Alianza militar en torno a Estado Unidos
Afganistán: La «guerra contra el terrorismo», nueva misión de la OTAN
Cedric Housez
Red Voltaire
Encargada de proteger a los países occidentales contra el bloque soviético, la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) debería haber desaparecido
con el fin de la Guerra Fría. Sin embargo se amplió y se inventó un nuevo
enemigo para justificar su existencia: «el terrorismo internacional». La guerra
de Kosovo contra Serbia estableció un precedente en cuanto a la posibilidad de
atacar, sin apoyo de la ONU, un país que no constituye una amenaza. Después,
fuera del continente europeo, vino el ataque contra Afganistán. En nombre de la
«guerra contra el terrorismo», la Alianza Atlántica va poniendo poco a poco los
ejércitos de los países que la componen en posición de combate.
Durante el debate que tuvo lugar en Francia antes del referéndum sobre el
tratado constitucional europeo, algunos adversarios del texto lamentaron que el
artículo I-41 de aquel tratado atara explícitamente la defensa de Europa a la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Ciertos responsables
políticos expresaron entonces su temor de encontrarse con una Europa
indefinidamente dependiente del ejército estadounidense. Aquellas reticencias no
fueron sin embargo un tema central de la campaña sobre el referéndum. Se trata,
a pesar de ello, de una de las pocas veces en que se puso en tela de juicio el
mantenimiento de la Alianza Atlántica después del fin de la Guerra Fría.
Efectivamente, a pesar de haber perdido a priori su razón de ser debido
al fin de la Guerra Fría, la Alianza Atlántica sigue extendiéndose y la cuestión
de su disolución no parece ser un debate aceptable para los medios de difusión.
Al mismo tiempo, vemos a los apologistas de la alianza entre Europa y Estados
Unidos proseguir sin descanso su defensa de una estructura cuyos objetivos han
redefinido.
Una alianza sin adversario
Se atribuye a Lord Ismay, el primer secretario general de la OTAN, la siguiente
frase sobre el papel de la Organización del Tratado del Atlántico Norte: «
Mantener a los americanos adentro, a los rusos afuera y a los alemanes debajo.
» [1]
La frase ilustra la doble función de esa alianza militar. Presentada durante la
Guerra Fría únicamente como un medio para garantizar la seguridad de Europa
Occidental frente a la amenaza soviética, la OTAN fue también la estructura que
permitió a Washington ejercer su influencia política en Europa sobre sus
vasallos europeos. Esta injerencia política estadounidense no dio prácticamente
muestras de escrúpulos y a veces llegó incluso a recurrir a métodos
terroristas [2].
El 1ro de julio de 1991, la autodisolución del Pacto de Varsovia, el oponente de
la OTAN por el bloque del este, ponía fin a la razón de ser oficial del Tratado
del Atlántico Norte. A pesar de ello, la OTAN existe aún y hasta se encuentra en
fase de ampliación. Con 12 miembros en el momento de su creación, el 4 de abril
de 1949 [3],
la OTAN tenía ya 16 cuando se produjo la disolución del Pacto de Varsovia [4]
y ahora cuenta con 26 países. Los nuevos miembros fueron en el pasado firmantes
del Pacto de Varsovia y algunos son incluso repúblicas ex soviéticas [5].
A esa cifra es casi posible agregar una parte de los 20 países miembros de la
Asociación para la Paz, estructura establecida entre la OTAN y ciertos Estados y
que sirve a veces como antecámara antes de la incorporación de estos a la
Alianza Atlántica.
Teniendo en cuenta que el mundo bipolar ya no existe, ¿cómo explicar y
justificar entonces ante los pueblos esta perenne ampliación de la OTAN? ¿Cómo
justificar la permanencia de esta organización militar que permite a Estados
Unidos ejercer una influencia militar en Europa? Efectivamente, la OTAN no
dispone ya de un adversario comparable a la antigua URSS para justificar su
despliegue de bases y su injerencia política. Los dirigentes atlantistas se han
visto por ello obligados a inventar un nuevo cliché que les permita presentar a
la OTAN como una estructura indispensable.
