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Los insultos papales. Una Provocación bávara
Tariq Ali
¿Fue accidental o deliberada la reciente provocación de Benedicto XVI? El bávaro es un avispado clérigo reaccionario, un hombre que organizó su acceso al Papado mediante una purga sin descanso de los disidentes potenciales y que vigiló la selección de cardenales con extremo cuidado para dejar escasas posibilidades de riesgo. Creo que sabía lo que estaba diciendo y por qué.
Elegir una cita de Manuel II Paleólogos, que no fue el más inteligente de los emperadores bizantinos, fue algo inapropiado, especialmente en vísperas de su visita a Turquía. Hubiera podido encontrar citas más efectivas y mucho más próximas a él pero, quizás, fue su tributo especial a Oriana Fallaci. Quizás.
El mundo islámico, con dos de sus países- Iraq y Afganistán- ocupados directamente por tropas occidentales, no necesita que le recuerden el lenguaje de las Cruzadas. En un mundo neo-liberal que sufre degradación medioambiental, pobreza, hambre y represión, convertido en un ‘planeta de suburbios’ (en la expresiva frase de Mike Davis), el Papa elige insultar al fundador de una religión rival.
La reacción del mundo islámico era previsible, pero deprimentemente exigua. La civilización islámica no puede quedar reducida al poder de la espada. Fue el puente vital entre el mundo de la Antigüedad y la Europa del Renacimiento. Y fue la iglesia católica la que declaró la guerra al Islam en la península ibérica y Sicilia, con masivas expulsiones, matanzas, conversiones forzadas y una terrible Inquisición para vigilar a Europa, una vez limpiada, y al enemigo reformista protestante.
La furia contra los "herejes" llevó al incendio de los pueblos cátaros en el sudeste de Francia. El Imperio Otomano dio refugio a judíos y protestantes, refugio que se les hubiera negado si Estambul hubiera seguido siendo Constantinopla. "Esclavos, obedeced a vuestros dueños, porque Cristo es el verdadero señor al que servís" decía Pablo (Colosianos 3: 22-24) estableciendo una tradición colaboracionista que se postra de rodillas ante la riqueza y el poder y que alcanzó su apogeo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la jerarquía de la Iglesia colaboró con el fascismo y se mantuvo en silencio ante el judeicidio o las carnicerías del frente oriental. El Islam no necesita las lecciones pacifistas de esta Iglesia.
La violencia no ha sido una prerrogativa de una sóla religión tal como demuestra la prolongada ocupación israelí de Palestina. Durante la Guerra Fría, el Vaticano, con raras excepciones, apoyó las guerras imperiales. Ambos lados fueron bendecidos durante la primera y la segunda guerras mundiales; el cardenal estadounidense Spellman fue uno de los principales combatientes en la lucha para destruir el comunismo durante las guerras de Vietnam y Corea. Más tarde, el Vaticano castigó a los teólogos de la Liberación y a los sacerdotes campesinos de Latinoamérica, algunos de los cuales fueron excomulgados.
No todos los cristianos se han unido a las viejas y nuevas cruzadas. Cuando el Papa Urbano lanzó las cruzadas, el rey normando de Sicilia se negó a enviar tropas en las que los musulmanes sicilianos se vieran obligados a luchar contra los musulmanes en Oriente. Su hijo, Roger II, rehusó apoyar la Segunda Cruzada. Al hacerlo, mostraron tener más coraje que los dirigentes de la Italia contemporánea, demasiado dispuestos a unirse a las cruzadas imperiales contra el mundo islámico.
"Para estar seguros de tener la razón siempre", dijo el fundador de los jesuitas, Ignacio de Loyola, "deberíamos cumplir con el principio de que lo que veo como blanco debería creer que es negro si la jerarquía de la iglesia así lo indica."
Hoy la mayoría de los obispos católicos en occidente (incluido el bávaro del Vaticano) y los políticos de centro izquierda y centro derecha adoran al verdadero Papa que vive en la Casa Blanca y les dice cuándo lo negro es blanco.
Tariq Ali es autor de el recién publicado libro Street Fighting Years (nueva edición) y con David Barsamian, Speaking of Empires & Resístanse.
tariq.ali3@btinternet.comTraducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre