Medio Oriente - Asia - Africa
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ExpanSIONISMO
Jaume d'Urgell
Más allá de lo anecdótico, dos hechos tan dispares como el golpe de Estado de 1936 en España y la presente invasión de Israel sobre el Líbano (y Palestina) guardan multitud de puntos comunes: la desproporción entre el casus belli y la respuesta militar, el 'mirar hacia otra parte' de la comunidad internacional, la ayuda externa prestada a al agente agresor, la existencia de intereses que permiten explicar las causas de la barbarie... y además, lo que une a todas las guerras: la destrucción física de los inocentes y la verdad.En estos aciagos días de julio, en los que una inocultable proporción de
castellanos, vascos, andaluces, catalanes y demás, reivindicamos el septuagésimo
aniversario del inicio de la destrucción del Estado de Derecho, asistimos
atónitos al vergonzoso espectáculo de ver cómo de nuevo, el odio puro se cierne
sobre los inocentes para satisfacer a los insaciables: el poder por el poder, la
perpetuación de lo acientífico, la hegemonía del capital sobre mercados cada vez
más extensos y la perversión de la verdad y las palabras. Hoy en el Líbano y
Palestina, como ayer en la República Española, las jerarquías religiosa,
económica y militar se han unido para mentir, vender y matar, respectivamente.
En gran medida, lo que viene ocurriendo se debe a la demostrada capacidad del
Mal para anestesiar nuestro sentido común. Las cosas pasan, porque nosotros lo
permitimos. Se nos ha sometido a tal cantidad de información terrible, que
alguien ha logrado insensibilizarnos ante la avalancha de catástrofes cotidianas
que pueblan nuestros medios de comunicación.
¿Qué en Estado Unidos hay un millón de portadores del virus de inmunodeficiencia
humana y en Swazilandia el porcentaje asciende a dos de cada cinco personas? ¡No
pasa nada! ¿Qué existe una organización que predica que la higiene es inmoral?
¡No pasa nada, si hasta les damos dinero público! ¿Qué en vete-a-saber-dónde
mueren centenares de miles de niños debido a la desnutrición? ¡No es noticia!
¿Resulta que invertimos 850 veces más en comprar armas que en investigación
médica? ¡No pasa nada! ¿Qué hay países donde soldados-niño se matan entre sí con
armas salidas de nuestras factorías? ¡Reservado! ¿Qué medio año de accidentes de
tráfico causan tantas bajas como treinta años de actividad terrorista? ¡No
importa!... Lo que verdaderamente importa son las prestaciones de ese
maravilloso vehículo que se ha comprado el jefe. Importan más las declaraciones
de una cupletista politoxicómana ya fallecida, que los planes para restablecer
la soberanía de Afganistán. Importa más la ropa que luzca la ciudadana Leticia
Ortiz, que el hecho de que un tanque de guerra haya abierto fuego sobre una
guardería repleta de niños en Hebrón.
Nuestros gobiernos son la defecación de las noticias que hemos aprendido a
digerir sin intoxicarnos. Nos han aleccionado para asimilar guerras sin
inmutarnos. La razón ya no importa. Ni siquiera es preciso elaborar grandes
artimañas para embaucar al electorado. La inteligencia ha muerto. Quienes
discrepen, serán tachados de radicales –cuando no de terroristas– y condenados
al extraparlamentarismo vía D’Hont.
Asumámoslo: en 2006, la causa de muerte número uno en todo el planeta es el
Capital. En unas zonas, más que en otras, lo que además, provoca la perversa
felonía de que aquellos que por azar residen en las zonas menos castigadas,
tiendan a dar la espalda a los gritos de quienes no tienen tanta suerte.
Contemplamos como la comunidad internacional reedita los infames acuerdos del
Comité de No Intervención. La Unión Europea, maniatada por un ejército de
burócratas con las manos sucias y los bolsillos repletos, rehúsa involucrarse en
contiendas bélicas, máxime cuando Francia, España, Italia y Reino Unido se
encuentran a las puertas de importantes procesos electorales. Los cadáveres
propios no gustan al electorado de ningún partido que ostente responsabilidades
de gobierno. Ni Rusia ni China parecen dispuestas a superar el marco de las
declaraciones institucionales en el seno de las Naciones Unidas. África no
existe. Oceanía queda lejos, y Estados Unidos… Estado Unidos es hoy el buque
insignia de las potencias del Eje –un buque sumergido, pero insignia, al fin y
al cabo–.