Estabilizar Europa en nombre del «Bien»
Los conflictos que siguieron al desmembramiento de Yugoslavia proporcionaron a
la Alianza Atlántica la oportunidad de actuar en un teatro de operaciones
europeo. Primero, desplegando una flota en el Adriático para garantizar el
embargo de armas contra los beligerantes en el marco de la operación Sharp
Gard, más tarde –a partir de 1995– creando una fuerza de paz en Bosnia
Herzegovina.
Durante aquellas operaciones, se desplegó una retórica tendiente a presentar
Europa como una región incapaz de garantizar la seguridad en su propio suelo sin
ayuda de Estados Unidos, ayuda que se ejerce en el marco de la OTAN. Esos
argumentos estuvieron acompañados de la elaboración de un discurso sobre la
nueva importancia de las acciones militares humanitarias. Según esa retórica,
debido a la explosión del antiguo bloque soviético, los equilibrios que
existieron en el pasado se habían roto y estábamos confrontando conflictos
nuevos en los que a menudo se enfrentan entre sí diferentes poblaciones de un
mismo Estado. Debido al fin del mundo bipolar se materializaba al fin la
posibilidad de intervenir en ciertos países en los que el poder político la
emprendía contra su propia población. Así nacieron los conceptos de Estado en
disolución («failed state») y «deber de injerencia» mediante los cuales
se considera que, cuando un Estado ya no es capaz de proteger a sus ciudadanos u
organiza el exterminio de estos, la comunidad internacional tiene el deber de
intervenir asumiendo de cierta manera las funciones de las autoridades culpables
o incompetentes.
Estos fueron los argumentos utilizados para justificar los bombardeos de la OTAN
contra Serbia en 1999. Basándose en una propaganda que presentaba a los
nacionalistas serbios y al presidente Slobodan Milosevic como los únicos
responsables de masacres étnicas, de las cuales se exageró entonces la
envergadura, la OTAN desencadenó una «guerra humanitaria» cuyo objetivo
pretendía ser poner fin a lo que se había presentado como un «genocidio». La
OTAN lanzó el ataque sin cambiar sus propios estatutos, pero al hacerlo cambió
su propia naturaleza. En efecto, según los papeles la OTAN no es otra cosa que
una alianza defensiva encargada de la seguridad de cada uno de sus miembros. Al
atacar Serbia, la OTAN se transformaba de facto en una coalición agresiva
que se atribuye el derecho de atacar a un Estado soberano sin el consentimiento
del Consejo de Seguridad de la ONU. Recurriendo a argumentos morales y
apoyándose en un discurso que contrapone la lucha de las democracias
occidentales a la dictadura, utilizando la retórica del «derecho de ingerencia»,
la OTAN logró que 78 días de bombardeos ilegales fuesen aceptados como una
victoria de la justicia sobre la barbarie. Acusando a aquellos que se oponían al
conflicto de ser partidarios de la «Gran Serbia» o cómplices de la barbarie, los
propagandistas atlantistas lograron amordazar a todo el que se les oponía y
desviar la atención de los europeos de la interrogante que verdaderamente se
planteaba con la transformación de la OTAN. Aunque no muchos defendieron la
decisión de la Alianza de ir tan lejos, la OTAN fue presentada como una alianza
militar al servicio del «bien» y de la estabilidad en Europa, argumento
utilizado aún para justificar la incorporación de los países de Europa Oriental.
Todavía hoy, cada nueva incorporación a la OTAN es presentada como algo positivo
en nombre de la democracia. A cada nueva incorporación, los dirigentes
atlantistas nos recuerdan los «valores comunes» euro-atlánticos y presentan la
adhesión del nuevo Estado como una garantía de estabilidad democrática en ese
país. Estremecedor ejemplo de esa lógica, Serbia, que fue víctima de los
bombardeos ilegales y de los crímenes de guerra de la Alianza Atlántica, se
encuentra hoy con que su compromiso con la democracia se juzga según el estado
de sus relaciones con la OTAN. Después de haber sido víctima de la Alianza
Atlántica, Serbia reclama hoy su incorporación a la Asociación por la Paz, algo
que nos presentan como prueba de la evolución democrática de ese país [6].
