Modernidad y Holocaustos del siglo XX. Construcción del
imperio y asesinato masivo
James Petras
Revista Laberinto. http://laberinto.uma.es
Después de repasar los holocaustos de los siglos XX y XXI, es evidente que no
son casos aislados perpetrados por un pueblo o régimen maligno particular, sino
prácticas comunes, repetitivas, que recurren con una frecuencia periódica. Son
sobre todo, pero no exclusivamente, los académicos judíos los que hablan acerca
de la «singularidad» de las víctimas judías de los nazis. Al hacerlo se burlan
de los datos históricos y justifican el ejercicio de la expansión colonial en
Palestina y otros lugares de Oriente Medio
Introducción [1]
Los holocaustos conllevan el exterminio a gran escala de un gran número de
civiles no combatientes durante un largo periodo de tiempo, esponsorizado
sistemáticamente por el estado. Este exterminio se basa en la identidad de
clase, étnica, racial o religiosa de las víctimas. La violencia es el precedente
de todos los holocaustos de los siglos XX y XXI, violencia por parte del estado
o de la sociedad civil contra los pueblos víctimas. Antes de los holocaustos,
algunos sectores importantes de la sociedad estatal y civil suelen expresar su
oposición a la violencia contra estas víctimas. No obstante, una vez que los
autores de los holocaustos consiguen hacerse con el poder estatal, son capaces
de neutralizar, silenciar, reprimir y cooptar a los que previamente eran
oponentes.
Varios teóricos han intentado explicar el holocausto (o los holocaustos)
centrándose exclusivamente en un caso particular, el exterminio de grandes
sectores de las comunidades judías por parte de la Alemania Nazi en Europa
occidental, central y oriental. Desde un punto de vista metodológico, al
centrarse en el caso particular de los judíos en Europa, el enfoque no funciona
empíricamente, ya que no sirve para explicar los holocaustos anteriores,
coetáneos o posteriores perpetrados contra otras víctimas de Europa, Asia y
América Latina.
Son sobre todo, pero no exclusivamente, los académicos judíos los que hablan
acerca de la «singularidad» de las víctimas judías de los nazis. Al hacerlo se
burlan de los datos históricos y justifican las cuantiosas compensaciones
monetarias [2] y el ejercicio de la expansión colonial en Palestina y otros
lugares de Oriente Medio. Y lo hacen aplicando las mismas técnicas que
utilizaban los opresores nazis: prácticas de culpa colectiva, legislación basada
en la raza, tortura masiva legalizada y limpieza étnica.
Crítica a la «singularidad» del Holocausto Judío
Los holocaustos modernos no comenzaron en los siglos XX y XIX con las prácticas
genocidas inglesas, norteamericanas y belgas que tuvieron lugar en la India, ni
en el oeste de los Estados Unidos, ni en el momento en que el Congo atestiguó
sus raíces premodernas [3]. Si bien es cierto que existen grandes diferencias
entre los holocaustos de los siglos XX y XXI, estos comparten una fuerza
conductora subyacente: la construcción imperialista o la respuesta a los que
retan al imperio.
Las declaraciones de «singularidad» del Holocausto Judío-Nazi (HJN) se basan en
algunos argumentos frágiles que pueden ser desmontados de un modo rápido y
sencillo.
Los que solo hablan del HJN, fundamentan sus argumentos en la cantidad de
muertes: 6 millones de judíos [4]. Exactamente el mismo tiempo tardaron los
nazis y sus aliados en exterminar a 20 millones de civiles soviéticos, la
mayoría rusos [5]. Del mismo modo los japoneses exterminaron a 10 millones de
chinos entre 1937 y 1942 [6]. Durante la ocupación y el bombardeo masivo de EEUU
en Indochina [7] y Corea [8] perdieron la vida entre 3 y 4 millones de civiles
(en cada sitio). No tiene ninguna validez argumentar que el Holocausto judío es
superior en cuanto al número de víctimas y por lo tanto «singular».
La segunda justificación de la singularidad del HJN es el papel del estado en el
proceso de exterminio sistemático de víctimas judías. Al igual que el anterior,
este argumento carece de validez histórica. Durante el periodo de decadencia del
imperio otomano, el gobierno de los Jóvenes Turcos introdujo una política de
exterminio masivo que desencadenó genocidio del pueblo armenio entre 1915 y
1917, en el cual se registraron más de un millón y medio de víctimas [9].
Del mismo modo, al amparo de la política de «contra insurgencia» estadounidense
durante los bombardeos masivos (Vietnam, Laos y Camboya) fueron asesinados más
de 4 millones de civiles. Las políticas de tierra quemada dirigidas por EEUU en
América Central durante la década de los ochenta, provocaron el asesinato
sistemático de más de 200.000 indios mayas y la destrucción de más de 250
comunidades rurales [10]. Asimismo, el embargo estadounidense contra Iraq entre
1991 y 2003, que había sido planeado científicamente, así como su invasión y
ocupación (desde marzo de 2003 hasta hoy) dejaron un número de muertes
infantiles superior a 500.000 entre los años 1991 y 2000, y más de 200.000
muertes civiles desde la invasión [11].
Otros defensores de la singularidad del HJN acuden a la ideología racial y
exterminadora, olvidando la tan asentada base racial de las políticas genocidas
de Japón contra China, los regímenes títere en América Central y las virulentas
y racistas campañas de exterminio contra los mayas, por citar sólo algunos
ejemplos ilustrativos.
Algunos historiadores judíos como Goldhagen, se apropian de los métodos
historiográficos nazis para afirmar la tesis de la «singularidad» sobre la base
de la culpabilidad del conjunto del pueblo alemán y su historia [12]. Esta
propaganda, proclamada por un profesor de Harvard, pasa por alto el hecho de que
los nazis obtuvieron tan solo el 37,3% de los votos en julio de 1932, y
perdieron casi un tercio del electorado en noviembre de 1932, justo antes de
asumir el poder [13]. Goldhagen pasa por alto que más de un tercio de los
alemanes (sobre todo obreros) votaron a los candidatos socialistas-comunistas,
que se oponían firmemente a los nazis y apoyaban los derechos de los judíos
[14]. En términos históricos, el argumento resulta incluso más débil. Antes de
la década de 1920, los movimientos que se mostraban abiertamente antisemitas,
los líderes de opinión y los políticos, estaban excluidos de la vida política
alemana. Además, es obvio que el argumento ignora el «alto nivel cultural»
alemán basado en la tolerancia, el cual incluía a muchos judíos y contribuyó en
gran medida a la herencia cultural en la música, las ciencias, la literatura y
la filosofía.
Por ultimo, la noción de culpa colectiva de toda la sociedad civil se niega a
reconocer que la primera y mayor redada política de los nazis acabó con decenas
de miles de alemanes, la mayoría comunistas, sindicalistas y militantes
antifascistas, todos ellos exterminados en los primeros campos de concentración,
incluidos Buchenwald y Baden-Baden. El argumento posterior a los hechos se basa
en la falta de resistencia abierta por parte de los alemanes una vez que el
régimen terrorista hubo consolidado el poder. Este argumento tenía poco que ver
con la «aquiescencia» alemana del antisemitismo, y se acercaba más a la
efectividad de la represión estatal.
