Nuestro Planeta
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Deforestación y Pueblos Indígenas. La selva que nos mantiene vivos
Clara Riveros Sosa
El mundo entero -pero muy particularmente África, Asia y América- viene
soportando la presión de una voraz economía que considera al planeta sólo como
fuente de materias primas y de consecuentes ganancias monetarias, para nada
equitativas.
Deben ayudarnos antes de que sea demasiado tarde.
Nuestra selva es lo que nos mantiene vivos.
Unga Paran
La frase del epígrafe fue pronunciada en medio de una apremiante súplica
dirigida a Occidente hace dieciséis años por Unga Paran, un anciano del grupo
étnico dayak, de Sarawak, Malasia.
Sus tierras van a la cabeza del desastroso ranking mundial de la deforestación y
sufren los avances tanto de la minería ilegal como de particiones y
distribuciones efectuadas por el gobierno de su mismo país.
El mundo entero -pero muy particularmente África, Asia y América- viene
soportando la presión de una voraz economía que considera al planeta sólo como
fuente de materias primas y de consecuentes ganancias monetarias, para nada
equitativas. Mientras, los seres vivos –personas, animales, plantas- y sus
ambientes, cuando no resultan funcionales a esos objetivos, son vistos y
manejados como material descartable. Tratándose de los humanos, estorban los que
se caen fuera, los sobrantes, aquellos que carecen de las destrezas que hoy se
demandan o bien que han sido fácilmente reemplazados por elementos tecnológicos.
En ese contexto también representan una molestia los pueblos antiguos, tribales,
que parecen no calzar en ningún resquicio del esquema al poseer una especial e
integrada cosmovisión, practicar economías de subsistencia, desenvolverse de
manera comunitaria y, peor todavía, por habitar tierras muy codiciadas en los
mercados a raíz de su ubicación, potencialidades o de los recursos naturales con
que suelen estar provistas.
En ese cuadro de maltrato, desplazamientos forzados, sobreexplotación y
extinciones que desencadena la ambición desenfrenada, se pierden la
sustentabilidad, la justicia y las relaciones humanas. Es por eso más que
bienvenido el reciente fallo de la Cámara en lo Contencioso y Administrativo del
Chaco, que ratifica otro anterior de la doctora Iride Isabel Grillo del 2004,
ambos a favor de las comunidades aborígenes que solicitaron se declarase
inconstitucional la ley 5285 de Bosques por contravenir ésta a las
constituciones nacional y provincial que establecen la obligación de consultar a
los pueblos originarios y asegurar su participación en todo lo que atañe a la
sustentabilidad de su desarrollo, y esto comprende esencialmente el cuidado del
ambiente y de los recursos naturales, todo lo cual fue omitido al formularse la
norma cuestionada.
Creemos que este último dictamen alcanzará la misma repercusión del primero, que
fuera comentado a nivel internacional por sentar jurisprudencia en materia tan
importante y sensible y por abundar en fundamentos de peso científico y carácter
ambiental que aún aparecen como novedosos en documentos de esta índole y
trascendencia.
Los pueblos aborígenes – y dicho sin entrar en ningún tipo de idealizaciones-
siempre supieron conservar su medio sirviéndose de él con moderación,
conocimiento y reverencia; por lo tanto, ayudar a que mantengan formas de vida y
de organización tradicionales dentro de su propio ambiente, supone, además de la
expresión del respeto debido a otras culturas, una contribución a la protección
y mejoramiento de vastas áreas del mundo que compartimos.
Ya probamos en exceso las economías de expoliación, devastación y
aniquilamiento. Sus consecuencias ya no son amenazas declamatorias sino que se
vuelven más y más palpables e inquietantes cada día, preocupando y acosando
colectivamente al género humano. Basta recorrer, en cualquier país, las notas
editoriales y los artículos de fondo de los diarios de larga trayectoria y
habitualmente más mesurados y cuidadosos de mantenerse ajenos a todo
amarillismo: casi sorprenden-a quienes conocen sus antecedentes- por los tonos
que manejan actualmente al tratar la cuestión ambiental. Sus advertencias
hubiesen sonado apocalípticas años atrás, aún en boca de algún ambientalista
tenido en aquel entonces por desaforado. No es para menos, es que la realidad se
nos cae encima.
Frente a la urgencia con que se impone la necesidad de frenar la constante
depredación, de emprender la restauración ambiental y de reeducarnos en una
vinculación armoniosa entre los seres humanos y con la compartida casa
planetaria que debe seguir siendo habitable, la comunidad global entera puede
hacer suya la frase que colocamos al principio, repetírsela con insistencia e
inculcársela a cada uno de sus integrantes. Ese reclamo ya no es privativo de
ciertos pueblos, es de todos nosotros.
Publicado en el DIARIO de la Región el 1 de julio de 2006. Resistencia, Chaco