Sin embargo, el argumento de la pacificación y la estabilización de Europa ha
dejado de ser el más importante desde que se desencadenó la «guerra contra el
terrorismo». El 11 de septiembre de 2001 abrió el camino a una nueva
justificación de la existencia de la OTAN, premisa de una nueva expansión de sus
funciones.
La OTAN ante las «nuevas amenazas»
Los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington ofrecieron una
nueva respuesta a la interrogante sobre la utilidad de la OTAN. Después de los
atentados y en medio de la conmoción que provocaron las imágenes del derrumbe de
las torres gemelas, los países de la Alianza Atlántica se declararon listos para
actuar en apoyo a las fuerzas armadas estadounidenses. Invocaron para ello el
Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte. Ese texto estipula que «un ataque
armado contra uno o varios de los países aliados, en Europa o en Norteamérica,
será considerado como un ataque contra todos los aliados». Fue en virtud de
la aplicación de ese tratado que las fuerzas de la OTAN participaron en el
ataque contra Afganistán y en el derrocamiento del régimen de ese país,
reemplazado por el de Hamid Karzai, según las afirmaciones de Washington sobre
la implicación del gobierno afgano en los atentados.
Aquel ataque fue el primero que se organizó fuera de Europa. Después del ataque
contra Serbia, que creó una jurisprudencia sobre la posibilidad para la OTAN de
atacar un país que no representara una amenaza y de actuar sin el consentimiento
de la ONU, el ataque contra Afganistán abría más aún el marco de acción de la
Alianza Atlántica llevando su acción más allá de Europa y Norteamérica. Pero,
más importante aún, sumergía a la OTAN en «la guerra contra el terrorismo». Esta
última fue presentada, a partir de entonces, como la nueva razón de ser de la
organización. El ex embajador estadounidense ante la OTAN, R. Nicholas Burns, se
regocija de ello en una tribuna publicada en el International Herald Tribune
en octubre de 2004 [7].
La OTAN adopta la retórica de Bush sobre el terrorismo y deja así de analizarlo
como un método, al que recurren ciertos grupos armados o algunos Estados,
para presentarlo en lo adelante como un adversario en sí e identificarlo
con el extremismo islamista. Estableciendo como principio que cada país miembro
de la Alianza podría ser en lo adelante víctima del terrorismo y que la
respuesta adecuada al terrorismo es de tipo militar, la OTAN logró construir un
discurso que legitima su mantenimiento basándose en la lucha «necesaria» contra
«el terrorismo» que constituye una amenaza para «la democracia». La OTAN utilizó
por consiguiente la misma justificación que el Pentágono para obtener el aumento
de sus presupuestos y adopta el concepto del «choque de civilizaciones».
Recordemos que el «choque de civilizaciones» que desarrollara
Samuel Huntington no
es una simple teoría sobre la evolución de las relaciones internacionales, se
trata de una ideología construida progresivamente durante los años 90 para
ofrecer un enemigo capaz de reemplazar a la URSS y justificar el mantenimiento,
y más tarde la ampliación, de los fondos destinados al complejo
militar-industrial. Pocos son hoy los analistas y expertos mediáticos de las
relaciones internacionales que rechazan ese análisis. El ex consejero de
seguridad nacional del presidente estadounidense
Jimmy Carter,
Zbigniew Brzezinski,
es hoy uno de los raros oponentes a esa visión del mundo, que él considera
contraproducente para los intereses estadounidenses [8].
La teoría del «choque de civilizaciones» ofrece la visión de un complot islámico
mundial tan peligroso como el antiguo bloque soviético, o más aún, y justifica
las intervenciones militares en las zonas que encierran las últimas reservas
importantes de energía fósil [9].
