país;
está presente en las urgencias de miles de pibas y pibes que, como Macarena,
necesitan de una Sandra capaz de asumir en su propia existencia la trilogía
maldita del sistema: mujer, trabajadora sexual y sindicalista.
Magdalena revolucionaria, crucificada en el altar de la hipocresía, a tres años
de su calvario, Sandra Cabrera es una bandera para los que aspiran a un país en
donde los que son más, alguna vez, sen felices.