Pero, aun en el caso de que casi el 50% de la sociedad civil alemana consintiese
o incluso apoyase (sería muy dudoso asumirlo) el genocidio estatal, no se trata
de un caso aislado. De hecho, el exterminio de un número de eslavos tres veces
mayor fue apoyado en la misma proporción (los «científicos» nazis encargados de
la higiene racial consideraban que los eslavos eran similares a bestias,
infrahumanos destinados a trabajar hasta morir). Sectores importantes tanto de
la sociedad civil turca como de la curda participaron en el asesinato y saqueo
de los armenios. En el caso de EEUU, la mayoría de la sociedad reeligió al
presidente Reagan tras declarar públicamente su apoyo al dictador guatemalteco
Rios Mont, que había exterminado al pueblo maya. Una mayoría abrumadora de la
sociedad «civil» israelí financia y sirve a la colonización militar y al
desposeimiento de 4 millones de palestinos en el Holocausto Palestino-Israelí
[15]. La sociedad civil de Japón en conjunto apoyó la masacre de Nanking y sus
secuelas.
Es insostenible argumentar que el único vínculo entre los nazis y la sociedad
civil fuese el exterminio de los judíos, más aún si atendemos a la mirada que se
esconde tras los ojos cegados de una historiografía predispuesta. Es tan
abrumadoramente obvio, que uno necesita indagar en la «sociología del
conocimiento» en lo que respecta a la singularidad del Holocausto Judío: ¿a qué
fines políticos y económicos sirve en cuanto al aumento actual de poder de
Israel? El uso y abuso de la historia, concretamente en el caso de la
singularidad del NJH, conlleva una serie de consecuencias extremadamente
perjudiciales para la perpetración del Holocausto Palestino.
La manipulación de la cuestión de las víctimas del holocausto ha contribuido de
un modo desproporcionado en la influencia que los grupos de presión
pro-israelíes ejercen para asegurar que tanto EEUU como la UE financien la
limpieza étnica del pueblo palestino. Las explicaciones etno-raciales de los
holocaustos, incluida la que se basa en la «culpa colectiva», puede ser
sustituida rápidamente por la del «castigo colectivo» de familias, comunidades y
pueblos, que no guardan relación alguna con las ofensas alegadas a víctimas
únicas convertidas en poderes regionales. Una muestra evidente de ello está en
la mentalidad de muchos expertos del terrorismo israelíes y judíos, quienes
profesan saberlo todo acerca de la «Mente Árabe».
Crítica a las explicaciones psico-culturales
Aquellas explicaciones del holocausto basadas en el «comportamiento masivo
irracional» o, de un modo más general, en la «psicología masiva», obvian el
punto central de la manipulación de las élites, anclada en el estado, en la
economía y en la sociedad civil. En ninguno de los holocaustos de los siglos XX
y XXI las masas se encontraron en condiciones de iniciar, organizar y dirigir
los holocaustos. Sin embargo es cierto que fueron algunos sectores de las clases
bajas los que desarrollaron las políticas, llegando en algunos casos a
beneficiarse directamente de los destrozos de los campos de concentración. En
primer lugar, los holocaustos son actividades estatales que aprovechan cualquier
actitud contradictoria de la población (prejuicio contra el grupo objetivo), y
la instrumentaliza para crear una cohesión con la élite expansionista, o con
políticas imperialistas.
Las clases dirigentes que apoyaron los holocaustos esponsorizados por el estado
no lo hicieron llevados por un odio de clase u odio étnico irracional, sino
simplemente porque el holocausto es un modo de legitimar la idea de dominio
incondicional del estado, así como la base de la explotación económica en los
mercados interior y exterior. De hecho, los determinantes psicológicos y
culturales de los «holocaustos» están fundamentados en los grandes intereses
económicos y geopolíticos imperialistas del estado. No hay ningún atributo
cultural o psicológico «singular» bien asentado en las sociedades que fomentan
el holocausto. Hay muchas culturas paralelas compitiendo, y multitud de
psicologías. Bajo el imperativo de la expansión del estado imperial, que cuenta
con el respaldo de las instituciones religiosas, partidos políticos y medios de
comunicación influenciados por el estado, principalmente (pero no solo) las
masas de población manipuladas tienen un papel activo en el proceso de asesinato
masivo.
Defender las explicaciones culturales y psicológicas de los holocaustos sirve
para distraer a la población del papel central que tienen la política
imperialista y el estado. Centrarse exclusivamente en la ideología es un modo de
pasar por alto el marco social en que se nutren, financian y apoyan las
funciones de la ideología genocida. Desechar las bases políticas y económicas
fundamentales, los imperativos de la conquista imperialista y la necesidad de
cohesión interna, así como los holocaustos en proyecto, no sirve para
materializar. Por otra parte, las estructuras imperialistas permanentes
favorecen la recurrencia de los holocaustos, como se ha podido comprobar durante
los cuatro holocaustos principales de los siglos XX y XXI en los que entraba en
juego el imperialismo estadounidense: la ejecución de 4 millones de coreanos
(1950-1953); 4 millones de indochinos (1960-1975), 300.000 mayas en Guatemala
(1980-1983), y cientos de miles de iraquíes (1991-2002) y (2003-presente).
En su lucha por la conquista imperial, las élites del holocausto crean
colaboradores en determinadas clases sociales, que se benefician directamente.
Los terratenientes y campesinos turcos y curdos se apoderaron de la propiedad
armenia. Los doctores alemanes tomaron posesión de las prácticas y los puestos
de sus colegas judíos, a los que asesinaron. Las élites empresariales japonesas
se hicieron con las compañías mineras de Manchuria. Los militares
estadounidenses saquearon las inestimables antigüedades y riquezas de Asia. El
saqueo y desposeimiento de víctimas a gran escala producen relaciones verticales
entre la élite del imperio y los sectores menos representativos de este, creando
de este modo una realidad pasajera mediante la cual el pueblo se involucra en el
genocidio colectivo.
Aquellos que se ocupan de reclutar colaboradores entre las víctimas son los
organizadores de los holocaustos. Los alemanes formaron la «policía judía (kapos)»
y los «concilios» para preparar el holocausto, y los soldados ucranianos y rusos
blancos prepararon el terreno para el Holocausto Ruso. Japón formó «regímenes
títere» mientras acababa con la vida de decenas de millones de chinos. Los jefes
estadounidenses de los regímenes títere, Sygman Rhee en Corea y Diem en Vietnam,
servían de fachada política mientras sus países eran devastados por bombarderos
B52 con millones de toneladas de explosivos, napalm y venenos como el agente
naranja, que acabaron con la vida de millones de personas. En algunos casos, los
holocaustos son operaciones conjuntas de las élites y las clases altas, que se
sienten amenazados por las víctimas. Así por ejemplo, en Guatemala, los
especialistas en asesinatos masivos de EEUU e Israel se unieron a las élites
guatemaltecas (descendientes de europeos blancos) y emprendieron una masacre que
acabó con toda la población india; se hicieron con sus tierras, y las
distribuyeron, formando parte todo ello del proceso del holocausto.
En resumen, los holocaustos tienen una estructura muy bien fundamentada, están
multiestratificados y arraigados en un gran número de colaboradores y
beneficiarios de los estratos inferiores. Más que acontecimientos que engloben a
toda la sociedad, son procesos de arriba abajo, en los que el estado tiene un
papel dominante para asegurar la cohesión interna necesaria para la expansión
externa.