En efecto, según Washington la mayor amenaza actual para los países occidentales
sería la adquisición por «los terroristas» de «armas de destrucción masiva» que
podrían entregarles Estados hostiles. Hablar de armas de destrucción masiva es
tan insensato como ver a los «terroristas» como miembros de un grupo unificado a
nivel global. La expresión «armas de destrucción masiva» designa en efecto armas
químicas, como los gases de combate, y las armas nucleares. Aunque ambas pueden
suscitar el mismo miedo en una población mal informada, no se trata para nada
del mismo tipo de armas y la respuesta necesaria no es absolutamente la misma.
Sin embargo, la lucha por impedir que esas armas caigan en «malas manos» es un
slogan que moviliza y que raramente se pone en tela de juicio.
Al inventar un complot islámico mundial capaz de golpear en cualquier parte,
este eje de propaganda justifica el mantenimiento de gastos militares elevados y
el importante despliegue de tropas en las zonas «sospechosas» de poder
convertirse en «escondite» de terroristas. Ello permite también justificar la
amenaza contra países acusados de querer entregar armas mortales a los grupos
terroristas.
Esa explicación de las relaciones internacionales tuvo un tremendísimo éxito en
la prensa dominante europea y sobre todo en Francia. Efectivamente, esa visión
del mundo permitió justificar el rechazo de las demandas de las poblaciones
provenientes de las ex colonias, identificadas con los musulmanes, que exigen
más igualdad en relación con los franceses que se dicen «de sangre» [10].
El mito del gran complot musulmán sirve de muleta a una ideología colonial cuya
expresión se había hecho difícil.
En ese contexto, a la OTAN no le costó ningún trabajo justificar su subsistencia
e incluso reclamar, en Europa, un papel de primera línea en la «guerra contra el
terrorismo». De esa forma, el secretario general de la OTAN, el
cristiano-demócrata holandés Jaap de
Hoop Scheffer, insistió durante un discurso
pronunciado en Nueva York, en noviembre de 2004, ante el
Council on Foreign Relations
en la pertinencia del análisis estadounidense sobre el terrorismo, en la
necesidad para Europa de suscribirlo y en el papel que la OTAN debe desempeñar
en esa lucha [11].
En nombre de la «guerra contra el terrorismo», las fuerzas de la OTAN se
desplegaron recientemente en Alemania para garantizar que no hubiese atentados
contra la Copa del Mundo de Fútbol. Ese despliegue, raramente comentado en la
prensa europea, suscitó la alegría de la analista neoconservadora del Wall
Street Journal, Melanie Kirkpatrick, que vio en él una señal de la dimensión
«global» que va tomando la OTAN [12].
En efecto, al adoptar la lucha contra el «terrorismo» como preocupación
principal, la Alianza Atlántica abrió el camino hacia una redefinición de su
organización.
Ante nuevos objetivos, una redefinición de la organización
Sin embargo, si la definición de un nuevo enemigo se efectuó con brío y el papel
de la OTAN en esa lucha es puesto de relieve por sus partidarios, no basta con
justificar la necesidad de más medios para la Alianza Atlántica sino que hay que
imponérsela a los dirigentes europeos. El problema es que aún cuando los jefes
de Estado y de gobierno de Europa Occidental generalmente suscriben en sus
discursos la problemática de la «guerra contra el terrorismo» y reconocen
hipotéticamente el papel que esta podría desempeñar en la lucha contra el
«terrorismo internacional», cuando llega el momento de negociar son reacios a
proporcionar los medios que exige la OTAN. Esto se puso de relieve durante la
pomposa ceremonia que organizó la OTAN en febrero de 2004 para celebrar la
incorporación de sus nuevos miembros.
Aunque los dirigentes europeos no hablan mucho de su falta de entusiasmo en el
apoyo a las reformas que Washington quiere realizar para convertir las tropas de
la OTAN en buenos sustitutos del ejército estadounidense, esa situación causa
malestar en Estados Unidos, lo que no dejó de resaltar el analista conservador
del Washington Post, Jim
Hoagland [13],
quien espera sin embargo que les dificultades internas del actual gobierno
francés y el fin del mandato de Gerhard Schröder como canciller alemán abran un
periodo favorable a los proyectos estadounidenses.
