Medio Oriente - Asia - Africa
|
Líbano y la geopolítica de la guerra
Augusto Zamora R.
El Nuevo Diario
Desde hace semanas el mundo contempla, impávido e indolente, la destrucción del
Líbano, que no parece despertar la compasión de nadie, salvo cuando ocurren
matanzas como la de Qana, con treinta y siete niños asesinados. Ningún país ha
convocado siquiera a la Asamblea General de NNUU para que, ante la anunciada
parálisis del Consejo de Seguridad, condenara la agresión israelí contra el
indefenso Estado. Ciudades, puentes, carreteras, centrales eléctricas,
ambulancias, puestos de NNUU son destruidos sin que nadie haga nada efectivo por
detener a Israel. Los gobiernos se han limitado, unos a condenar formalmente la
agresión, otros a justificarla invocando una inexistente legítima defensa.
La pasividad de la etérea "comunidad internacional" ha sido interpretada por
Israel como una autorización indirecta de su guerra de agresión. A quiénes
critican la brutalidad de sus métodos les restriega la guerra de la OTAN contra
la disminuida Yugoslavia de Serbia y Montenegro en 1999, similar en brutalidad y
uso de objetivos civiles con fines militares. Razón, ciertamente, no le falta.
Esto, sin embargo, no explica las causas de la pasividad internacional. Salta a
la vista que la acción israelí parece satisfacer intereses diversos de los
países directa o indirectamente afectados por la guerra, de forma que, cada uno
de ellos por su propia causa, ajusta sus planes mientras Líbano es destruido. El
país sería una pieza más de un juego más amplio y, si ya fue destruido en
anteriores ocasiones y vuelto a reconstruir, puede repetirse el guión otra vez,
a un costo asumible en vida y bienes.
Fuentes occidentales, en primer lugar Israel, apuntan a que la crisis fue
promovida por Siria e Irán, para apuntalar a sus respectivos gobiernos y crear
un nuevo foco de tensión que distraiga la atención de cuestiones delicadas para
estos países. En el caso de Irán, tal argumento tendría su lógica pues Líbano,
efectivamente, ha desplazado de la atención internacional su programa nuclear y,
al abrir un nuevo frente de guerra en la región más violentada del mundo,
obligará necesariamente a EEUU y sus aliados a limitar la presión sobre dicho
tema. Habría que señalar, sea o no cierta esta tesis, que al deteriorarse
todavía más las relaciones entre Occidente y el mundo musulmán, un Irán terco y
mejor armado vería aumentar su influencia y poder. La agresión de Israel contra
Líbano –del mismo modo que la de EEUU en Iraq- no sólo no ha debilitado a Irán,
sino que lo ha fortalecido más, dada su ascendencia sobre la comunidad chiíta y
su influencia sobre Hezbolá. Irán es, hoy más que nunca, el país más influyente
y estratégico de Oriente Próximo. Tiene en sus manos la capacidad de ayudar a
resolver, o bien de terminar de desestabilizar, los conflictos existentes en
Afganistán, Iraq y, ahora, Líbano, gracias paradójicamente, a EEUU e Israel.
Siria también resultaría fortalecida. El asesinato de Aviv Hariri erosionó a tal
extremo su situación en Líbano que tuvo que retirar a los miles de soldados
acantonados en territorio libanés desde 1982 y forzó la creación de una comisión
investigadora de NNUU, para esclarecer el crimen. La ofensiva antisiria había
logrado éxitos notables, dejando a Damasco completamente a la defensiva, con la
comisión de investigación (¿alguien se acuerda de ella?) apuntando a los
servicios de inteligencia siria. La agresión israelí y la creación de una nueva
franja de seguridad devuelven la situación, mutatis mutandis, a la
existente en los años 80. Líbano necesitará de Siria para su defensa y
reconstrucción económica y para evitar que el país se instale otra vez en la
guerra civil, en caso de que grupos pro-occidentales (y EEUU) quieran utilizar
la agresión para que el ejército libanés actúe contra Hezbolá, que sería igual a
declarar la guerra a la comunidad chiíta. O para reorganizar la región,
como dice Bush, en cuyo caso, visto Iraq, hay que ponerse a temblar.