Explicaciones alternativas del Holocausto
Explicar los holocaustos a partir de las nociones de «culpa colectiva cultural»
o fenómeno «psicosocial», resulta empíricamente insustancial o, a lo sumo,
derivado y parcial. La mayor carencia de estas explicaciones es la falta de
comprensión de la dinámica estructural del imperialismo.
Una relación íntima y profunda con el imperialismo es común a todos los
holocaustos de los siglos XX y XXI, ya sea una conquista externa o una «cohesión
interna» orientada hacia la construcción imperialista. Aunque no todos los
holocaustos nacen del imperialismo (algunos nacen de acumulaciones de capital
«interno», la colectivización forzosa de Stalin entre 1929 y 1934), desde el
siglo XIX hasta hoy todos los imperialismos han derivado en holocaustos.
Holocausto, cohesión e imperialismo
El HJN es una clara muestra de cómo una élite dirigente hace víctima a una
minoría para crear una cohesión de clase, desviando a las masas de los
conflictos internos de trabajo-capital y de los costes reales o potenciales de
las políticas imperialistas. En lugar de centrarse en la explotación
capitalista, la élite dirigente orientaba el descontento de los trabajadores y
las clases medias hacia los banqueros y capitalistas judíos. Esta propaganda
resultaba especialmente efectiva en profesiones como la medicina o pequeños
comerciantes, en las que existía una competitividad muy intensa entre judíos y
no judíos, especialmente por los puestos y los beneficios del mercado.
El paso de la exclusión intensificada y la discriminación étnica a la práctica
del genocidio coincidió con la expansión masiva militar, económica y política, y
con la conquista que tuvo lugar entre finales de los años treinta y principios
de los cuarenta. A medida que aumentaban los costes de la construcción
imperialista, crecía también la necesidad de distraer a la población mediante la
perpetuación del asesinato masivo. De forma paralela al HJN, la conquista
imperial de grandes áreas de Europa Occidental (y en especial de Rusia), produjo
un holocausto aún mayor, el asesinato de treinta millones de eslavos y la
esclavización de muchos millones más que fueron incorporados a la máquina de
guerra imperialista-capitalista.
El holocausto acompañó a las conquistas imperialistas japonesas y al régimen
colonial en China desde finales de los años treinta hasta 1945. El asesinato
sistemático de millones de campesinos, tenderos, obreros y profesores chinos (es
decir, todas las clases excepto las élites colaboradoras), fue una forma extrema
de desposeimiento colonial de propiedad y de vida, que sirvió de motor a la
construcción imperialista, y de subsidio y mantenimiento de la lealtad entre las
masas japonesas dentro del país [16].
Los holocaustos tuvieron lugar como resultado de los desafíos revolucionarios
masivos a dirigentes impopulares de regímenes títere, que minaban las
pretensiones de la invencible dominación imperial. La intervención militar de
EEUU y la ocupación de Corea e Indochina en apoyo a los regímenes fallidos,
condujeron al asesinato de ocho millones de víctimas civiles y a la destrucción
total de grandes áreas de la economía mediante el bombardeo masivo genocida y la
guerra química, que convirtieron las áreas industrializadas en escombros,
diezmaron las tierras de cultivo, y causaron daños genéticos a largo plazo en
las generaciones posteriores.
Sin embargo, y a pesar de la magnitud y el alcance de los campos de
concentración, no se consiguió vencer a las armadas populares de liberación
nacional. A la cohesión interna se unía una profunda purga política de los
disidentes estadounidenses sobre la sociedad civil y el empleo público, sobre
todo durante el Holocausto Estadounidense en Corea. Sin embargo, los elevados
costes humanos en lo que respecta a la pérdida de soldados imperiales
estadounidenses y los disparatados gastos (si no al holocausto en sí), forzaron
a los dirigentes imperialistas a firmar un armisticio [17].
Cuanto mayor sea el tamaño, la efectividad y la popularidad de los movimientos
de liberación nacional y la amenaza a los dirigentes de los regímenes títere,
más probable será que los poderes imperiales recurran sistemáticamente a los
asesinatos masivos y a la guerra total. A medida que los legisladores
desarrollan visiones estratégicas integradas, en las que se considera al imperio
dependiente de la seguridad de cada dirigente títere en cada nación, más
probable será que se aplique la estrategia de la «guerra total», la cual
oblitera las líneas entre civiles y combatientes, las economías de subsistencia
y las industrias de guerra [18].
Los imperios se construyen en torno a redes, cadenas de suministro, materias
primas y explotación laboral, avanzadas militares, y dirigentes títere. Cuentan
con el apoyo de los ejércitos imperiales y de sus defensores nacionales, según
indica el complejo de superioridad de la «nación dominante» sobre sus sujetos
coloniales. Los holocaustos imperiales son consecuencia de las amenazas a las
«redes globales», pero no están necesariamente relacionados con las ganancias
económicas inmediatas que se obtienen en un emplazamiento de ejecución
determinado. A esto se debe que los holocaustos no se puedan explicar mediante
un simple análisis del balance de costes-beneficios, de pérdidas y ganancias
económicas. Por ejemplo, todos los poderes imperiales llevan a cabo algo que
ellos describen como asesinatos masivos ejemplares de civiles, para provocar la
rendición, la sumisión, el desposeimiento y la obediencia ante el régimen
imperial. El asalto militar masivo perpetrado por EEUU en Iraq fue llamado con
gran acierto «conmoción y sobrecogimiento». En Rusia los nazis desarrollaban
políticas de tierra quemada. El dirigente clientelar Rios Mont, al amparo de
EEUU, obliteró cientos de pueblos de los mayas en Guatemala. Los asesinatos
ejemplares de palestinos provocaron que millones de personas huyeran de las
tierras que posteriormente fueron ocupadas y explotadas [19].
Cuando los poderes imperiales se involucran en el horror del holocausto,
justifican sus crímenes en nombre de una «causa sagrada» que reposa sobre «la
mayor y más noble misión histórica». De otro modo es de suponer que la
repugnancia que inspiran sus actos podría arrojar algunas dudas entre los
ejércitos imperiales. El HJN se entendió como un modo de «liberar» al pueblo
alemán de los tentáculos de la «conspiración judía»; por su parte, la conquista
y el Holocausto Ruso se entendió como una forma de «crear un espacio vital para
el espíritu libre de los alemanes». El holocausto estadounidense en Asia fue
presentado como «la liberación del pueblo del yugo del totalitarismo». El
Holocausto Palestino-Israelí fue y sigue siendo descrito como el modo de «enviar
al pueblo judío a su Tierra Prometida». Todos los holocaustos imperiales se
describen y justifican en nombre de una falsa «liberación nacional», en la que
los dirigentes imperiales se hacen cargo del «pueblo elegido», bien por Dios,
por la historia o por la genética.
La desintegración de los imperios provoca holocaustos. Estos son instrumentos de
los intentos de «reconstrucción nacional» destinados a proporcionar «sangre
nueva» para acabar con los dirigentes en decadencia y las minorías
«privilegiadas». El genocidio turco-armenio (1915-1917), perpetrado por los
«Jóvenes Turcos», es un ejemplo clave de «revitalización nacional» de un imperio
en decadencia llevado a cabo mediante el holocausto contra los supuestos
«separatistas». Asimismo, se puede decir que el HJN fue en parte el resultado de
la derrota y el desmembramiento del Imperio Alemán, y el intento de los nazis de
culpar a las traiciones («judías») internas.