Quizá se desplieguen unos cuantos cascos azules que más tarde nadie querrá
pagar… quizá eso evite que se repitan hechos como los de la Plaza de Toros de
Badajoz, pero ¿qué capacidad efectiva tienen los soldados de Naciones Unidas?,
¿recuerda alguien un solo conflicto bélico resuelto decisivamente por los cascos
azules? (atención a la diferencia entre intervenir y tomar partido). Además, ya
no somos niños, gracias a los desaguisados de la ex Yugoslavia, del Golfo
Pérsico y de Rwanda –entre otros–, sabemos perfectamente que la independencia
real de los cascos azules respecto de sus países de origen es nula, inexistente,
ficticia. ¿Qué significa eso? Muy fácil: que la ‘Policía mundial’ tiene patrón.
¡Vaya si lo tiene! Que se lo pregunten a los muertos.
A la vista de cómo se desarrollan los acontecimientos, no estaría de más,
recordar esa vieja pregunta que siempre ha resultado tan eficaz a la hora de
interpretar situaciones complejas: ¿a quien beneficia todo esto? En primer
lugar, al mercado armamentístico –naturalmente–, pero analicemos la situación
desde el punto de vista más amplio: ¿qué escenarios cabe esperar después de una
norteamericanización del Líbano? ¿qué situación geoestratégica resulta de esta
nueva guerra? ¿alguien cree que la concentración de conflictos bélicos en la
zona es casual? ¿quién tiene el control efectivo de Afganistán, Iraq, Kuwait,
Israel y Arabia Saudita? ¿Es también casual el reciente del asesinato del ex
primer ministro Rafic Hariri? Por eso resulta tan importante conocer la
respuesta ala pregunta molesta: ¿qué países, personas e intereses salen
beneficiados de lo que está ocurriendo en la otra orilla del Mediterráneo?
Hace 70 años, cuando las grandes potencias llamadas libres pactaron su trágica
indiferencia respecto del genocidio que se estaba llevando a cabo en la
República Española, surgieron voces discordantes: aparecieron por doquier un
regimiento de héroes anónimos, llegados de lejos, dispuestos a entregar su vida
para socorrer la voluntad democrática e incluso la existencia misma de la
ciudadanía española. Así, las Brigadas Internacionales supusieron no solo un
importante refuerzo militar, sino también un gesto histórico de valor y entrega
para la defensa de los más débiles.
Quizá no sea tan mala idea hacer hoy un llamamiento a emular a Marie y a John, a
Pierre, Michel y Antoine, a Enrique, a Louise y a tantas otras personas que
unieron su destino al nuestro pensando solo en defender el bien común… Lo cierto
es que detesto cualquier forma de violencia, todo cuanto rodea a la guerra es
cruel y vergonzoso, pero he aquí que no actuar es también una decisión. Y a la
pregunta reveladora de antes, cabe añadir otra más, una que casi siempre se
revela como la mejor brújula para hallar a los bondadosos… ¿Quién es la víctima?
A la vista de la formidable fuerza militar de agresión desplegada por Israel
sobre territorio libanés (y palestino, aunque no sea novedad), identificar a las
víctimas no parece muy difícil: las víctimas son los muertos y heridos. Y no
hablo de los muertos libaneses (y palestinos), hablo también de los muertos
israelíes, a manos de la deliberada línea de agresión sostenida por su clase
política.
Pero el hecho es, que el número de bajas es dramáticamente superior entre la
población civil de aquellos países que se limitaron a recibir la agresión
exterior, es decir, la gran víctima es la ciudadanía palestina y libanesa.
Es decir: tenemos identificado al Estado agresor, conocemos el alcance de la
devastación y sabemos quienes son las víctimas. Ante todo ello ¿qué hacer?
