Medio Oriente - Asia - Africa
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Qana
Ricardo Alarcón de Quesada
Cubadebate
Cuatro letras. Fáciles de escribir o pronunciar. Un vocablo simple, dulce,
transformado para siempre, en el nombre del horror.
Visité Qana en el año 2001. Es un poblado pequeño igual a otros que apenas se
asoman a los valles y las colinas del Líbano meridional.
Caminé hasta un edificio circundado por una muchedumbre silenciosa. Podía
sentir, tocar casi sus miradas ansiosas.
Recorrí lo que había sido un refugio para niños. Lo era en 1996 cuando fue
destruido completamente. Sobre él cayeron las bombas yankis que la aviación
israelita, desde sus aviones yankis lanzó con absoluta precisión. Nada quedó en
pie, ni un solo ladrillo, ni la bandera de las Naciones Unidas que se supone
protegía a los infelices moradores.
Todos murieron. Los niños y sus madres y los ancianos. Despedazados. Rotos como
sus ropitas, sus juguetes y sus modestos enseres de gente humilde.
También muertos los empleados y funcionarios de la ONU que no pudo condenar la
barbarie porque lo impidió el veto yanki.
Habían pasado cinco años pero nadie quería olvidar. Podía palparlo en aquellos
rostros que me seguían sin decir palabra, en esos ojos que parecían preguntar y
en el silencio profundo, lacerante, de un pueblo que ya había sufrido demasiado.
Nadie esperaba el regreso de los niños, ni las mujeres o los ancianos. Pero
todos exigían justicia.
Lo que llegó a Qana no fue la justicia sino lo impensable.
El sábado 29 de julio de 2006, cuando habían pasado diez años del acto atroz,
volvieron a caer sobre ella las bombas yankis lanzadas desde aviones yankis por
pilotos israelitas que saben disparar con absoluta precisión. De su pericia en
el manejo de esos instrumentos de muerte nadie albergue duda aluna. ¿No
regresaron acaso, diez años después al mismo lugar, exactamente al mismo lugar,
a repetir la matanza?
Otra vez la muerte para los niños, las mujeres y los ancianos de Qana.
Nuevamente sepultados bajo los escombros de lo que había sido su refugio.
La CNN presentó el rostro desesperado de un hombre que buscaba entre esos
escombros a un bebé de cuatro meses. Fue quizás lo más dramático que enseñaron.
Las televisoras norteamericanas tienen ciertas reglas, entre ellas la de no
mostrar imágenes que puedan lastimar la sensibilidad de cierto público.
Después de todo han acostumbrado a su audiencia a aceptar, como algo
perfectamente natural, que sus bombas y sus aviones puedan aniquilar poblaciones
enteras en países del Tercer Mundo. Es normal destrozar a decenas de niños de un
solo golpe. Pero eso si, nada de sus cuerpecitos mutilados y calcinados. Nada,
por favor, capaz de perturbar el sosiego del "weekend".
Lo que sí reportaron sin cesar esas televisoras fueron los intentos de excusar
la monstruosidad. Ante sus cámaras desfilaron funcionarios y comentaristas,
norteamericanos e israelitas, que repetían una y otra vez el mismo libreto: en
resumen, la masacre de Qana era una acción defensiva de Israel. En el sur del
Líbano, repitieron uno tras otro, hay combatientes libaneses que resisten la
ocupación y agresión sionista, a quienes Washington y sus muy obedientes
"medios" tratan de denigrar como "terroristas" y por tanto se puede bombardear
sin mayores miramientos esas poblaciones.
Es curioso que ninguno de esos informadores haya pensado en las consecuencias
que, en teoría, tendría esa deleznable "justificación" del infanticidio. Todo el
mundo sabe dónde están los peores terroristas, los más conocidos se llaman
George W. Bush, Richard Cheney y Ronald Rumsfeld, pero nada justificaría
bombardear las escuelas y parques infantiles de Washington D.C. sólo porque
tales asesinos merodean por allí.
Por su parte, el Consejo de Seguridad de la ONU, quedaba paralizado por la terca
oposición de Washington a detener la matanza.
Pero la indignación en todo el mundo crece y no cesará hasta que se ponga fin al
holocausto que sufre el pueblo libanés y el palestino. Para tratar de acallarla
los genocidas anunciaron una decisión profundamente cínica: la aviación
israelita -o sea los pilotos de Israel que vuelan aviones yankis y matan con
armas y explosivos yankis- hará una pausa de 48 horas en sus ataques contra el
sur del Líbano. Dos días sin bombardeos, dicen, para que puedan recoger a los
muertos y darles sepultura. No un día, sino dos, porque son muchos los niños,
las mujeres y los ancianos asesinados, y hay que recoger sus restos en el
humeante amasijo de escombros y cenizas. Ni un día más. Al tercero continuará el
genocidio.
Pero lo más revelador es que ese anuncio vino de Washington y no de Tel Aviv. La
"pausa" en los bombardeos la dio a conocer el Departamento de Estado del
gobierno de Estados Unidos. Es lógico, después de todo son suyos los aviones y
las bombas.
Avanzaba la tarde del domingo y alguien interrumpió la siesta de George W. Bush.
Lo esperaban. Salió de la Casa Blanca, balbuceó algunas tonterías y se apresuró.
Debía tomar su avión y se fue. A Miami donde le aguardaban quienes ya se sabe.
Mientras en Qana lloraban a sus muertos, en Miami los terroristas celebraban.