En resumen, el imperialismo se basa en el consenso interno y la cohesión social
para movilizar a una nación entera hacia las guerras externas y la conquista,
especialmente en aquellos lugares donde las grietas de clase son más agudas. Una
guerra u holocausto contra las minorías étnicas internas sirve para desviar el
descontento de la lucha de clases hacia las guerras étnicas e imperialistas. Los
holocaustos reposan siempre sobre una ideología de «regeneración moral», y el
exterminio masivo sirve para intensificar la idea de «pueblo moral» que castiga
al pueblo «degenerado» o inferior. Los mitos acerca de las afirmaciones
exclusivas que se basan en religiones «populares» o «imperativos históricos» se
instrumentalizan en aras de la construcción del imperio moderno.
Por qué el imperialismo deriva en holocausto
Por naturaleza, el imperialismo conlleva el desposeimiento y adquisición de
recursos económicos, mano de obra, dominio político y económico, y territorio
[20]. La construcción del imperio es un proceso que requiere asesinatos masivos
y «diplomacia» para asegurar la aquiescencia de la elite y la aquiescencia
internacional. Los holocaustos internos se pueden entender como un tipo de
«acumulación primitiva de capital» que sirve para aprovechar los recursos
económicos de una minoría victimizada, y la posterior transferencia de estos a
las élites que dirigen las conquistas imperiales. En lo que respecta a los
holocaustos imperiales transnacionales, la incautación de bienes, territorios, y
el saqueo de bienes agrícolas, minerales e industriales, conduce al
empobrecimiento general, refugiados, a un «superávit de fuerza de trabajo»
masivo y a la aparición de enemigos potenciales. Las decisiones del holocausto
tienen como objeto la reducción del exceso de población provocado por las
requisiciones económicas y el saqueo, mediante la aniquilación física de los
reclutas reales y potenciales de la guerrilla de los desarraigados.
En este contexto el imperialismo se enfrenta a una gran contradicción. Por un
lado, emprende un holocausto para desposeer a millones de personas; por otro,
necesita explotar a los trabajadores y proporcionar sepoys, que sirven para
mantener vivos los ejércitos de ocupación imperial. Esto se soluciona explotando
a los pueblos conquistados como si fuesen esclavos, con mano de obra barata, o
acabando con la vida del excedente de población «no obrera». En la mayor parte
de los casos, el «holocausto» es un proceso paralelo al exterminio masivo y los
trabajos forzados. En aquellos casos en los que la actividad del holocausto ha
llegado a agotar la mano de obra local, o en los que ha surgido la resistencia
de las masas, frecuentemente el poder imperial-colonial ha recurrido a la
importación de mano de obra, bien a la fuerza, bien procedente de otras regiones
conquistadas con salarios bajos.
Los holocaustos como objeto de estudio de la modernización y la construcción
imperialista
Desde el primer holocausto del siglo XX (el genocidio armenio en Turquía), los
asesinatos masivos se han considerado parte del proceso de modernización y
unificación de una nación, basado en la violencia estatal. En la consecuente
«limpieza étnica» de todas las minorías del antiguo Imperio Otomano se siguió
una lógica republicana secular en la que los militares asumían el papel de
defensores del ethos «modernista» frente a los enemigos «imaginarios»
disfrazados de minorías [21].
El mito de la fundación y justificación del Estado de Israel sirvió para afirmar
que Palestina era una «tierra sin pueblo» y los judíos un «pueblo sin tierra»;
un mito que se convirtió en una profecía de autorrealización (y útil en sí
misma), ya que los judíos israelíes estaban expulsando a la fuerza a millones de
árabes palestinos de las tierras ocupadas [22].
Se sigue justificando el Holocausto Palestino-Israelí por la existencia de un
estado judío democrático, aunque exclusivista, que mantiene unos vínculos
excepcionales con una red mundial de élites modernas caracterizadas por su
riqueza y su éxito financiero [23]. La interacción del comportamiento del
holocausto con una modernidad asentada en unas redes globales muy densas resulta
muy famosa entre las élites imperiales que se empeñan en reconstruir los
imperios de Oriente Medio, sobre todo entre los civiles militaristas de EEUU.
El HJN fue una manifestación más de la dinámica modernidad industrial, que se
aprovechó para llevar a cabo la conquista imperial: la tecnología superior
alemana y los grandes avances científicos se basaron en la cohesión interna
promovida por el antisemitismo desde dentro, y por el antieslavismo desde fuera.
El resultado: un «doble holocausto», las campañas de exterminio de judíos por
una parte, y de rusos-eslavos por otra. La destrucción histórica e irreversible
de la izquierda y sus organizaciones de masas fue una condición previa esencial
para toda la dinámica de expansionismo del Holocausto Nazi.
Los imperialistas «tardíos» como Alemania, Japón o EEUU, han mostrado la misma
tendencia a llevar a cabo guerras genocidas y campañas de exterminio de tal
magnitud que se pueden equiparar a un holocausto. A excepción de Japón, una
sociedad homogénea en lo que a etnias se refiere, los estados donde el
imperialismo fue tardío emprendieron campañas de exterminio genocidas a gran
escala contra varias minorías internas diferentes (indios y afroamericanos en
EEUU, judíos en Alemania). De este modo crearon una cohesión nacional, así como
el complejo de superioridad racial necesario para llevar a cabo las conquistas
imperialistas y los holocaustos (Alemania contra los eslavos, EEUU contra Asia y
contra los indios de América Central).
El Holocausto Japonés en China culminó con la infame "Violación de Nanking", en
la que fueron violados y asesinados brutalmente más de 300.000 chinos en
cuestión de días, en el año 1938. Esto fue precedido y seguido inmediatamente
del exterminio sistemático, dirigido por el estado, de más de 7 millones de
civiles chinos de todas las edades y clases sociales. A pesar de que en el
Holocausto Chino-Japonés hubo un número de víctimas aún mayor que en el
Holocausto Judío, hay dos razones que explican la inexistencia de monumentos,
fundaciones y compensaciones millonarias en conmemoración del Holocausto
Chino-Japonés: la ausencia de un grupo de presión fuerte a favor del holocausto
en Occidente, y la coincidencia con la realineación de Occidente y Japón contra
la República Popular China. Es obvio que las afirmaciones auto convincentes de
los publicistas judíos acerca de la singularidad del HJN han contribuido a la
expansión de la amnesia colectiva.
El ascenso de EEUU a la posición de poder imperialista dominante estuvo
directamente relacionado con los holocaustos «tricontinentales» o múltiples, en
Asia, EEUU en Corea (1950-1953) y EEUU en Indochina (1961-1975); en el sur de
África con los holocaustos proxy (Angola, Mozambique y Congo-Zaire) entre 1961 y
la década de los noventa; en América Central (1979-1990) y en Oriente Medio (Iraq
1991-2006) [24].
Por cuestiones metodológicas, hemos excluido el exterminio estatal que
supusieron los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, y la campaña de
exterminio proxy en Indonesia en el año 1966, que provocó la muerte de más de un
millón de supuestos sindicalistas desarmados, miembros del partido comunista,
afiliados y sus familiares. El recuento de víctimas del «imperialismo tardío de
EEUU» es comparable al de sus predecesores japonés y alemán: cuatro millones en
Indochina, cuatro millones en Corea, incontables millones en el holocausto
perpetrado en las regiones del sur de África, más de 300.000 en los holocaustos
"delegados" de América Central (200.000 mayas en Guatemala, 75.000 en El
Salvador, 50.000 en Nicaragua, 10.000 en Honduras, y 10.000 en Panamá, -los
últimos mediante una invasión militar directa-) e Iraq – más de 700.000 y en
aumento.
