Cuando todo parece volar en pedazos. Acerca del Líbano (o
sobre los límites del Imperio)
Daniel Campione
Tasio ningún Imperio ha sido perpetuo, todo poder opresor
terminó por suscitar resistencias lo suficientemente fuertes como para
contrarrestarlo. Está no será la excepción, en la medida de que nos encarguemos
de que así sea
La historia del Estado israelí está marcada por una prolongada sucesión de
atropellos contra los pueblos vecinos, incluyendo reiteradas masacres de civiles
indefensos, como la de Sabra y Chatila. Esa historia está habitada por
aplastantes contradicciones. La legitimación de la existencia de Israel, la
fuerza del movimiento tendiente a su creación, emergió del genocidio, de los
tremendos resultados de la barbarie nazi. Y la lucha por asegurar su fundación
se nutrió asimismo de actos terroristas, varios de ellos particularmente
cruentos, que todavía son objeto de homenajes oficiales en territorio israelí.
Es esa misma entidad política la que, más de cincuenta años después, encontramos
empeñada en el masacramiento sistemático de palestinos y libaneses, argumentando
que es víctima de atentados terroristas que exigen venganza.
La lógica subyacente es que las vidas de una determinada religión y nacionalidad
valen muy distinto que las de otra; y que el territorio propio debería ser un
recinto sagrado e intocable, mientras que el ajeno es un espacio a atacar y
ocupar con cualquier motivo más o menos especioso. Se evidencia allí la médula
misma de los razonamientos nacionalistas, militaristas y racistas de todas las
épocas, puestos en boca de un poder político agresor, que hace escarnio de toda
una tradición de intelectuales críticos, luchadores sociales y revolucionarios
inclaudicables de origen judío en diversas latitudes del mundo.
Peor aún que la tortuosa trayectoria de la dirigencia israelí es el apoyo
permanente, el azuzamiento apenas solapado, que el poder imperialista
norteamericano brinda incluso, a los peores actos de aquélla. El país que se
pretende cuna y ejemplo mundial de la libertad y la democracia, sigue empeñado
en las "guerras preventivas", en el ejercicio abierto del terror de Estado so
pretexto de "antiterrorismo", en el aplastamiento de cualquier experiencia de
auténtica convivencia democrática, y en este caso utiliza a Israel como punta de
lanza para mantener e incrementar su poder en una región que siempre le resultó
esquiva. La secretaria de Estado y el presidente Bus hablan ahora de un "nuevo
Medio Oriente", fantaseando con esa zona del mundo finalmente sometida a la "pax
americana", y demoran toda acción en pro de un cese del fuego, mientras la
fuerza aérea y el ejército israelí amplían su obra destructiva.
Difícilmente alguien hubiera podido imaginar un símbolo más claro de la
impotencia, de la patética ficción que entraña la ONU, que el puesto de
observación que voló en pedazos costándole la vida a cuatro funcionarios de la
organización internacional. El poder de fuego, y el respaldo norteamericano que
tenga detrás es lo que manda, y toda otra norma o consideración vale,
literalmente, nada. Tal el mensaje transparente que el hecho transmite a las
Naciones Unidas, y por extensión, a la humanidad toda.
Desde la vereda opuesta estas ominosas realidades nos convocan a la urgencia de
movilizarse contra la guerra y la barbarie, de ejercer la denuncia contra las
acciones israelíes y el descarado amparo que le brindan los EEUU. Deberían
también suscitar la reflexión acerca de hasta cuándo es sustentable tamaña
inversión de valores, la distorsión ilimitada de términos decisivos como paz,
democracia o libertad. El máximo poder mundial está devaluando su propio
discurso, ganándose el repudio abrumador de la opinión pública en todas partes,
revelándose con evidencia creciente como portador de una gigantesca hipocresía;
mientras oculta cada vez peor sus entrañas, formadas por una sed inagotable de
expansión a cualquier precio y de obtención de ganancias para el gran capital, a
como dé lugar.
Quizás el vastísimo arco de complicidades que sigue obteniendo entre los
círculos del poder mundial hace engañarse a la dirigencia norteamericana actual
acerca de la posibilidad de mantener sine die una política que crece
cotidianamente en ferocidad. Tal vez el creciente descontento que suscita desde
el lado de abajo concluya por enfrentarlo a límites infranqueables. Ningún
Imperio ha sido perpetuo, todo poder opresor terminó por suscitar resistencias
lo suficientemente fuertes como para contrarrestarlo. Está no será la excepción,
en la medida de que nos encarguemos de que así sea.