Es sin embargo necesario señalar que los tradicionales turiferarios de la
Alianza Atlántica comentan raramente las reformas militares que debe realizar la
OTAN. Se recuerda que los diferentes ejércitos de la Alianza Atlántica tienen
que mantener una «compatibilidad», lo cual exige «adaptaciones» por parte de los
ejércitos de los países miembros, pero no se habla mucho de eso. En efecto,
desarrollar demasiado esas cuestiones obligaría a admitir que la
«compatibilidad» de fuerzas militares es la expresión políticamente correcta
para designar la obligación de comprar material de guerra estadounidense que se
impone a los miembros de la OTAN y revelaría que las negociaciones de la Alianza
se parecen demasiado a un chantaje del complejo militar-industrial. ¿No es acaso
Lockheed Martin el fundador, por intermedio de su vicepresidente Bruce P.
Jackson, del Comité Estadounidense para la Ampliación de la OTAN (US Committee
to Expand NATO) [14]?
Pocos son, sin embargo, los dirigentes favorables a la OTAN que subrayan ese
aspecto. Las reacciones de la opinión sobre la compra de 40 cazabombarderos F16
por Polonia, con fondos europeos, en diciembre de 2002 demostraron que se trata
de un tema sensible.
Los partidarios de la OTAN prefieren evitar el tema hablando de la necesidad de
desarrollar, en nombre de la «guerra contra el terrorismo», la acción de la
Alianza Atlántica en ciertas zonas del mundo donde esta no tiene presencia y
dejando de lado los aspectos «técnicos» de tales despliegues.
Es así que, en la tribuna antes mencionada que se publicó en el International
Herald Tribune, R. Nicholas Burns celebraba la implicación de la OTAN en la
formación de las tropas iraquíes por la coalición ocupante, exigía que se
mantuvieran los esfuerzos en ese sentido y se contentaba con exhortar la Alianza
Atlántica a «adaptarse» a esas nuevas misiones. Durante la primera visita de
Jaap de Hoop a los países del Golfo, se abordó esa misma problemática. En una
conferencia sobre el papel de la OTAN en el Golfo Arábigo-Pérsico, conferencia
que organizaban conjuntamente la propia OTAN y la Rand Corporation, el autor
presentó la evolución de la Alianza Atlántica y exhortó a establecer una
asociación con los Estados del Golfo. De Hoop Scheffer elogió la colaboración
entre esos países y la Alianza Atlántica en el marco de la Iniciativa de
Estambul y la justificó en nombre de los cambios geopolíticos y de las
transformaciones de los regímenes locales, presentando así a la OTAN como una
organización que apoya las reformas democráticas regionales (utilizando los
mismos argumentos que para justificar la incorporación de los países del este) y
extendiendo su protección (bien intencionada) a las naciones en vías de
democratización ante la nueva amenaza global que supuestamente representa el
terrorismo internacional.
Presentar la Alianza Atlántica como una organización que reagrupa las
democracias contra el terrorismo exige también modificar la incorporación a
esta. Es por ello que el ex presidente del gobierno español,
José-María Aznar
–quien, junto a Vaclav Havel, es uno de los principales responsables europeos de
la corriente neoconservadora–, hizo que su think tank, la Fundación para el
Análisis y los Estudios Sociales, publicara un informe que reclama una
ampliación de la OTAN a Australia, Japón e Israel para que esos países
participen más eficazmente en la lucha contra el terrorismo [15].
