Llueven mentiras y bombas sobre Líbano
Limpieza étnica en territorio fronterizo libanés, la intención de Israel, acusan
Autoriza Tel Aviv en la ONU un corredor humanitario hacia Chipre que hace
rato existe
Robert Fisk
The Independent Un
fotógrafo de la prensa internacional corre en un suburbio del sur de Beirut
entre los restos de edificios destruidos por la aviación israelí Foto Ap
Beirut, 21 de julio. Ahora caen sobre Líbano tantas mentiras como bombas. Las
explosiones son fáciles de contar: tres en los suburbios del sur de Beirut la
mañana de este viernes y muchas en la carretera principal a Siria, que
destruyeron más el gran viaducto de Mdeirej junto con tres autobuses que
regresaban a Líbano después de llevar extranjeros a Damasco. Las mentiras fueron
obvias, pero igual de poderosas.
La primera fue de Ehud Olmert. Horas después de que el secretario general de la
Organización de Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, había llamado a un cese del
fuego y solicitado que se abrieran "corredores" para permitir el traslado de
ayuda humanitaria para la población civil atrapada, el primer ministro israelí
dijo a la prensa que autorizaría dicho "corredor humanitario"... entre Chipre y
Líbano.
La promesa, por supuesto, llegó a los titulares matutinos. Pero ya existe un
pasaje marino libre entre Chipre y Beirut: lo que el secretario general
demandaba eran "corredores" entre Beirut y los poblados del sur de Líbano,
sujetos a un intenso bombardeo... y unas horas después, el ejército israelí
exigió el retiro de todos los civiles dentro de 36 kilómetros de la frontera
israelí, acto que los libaneses consideran "limpieza étnica" pero que, por
supuesto, Ehud Olmert no mencionó.
Luego se informó que los israelíes planeaban enviar una gran fuerza terrestre
por el río Litani, en el sur de Líbano, ofensiva que de ser cierta les costaría
fuertes bajas y de todos modos no evitaría que Hezbollah lanzara nuevos ataques
de misiles de largo alcance hacia territorio israelí. Los generales del comando
norte israelí eran capitanes y mayores durante la desastrosa invasión y
ocupación de Líbano, en 1982, y saben la insensatez de tal idea.
Y luego John Bolton, embajador estadunidense ante la ONU, dijo otra mentira.
Para evitar un cese del fuego y una votación en el Consejo de Seguridad,
preguntó cómo un "Estado electo democráticamente" podía tener un cese del fuego
con una "banda de terroristas". Era imposible, dijo, pese a que su postura
causará sin remedio la matanza de más civiles.
La mayoría de los ministros del gabinete libanés -y por lo menos un reportero
occidental que se me viene a la mente- creen que Bolton está un poco loco. O
eso, o es totalmente ignorante de la historia de Medio Oriente.
En 1980, después que katyiushas palestinos fueron lanzadas al otro lado de la
frontera, Israel -presumiblemente el "Estado democráticamente electo" de Bolton-
entró en un cese del fuego con la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP) de Yasser Arafat, a la cual Tel Aviv sin duda consideraba una "banda de
terroristas".
La tregua fue negociada por el teniente general Bill Callaghan, comandante
irlandés de la fuerza de la ONU en el sur de Líbano, y garantizada por la
organización mundial. El cese del fuego fue roto dos años más tarde por Israel,
cuando bombardeó la OLP alegando que Arafat había ordenado un ataque al
embajador israelí en Londres, Shlomo Argot.
Los israelíes se equivocaban: fue Saddam Hussein, fiero crítico del líder
palestino, quien dio la orden, con la esperanza de que Tel Aviv acusaría en
falso a Arafat del crimen e invadiría Líbano. Los israelíes lo complacieron.
Sin embargo, las mentiras continuaron hoy. Los reporteros se afanaban en decir
que Israel se disponía a levantar su "bloqueo naval" a Líbano para permitir el
ingreso de suministros "humanitarios".
Tonterías. Los navíos que desalojan extranjeros de Líbano han pedido
cobardemente permiso a Tel Aviv para hacerlo -nadie ha olvidado el ataque aéreo
"accidental" de Israel al barco estadunidense Liberty, en 1967-, pero de hecho
los israelíes retiraron todos sus buques de guerra de aguas libanesas después de
que Hezbollah impactó una nave cañonera con un misil de fabricación iraní, hace
una semana.
