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Meraz coincidencias
Silvia Ribeiro *
La Jornada
Cuando los violentos hablan de paz, y los fraudulentos de legalidad y rectitud,
quizás no sorprenda que los encargados de la "bioseguridad" en México llamen a
experimentar con maíz transgénico en la propia cuna del maíz. Esto es lo que
demanda Marco Antonio Meraz, secretario ejecutivo de la Comisión de Bioseguridad
y Organismos Genéticamente Modificados (Cibiogem), que reconoció ante la prensa
que hay "presiones de las empresas trasnacionales". Como según el funcionario
los transgénicos son "inevitables", la solución, afirma, sería desarrollar
semillas transgénicas propias. (Angélica Enciso, La Jornada 14/8/06).
Al parecer, para este doctor en biología molecular, la bioseguridad es un
problema de nacionalidad, y si el maíz transgénico fuera manipulado en
laboratorios mexicanos, las abejas y el viento se abstendrían de cruzar el polen
transgénico con el maíz campesino y no se provocarían, por ejemplo,
deformaciones como las que han encontrado los campesinos en el grano nativo de
Oaxaca y otros estados, o no podrían provocar alergias, como las que se han
comprobado en campesinos de Filipinas.
Seguramente Meraz conoce lo que implica desarrollar semillas transgénicas
propias: Cinvestav (Centro de Investigación y Estudios Avanzados), institución a
la que él pertenece, ha trabajado desde 1991 en el desarrollo de papas
transgénicas. Muy propias, sobre todo por los contratos para tal investigación
que la institución firmó con Monsanto. El doctor Meraz tal vez no recordaba en
el momento de la entrevista que las mismas cinco trasnacionales que controlan
todos los transgénicos sembrados a nivel global, de los cuales Monsanto tiene
88%, también poseen las patentes sobre todos los procesos claves para hacerlos,
en cualquier parte del mundo. Hasta ahí llega lo de "propias".
Leyendo su declaración sobre las presiones de la industria, es instructivo
recordar que Meraz no se veía muy atribulado cuando representaba a México en la
tercera Reunión del Protocolo Internacional de Bioseguridad (Curitiba, Brasil,
marzo 2006). Allí trabó por varias horas el debate del plenario final, para
asegurar que se diluyera la exigencia de un etiquetado que informara claramente
si los embarques de granos que llegan de Estados Unidos a México contienen
transgénicos. A la vista de delegados de todo el mundo, se vio claramente cómo
Carlos Camacho, presidente de Agrobio México (asociación "civil sin fines de
lucro" cuyos miembros son las trasnacionales de transgénicos Monsanto, Dupont,
Syngenta, Bayer, Dow), le "explicaba" cual debía ser la posición de México en
las negociaciones. O hubo muchísima presión o a Meraz no le molestó tanto,
porque representó las posiciones de las trasnacionales terca y apasionadamente,
pese a que hasta la presidenta de la sesión de este convenio de la Organización
de Naciones Unidas trató de aliviarle la presión, pidiendo a México que retirara
sus propuestas de última hora que revirtieron todo el debate anterior que hasta
ese momento había concluído a favor de un etiquetado claro y obligatorio. En
este contexto, "presiones" es una palabra algo sutil, pero sí, son evidentes.
Cinvestav, de dónde proviene el secretario, también fue -por mera coincidencia,
seguramente, ¿o quizá por "presiones"?- anfitrión de la reunión donde
participaron selectos miembros de la Cibiogem con las trasnacionales Monsanto y
Dupont, para acordar lo que luego presentaron como Plan Maestro de Maíz,
justificación científico-empresarial de la supuesta "necesidad" de experimentar
con maíz transgénico en México. Experimentación que se realizaría con maíz
"propio" y patentado de las empresas Monsanto, Dupont y Dow, pero disimulado al
público como experiencias en los campos de instituciones públicas como Cinvestav
e Inifap (Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y
Pecuarias). Con este marco, se aprobaron a fines del año pasado siete
solicitudes de esas empresas para experimentar con maíz transgénico. Las
aprobaciones están suspendidas por ahora, gracias a protestas de muchos y a los
amparos interpuestos por Greenpeace, porque no cumplían ni siquiera con las
exigencias mínimas de la Ley de Bioseguridad, más conocida como Ley Monsanto,
que rige el trabajo del doctor Meraz. Siguen pendientes, y tal como declaró el
secretario de la Cibiogem, existen presiones para que se retomen. Directamente
de las empresas, o a través de agricultores industriales -y hasta de
gobernadores- del norte del país, que pagan (o alguien se los paga) desplegados
en los medios para pedir que se aprueben las solicitudes "en el marco del Plan
Maestro de Maíz". Su pedido es ignorante (desconocen los pobres resultados de
este maíz en Estados Unidos y que inclusive aumentará sus costos), pero sobre
todo un insulto hacia más de 85% de los campesinos que verían sus semillas
contaminadas.
¿Meras coincidencias? En todo caso, lazos demasiados estrechos de quiénes
deberían velar por la bioseguridad del país, en lugar de conciliar intereses con
quienes la ponen en riesgo. Hay mil razones que muestran que México no necesita
transgénicos, mucho menos en maíz, donde constituye una amenaza contra uno de
los acervos económicos y culturales más importantes del país. Con los
transgénicos se arriesgan justamente las semillas que sí son definitivamente
propias, creadas y cuidadas durante miles de años por indígenas y campesinos,
donde además están las claves para seguir desarrollando las variedades que
necesitamos, sin riesgos para la salud y el ambiente. Ellos son los verdaderos
maestros del maíz, cuyas preocupaciones y conocimientos deberían ser oídos y
priorizados, en lugar de seguir haciéndole el juego a las pocas empresas que van
por el control monopólico de las semillas, en México y en el resto del mundo.
* Investigadora del Grupo ETC
Fuente: lafogata.org