La OTAN se convertiría así oficialmente en una «alianza de democracias». Aunque
se trata de un argumento frecuente, es un argumento históricamente falso. El
Portugal de Salazar, la Grecia del régimen de los coroneles fueron miembros de
la OTAN y, mediante la red stay behind, la Alianza Atlántica participó en
diferentes intentos desestabilizadores contra varios Estados miembros o en
golpes de Estado. Es cierto que la entrada formal de España a la OTAN no se
produjo hasta 1982, después de la democratización española. Pero nada hizo la
Alianza Atlántica en apoyo a esa democratización, aunque sí hizo todo lo posible
por impedir que los comunistas españoles influyeran demasiado en el proceso
democrático. Aznar también pidió, al igual que Jaap de Hoop Scheffer, un
fortalecimiento del peso de la OTAN en la «guerra contra el terrorismo», o sea,
concretamente, un fortalecimiento de las capacidades injerencia política de
Estados Unidos en Europa.
La posible adhesión de Israel a la OTAN se mencionó de nuevo con el desarrollo
de la crisis iraní. Durante la 42ª Conferencia Anual sobre Política de
Seguridad, que se desarrolló en Munich los días 4 y 5 de febrero de 2006, los
300 participantes mencionaron la ampliación de la OTAN y la crisis iraní [16].
A priori, no era fácil distinguir el vínculo que veían los organizadores
de la Conferencia entre la ampliación de la OTAN y la crisis iraní. La
explicación la había dado justo antes el propio Aznar durante una presentación
preparada por George Schultz en la
Hoover Institution, y más tarde en una tribuna que
publicara el Wall Street Journal: la misión de la OTAN consistiría en
servir de coalición a los Estados occidentales u occidentalizados para derrotar
la jihad en general (léase el Islam) y a Irán en particular. La adhesión de
Israel a la OTAN establecería la obligación de los demás Estados miembros de
socorrer al Estado judío si este fuese atacado por Irán, aunque este último
actuase en defensa propia.
Esta conferencia se desarrolló un año después que Jaap de Hoop Scheffer se
convirtiera en el primer secretario general de la OTAN en visitar Israel,
suscitando allí un debate sobre la utilidad que podría tener para el propio
Israel su incorporación a la OTAN. Desde entonces, la cuestión reaparece
periódicamente.
Una cosa conduce a la otra y al producirse la transformación de la OTAN en una
gran alianza militar de las democracias, o al menos de los regímenes que
Washington considera como tal, ¿por qué no convertir a la OTAN en un sustituto
de la ONU? Si se considera que la democracia es el único régimen aceptable,
entonces la OTAN, en la que estas están reagrupadas, se convertiría en la
principal organización legítima. Se trata de un argumento que no se ha
desarrollado mucho ya que la ampliación de la OTAN está todavía en proceso, pero
que ya se menciona de cuando en cuando en los proyectos y discursos de los
círculos atlantistas. Condoleezza Rice,
al igual que Madeleine Albright
antes que ella, estimula periódicamente la constitución de una organización que
reúna, bajo la dirección de Estados Unidos, a todas las «democracias» del mundo.
Por su parte, Victoria Nuland,
embajadora estadounidense ante la OTAN y esposa del teórico neoconservador
Robert Kagan, llamó en el diario francés Le Monde a modificar la Alianza
Atlántica, aunque no fue muy clara en cuanto a la naturaleza de las
transformaciones. Aunque la embajadora no haya hecho ninguna proposición
concreta, su texto revela el proyecto estadounidense para la OTAN. Al pedir que
la Alianza Atlántica se convierta en foro de reunión de las democracias y que
actúe en el plano militar, en el humanitario, pero también en el sector
económico (para garantizar la prosperidad de sus miembros), Victoria Nuland
otorga a la OTAN el lugar de la ONU [17].