Gana Hezbolá, convertida hoy por hoy en la más prestigiosa, admirada y envidiada
organización antiisraelí y antiestadounidense del mundo musulmán. Un prestigio
tan grande que todas las demás organizaciones de resistencia y grupos
terroristas, incluyendo sus más acérrimos enemigos, como Al Qaeda, se han visto
obligados a darle un apoyo irrestricto. Al establecer una zona de seguridad,
Israel le restablece en su razón de ser y pone otra vez a tiro de la probada
eficacia de Hezbolá a los soldados israelíes. El prestigio obtenido le asegura
la afluencia de combatientes, que serán entrenados en campos fuera del alcance
israelí. Necesitaban un propósito y un objetivo y ambos se los ha vuelto a
regalar Israel.
¿Qué gana Israel, con su reacción criminal, seguramente no prevista por nadie?
Este país lleva cincuenta años intentando destruir el movimiento palestino, sin
haber alcanzado ninguno de sus objetivos estratégicos. Su política violenta,
signada de asesinatos, matanzas, bombardeos brutales, represión criminal y
destrucción sin límite sólo ha logrado hacer mayor la resistencia y la
obstinación palestina por poseer su propio Estado. Tres veces ha agredido
Líbano, donde ocupó por veinte años una amplia porción de territorio libanés,
pretextando la destrucción de sus enemigos para, finalmente, abandonar dicho
país ante el efectivo y mortal acoso de Hezbolá. Cualquier persona que sepa un
mínimo de guerra irregular sabe que ésta no se gana con bombardeos
indiscriminados y destrucción de objetivos civiles. Sabe también que una
organización guerrillera que goce de apoyo popular, amplia retaguardia y
respaldo económico y militar resulta casi imposible de vencer. EEUU lo aprendió
en Vietnam y la URSS en Afganistán. Siria e Irán nutren el arsenal y las arcas
de Hezbolá y cada misil, munición y dólar gastados serán reemplazados.
El gobierno israelí conoce estas realidades y su acción, aunque use como
pretexto una inútil guerra contra Hezbolá, está guiada por otros propósitos,
dentro de los cuales tampoco cabría pensar en el desarme de esta organización.
Para que el desarme pueda darse es preciso, o que Hezbolá acepte voluntariamente
desarmarse, lo que debe descartarse completamente, o bien que la organización
sea aplastada militarmente y esa tarea ¿quién la asumirá? ¿El ejército libanés?
Guerra civil. ¿Fuerzas de NNUU, cuatro de cuyos observadores fueron muertos
adrede por Israel? Habría otro Iraq y ningún país enviaría tropas a hacerle el
trabajo sucio a Israel. ¿Qué busca, pues, Israel? Descartada la captura de sus
soldados (si hubiera ocurrido en la frontera con Egipto no habría pasado nada),
una posible respuesta es que Israel habría llegado a la conclusión de que cuanto
peor, mejor. Es decir, que cuanto más frágil y precaria sea la situación en la
región, más necesitarán EEUU y Europa de Israel como gendarme regional y adalid
del civilizado Occidente contra las hordas de bárbaros musulmanes. Que, en la
nueva configuración de poder en el mundo y la región, las presiones externas
terminarían por obligarle a devolver los territorios ocupados y a aceptar un
Estado palestino y que, para subordinar esa situación a sus intereses, era
preciso crear un escenario de crisis permanente que hiciera imposible la paz.
Primero el ataque a Gaza, luego la agresión contra Líbano. Cuanto más tiempo
pase, mayor fuerza cobra la política israelí de hechos consumados, el muro
ilegal y el temor occidental a una marejada de fundamentalismo islámico.
