Medio Oriente - Asia - Africa
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Los otros 'secuestrados' de Gaza
Las familias de los casi 1.000 palestinos encarcelados por Israel apuestan
por mantener el pulso hasta el final
Monica G. Prieto
El Mundo
«Llevo esperando a mi marido 21 años, y los israelíes esperan a su soldado desde
hace cuatro días. Que no se angustien tanto: sobrevivirán». La irónica filosofía
que emplea Sanaa Herez, de 42 años, para relativizar la captura del uniformado
Gilad Shalit ha sido, dice, la clave de su supervivencia. Durante más de dos
décadas, esta palestina de Gaza ha educado y criado a cinco hijos y 12 nietos en
ausencia de su marido, Nafis Ahmed Nares, condenado a cadena perpetua en 1986
por un tribunal israelí, acusado de la muerte de dos soldados cuando combatía
contra la ocupación en Gaza.
En 21 años Sanaa se ha cansado de las promesas internacionales y locales sobre
una eventual liberación y de unas negociaciones con Israel «que no dan
resultados. Desde los Acuerdos de Oslo no sólo no se ha liberado a ninguno de
nuestros presos: se ha seguido arrestando a hombres, mujeres y niños. ¿Por qué
la vida de un soldado israelí capturado conmueve al mundo y 10.000 palestinos
capturados le son indiferentes?».
Como ella, la mayoría de los familiares de los 9.400 presos distribuidos en 28
penales y centros de detención israelíes -según datos del Ministerio de Asuntos
de los Detenidos- aplaude la captura del militar a manos de las milicias pese a
las trágicas consecuencias que puede conllevar, en especial los allegados de los
1.000 reos de la Franja. Los brazos armados de Hamas y los Comités Populares de
Resistencia, responsables de la acción, exigen la liberación de las 120 mujeres
y de los 330 menores de 18 años detenidos por Israel -siempre según datos
oficiales- antes de ofrecer ninguna información acerca del uniformado, algo
considerado por los allegados a los presos como «una reclamación humanitaria.
Todos estos años de ocupación y negociaciones vanas nos han empujado a esta
situación», explica Samir Ibrahim al Biss.
Si el Gobierno israelí cediera y liberase a mujeres y niños, la familia de Samir
promete celebrar una gran fiesta para acoger a su hija Wafa, de 22 años,
arrestada en 2005 cuando pretendía inmolarse en el cruce militar de Erez, entre
Israel y Gaza. «Militaba en las Brigadas de Al Aqsa y desde que era una niña
hablaba de ser mártir, pero nunca imaginamos que fuera en serio», recuerda su
madre, Salma Jalil, rodeada de otras siete hijas en su domicilio de Yabalia.
«Fue detenida por los israelíes y condenada a 12 años. No nos dejan verla,
hablar con ella o enviarle dinero, ropa o cartas».
Desde entonces, la familia de Wafa participa en las protestas de familiares de
detenidos que cada lunes se celebran frente a la sede de Cruz Roja en Gaza. «La
cuestión de los prisioneros está olvidada. Llevamos esperando mucho tiempo una
oportunidad como ésta, y pedimos desde hace mucho que se capturen militares
israelíes para presionar», continúa Salma. «Si pudiera, yo también haría
prisioneros entre los soldados», añade.
Su postura no es compartida por Rafic al Hamduna, director de la Asociación de
Prisioneros y ex Detenidos Palestinos de Gaza, quien pasó 10 años en prisiones
israelíes por militar en Al Fatah. «Con Israel es como vivir en la jungla: sólo
vale la ley del más fuerte. No comparto con Hamas la estrategia de tomar
prisioneros, pero 10 años de negociaciones no han conseguido ningún avance en la
cuestión de los presos». «En cualquier país invadido, una vez que las tropas de
ocupación se retiran los prisioneros son liberados», estima Sanaa. «¿Dónde está
el respeto por los Derechos Humanos, de la democracia de Oriente Próximo?», se
interroga con sorna. Desde hace cuatro años, las autoridades israelíes no le
permiten visitar a su marido «por cuestiones de seguridad». «Nafis fue arrestado
por combatir contra los invasores, para mí siempre será un preso político. Y
dado que los israelíes no están dispuestos a liberar a nadie, no hay más remedio
que capturarles y negociar». El responsable de la Asociación de Prisioneros
también se considera un ex preso político. «Es una de las luchas de nuestra
asociación, lograr que los palestinos reciban el tratamiento de prisioneros de
guerra según la Convención de Ginebra», afirma Al Hamduna. Los familiares se
sienten tan abandonados que consideran la inminente ofensiva israelí, los
bombardeos y la destrucción como un mal menor.
Para los palestinos, la falta de agua, luz y las bombas no son algo nuevo»,
prosigue Salma Jalil. «Resistiremos incluso si las cosas van a peor. Si no hay
agua, nos beberemos el mar, pero quien a hierro mata a hierro muere», añade su
marido. En la ciudad sureña de Jan Yunis -la más castigada hasta ahora por la
operación israelí- la familia de Hasan Abú Ramadan no se pone de acuerdo sobre
la conveniencia de lograr la liberación de un puñado de presos a cambio de un
castigo colectivo. «Eso pone en riesgo a la población: cuando usamos la
violencia sólo recibimos más violencia», explica Zainab, la esposa del preso.
Abú Ramadan fue arrestado por primera vez con 17 años, acusado de tirar piedras.
Quince años después volvió a ser detenido, esta vez bajo la acusación de
transportar armas. Aún no ha recibido una sentencia firme como centenares de
prisioneros en prisión preventiva. «Es nuestro derecho capturar israelíes hasta
que nos devuelvan a los nuestros», clama Raad, primo de Abú Ramadan,
precisamente cuando un avión israelí rompe la barrera del sonido provocando una
explosión sónica que hace temblar la endeble vivienda. «¿Lo ves?», se queja
Zainab. «Es lo que pasa cuando usamos la fuerza».