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La aprobación de Pascua Lama o un crimen de lesa patria
Francisco Herreros
El Siglo
Como cabía apostar sobre seguro, y como es apenas natural en el depredador
modelo económico vigente, la Comisión Regional del Medioambiente de Atacama
aprobó el proyecto minero de Pascua Lama, que en sus diez años de vida útil le
rendirá a Barrick Gold utilidades superiores a los diez mil millones de dólares
por la explotación de cerca de 17 millones de onzas de oro, treinta millones de
onzas de plata y cinco mil toneladas de cobre, contra una inversión de sólo mil
quinientos millones de dólares.
La resolución impide la intervención de los glaciares Toro I y II y Esperanza,
aspecto que le permitió al Intendente regional, Rodrigo Rojas, ufanarse del
consabido funcionamiento de las instituciones, toda vez que, según sus palabras,
las decisiones fueron adoptadas "por las instancias adecuadas, de manera unánime
y fundada, y como resultado de un proceso transparente e informado".
Complicidad oficial
En rigor, el examen minucioso de los antecedentes disponibles permite concluir
que la reunión de la Corema no fue sino una pantomima que encubre la complicidad
oficial con un imperdonable desastre ambiental, con todas las formalidades que
prescribe la ley, como no podía ser distinto en la equívocada estrategia
económica seguida por el gobierno, rehén y colonia de la visión cortoplacista
del interés empresarial, que confunde crecimiento con desarrollo y que apunta a
apropiarse impunemente de la renta de recursos naturales que pertenecen a todos
los chilenos.
Pretender que la prohibición de intervenir los glaciares equivale a respetar la
institucionalidad ambiental, no es sino una grosera simplificación que busca
confundir y manipular a una opinión pública ya de por sí suficientemente
desinformada.
En tal sentido, no es menor -ni casual- que la norma en la aprobación de
proyectos de inversión de semejante envergadura, sea que suceda en verano,
cuando el período de vacaciones relaja la resistencia de la ciudadanía
organizada. Así también ocurrió, por ejemplo, con resoluciones que benefician a
Celco en Nueva Aldea y Valdivia.
Enseguida, dejar intactos los glaciares no impedirá en modo alguno la
contaminación de las aguas superficiales del río Huasco y las napas subterráneas
del valle, con químicos tóxicos, como arsénico y cianuro, y la contaminación del
aire provocada por el mercurio, típica de una explotación a tajo abierto, todo
esto con incalculables consecuencias para la agricultura del Valle del Huasco,
sin perjuicio de efectos colaterales en planos como la actividad cultural y el
turismo.
Efectos que ninguna resolución de carácter burocrático podrá aminorar.
En otras palabras, oro para Barrick Gold y cianuro para los habitantes del Valle
del Huasco.
Chiste de mal gusto
La afirmación de que la resolución de la Corema es el producto de un "proceso
transparente e informado" más parece un chiste de mal gusto.
Los chilenos no conocen el oscuro expediente de Barrick Gold en materia de
intervencionismo y corrupción en los doce países de cuatro continentes donde
tiene explotaciones mineras, ni la manipulación de antecedentes en sus sucesivos
estudios de impacto ambiental de Pascua Lama, que un organismo de escaso perfil
técnico como la Corema, no está en condiciones de detectar.
Menos conocen aún el silencioso, sistemático pero eficaz trabajo de lobby,
realizado durante años en nivel más alto de las autoridades de la Concertación,
el que culminó con el Tratado Minero entre Argentina y Chile, firmado por los
presidentes Frei y Menem, en 1997.
Menuda transparencia.
Tan falso como lo anterior es el argumento justificatorio de que el desarrollo
de este proyecto minero traerá trabajo y bienestar a la región.
En primer lugar, y en virtud de pródiga legislación generada por la Concertación
para la minería transnacional, Barrick Gold, por una producción anual de unas
775 mil onzas de oro, va a obtener ingentes utilidades durante varios años, sin
necesidad de pagar un solo dólar de impuestos, como de hecho ocurrió en el
mineral El Indio, que compró en 1994 y que explotó hasta su cierre, en 2002,
siempre declarando pérdidas.
Enseguida, la propia empresa reconoce que, entre los dos países, la etapa de
construcción requerirá alrededor de cinco mil trabajadores, mientras que la fase
de operación, sólo mil 500.
Sin embargo, la agricultura del Valle del Huasco genera ocho mil 500 puestos de
trabajo, los que podrían subir a quince mil, si mediante obras de regadío, se
incorporan otras cuatro mil 500 hectáreas a la producción. Trabajo permanente,
de carácter sustentable, que no agrede al medioambiente.
Política suicida
En consecuencia, resulta inevitable preguntarse la razón de esta política
suicida contra el medioambiente y los intereses de la mayoría de la población.
La respuesta es sólo una: el modelo de acumulación hecho suyo por la
Concertación, que le asigna a Chile el papel subordinado de proveedor de
recursos naturales de escaso o ningún valor agregado, y que le obliga a abrir
sus fronteras al capital transnacional, todo esto a cambio del ilusorio
espejismo del crecimiento económico, estrategia que se reduce a transformar
capital natural en capital financiero.
Claro, todavía queda el recurso de apelación a la Comisión Nacional del
Medioambiente y al Consejo de Ministros, instancias que integrarán funcionarios
de la próxima administración.
Pero tratándose de un modelo que obedece más a una lógica estructural que a la
voluntad individual de los administradores del mismo, esperar un cambio
sustancial en decisiones como las comentadas, es una ilusión carente de
fundamento, lo que no significa en modo alguno asumir el síndrome de la derrota
anunciada. Revertir una decisión tan desafortunada como la autorización al
proyecto minero de Pascua Lama es posible, pero en relación de directa
proporcionalidad con la fuerza, movimiento y organización que pueda colocar la
ciudadanía consciente.