Medio Oriente - Asia - Africa
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"La vergüenza me pesa en los hombros"
Después de Qana, desde Israel
Dani Broitman
Soy israelí. Lo soy por elección, porque un día decidí que quería construir
mi vida aquí, en este país. No me arrepiento, y volvería a tomar la misma
decisión si tuviera nuevamente 20 años. Precisamente por eso, a la par del
orgullo de vivir en un país envidiable en muchos aspectos, llevo la vergüenza
encima como un lastre, siempre. Está ahí, agachada, esperando que la mire cuando
recuerdo cómo tratamos cotidianamente a los palestinos, o emboscándome, cuando
veo lo que hacemos con toda persona quien por su origen o religión no pertenezca
a la casta de los privilegiados.
Hay momentos, como en las últimas semanas, en las que nos dedicamos
sistemáticamente a destruir a un país indefenso, (sin importarnos, por supuesto,
el precio que ellos pagan, e importándonos muy poco el que nosotros mismos
pagamos), en que la vergüenza pasa a ser algo cotidiano y palpable, con la que
me levanto y me acuesto todos los días.
Y hay días como hoy, en los que masacramos, desde el aire y quirúrgicamente, a
decenas de civiles en Kfar Kana (quienes se suman otros cientos de libaneses
desde el principio de las operaciones), en que la vergüenza me pesa en los
hombros, y no me deja caminar.
Un pueblo duro de cerviz, dice en la biblia. Pareciera que vivimos empecinados
en no aprender nada. Los terroristas palestinos nos obligaron a vivir con temor
durante largos meses, en el punto más álgido de la ola de atentados suicidas.
Los aplastamos brutalmente, reproduciendo todas las condiciones para que una
nueva generación de condenados nos odie tanto como para inmolarse junto a
nosotros (en nuestro idioma eso se llama "guerra contra el terrorismo" y "cerco
de separación"). Durante 18 años mantuvimos al sur del Líbano bajo nuestra
férrea bota militar. Los milicianos de Hezbolá que combaten hoy al ejército
israelí son los hijos de quienes la sufrieron. Hoy, con nuestras
desproporcionadas reacciones a lo largo y a lo ancho del Líbano, nos estamos
asegurando una larga temporada de hostilidades en nuestra frontera norte. En
unos cuantos años nos rasgaremos nuevamente las vestiduras cuando alguien nos
provoque desde el Líbano, ya que nosotros "nunca les hicimos nada".
Democracia, me enseñaron en la escuela primaria, es el gobierno del pueblo, para
el pueblo y por el pueblo. En nuestra zona, democracia es el gobierno que le
agrada a Israel (y a nuestro patrón, el hacendado Bush). Si los palestinos se
atreven a elegir al partido incorrecto, los sometemos a bloqueo y los
hambreamos, ya que no entienden lo que significa la bendita palabra. Si se
atreven a golpearnos, secuestrando a un soldado, arrasamos con sus pueblos, los
matamos de a decenas y conspiramos abiertamente en contra del gobierno
legítimamente elegido. En el Líbano, nuestro objetivo es borrar del mapa a un
gran sector social y político (en nuestro idioma, "cambiar la realidad"). En
este caso, la población chiita no comprende que para ser democrático hay que
elegir un representante blanco, que sepa hablar inglés y ame a McDonald's y
Chevron. Y los muy ignorantes se empecinan en conservar sus costumbres y
religión, extremizándose cada vez más a medida que se intenta occidentalizarlos
a la fuerza. Por suerte estamos nosotros, quienes por medio de tanques, aviones,
y buena voluntad, tratamos de explicarles como se hace para entrar en el mundo
libre.
A tres quilómetros de mi casa hay una base de misiles. A diez quilómetros hay
una base de entrenamiento de reclutas, que queda pegada a Pardes Hana, una
ciudad mediana. Al lado de Safed (una de las ciudades mas bombardeadas por
Hezbolá) está la base central del comando norte del ejjército. Los cañones del
ejercito israelí disparan desde posiciones ubicadas entre poblaciones en el
norte del país. El estado mayor conjunto está ubicado en pleno centro de Tel
Aviv. Pero son los milicianos de Hezbolá los únicos cínicos que cobardemente se
escudan entre civiles para perpetrar sus atropellos.
