Medio Oriente - Asia - Africa
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Donde más duele la visita de Rice
Karen Maron
Un día después de la visita de Jan Egeland el representante humanitario de Naciones Unidas a uno de los humildes barrios de la mayoría chiíta, y tras una eterna hora de espera y consultas coordinadas, dos guardias aparecen con Bassim, que había sido autorizado a regresar a su casa para recoger medicamentos. El menor de sus hijos, de doce años, los necesita para paliar su epilepsia.
«Vine a buscar los remedios para mi hijo enfermo. Vivimos el infierno y toda
mi familia está muy asustada, pero gracias a Hizbula pudimos salir y ponernos a
salvo dice el hombre, de 50 años. Hassan Nasrallah es nuestro líder, nuestro
guía. Nosotros confiamos en él porque Hizbula defiende nuestro pueblo», explica
Bassim.
Su apartamento está semidestruido. Aunque la estructura sigue en pie, la
mampostería es inservible y su fachada ha quedado desnuda. Restos de escombros y
techos y paredes dañados es lo que ha quedado de su vivienda y de la de miles de
habitantes del lugar. Precisamente esta zona es uno de los blancos principales
de la aviación israelí y el lugar de residencia del jeque Nasrallah y de Sayad
Mohamed Fadlallah, otro de los estrategas del movimiento.
«Si Nasrallah dice que triunfaremos, creemos en él y en Alá, porque Estados
Unidos e Israel son el diablo», afirma Bassim levantando sus brazos.
A pocos minutos, el barrio de Dahie. También está desierto y se pueden ver las
fachadas de los edificios destruidos por los recientes ataques compitiendo con
los saldos que quedaron de la guerra civil, aunque por un segundo cueste
diferenciarlos. A pesar del tiempo transcurrido entre uno y otro conflicto, la
cara del horror es la misma.
Las 23 toneladas de bombas contra un búnker en Burj Al Brajneh revelan la
ferocidad de la ofensiva. Allí es donde se suponía que estaba escondido
Nasrallah, según las informaciones del servicio secreto israelí, junto a su
cúpula militar y política
¿Qué hace aquí Condoleezza Rice?
Ella no sabe del dolor y de la muerte de nuestras familias. Sólo quieren
destruirnos. Para ellos, nosotros somos nada», se pregunta Suad mientras compra
provisiones para las próximas semanas en un mercado cercano al Parlamento. «Ella
dice que Hizbula son terroristas. ¿Cuándo Hizbula mató inocentes en todo el
mundo?», se pregunta nuevamente este ama de casa de 26 años nacida en esta
capital. «El conflicto es en la frontera, pero entran y matan a todo el mundo
para ocupar el país».
Desde hace algunos días, la posibilidad de la visita de la secretaria de Estado
Condoleezza Rice a Beirut se rumoreaba en la calle y en los reductos
periodísticos. Sorpresivamente, el martes arribó a la capital, camino a Tel
Aviv. La reacción de los simpatizantes de Hizbula no ha sido de gratificación.
En vez de aplacar los ánimos, la visita de la estadounidense actuó como
combustible en el fuego.
Un millón de libaneses desplazados
Los desplazados siguen llegando a la céntrica plaza de Sanaya y son
socorridos por movimientos de base, mientras el Gobierno ha empezado la
retardada organización para asistirlos. «Evacuaron a los extranjeros, ¿pero qué
han hecho para ayudar a los desplazados?», vuelve a preguntarse Suad, cuando la
cifra asciende ya a un millón, según los organismos de asistencia humanitaria.
La ciudad, pese a todo, va adquiriendo su propio ritmo en medio del conflicto.
Ha empezado a funcionar el mercado negro de cigarrillos y de cambio de divisas,
donde el dólar se ha convertido en la moneda refugio y se paga por ella hasta un
5% más. No se aceptan tarjetas de crédito en varios comercios que he visitado y
los servicios de transferencia amenazan con cortar la entrega del dinero
necesario. -