Si bien los israelíes no revelaron ese hecho -y los periodistas dejaron perder
la nota-, ahora se ha sabido que esa nave casi se hundió en el Mediterráneo
después de que el misil incendió el cuarto de máquinas y dio muerte a cuatro
marinos israelíes. La conflagración ardió más de 15 horas mientras la
tripulación trataba con desesperación de salvar el barco.
Otra mentira, esta vez pequeña, se ha infiltrado en los relatos sobre la forma
en que empezó esta última guerra sucia en Líbano. El 12 de julio, miembros de
Hezbollah cruzaron hacia Israel, mataron a tres soldados y capturaron a otros
dos. Horas después, un tanque israelí cruzó la frontera hacia Líbano y una mina
lo hizo volar en pedazos; murieron sus cuatro tripulantes.
Pero ahora los informes que salen de Tel Aviv, recogidos por gobiernos
extranjeros, hablan rutinariamente de que Hezbollah "mató nueve soldados" en su
ataque. Al fundir dos incidentes separados, el asalto original del movimiento de
resistencia libanés -ya de por sí ilegal, despiadado y letal- se duplica en
salvajismo.
Una vez más, Olmert nos dice que no habrá intercambio de prisioneros por los dos
soldados israelíes capturados. Pero de ser cierto, ¿por qué los israelíes
contactaron a los servicios de seguridad alemanes que han negociado todos los
intercambios de prisioneros entre Hezbollah e Israel durante los 20 años
pasados?
Fueron los alemanes, por ejemplo, los que negociaron el canje del resto de los
123 miembros de Hezbollah y 45 prisioneros de la tristemente célebre prisión de
Khiam, en el sur de Líbano, a cambio de los cuerpos de dos soldados israelíes,
Rachamim Alsheikh y Jossi Fink, en julio de 1996.
Es extraño que, si bien hoy se conocen los nombres de los dos israelíes cautivos
en Líbano, nadie ha mostrado interés por los nombres de los tres principales
prisioneros libaneses cuya libertad ha sido demandada por Sayed Hassan Nasrallah,
líder de Hezbollah. La mentira de Hezbollah es que son rehenes a quienes se
mantiene en cautiverio sólo por simpatizar con la guerrilla.
Falso. El prisionero más importante -para Nasrallah, claro- es Samir Kantar, de
la aldea de Abey, en el sur de Líbano. Los israelíes lo juzgaron por atacar la
ciudad israelí de Nahariya, en 1979, y dar muerte a tres israelíes, y le
impusieron una sumamente creativa condena a 542 años de prisión. Pero en 1979
Hezbollah no existía.
Yahyia Skaff fue capturado por los soldados israelíes en marzo de 1978, después
de un ataque a la costa israelí por guerrilleros palestinos que costó 35 vidas
israelíes y provocó la invasión de Tel Aviv de 1978 a Líbano, otro desastre
militar que tenía el objetivo de "erradicar el terrorismo" en el país árabe.
Los informes dicen que Skaff murió en el incidente, pero prisioneros liberados
de cárceles israelíes insisten en que lo encontraron en cautiverio. Una vez más,
Hezbollah no existía en 1978.
Nasim Nisr, israelí nacido en Líbano, fue detenido por tener contacto con
Hezbollah, si bien Nasrallah no ha divulgado el hecho de que demanda la libertad
de un ciudadano israelí.
De la misma forma, Hezbollah ha estado inventando cifras de bajas israelíes:
afirma que siete soldados perecieron en la frontera cuando el número real es
cuatro, y que ha destruido cuatro tanques, cuando sólo ha sido uno.
La tasa de cambio de vidas libanesas por israelíes se encuentra ahora apenas
arriba de 10 libaneses por cada israelí. Por lo menos 327 libaneses han perecido
a manos de Israel, entre ellos un puñado de hombres de Hezbollah, dos este
viernes. Hezbollah ha dado muerte a 34 israelíes, entre ellos 19 soldados y
marinos.
Entonces, ¿qué probabilidad hay de un cese del fuego? En 1996, durante el
bombardeo israelí a Líbano, un vocero de Tel Aviv se refirió a Hezbollah como
"un cáncer que crece" en Líbano. Una semana después se inició un cese del fuego.
El embajador de Israel ante Naciones Unidas, Dan Gillerman, calificó el jueves
pasado al grupo de resistencia islámico como "un cáncer que crece" en Líbano.
¿Qué otra cosa ha cambiado?