Las estrategias empleadas por el imperialismo estadounidense conducen
directamente a los campos de concentración del holocausto, porque no existe
distinción alguna entre las víctimas civiles y militares. Esto se debe a que la
resistencia del imperio estadounidense se construye sobre creencias muy
arraigadas y extendidas, sobre los intentos deliberados de conquista
imperialista para diezmar la gran reserva de apoyos en la resistencia, de
suministradores de comida e información.
Una de las explicaciones de la multiplicación de los holocaustos propias del
"imperialismo tardío" es que estos tienen lugar en un contexto histórico más
resistente a revivir el dominio colonial-imperial. Es decir, las naciones que
nacen de los movimientos masivos anticoloniales que previamente se habían
apartado claramente del imperialismo europeo y japonés, están mejor preparadas
tanto social como política y militarmente para hacer frente a los nuevos abusos
imperialistas de EEUU. La ideología y la cultura antiimperialista y nacionalista
están muy arraigadas en las naciones poscoloniales desde mediados del siglo XX
en adelante, y se diferencian radicalmente de las sociedades
feudales-mercantiles conquistadas por los poderes imperialistas europeos a
finales del siglo XIX y principios del XX.
El desposeimiento y la desarticulación de sociedades en las que la movilización
nacionalista o socialista es muy elevada, requieren un uso mayor y más extensivo
de los métodos utilizados en los holocaustos. Ya no basta con asesinar o exiliar
a unos cuantos miles de líderes. Ahora poblaciones enteras pueden ser
«ejemplos», o, como dicen los mongers («comerciantes de problemas») israelíes
con respecto a los palestinos desde la elección democrática del gobierno de
Hamás, «tienen que asumir los costes», a saber, asaltos militares y asesinatos
de civiles diarios, y bloqueo sistemático de comida y medicamentos, lo que
desemboca en un estado de malnutrición generalizada [25].
Los avances tecnológicos en la maquinaria de exterminio masivo no determinan la
frecuencia de los holocaustos, si bien es cierto que aceleran el proceso. Los
holocaustos que requieren mucho trabajo –como el Holocausto Chino-Japonés en
Nanking- pueden llegar a ser tan mortales como las cámaras de gas de alta
tecnología, de capital intensivo de la Alemania Nazi, o el bombardeo masivo de
ciudades en Corea, Indochina e Iraq. Aún así, es cierto que la alta tecnología
acelera el proceso de exterminio y disminuye la posibilidad de que las
«flaquezas humanas» (compasión, mala conciencia) debiliten el camino hacia la
ejecución. Los holocaustos son una fuente de incentivos para evaluar,
experimentar y aplicar nuevos procesos de exterminio en situaciones en tiempo
real. Por ejemplo, EEUU experimentó con armas nucleares en campos de batalla
mediante el uso de uranio debilitado en las dos guerras del Golfo y en los
Balcanes.
El holocausto perpetrado por Israel tiene todas las características sustantivas
de los holocaustos citados anteriormente: uso del terror estatal a gran escala y
a largo plazo; desposeimiento de más de 4 millones de palestinos; reclusión
forzosa de más de 3 millones de palestinos en guetos; segregación racial y
étnica, separación en todas las esferas de la justicia, propiedad, transporte y
movilidad geográfica; derechos civiles basados en «lazos de sangre» (linaje
maternal); tortura legalizada o cuasi legalizada y uso sistemático del castigo
colectivo; una sociedad altamente militarizada propensa a emprender
continuamente asaltos militares en las comunidades vecinas de Palestina y en
otros estados árabes; asesinatos unilaterales extraterritoriales y
extrajudiciales; rechazo crónico y sistemático del derecho internacional; una
ideología de guerra permanente y paranoia internacional (hay «antisemitismo» en
todas partes) y una ideología de superioridad étnica (el «Pueblo Elegido») [26].
Tanto en la práctica del terrorismo estatal masivo como en sus justificaciones
legales-ideológicas de los asesinatos de oposicionistas, del desposeimiento
masivo y de las reivindicaciones de la superioridad de las Leyes de Israel en
relación con las normas de derecho internacional, el estado israelí cuenta con
todas las cualidades que caracterizan a los autores de los holocaustos. El gueto
palestino, los campos de concentración para miles de supuestos «militantes», la
destrucción de los fundamentos económicos de la vida diaria, los desalojos
masivos forzosos, la limpieza étnica sistemática; todo ello conforma el patrón
de los holocaustos presentes y pasados.
El Holocausto Estadounidense en Iraq (HEI) es un proceso vivo que desde hace 16
años (1990-2006) nos proporciona un ejemplo clarísimo de exterminio sistemático
planificado por el estado, de tortura y destrucción física, diseñado para
des-modernizar la sociedad secular en desarrollo y convertirla en una serie de
entidades basadas en la guerra de clanes, la guerra tribal, del clero o étnica,
carente de autoridad nacional o de una economía viable.
La magnitud y el alcance de las políticas de exterminio de EEUU en Iraq
garantizan al cien por cien que se trata de un holocausto: 500.000 niños muertos
como resultado de un bloqueo económico asesino durante la Administración Clinton
(1992-2000) y alrededor de 250.000 muertes más entre 2003 y el presente año 2006
[27]. El holocausto estadounidense fue aprobado abiertamente por el principal
arquitecto de la política desarrollada, la Secretaria de Estado Madeline
Albright, que, al verse frente a la magnitud y el alcance del número de muertes
infantiles durante el bloqueo económico devastador (1991-2992), declaró «ha
merecido la pena».
El bombardeo indiscriminado de blancos civiles en las dos guerras del Golfo,
pero sobre todo en la segunda, llevó a la destrucción total de toda la
infraestructura civil. En el futuro, el uso sistemático generalizado de
proyectiles de uranio tendrá consecuencias mortales para muchas personas. El uso
sistemático de la tortura y el asesinato masivo de cientos de miles de civiles
ha sido documentado en profundidad y se considera justo entre los oficiales
superiores del régimen Bush y la mayoría de los componentes de ambas cámaras en
el Congreso [28].
En lo esencial, nada separa la campaña de extermino estadounidense de los
holocaustos anteriores, excepto el hecho de que todo el mundo lo ve mientras
sucede. El HEI es un holocausto vivo: sucede ante los ojos y los oídos de miles
de millones de espectadores. Aunque es cierto que la repugnancia global ante
cada revelación particular es un hecho compartido, también lo es la «aceptación
pasiva». El holocausto se convierte en una actividad rutinaria: brigada de la
muerte, asesinato masivo fomentado por los capataces imperiales… se reduce a un
recuento de víctimas diario, inmunizando a la comunidad mundial ante el horror
de un Holocausto vivo.
Holocaustos: situación posterior y herencias turbias
A excepción del HJN (Holocausto Judío-Nazi) y probablemente el HCJ (Holocausto
Chino-Japonés), el resto de los autores se han salvado de enfrentarse a procesos
judiciales internacionales. Un tratamiento diferenciado unido a la impunidad
general conforma el resultado de los avances militares y el poder político. Los
holocaustos nazi y japonés fueron derrotados; EEUU, Turquía e Israel no fueron
vencidos militarmente, o al menos no hasta el punto de que un tribunal
internacional pudiese llevarlos a juicio. Incluso en el caso de los nazis,
aparte de los pocos líderes del régimen nazi, casi todos los representantes de
medio y bajo rango fueron exonerados con el tiempo; posteriormente, muchos de
ellos alcanzaron el éxito profesional en el mundo de la economía y la política.