Del mismo modo, muchos civiles israelíes se convierten en soldados como por arte
de magia, cuando son reclutados en el servicio de reserva. Cuando el mismo truco
ocurre del otro lado de la frontera, se trata de terroristas que se aprovechan
de la benevolencia humanista israelí, para ocultarse entre sus escudos humanos.
Nuestra dirigencia político-militar no comete sus barbaridades por su cuenta: lo
hacen en mi nombre. Ante cada operación militar, conquista de un poblado,
bombardeo o asesinato, me invocan impunemente: el país lo exige, la retaguardia
es fuerte, la población pide que terminen la tarea. Les grito en cada
manifestación en contra de esta guerra criminal que no lo hagan en mi nombre,
que nunca los autoricé a arrasar un país vecino solo para demostrar nuestra
virilidad y que nadie nos va a mojar la oreja. Pero somos unos pocos miles
gritando consignas: a la gran mayoría de gente no le importa (en el mejor de los
casos) o apoya abiertamente la masacre.
¿Qué otra cosa se puede esperar en un país que vive fantaseando durante décadas
con que puede ser el matón del barrio, hacer lo que le plazca a cualquiera de
los vecinos, y todo eso pagando precios irrisorios?
Aquí en Israel, es obligatorio ser equilibrado: no se puede criticar al gobierno
sin un "pero" que explique cuán malvados son nuestros enemigos y cuánto sufrimos
nosotros.
Así que aquí va: no me simpatiza el fanatismo religioso de Hamas, ni el de
Hezbolá. Ambos son movimientos sociales y políticos contrarios a cualquier valor
que se me ocurriría esgrimir. Ambos utilizan métodos terroristas injustificables
en sus luchas, a veces justas, a veces no. Si fuera palestino o chiita libanés
seguramente viviría exiliado, ya que considero imposible vivir bajo regímenes
como el del Hamas. Pero como dije al principio, soy israelí. Eso quiere decir,
que mi posibilidad de influir sobre Palestina o el Líbano es muy limitada. Mi
marco de referencia, mi posibilidad de influir sobre lo que ocurre, esta aquí,
en Israel.
Mis representantes son, lamentablemente, un corrupto con aires de grandeza como
Olmert y un ex-luchador social devenido en criminal de guerra como Peretz, ambos
guiados por un militar fascio-guerrerista como Halutz. A ellos tengo que
pedirles cuentas, no a Hezbolá. Son ellos los que mantienen a un millón de
ciudadanos israelíes en los refugios durante semanas. Son ellos los que
destrozan al Líbano día a día en una furia macho-militarista sin límites. Son
ellos los que al fin de la guerra van a liberar a miles de prisioneros en canje
por nuestros tres soldados, cuando lo podrían haber hecho el primer día sin
derramar ríos de sangre. Son ellos los que espero, como ciudadano israelí
preocupado por su futuro y por el de sus hijos, que sean juzgados un día en el
tribunal internacional para crímenes de guerra de La Haya.
Dani Broitman nació en Rosario (Argentina) pero es israelí por adopción.
Hace casi dos décadas se instaló en el Kibutz Magal, detrás de un ideal. Desde
un primer momento cuestionó la política israelí respecto a los territorios
ocupados en Gaza y Cisjordania y se rehusó una y otra vez a participar, como
miembro del ejército, de las maniobras militares en esos lugares. Cada una de
las negativas le valieron la prisión junto a otros objetores de conciencia, en
algunos casos por casi 40 días. Aunque ya fue desafectado como reservista, él
sigue participando de las manifestaciones pacifistas. Aquí se reproduce una
carta que envió a lavaca minutos después del bombardeo a Qana, donde murieron 60
refugiados, 37 de ellos niños.