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Chernobil: ¿renacimiento de la energía nuclear?
Alejandro Nadal
A 20 años del desastre de Chernobil, la industria nuclear busca resucitar. Ha
encontrado nuevos aliados y justificaciones para reanudar su marcha. El lobby
nuclear está contento porque piensa que el debate nuclear regresó al discurso
"racional" sobre costos, eficiencia y la necesidad de hacer frente a la
creciente demanda de energía. Quedó atrás el espinoso tema de la seguridad de
las plantas nucleares y el insoluble problema de qué hacer con sus desechos de
alta peligrosidad.
En realidad, el problema de la seguridad nunca desapareció, pero sí fue relegado
a segundo plano gracias a una campaña de relaciones públicas. Hace 15 años el
lobby pro nuclear anunció la llegada de los "reactores intrínsecamente
seguros". Al ver que esa campaña no fructificaba, esa fraseología fue sustituida
por la de los "reactores de cuarta generación". En ambos casos se trata de
consolidar la idea de que con los nuevos diseños de reactores ya no pueden
ocurrir accidentes como los de Isla de Tres Millas o Chernobil.
La verdad es distinta. Todos los técnicos responsables saben que no existe un
reactor a prueba de errores de diseño, de cálculos deficientes del personal o de
fallas en uno de sus componentes medulares y periféricos (bombas, válvulas,
tuberías, equipo de medición y control, etcétera). El riesgo es considerable
cuando hay temperaturas y presiones altísimas, fuertes cargas mecánicas,
entornos químicos muy agresivos y el bombardeo de neutrones debido a la fisión.
En una planta nuclear, la corrosión, el desgaste y las fisuras en todos los
componentes son rutina y difíciles de monitorear.
La industria nuclear sostiene que se cuenta con el equivalente a una experiencia
de 11 mil años reactor en operación y que eso proporciona una base de datos
invaluable para prevenir accidentes. Pero ese argumento tiene doble filo: tres
de cada cuatro reactores actualmente en operación estaban funcionando en 1986
cuando estalló el reactor en Chernobil. Sostener que la seguridad de las plantas
nucleares aumenta con su edad es algo temerario. Las probabilidades de que
ocurra un accidente no han disminuido, al contrario. Los "incidentes" en las
plantas de Sellafield, Tokaimura, Monju, Brunsbüttel y, sobre todo, Paks
(Hungría, en 2003) son algunas llamadas de atención que una campaña publicitaria
no puede esconder.
Quizás por eso los promotores de la cuarta generación ya no pretenden que sus
reactores sean intrínsecamente seguros, pero sí "relativamente más seguros", y
sobre todo, más pequeños y económicos. Pero si son tan económicos, ¿por qué se
gasta tanto en subsidios para la industria nuclear? Una razón muy sencilla: las
plantas nucleares no pueden competir con las demás opciones, desde una planta de
ciclo combinado hasta las modernas turbinas de viento.
En las últimas cinco décadas los subsidios para esta industria sobrepasaron el
billón de dólares en Estados Unidos. El año pasado el Congreso estadunidense
aprobó otro paquete de subsidios para la energía nuclear por 3 mil millones de
dólares. Lo extraordinario es que a medio siglo de su nacimiento, la industria
nuclear sigue requiriendo la muleta de los subsidios para poder caminar. A pesar
de ello, desde hace dos décadas la bitácora de nuevos pedidos para la industria
nuclear estadunidense está en blanco. Vaya manera de pasar la prueba del libre
mercado.
Otra justificación para impulsar el renacimiento de la industria nuclear se
relaciona con la creciente demanda de energía en el mundo. Los altos precios del
petróleo y el agotamiento de las reservas de hidrocarburos indican que es
urgente buscar fuentes alternativas y la industria nuclear está en buena
posición para responder.
Este argumento es absurdo porque la demanda de energía puede enfrentarse con
mayor eficiencia (tanto en generación como en consumo) y con cambios en la
estructura de las economías (restando importancia a las industrias intensivas en
energía). Se calcula que el enorme despilfarro de energía en los países ricos
(sobre todo Estados Unidos) es equivalente a varios yacimientos de los llamados
supergigantes. Además, la industria nuclear no puede satisfacer el aumento en la
demanda del sector transporte en ninguna de sus modalidades.
El aliado más reciente del lobby nuclear es el cambio climático. Se dice
que la energía nuclear no genera emisiones de gases invernadero. Eso es
parcialmente cierto porque la energía utilizada en el enriquecimiento del uranio
genera gases con efecto invernadero que deben ser contabilizados. Además, las
emisiones del sector transporte no se verían afectadas por el renacimiento
nuclear. Es mucho más económico invertir en otras opciones que realmente tienen
emisiones cero (como las fuentes de energía renovables) que en los armatostes
nucleares.
Finalmente, la industria nuclear quisiera hacernos creer que el problema de los
desechos nucleares tiene solución. La realidad es que algunos desechos poseen
una vida media de hasta 100 mil años. Si consideramos que la agricultura se
originó hace 10 mil años, es fácil ver que nuestro "mundo moderno" será
remplazado una y muchas veces en ese horizonte temporal. En todo ese tiempo los
depósitos deberán permanecer bajo resguardo. La respuesta a los desafíos del
futuro no descansa en resucitar cadáveres tecnológicos que han demostrado
reiteradamente su ineficacia y peligrosidad.