Hace unos días la explosión de varias bombas en trenes de la ciudad india de
Mumbai dejó más de dos centenares de víctimas mortales. A partir de ese momento
se han abierto las hipótesis sobre la autoría de esa matanza, y los diferentes
protagonistas regionales no acaban de ponerse de acuerdo sobre la misma.
En pleno debate sobre la aparición de nuevos actores en la escena internacional,
apoyando las tesis del surgimiento de nuevas potencias como China, Rusia o
India, el atentado ha vuelto a reflejar las enormes dificultades internas que
todavía atraviesan estos nuevos protagonistas para asentar su candidatura a un
nuevo orden mundial de carácter multipolar.
La capital financiera de India, Mumbai, lleva sufriendo estos últimos días una
serie de acontecimientos que encadenados entre sí no parecen anticipar nada
bueno para el futuro a medio o corto plazo en la zona. Así, en primer lugar unas
lluvias torrenciales inundaron buena parte de la ciudad y dejaron en una
situación muy difícil a miles de personas, que de normal ya tiene que afrontar
un complejo día a día para sobrevivir. A ello le siguieron una serie de
manifestaciones violentas, lideradas por los ultranacionalistas y reaccionarios
activistas del partido Shiv Sena, quien en el pasado ha dirigido ataques de
violencia comunal contra los musulmanes. Y finalmente se han producido los
atentados contra la población civil en los trenes abarrotados de Mumbai.
Las escenas del terror provocado enseguida evocaron acontecimientos similares,
como los que en 1993 sacudieron la ciudad provocando también más de 250 muertos
y miles de heridos en otra ataque coordinado, que afectó al distrito financiero
de la ciudad. Sin embargo en esta ocasión se ha producido un cambio cualitativo
muy importante, no se ha buscado un ataque directo contra el sistema económico y
financiero, sino que se ha perseguido provocar el mayor número posible de
víctimas civiles, con el claro propósito de extender e incentivar una sensación
de temor entre el conjunto de la población.
Las hipótesis
En el centro del día después se ha situado las diferentes lecturas sobre la
autoría de los ataques. Los servicios de inteligencia y de seguridad de India
apuntan, en muchas ocasiones sin pruebas, contra sus vecinos de Pakistán,
mientras que éstos señalan que los autores de este tipo de atentados suelen ser
ciudadanos indios.
Así, para muchos analistas indios, los últimos ataques "son una continuación de
la guerra sucia contra India que llevan a cabo desde hace más de dos décadas
toda una serie de grupos apoyados y creados por Pakistán". De ahí que siguiendo
esa línea argumental, los dedos acusadores indios se centren fundamentalmente en
tres hipótesis.
La primera acusa a Lashkar-e-Taiba (El Ejército de los puros), una organización
que opera principalmente en Jammu&Kashmir, pero que ha sido acusada en
anteriores ocasiones de atentados en India. Si bien desde las fuentes indias se
apunta hacia este grupo, no descartan tampoco la implicación de alguna otra
organización de la nebulosa que existe entre las organizaciones islamistas en
Jammu & Kashmir. Lo más destacable de esto radica en los intentos de India por
ligar sus problemas internos con la situación que se vive en la zona cachemir y
con el islamismo militante que estaría en parte a poyado por los servicios
secretos pakistaníes.
En segundo lugar, las acusaciones sitúan la posibilidad de que se trate de una
acción llevada a cabo por un grupo islamista indio, el Movimiento de Estudiantes
Islámicos de India (SIMI), al que también acusan de estar en la órbita de
influencia de Pakistán. Acusados de colaborar con otras organizaciones
"extranjeras" y buscar la "desestabilización del país", le gobierno indio
legalizó el movimiento, aunque al día de hoy no ha sido capaz de presentar
pruebas de consistencia para sus argumentos. Los intentos por acallar esta
expresión islamista se han sido un rotundo fracaso, pues la red que ha logrado
crear desde la clandestinidad el SIMI, le ha permitido extender y asentar su
presencia en diferentes estados indios y adquirir un mayor protagonismo dentro
de la comunidad musulmana de India, sobre todo a través de sus servicios
sociales y religiosos.
Finalmente en este abanico de acusaciones se presenta la llamada "compañía D" el
nombre que recibe el grupo mafioso dirigido por Dawood Ibrahim. Acusado de estar
implicado en tráfico de armas y drogas, en blanqueo de dinero, ahora también es
señalado como medio de reclutamiento para las organizaciones islamistas de Jammu
& Kashmir o el propio SIMI. Sobre este grupo también recaen las sospechas de su
participación en los atentados de 1993.
Crisis profunda
Para los servicios indios no hay duda de que se ha tratado de una acción de
alguno de estos grupos o de una colaboración entre algunos de ellos. De ahí que
no tengan ningún problema en señalarlos como marionetas de Pakistán, cuyo
servicio de inteligencia, el temible ISI, sería "el mayor grupo terrorista de
Asia del sur".
Este tipo de política acusatoria, muchas veces sin pruebas, refleja una vez más
los intentos por parte del poder en India de ocultar las importantes diferencias
estructurales que afectan a la estabilidad del país, y que ponen en riesgo el
proyecto de futuro diseñado por India.
Los intentos por implicar a organizaciones cachemires en todos los atentados que
ocurren en India obedece al intento desesperado del gobierno por ocultar las
importantes desequilibrios sociales, económicos y políticos que a todo el país.
La izquierda institucional ha ganado terreno y condiciona la política del
gobierno central, gracias al acuerdo de apoyo firmado entre ambos. Por su parte
el movimiento maoísta, desde su reagrupamiento en torno al Partido Comunista de
India (Maoísta), ha incrementando su presencia en diferentes estados indios, y
se el gobierno central y sus aliados internacionales temen que logre finalmente
estructurar un "pasillo" desde Nepal hasta el sur de India.
A ello se le suman los constantes ataques de los movimientos de Jammu & Kashmir,
que luchan por lograr un estado independiente, y los mismo ocurre con las áreas
del noreste India donde un importante número de organizaciones armadas y
políticas llevan a delante una lucha para lograr su independencia del estado
indio.
La crisis económica que cada vez afecta a más sectores de la población, la
importante brecha que se abre entre una minoría de privilegiados y las grandes
masas de desfavorecidos indios (entre las más afectadas estaría la minoría
musulmana), el ascenso provocador de un hinduismo militantes excluyente y
violento o la incapacidad manifiesta del gobierno central para acabar con la
corrupción son algunos de los síntomas más preocupantes que presenta hoy India.
Además hay que resaltar la "cultura de impunidad" que se percibe en el país,
donde se ha sido incapaz de poner fin a la violencia paraestatal en Jammu &
Kashmir o de procesar a los autores de las matanzas comunales. En esta situación
apuntar hacia la autoría del atentado quedaría en segundo plano. Los discursos
recientes del líder de al Qaeda, Al-Zawahiri, señalando en diferentes ocasiones
a India, pueden permitir anticipar el deseo de esa organización por abrir un
frente desestabilizador en India, sobre todo a raíz de los últimos acuerdos
bilaterales con EEUU.
Las próximas semanas el discurso incendiario del hinduismo reaccionario
intentará sacar rédito de la situación y convertir la respuesta serena de los "mumbaikars"
(como se conoce a los habitantes de Mombai) en una serie de protestas contra el
gobierno central. Y de todas formas a la vista del complejo puzzle que conforma
hoy India no deberíamos descartar que en el futuro las grietas del mismo se
puedan agrandar por cualquiera de los rincones del inmenso subcontinente
asiático.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)