Y no pocos científicos y otros profesionales nazis fueron reclutados por los
gobiernos de EEUU y Alemania Occidental para ocupar diferentes puestos
estratégicos.
En el caso de Japón, tuvo lugar un proceso paralelo en el que los ejecutores del
holocausto fueron perseguidos primero, y posteriormente recuperaron posiciones
de poder. Esto sucedió sobre todo después de que EEUU y sus aliados presentaran
sus políticas globales contrarrevolucionarias, encarnadas en la «Guerra Fría»,
una mala denominación dados los ataques militares de EEUU sobre Corea e
Indochina. De hecho, los autores del Holocausto Japonés jugaron un papel
principal cuando respaldaron los holocaustos de EEUU en Corea e Indochina
poniendo a disposición de EEUU bases militares, suministros y apoyo logístico
tras la Segunda Guerra Mundial.
Han tenido lugar varios tribunales no oficiales de los que se ha hecho mucho
eco, en concreto el Tribunal Bertrand Rusell del Holocausto Estadounidense en
Indochina. Sin embargo, su relevancia fue meramente simbólica, ya que carecían
de mecanismos para hacer cumplir sus veredictos a los culpables. Ninguno de
estos tribunales recibió un trato adecuado en los medios de comunicación, ni
siquiera se mostró una ligera admisión de remordimiento o culpa por parte de los
autores. Y esto fue así incluso después de los cambios del partido en el poder.
En otras palabras, existe un consenso sistemático entre los perpetradores de que
sus acciones tienen justificación, con lo cual cualquier noción de «norma de
derecho» se considera un desastre.
De hecho, la ONU es cómplice de ello: estuvo implicada activamente en el
Holocausto Estadounidense en Corea; es incapaz de intervenir en el Holocausto
Palestino-Israelí, y además facilita apoyo institucional al Holocausto
Estadounidense en Iraq. Si el sistema judicial internacional solo ha sido capaz
de poner en manos de la justicia a los grandes perpetradores del Holocausto
Nazi, la relación a nivel nacional es igualmente vergonzosa. En Japón, el
Régimen Koizumi continúa rindiendo homenaje a los criminales de guerra del
pasado (las principales autoridades viajan cada año al Yoshikuni Shrine), los
libros de texto japoneses ofrecen una versión "blanqueada" de los crímenes de
guerra. Esta nostalgia del holocausto continúa envenenando las relaciones
bilaterales con China, aunque sólo a nivel simbólico-diplomático, ya que las
relaciones económicas entre China y Japón siguen prosperando.
Del mismo modo, a excepción de Francia, ningún otro país occidental ha condenado
oficialmente la masacre turca-armenia o la negación de Turquía a reconocer su
responsabilidad. A pesar de los muchos israelíes que fueron víctimas del
Holocausto Nazi, Israel niega el genocidio turco-armenio, y no permite a los
armenios que realicen representaciones académicas de su genocidio en ninguno de
los foros, conferencias, publicaciones o museos dedicados al Holocausto. Esto
resulta especialmente irritante, ya que hubo un tiempo en que Jerusalén acogió a
miles de supervivientes del genocidio armenio. De hecho, Israel tiene un pacto
de estrategia militar especial con aquellos que niegan el genocidio armenio. Y
lo mismo es aplicable al apoyo que EEUU muestra a favor de los turcos que niegan
el Holocausto, donde a pesar de la presión tan fuerte que ejerce la comunidad
armenia-americana e incluso el respaldo sustancial del Congreso, el Ejecutivo ha
bloqueado cualquier condena oficial del genocidio.
En lo que respecta a los holocaustos perpetrados por EEUU en Asia, Washington
siguió imponiendo un bloqueo económico brutal, concretamente en Corea del Norte
e Indochina, que conllevó la «autosuficiencia forzosa», así como en el caso de
Camboya, incitando al régimen de los Jemeres Rojos a llevar a cabo un éxodo
forzoso y mortal desde los centros urbanos, un caso de «holocausto conjunto»
entre Washington y los Jemeres Rojos.
Con la conversión de las élites de Indochina al capitalismo, y teniendo que
enfrentarse a la impunidad internacional por los crímenes de guerra cometidos
por EEUU, la reconciliación de EEUU y Vietnam, carente de justicia, se hizo
norma. Es curioso que las políticas de liberalización hayan derivado en una
nueva explotación imperial de mano de obra barata a través del mercado y no
mediante invasiones militares.
En lo que respecta al holocausto en América Central, no ha existido ni la menor
intención de emprender procesos penales internacionales. Como mucho, el antiguo
presidente de EEUU, Bill Clinton, en una apología «proforma» expresó el «apoyo»
de EEUU a su régimen títere en Guatemala. Los regímenes implicados, clientes de
EEUU, son descendientes directos y beneficiarios de los holocaustos
estadounidenses en América Central. Después de destruir el tejido social y minar
la economía local mediante la guerra y el libre comercio; después de
desmovilizar a las guerrillas, América Central es una región de campesinos
desarraigados, refugiados convertidos en inmigrantes internacionales o
criminales, gobernados por políticos cleptócratas y por la oligarquía
empresarial.
Los supervivientes de América Central y los familiares de las víctimas del
holocausto estadounidense, no ven ningún futuro en su país, un país devastado,
desposeído de tierras y empleo, y en consecuencia deciden huir a América del
Norte. En el presente año 2006 tienen que enfrentarse una legislación muy
represiva contra los inmigrantes, a la criminalidad masiva, el desposeimiento,
el encarcelamiento y la deportación.
El Holocausto Palestino-Israelí es un proceso vivo que va cobrando velocidad:
asaltos militares diarios; ejecución de líderes y asesinato de civiles;
extensión continuada de las colonias; falta de reconocimiento de los líderes
palestinos elegidos, y, sobre todo, bloqueo total de la economía, los alimentos
básicos y los medicamentos, es decir, emplean las estrategias de «cercado de
guetos» al estilo nazi y el «hambre hasta que se rindan». La poderosa e
influyente voz del grupo de presión judío tanto fuera como dentro del gobierno
estadounidense, asegura la impunidad de Israel y la complicidad de EEUU y la
Unión Europea [29].
Desde el holocausto estadounidense en Indochina hasta el presente, la ejecución
de políticas propias de los holocaustos llega hasta el público a través de los
medios de comunicación e Internet, a pesar de las campañas propagandísticas
oficiales que difunden los medios de comunicación de masas. La complicidad de
los sectores de la sociedad civil y los medios de comunicación privados al
defender los regímenes del Holocausto en sistemas políticos que no son
totalitarios, requiere la reconsideración de la relación entre dictadores,
sistemas electorales y holocaustos.
Conclusión
Después de este repaso de los holocaustos de los siglos XX y XXI, es evidente
que casi ninguno de los grandes crímenes contra la humanidad conduce a la
justicia. Muy al contrario, el legado internacional está caracterizado por la
impunidad y lo más parecido a la reincidencia. El informe es claro: la impunidad
estadounidense tras el Holocausto Coreano dio pie a los holocaustos en
Indochina, América Central e Iraq. La limpieza étnica de palestinos perpetrada
por Israel entre 1947 y 1950 provocó nuevas guerras de conquista, desposeimiento
de tierras, ocupación colonialista, guetización y la progresión hacia la
«solución final» de la expulsión total. La negación del genocidio turco-armenio
reforzó la limpieza étnica del pueblo curdo en toda la región de Anatolia.
