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Multinacionales: semillas de la infamia
Silvia Ribeiro*
La Jornada
Para 2005, diez empresas controlaban la mitad del mercado mundial de
semillas. Aunque estamos inundados de noticias sobre fusiones corporativas que
muestran que cada vez hay menos empresas que controlan mayores porcentajes del
mercado en todos los rubros, las semillas no son lo mismo que televisores,
automóviles o cosméticos. Son la llave de toda la cadena alimentaria en el mundo
y el corazón de la vida campesina y la agricultura. La cuarta parte de la
población mundial, los campesinos y campesinas del mundo, conservan sus propias
semillas para cultivar la comida de muchos más.
Hace sólo tres décadas, existían más de 7 mil empresas semilleras, ninguna de
las cuales llegaba a 0.5 por ciento del mercado mundial. Para 2003, las 10
mayores controlaban una tercera parte del mercado. Actualmente han escalado a 49
por ciento sobre el valor global de ventas de este rubro, según el informe
Concentración de la industria global de semillas -2005, del Grupo ETC.
Dupont/Pioneer, que por años ocupó el primer puesto, quedó ahora por debajo de
Monsanto, con la compra que ésta hizo en 2005 de la multinacional mexicana
Seminis. Monsanto es ahora la mayor empresa de venta de semillas comerciales,
además de que ya tenía el monopolio virtual en la venta de semillas transgénicas
(88 por ciento a nivel global). En la última década Monsanto engulló, entre
otras empresas a Advanta Canola Seeds, Calgene, Agracetus, Holden, Monsoy,
Agroceres, Asgrow (soya y maíz), Dekalb Genetics y la división internacional de
semillas de Cargill. Sus ventas de semillas del último año ascienden a 2 mil 803
millones de dólares.
Monsanto y Dupont tienen casa matriz en Estados Unidos. Les siguen Syngenta
(Suiza), Groupe Limagrain (Francia), KWS AG (Alemania), Land O' Lakes (Estados
Unidos), Sakata (Japón), Bayer Crop Science (Alemania), Taikii (Japón), DLF
Trifolium (Dinamarca) y Delta & Pine Land (Estados Unidos).
En área cultivada a nivel global, las semillas transgénicas de Monsanto
cubrieron 91 por ciento de la soya, 97 por ciento del maíz, 63.5 por ciento de
algodón y 59 por ciento de canola. A nivel global (sumando cultivos
convencionales y transgénicos), Monsanto domina 41 por ciento del maíz y 25 por
ciento de la soya.
La compra de Seminis le significó acceder al suministro de 3 mil 500 variedades
de semillas a productores de frutas y hortalizas en 150 países. En rubros donde
Monsanto era invisible, ahora controla 34 por ciento de los chiles, 31 por
ciento de los frijoles, 38 por ciento de los pepinos, 29 por ciento de los
pimientos, 23 por ciento de los jitomates y 25 por ciento de las cebollas,
además de otras hortalizas.
Es conocida la "influencia" que Monsanto ha ejercido para lograr leyes en muchos
países, que le permitan introducir transgénicos contra la voluntad de la gran
mayoría de la población. Tan es así que se ha generalizado el término "leyes
Monsanto" para denominar a las leyes de bioseguridad. Más preocupante es
entonces su dominación en el mercado general de semillas, ya no sólo
transgénicas.
Monsanto no es la única empresa que cabildea en este sentido, y las demás no son
precisamente angelicales.
Causa vértigo constatar no sólo la dominación de mercado de un puñado de
empresas en un aspecto tan vital, sino además cómo se han ido modificando las
leyes de semillas en muchos países del mundo para garantizar las ganancias,
ventajas e impunidad de estos oligopolios crecientes. Con pequeñas diferencias
nacionales, en la última década hemos presenciado la legalización de las
patentes u otras formas restrictivas de privatización de las semillas, el
desmantelamiento de la investigación pública y de la producción y distribución
pública de variedades, y concomitantemente la privatización de la
"certificación", es decir quién define qué semillas estarán en el mercado. Esto
enajenando directamente la función que hasta hace una década era del ámbito
público, permitiendo que la certificación sea entregada a terceros, que incluso
podrían ser las propias empresas que las producen o firmas creadas por ellas. La
organización Grain, produjo recientemente el informe América Latina: la
sagrada privatización, donde analizan las leyes de semillas de varios países
del continente. En la perspectiva continental, queda aún más claro que ha habido
un traslado sucesivo de conceptos: comenzaron regulando las semillas híbridas y
comerciales como "una opción" de los agricultores y ahora van hacia la
ilegalización del uso de cualquier semilla que no sea "certificada" y por ende,
finalmente de empresas. Aunque esto aún no se plasma en la leyes de las mayoría
de los países, está claro que éste es el objetivo.
La dominación corporativa a través del mercado y las leyes, se complementa con
la contaminación transgénica de variedades tradicionales o convencionales, que
además de los potenciales efectos dañinos sobre las semillas, implica el riesgo
de que las víctimas sean llevadas a juicio por "uso indebido de patente". Y como
arma final para la bioesclavitud, las empresas presionan ahora para legalizar el
uso de semillas homicidas Terminator.
Lejos de ser un problema solamente campesino, lo que está en juego es quién
definirá lo que comemos todos. Es tarea de todos apoyar a organizaciones que,
como Vía Campesina, tejen la campaña "Semillas: patrimonio de los pueblos al
servicio de la humanidad", así como a los campesinos y campesinas que defienden
el legado de riqueza y diversidad que entrañan las semillas libres de empresas,
patentes y transgénicos.
* Investigadora del Grupo ETC
www.etcgroup.org