Nuestro Planeta
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Hágase la luz.
El contraste entre los intereses de las transnacionales y la supervivencia
de la especie humana. Jorge Gómez Barata
Ecoportal.net
Poner en una balanza los intereses de lucro de un grupo de empresas
transnacionales y la supervivencia de la especie humana, se ha tornado una
dramática realidad. Es evidente la contradicción entre el carácter privado de la
propiedad sobre los recursos naturales y la esencia social, de los problemas que
amenazan la supervivencia de la humanidad.
Desde todas las orillas ideológicas, es evidente la contradicción entre el
carácter privado de la propiedad sobre los recursos naturales y la esencia
social, ahora global de los problemas que amenazan la supervivencia de la
humanidad.
Lo que en el pasado aprendimos como un teorema de economía política y como
recurso metodológico para comprender las asimetrías sociales y las injusticias
derivadas del hecho de que la producción fuera colectiva y la apropiación
privada, se ha convertido en una tensión histórica que plantea problemas
insolubles.
Los ejemplos abruman: la producción y el comercio de armas son negocios
privados, aunque la paz entre las naciones y la seguridad ciudadana tienen
carácter público; la ONU establece reglas estrictas para el trasiego de
tecnología y combustible nuclear, vinculantes para los estados, pero no para las
empresas privadas.
Las transnacionales farmacéuticas no son entidades filantrópicas y la muerte de
millones de seres humanos victimas de enfermedades curables, no es su problema,
como no lo es tampoco el VIH-Sida, los medicamentos genéricos y las vacunas para
las enfermedades de los pobres. El hambre no se debe a la escasez de alimentos
ni a la falta de infraestructuras de distribución, sino a la vigencia de
estrechos intereses mercantiles.
Tal vez la expresión más dramática de esas aberraciones históricas es el
problema energético. La crisis energética amenaza al planeta y a todos los que
viven en él, mas, el petróleo, el gas, el carbón y el uranio no son patrimonio
de la humanidad, sino propiedad de países, empresas o individuos que pueden
decidir qué hacer con ellos.
No obstante la claridad con que estos fenómenos se perciben, en lugar de abrirse
paso una voluntad política que permita avanzar hacía soluciones visibles, se
impone el enfoque neoliberal, ponente de una extemporánea fiebre privatizadora y
de una filosofía que reduce el papel del Estado, acentuando esa dramática
realidad.
Poner en una balanza los intereses de lucro de un grupo de empresas
transnacionales y la supervivencia de la especie humana, se ha tornado una
dramática realidad. Esa dicotomía no ideológica, sino también global, nos pone
ante la disyuntiva de decidir que queremos conservar: la bolsa de ellos o la
vida de todos.
La mala noticia es que por tratarse de una contradicción que opera a nivel de
toda la formación económica y social, es universal, válida para todas las
esferas y para un largo período de tiempo, no tiene solución en los límites de
las nociones de gobernabilidad vigentes y en el marco de los actuales sistemas
políticos.
A nivel de la razón lógica es evidente el desencuentro entre la magnitud global
de los problemas y la ridícula escala en la que se pretende encontrar las
soluciones. Los conceptos planeta y humanidad son validos para identificar los
desastres y prevenirlos, no para resolverlos.
Por otra parte, es obvia la irracionalidad de auspiciar acciones aisladas que
pongan en manos de gobiernos ineficientes, corruptos o imperialistas, los
recursos naturales de los que depende el destino del planeta. Tampoco existen
organizaciones internacionales suficientemente democráticas, competentes y
probas como para asumir la tarea. La experiencia de la ONU en la gestión del
programa "Petróleo por Alimentos" en Irak es aleccionadora.
La humanidad, magníficamente culta y tecnológicamente competente, está atrapada
en la mezquindad a que la ha conducido un sistema social afianzado en relaciones
de producción, nociones ideológicas, ordenamiento jurídico y formas de gobierno
esencialmente primitivas.
La criminal simpleza de un credo basado en la anarquía, la ganancia, el afán de
lucro, el consumo irracional, era primitiva ya en el siglo XIX cuando Prohudon,
Lassalle, Kaustki y Carlos Marx revelaron que una sociedad construida sobre esas
bases era, a la larga inviable.
El capitalismo es una etapa histórica, imprescindible e incluso brillante de la
evolución humana. Un nivel de la civilización que contiene las premisas para una
socialización que le permitiría afrontar los retos que crea su propio
desarrollo. Contra el despliegue de esas potencialidades, conspira la pequeñez
de las políticas imperiales que constituyen un anacronismo decimonónico basado
en paradigmas obsoletos.
De todos modos, los imperativos del desarrollo histórico terminarán por
imponerse y la humanidad encontrará la lucidez necesaria para solucionar la
crisis energética y el resto de los problemas globales que la amenazan.
No es imposible. Las necesidades históricas son la palanca, los hombres de bien,
el punto de apoyo.
Jorge Gómez Barata, profesor universitario