Estos crímenes contra la humanidad no son simples artefactos utilizados por
dirigentes psicópatas o fenómenos derivados de tradiciones autoritarias, porque,
como ya hemos visto, hay tradiciones que compiten, diferentes «psicologías
nacionales» e ideologías enfrentadas.
Las ofensivas imperialistas que buscan la cohesión interna y la conquista en el
extranjero ponen en un primer plano el comportamiento del holocausto, son los
desencadenantes, la fuerza motriz de los holocaustos. Y es precisamente porque
los poderes imperiales ponen en práctica el imperativo de que no son castigados
y en la mayoría de los casos a fecha de hoy aún no han reconocido sus crímenes.
Cada vez se condena a menos poderes por menos crímenes. Por el contrario, cuanto
mayor es el imperio y el poder, más común es aplicar la ley de la impunidad y la
negación.
Los intelectuales occidentales no reconocen los múltiples holocaustos de los
siglos XX y XXI, pero esto no se debe a la falta de datos accesibles ni a la
falta de conocimiento de los hechos, ya que los actos del genocidio son
públicos, los cuerpos están esparcidos en lugares públicos, la destrucción rodea
a cualquier observador, y los instrumentos del genocidio son financiados
públicamente. Lo que falta es disposición para enfrentarse a la realidad de que
los gobiernos, los estados, son los responsables de los holocaustos; a la
realidad de que los regímenes que han elegido, están participando en el
terrorismo masivo; de que sus medios de comunicación de masas privados mienten y
encubren sistemáticamente lo actos del genocidio; y de que grandes sectores de
la «sociedad civil» son críticos impotentes o colaboradores cómplices.
La mayoría de los intelectuales de las sociedades imperiales son incapaces de
comprender la magnitud y la gravedad de los crímenes que se cometen en su
nombre. En lugar de ello, describen los holocaustos como «guerras entre
estados», y se refieren a ellos como «la Guera de Corea», la «Guerra de
Indochina», la «Guerra de Iraq», o peor aún, «las guerras por la democracia» u
otras falsificaciones monstruosas por el estilo. Las extrañas «guerras» en las
que toda la población civil –millones- está a favor de la otra parte, en las que
toda la destrucción sucede en el país ocupado y todos los desposeídos son
objetivos de los constructores del imperio.
Hay resistencia; se asesina a soldados imperiales; se ataca a las armadas
títere; se destruyen instrumentos de guerra (helicópteros y acorazados). En el
Gueto de Varsovia, la resistencia luchó y consiguió acabar con las tropas de
asalto nazis. Los luchadores del bando de Liberación Vietnamita acabaron con la
vida de 58.000 invasores, además de 500.000 heridos. Fallujah (Iraq) resiste;
Jenin (Palestina) resiste… algunos de los que niegan el holocausto se aferran a
estos actos de resistencia heroica y a los supervivientes que salen arrastras de
los escombros como prueba de las sospechosas afirmaciones que defienden que los
campos de concentración y la limpieza étnica no son prácticas genocidas, sino
«actos de guerra»… pero olvidan añadir que ¡es una guerra total contra todo un
pueblo!
Después de repasar los holocaustos de los siglos XX y XXI, es evidente que no
son casos aislados perpetrados por un pueblo o régimen maligno particular, sino
prácticas comunes, repetitivas, que recurren con una frecuencia periódica. La
impunidad del holocausto se ha convertido en norma, se ha incorporado en el
vocabulario eufemístico de los historiadores convencionales, e incluso
revisionistas, como «guerras», «conflictos», «cruzadas» y «tragedias» en lugar
de acto criminal reincidente a gran escala. No existen mecanismos
internacionales efectivos que pongan ante la justicia a las élites del
holocausto; tan solo contamos con tribunales organizados por los poderes
imperiales para poner a prueba a los adversarios vencidos, como es el caso de la
ocupación de Yugoslavia, Iraq y Panamá.
Las nuevas élites capitalistas que surgen entre el pueblo víctima (como en
Indochina) están más que dispuestos a perdonar y olvidar los crímenes del
holocausto a cambio de una moneda fuerte y una posición privilegiada en el
mercado mundial.
Mientras los procesos judiciales internacionales sean inoperantes, solo una
serie de revoluciones populares podrá llevar ante los tribunales al menos a los
títeres y colaboradores de los autores del Holocausto. Dependemos de la derrota
final del estado imperial para que sea posible la existencia de un tribunal
internacional de justicia que consiga que los autores del holocausto respondan
de sus crímenes.
Notas
[1] Traducción hecha para Laberinto por Eloísa Monteoliva García, miembro de
ECOS (traductores e ínterpretes por la Solidaridad)
[2] Finkelstein, Norman. The Holocaust Industry (London: Verso 2000)
[3] Davis, Mike. Late Victorian Holocausts (London: Verso 2001)
[4] Bauer, Yehuda. A History of the Holocaust (New York: Franklin Watts 1983;
Bard, Mitchell. The Complete History of the Holocaust (California: Green Haven
2001)
[5] Dallin, Alexander. German Rule in Russia, 1941-45 (London: MacMillan, 1957);
Salisbury, Harrison. The 900 Days: The Seize of Leningrad (NY De Capo Press
1969); Mayer, Arno. Why Did the Heavens Not Darken: The Final Solution in
History (NY: Pantheon Books 1988)
[6] Fenby, James. Generalissimo: Chiang Kai-Shek and the China He Lost (London:
Free Press 2003)
[7] Acerca de Vietnam ver Fitzgerald, Francis. Fire in the Lake: The Vietmanese
and the Americans in Vietnam (New York: Little, Brown and Co., 1972); Herman,
Edward. Atrocities in Vietnam: Myths and Realities (Pilgrim Press: 1971);
Chomsky, Noam and Herman, Edward. The Washington Connection and Third World
Fascism: The Political Economy (Boston: South End Press 1979), Ch. 5; Falk,
Richard. Crimes of War (New York:RH Press 1971); The Dellums Committee Hearings
on War Crimes in Vietnam, (NY: Vintage 1972); acerca de Camboya ver el Center
for Genocide Studies (Yale Univeristy). La página web dice: Para los puntos de
bombardeo de EEUU, los atributos de cada uno de ellos se presentan en forma
tabular, es decir, fecha de bombardeo, situación exacta, número y tipo de avión
en cada salida, carga del bombardeo y tipo de ordenanza, naturaleza del blanco
deseado, y valoración de los daños del bombardeo. (…en) 13.000 pueblos en
Camboya; los 115.000 objetivos de los 231.000 bombarderos que sobrevolaron
Camboya en entre 1965 y 1975, lanzando 2,75 millones de toneladas de municiones;
158 prisiones dirigidas por el régimen de Pol Pot de los Jemeres Rojos entre
1975-1979, y 309 cementerios masivos con un total de 19,000 fosas; y 76
emplazamientos realizados después de 1979 en conmemoración de las víctimas de
los Jemeres Rojos. El director del Genocide Center, Ben Kierman, caracterizado
por una perversidad que nadie posee en la academia, en su debate acerca del
genocidio no es capaz de incluir el asesinato y la mutilación perpetrada por
EEUU contra millones de camboyanos. Se centra tan solo en el régimen de Pol Pot.