Sin embargo, aunque están presentes en el pensamiento de los dirigentes
atlantistas o estadounidenses, tales proyectos de transformaciones sólo son aún
lejanos proyectos y la OTAN sigue siendo, por el momento, ante todo una
organización militar al servicio de la injerencia estadounidense en Europa, que
se legitima mediante la lucha contra el terrorismo y que sirve también, como lo
hizo desde su creación, para mantener a Rusia «afuera». Es así que en un texto
ampliamente difundido en los medios internacionales de prensa por el gabinete
Project Syndicate y el Council on Foreign Relations, el secretario de Defensa,
Donald Rumsfeld
declaró: «Hoy, nuestra atención se orienta hacia Irak y Afganistán, pero en
los años venideros, nuestras prioridades cambiarán. Y lo que quizás tengamos que
hacer en el futuro se determinará probablemente en función de las decisiones de
otras entidades. Tomemos el ejemplo de Rusia[…]. Rusia es socio de Estados
Unidos en materia de seguridad y nuestras relaciones, en conjunto, son mucho
mejores de lo que fueron durante decenios, pero, en ciertos aspectos, Rusia se
ha mostrado poco cooperativa y ha utilizado sus recursos energéticos como arma
política, por ejemplo, y se ha resistido a los cambios políticos positivos que
tienen lugar en los países vecinos.». El autor señalaba también a China como
adversario potencial.
Se trata en este caso de un regreso a la doctrina Baker, que debe su nombre a
James Baker, ex secretario de Estado de George Bush padre, quien veía en la
ampliación de la OTAN hacia el este un medio de impedir toda reconstrucción de
un adversario ruso. Rumsfeld adapta esa estrategia a la ideología del choque de
civilizaciones, que presenta a las potencias asiáticas rusas y chinas como
adversarios a los que habrá que vencer después de acabar con «el islamismo».
[1]
En inglés: «Keep the Americans in, the Russians out and the Germans down.»
[2]
«1980: carnage à Bologne, 85 morts»,
Voltaire, 12 de marzo de 2004.
[3]
Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia,
Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido.
[4]
A los 12 firmantes originales se unieron sucesivamente Grecia y Turquía (en
1942), la República Federal de Alemania (1955) y España (1982).
[5]
La República Checa, Polonia y Hungría se unieron a la OTAN en 1999 y Bulgaria,
Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia y Eslovenia lo hicieron en 2004.
[6]
«Instaurer la paix et la stabilité dans
les Balkans - 9. Relations avec la Serbie-et-Monténégro»,
servicio de prensa de la OTAN.
[7]
«The war on terror is NATO’s new focus»,
por R. Nicholas Burns, International Herald Tribune, 6 de octubre de
2004.
[8]
«Washington Post, 4 de diciembre de
2005. <html[<a href="#nh9" name="nb9" class="spip_note"9</a"
class="spip_out"Do These Two Have Anything in Common?
« La «Guerre des civilisations»»,
por Thierry Meyssan, Voltaire, 4 de junio de 2004.
[10]
«L’obsession identitaire des médias
français», por Cédric Housez, Voltaire, 9 de
marzo de 2006.
[11]
Fragmentos de esa intervención fueron recogidos en la edición del 15 de
noviembre de 2004 del diario británico The Independent con el título «Europe
should wake up to the threat of terrorism».
[12]
«NATO Goes Global», por Melanie Kirkpatrick, Wall Street Journal, 13 de
junio de 2006.
[13]
«A Transformative NATO»,
por Jim Hoagland, Washington Post, 4 de diciembre de 2005.
[14]
«Une guerre juteuse pour Lockheed
Martin», Voltaire, 7 de febrero de 2003.
[15]
«La OTAN: Una alianza por la Libertad. Cómo transformar la Alianza para defender
efectivamente nuestra libertad y nuestras democracias», Fundación para el
Análisis y los Estudios Sociales, diciembre de 2005. Ver sobre el tema «L’OTAN:
Une alliance pour la liberté», por Cyril Capdevielle,
Voltaire, 6 de diciembre de 2005.
[16]
«Conférence de Munich: élargir l’OTAN à
Israël et attaquer l’Iran», Voltaire, 8 de
febrero de 2006.
[17]
«Nouveaux horizons pour l’OTAN»,
por Victoria Nuland, Le Monde, 7 de diciembre de 2005. Cedric Housez es
Especialista francés en comunicación política. Los artículos de esta autora o autor