Nuestro Planeta
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Chernóbil, Irán y el cambio climático
David Hammerstein*
Últimamente he perdido ya la cuenta de tantos bulos y errores que se cuentan
acerca de la energía de origen nuclear. A pesar de todas las edulcoradas
ficciones, los forofos de la energía atómica lo tienen cada vez más difícil a la
hora de presentar con una mínima credibilidad sus posiciones pro-nucleares ante
la evidencia abrumadora de la insensatez e inviabilidad del renacimiento de la
energía nuclear.
Una de las mentiras más repetidas hace apología de una pretendida seguridad y
capacidad de control de las instalaciones y la energía atómica para usos
civiles. Este engaño busca defender la existencia de una nítida y hermética
separación entre la fuente de energía nuclear y el armamento atómico. Mientras
que con razón, los titulares de prensa se escandalizan ante la actual amenaza
nuclear iraní y sopesan las posibles medidas militares a tomar frente al
gobierno islámico, al mismo tiempo suelen callarse ante lo que paradójicamente
ha sido una largo matrimonio de colaboración atómica "civil" entre países
occidentales e Irán. Este histórico entendimiento entre los usos civiles ha
posibilitado el posible acceso del régimen fundamentalista a las armas nucleares
de destrucción masiva. El mito sobre la radical separación entre los "usos
pacíficos" de la energía atómica y los "usos militares" ya no puede mantenerse
por más tiempo. Dónde existe un programa nuclear, se crean las condiciones
necesarias para que pueda existir también la bomba. Sí no, que le pregunten a la
India, a Pakistán, a Israel, y ahora a Irán.
Otra de las afirmaciones infundadas sobre la pretendida bondad de la energía
radioactiva insiste en que necesitamos las nucleares para luchar contra el
cambio climático y para reducir nuestra dependencia con el petróleo. Nada de
esto tiene que ver con la realidad ni con los datos objetivos. La energía
nuclear aporta sólo una muy pequeña fracción (el 6%) del consumo energético
final europeo, y su aportación es prácticamente insignificante a nivel mundial
(de l% al 2%). La energía atómica no compite con la energía obtenida del
petróleo que se consume sobre todo para el transporte y en otros destinos
industriales. Por tanto, la producción de energía atómica difícilmente puede
ayudar a reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera generadas por la quema de
combustibles fósiles petrolíferos. Tenemos que recordar que ni los coches ni los
aviones funcionan con energía nuclear. Aunque hubiera más centrales nucleares,
nuestra dependencia e inestabilidad económica asociada a la importación de
petróleo seguiría, y tendría una escasa o nula influencia sobre la necesaria
reducción de los gases invernadero emitidos a la atmósfera y sobre el cambio
climático.
Sólo se puede luchar por un clima global estable mediante las recetas verdes:
con inversiones en la eficiencia energética, el ahorro, el transporte público y
las fuentes renovables de energía. Por ello, es urgente reorientar el grandioso
gasto económico que suponen las nucleares hacia otras políticas energéticas
mucho más eficaces y acordes con las necesidades del mundo vivo que habitamos.
En la búsqueda desesperada de argumentos y legitimidad pro-nuclear se afirma
también que las instalaciones y producción nuclear son eficientes, cuando en
realidad ocurre todo lo contrario. Se suele distorsionar la realidad mediante
cifras sobre la energía generada pero no sobre la energía realmente consumida,
que son mucho menores. También se ocultan y no se incluyen en el precio y la
factura de consumo energético nuclear los astronómicos costes "externalizados"
que exige la seguridad y las tareas para prevenir accidentes, el eventual
desmantelamiento de las instalaciones o la gestión infinita de los residuos
atómicos. Se suele olvidar también la total dependencia del uranio importado de
países no muy estables. Además, las nucleares incorporan un desigual e injusto
coste social de facturación: sólo pueden subsistir con subvenciones públicas
masivas y con la garantía del estado. Es decir, la ciudadanía de a pie además de
afrontar los riesgos y daños radioactivos que actúan y permanecen miles de años,
también es la encargada de sufragar los gastos y incluso las seguridad misma de
la anacrónica empresa nuclear, ya que ninguna aseguradora privada está dispuesta
a asegurarla ante posibles accidentes.
Y ahora que estamos metidos de lleno en "la guerra contra el terrorismo",
resulta muy curioso ver como los promotores del resurgimiento y la vuelta a las
nucleares, sistemáticamente se olvidan de mencionar el grave peligro que
comporta al convertir en objetivos terroristas las mismas instalaciones y los
materiales transportados como el plutonio y el uranio y los residuos nucleares.
¿Debemos seguir aumentando estos riesgos atómicos? Es evidente que 20 años
después del accidente de Chernóbil existen poderosas razones para mantener
nuestro profundo rechazo a esta peligrosa tecnología que amenaza la vida de hoy
y la de mañana.
David Hammerstein
Eurodiputado de Los Verdes