¿Comprar mañana el periódico y entretenernos con la imaginación del maravilloso
equipo de funcionarios de la CIA? ¿Pasar de todo y ver "Aquí hay tomate"? ¿Decir
‘yo de política no entiendo’?
Mejor aún: ¡deleguemos nuestra voluntad! Yo soy del partido "X", y el
individuo-famoso de mi partido ha declarado que "tal y cual", por tanto, eso es
lo que voy a defender en las acaloradas tertulias de la cafetería. Es más,
votaré por eso, y obligaré a mis niños a que ‘comprendan’ sin dudas, cual es
‘mi’ modo de ver las cosas. ¡Qué bien!
Lo cierto es que gran parte de la población pensará que qué triste que ocurran
cosas tristes, y ahí acabará todo. Pocas personas pensarán en ¿qué podría hacer
mi país para remediar esa situación? ¿Cómo se podrían evitar acontecimientos
parecidos? ¿Sería posible investigar alguna vez qué ocurrió, y que la Justicia
actuara sobre los responsables? (por ejemplo, en España, donde las víctimas
todavía son formalmente culpables)
Pero no terminemos ahí, vayamos aún más lejos: ¿qué podría hacer yo para reducir
el sufrimiento de la ciudadanía libanesa (y palestina)? En primer lugar, tener
criterio propio. Saber que estamos ante una guerra, y que es preciso cuestionar
todo cuanto nos den a conocer. Preocuparnos, porque están mueriendo seres
humanos. Y actuar: exige a tu gobierno que se implique, más allá de los gestos y
las fotografías, de las declaraciones y las condenas… ¡moved barcos, joder,
ellos lo hacen! Votad en conciencia, según lo que veáis que dicen y hacen los
políticos de turno. No perdonemos la pasividad ante el expansionismo genocida.
Organicémonos, existen entidades como el Comité de Solidaridad con la Causa
Árabe, este es un buen momento para dar un paso adelante por el bien de los
demás.
Y si con eso no bastara, no estaría de más involucrarse de un modo más decisivo.
¿Alguien ha pensado en la posibilidad de telefonear a la embajada libanesa y
ofrecerse como voluntario para alistarse en su ejército? No bromeo, jamás
sugeriría algo que yo mismo no haya considerado. Aborrezco las armas, pero nadie
permanece quito ante una agresión. ¿Tienes compromisos familiares? Bien, envía
una parte del dinero que no necesitas. ¿Andas escaso? Bien, colabora. Haz
presión. Infórmate. Telefonea a tu concejal e invítale a que telefonee a su
senador. Busca a otras personas concienciadas y unid esfuerzos. La distancia no
cambia la razón. Solo porque el cadáver de un niño esté a 5.000 quilómetros, no
deja de ser el cadáver de un niño. Seguro que alguna vez se te ha llenado la
boca de mediterraneidad: "que si la dieta mediterránea, que si el aceite de
oliva, que si el Mare Nostrum, que si un crucero por Mesina, que si esto, que si
lo otro…". Si permitimos que nuestros representantes políticos den la espalda al
pueblo libanés (y al palestino), cualquier día estaremos en Benidorm y nuestro
flotador tropezará con el cadáver de un hermano de cuyo sufrimiento ya sabíamos.
O dicho sea de otro modo: permitamos este atropello a la Humanidad, y quizás
dentro de veinte años, la situación se repita, pero con puertos náuticos en
Jbail y niños muertos en Cuenca. Las fronteras son ficción. Esos niños inertes
que pueblan nuestras portadas, son hermanos nuestros. Y no, no es demagogia: son
muertos de verdad.
Por si es necesario decirlo, no tengo ningún reparo en confesar que lloré viendo
"El pianista" de Polanski, y lloré de nuevo, leyendo "El diario de Ana Frank".
De haber vivido bajo Hitler, sin duda habría acompañado a la ciudadanía hebrea
por más de una razón. No soy antisemita –palabra que además está mal empleada
por quienes la utilizan para insultar a los que hoy condenamos la actividad del
gobierno israelí–. Y tampoco soy musulmán, ni tengo otro interés diferente de la
comprometida defensa de un "ellos" que me incluye.
¡Salud y paz!