Basándose en esta visión tan selectiva del genocidio, se aseguró un puesto de
titular en la Yale University, su centro ganó un premio de distinción y una
generosa financiación por parte de George Soros y la Coca Cola Corporation.
[8] Acerca de Corea ver John Gittings and Martin Kettle, "US and S Korea Accused
of War Atrocities", Guardian. January 18, 2000; Bruce Cummings, The Origins of
the Korean War, Vol.I, Vol II. (Princeton, New Jersey: Princeton University
Press 1981, 1990). Según los datos publicados en la Unión Soviética, el 11,1%
del total de la población de Corea del Norte (1.130.000 personas) fue asesinado
por las fuerzas aéreas y de tierra estadounidenses. En toda Corea fueron
asesinadas más de 2.500.000-3.000.000 de personas, y se destruyó el 80% de
instalaciones industriales y públicas, tres barrios donde estaban situadas las
oficinas gubernamentales, y la mitad de las viviendas. Entre junio de 1950 y
mayo de 1953, los generales estadounidenses Eisenhower y McArthur, los
presidentes Truman y Eisenhower, y el Jefe de Personal Adjunto (Mando Militar)
consideraron el uso o recomendaron utilizar armas nucleares contra Corea. Según
Gittings y Kettle, aparte de los miles de refugiados que fueron asesinados por
oficiales del ejército de EEUU, «en el bombardeo estadounidense al final de la
guerra fueron asesinados muchos más civiles coreanos, en concreto durante el
bombardeo de saturación de Pyongyang (capital de Corea del Norte) en 1952».
[9] Richard Hovannisian (ed). The Armenian Genocide: History, Politics, Ethics
(St. Martin’s Press NY 1992); Richard Hovannisian, ed. Remembrance and Denial:
The Case of the Armenian Genocide (Detroit: Wayne State University Press 1999)
[10] Patrick Bell et al. State Violence in Guatemala 1960-96 (AAAS, Washington
DC 1999); Amnesty International Report: Guatemala (1982, 1983, 1984 London);
Thomas Melville, Through a Glass Darkly: US Holocaust in Central America
(Xlibris Corporation 2005); Kent Ashabranner Children of Maya (NY Dodd Mead
1986). Guatemala Nunca Mas: 4 Tomos, Officina de Derechos Humanos Arzbipado
1998.
[11] Les Roberts, et al, ‘Mortality before and after the 2003 invasion of Iraq:
cluster sample survey. Lancet Vol. 364, no. 9445; Oct.31, 2004.
[12] Daniel Goldhagan, Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the
Holocaust (New York, Knopf 1996)
[13] Ver Thomas Childer, The Nazi Voter: The Social Foundations of Fascism in
Germany 1919-1933 (Chapel Hill, North Carolina: University of North Carolina
Press 1983) sobre todo pp 264-266.
[14] En las elecciones de noviembre de 1932 los nazis obtuvieron el 33,1% de los
votos; los comunistas y socialistas el 37,3%, Childer op cit.
[15] El Holocausto Palestino-Israelí ha sido bien documentado por Edward Said,
Politics of Dispossession: The Struggle for Palestinian Self-Determination(NY
Vintage 1995).Benny Morris, The Birth of the Palestinian Refugee Problem:
1947-49 (Cambridge, Cambridge University Press 19987). Felicia Langer, With My
Own Eyes, (Ithaca: Ithaca Press 1975). Naseer Hasan Aruri, Palestinian Refugees
(London: Pluto Press 2001); Ilan Pappe, Israel/Palestine Question: Rewriting
History (London Rutledge 1999); Edward Said, The Question of Palestine (NY
Vintage Press, 1979); Maxine Rodinson, Israel: A Colonial Settler State (Monad
Press: NY 1973); Walid Khalidi, ed. All That Remains (Institute of Palestine
Studies).
[16] Iris Chang, The Rape of Nanking (London, Penguin 1997).
[17] Según el Pentágono de EEUU, el número de víctimas estadounidenses en la
Guerra de Corea ascendió a 54.246, de los cuales 33.686 murieron en combate y
otros 8.142 fueron registrados en la lista de ‘Perdidos en combate’.
[18] Durante la Guerra de Corea, Douglas McArthur ordenó a las Fuerzas Aéreas
Estadounidenses que «destruyesen todos los medios de comunicación, las
instalaciones, fábricas, ciudades y pueblos» situados al sur del río Yalu en la
frontera con China. Cita disponible en www.brianwillson.com/awol/koreacl.html
[19] Ver Benny Morris op cit. Según Edward Said, op cit 4 millones de palestinos
se han convertido en refugiados, y casi 2 millones viven en los territorios
ocupados por el ejército israelí. Según el Observatorio de Derechos Humanos de
Palestina, desde la Segunda Intifada Israel ha llevado a cabo más de 300 ataques
militares en los territorios ocupados cada semana, provocando un elevado número
de muertes, cientos de heridos y prisioneros; ha demolido más de 10.000 casas, y
destruido miles de acres de tierras de cultivo. En respuesta a las elecciones
democráticas de Palestina en 2006, Israel impuso un bloqueo total de comida,
bienes sanitarios y bienes de urgencia en los territorios ocupados, poniendo en
peligro la vida de más de dos millones y medio de palestinos.
[20] James Petras, Henry Veltmeyer, Luciano Vasapollo y Mauro Casadio. Empire
with Imperialism (London: Zed Press 2005)
[21] Hovanassian, op cit
[22] Said, op cit
[23] James Petras. The Power of Israel over the United States (Atlanta: Clarity
Press 2006)
[24] Acerca del Holocausto Estadounidense en Iraq ver el informe de la escuela
Johns Hopkins School of Public Health Epidemiologists, Les Roberts et al,
‘Mortality before and after the 2003 invasion of Iraq: cluster sample survey.’
Lancet Vol. 364, no. 9445; Oct.31, 2004.
[25] Ver los números de la publicación israelí en lengua inglesa Haaretz,
pertenecientes al periodo comprendido entre febrero y junio 2006, que analizan
las políticas de bloqueo israelí y los efectos catastróficos de este en la salud
y la nutrición de los palestinos. Los principales grupos de presión sionistas en
EEUU, los presidentes de las principales organizaciones judías y AIPAC, son
defensores incondicionales del Holocausto Palestino-Israelí, y respaldan el
bloqueo y los asesinatos diarios de civiles palestinos perpetrados por las
fuerzas especiales israelíes.
[26] Ver Ilan Pappe, Israel/Palestine Question: Rewriting History; E. Said,
Politics of Dispossession. Op cit.
[27] Acerca del Holocausto US-Iraq ver Lancet. Op cit; Anthony Arnove (ed), Iraq
Under Siege: The Deadly Impact of Sanctions and War (Boston: South End Press
2002); Alex Cockburn and Jeffery St. Clair, Imperial Crusades (California:
Counterpunch 2004).
[28] El conocimiento público extendido globalmente del uso sistemático de la
tortura y el asesinato masivo de EEUU para conquistar Iraq, es el resultado de
la difusión llevada a cabo por una amplia red de páginas web, e incluso por
algunos medios de comunicación de masas. Ver, por ejemplo, las páginas web en
lengua inglesa: informationclearing house.info; commondreams.org,
counterpunch.org, entre otras.
[29] James Petras, The Power of Israel Over the United States, op cit.