Respuesta: más apoyo irrestricto y ciego a Israel.
Ganan también otros actores que no aparecen en este escenario de violencia y
guerra. De manera clara, los países productores de petróleo, particularmente
Rusia. La prolongación o agudización de la crisis en Oriente Medio garantiza
precios al alza y, con ello, ingresos multimillonarios en las arcas nacionales.
Más dinero significa, entre otras cosas, mayor capacidad de adquirir armamentos
y tecnología militar, imprescindibles para países como Irán, tanto por las
amenazas de un ataque de EEUU e Israel, como por su voluntad de ser una potencia
regional. Disuadir a sus posibles agresores y alcanzar estatus de potencia
requiere de una capacidad militar suficiente, imposible de obtener sin dinero.
El militarismo rampante de Washington y Tel Aviv proveen a Irán de los ingresos
necesarios.
Rusia puede hacer razonamientos similares, aunque desde una perspectiva más
amplia y ventajosa. Sus principales ingresos provienen del petróleo y el gas,
cuanto más caros, mejor. La volatilidad de Oriente Medio afianza su papel de
gran suministrador de Europa y fortalece su condición de país estabilizador.
Europa depende de Oriente Medio y Rusia y, si la crisis llegara a desbordarse en
esa extensa zona, Rusia sería su principal tabla de salvación. Tal poder
permitiría a Moscú tomar la iniciativa en sus áreas históricas de influencia,
afectadas gravemente tras la desintegración de la Unión Soviética. Europa y EEUU
han tenido que replegarse en Ucrania y el Cáucaso y EEUU se ha visto obligado a
retroceder en Asia Central, donde Rusia ha mejorado posiciones. En el juego de
suma-cero, lo que gana EEUU lo pierde Rusia y viceversa. El desastre militar y
político de Washington en Iraq y el empantanamiento en Afganistán han dado
ventajas a Rusia. La agresión contra Líbano aumenta el peso de Moscú en Europa y
Asia Central. Sus vínculos con Irán le otorgan un papel esencial, que refuerza
con ventas millonarias de armamento.
China, en fin, gana como potencia económica y comercial y fuente abundante de
las divisas que Washington necesita para gastar en sus conflictos armados, de
Afganistán a Líbano. Beijing invierte en su desarrollo industrial y
científico-técnico lo que otros emplean en guerras. Al tiempo que aumenta la
percepción mundial de EEUU como país violento y peligroso, se expande la imagen
de China como potencia tranquila, mercado inagotable y receptor y proveedor
generoso de todas las inversiones que busquen oasis de paz.
El último conflicto del Líbano no es fenómeno aislado, sino un capítulo más del
sordo e implacable proceso de reordenación de fuerzas en el mundo, desatado con
el suicidio de la URSS. EEUU está librando en el extenso arco que va de
Paquistán a Líbano lo que, posiblemente, será su última gran batalla por
mantener la hegemonía mundial. Frente a él tiene un abigarrado, complejo y
enmarañado conjunto de viejas potencias dispuestas a volver a serlo, potencias
emergentes decididas a reclamar su espacio y países medios y pequeños, así como
un multicolor abanico de organizaciones y grupos ilegales, resueltos a librar
sus propias y particulares batallas. Europa es el convidado de piedra, que mira
impotente un juego que la desborda, con la economía temblando con cada misil que
estalla, temerosa de que una agudización de la crisis haga explotar la bomba
petrolera.
Por eso Israel puede destruir tranquilamente Líbano, reducido a accidente
transitorio de las luchas mundiales de poder. Lo único que asoma claro es que el
mundo que alumbra reducirá el papel de Occidente. Es ya un mundo multipolar y su
ombligo se traslada a Asia. Queda orar (a Alá, Jehová y Jesús) que este
reacomodo no termine en guerra mundial.
* Profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la
Universidad Autónoma de Madrid. a_zamora_r@terra.es