La sorpresiva apertura en Líbano de un nuevo frente en la última campaña de
Israel contra grupos armados islámicos, a la par de la ofensiva militar en Gaza,
presenta para el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, una disyuntiva
que hasta ahora había preferido ignorar.
La duda que surge de inmediato es si Bush preferirá mantener su fuerte respaldo
a las acciones militares lanzadas por el primer ministro israelí Ehud Olmert o
iniciar gestiones diplomáticas para impedir el agravamiento de la situación y
poner fin a la violencia.
Olmert ordenó una ofensiva militar terrestre y aérea contra el sur de Líbano en
respuesta a un ataque el miércoles por parte de combatientes del movimiento
islámico prosirio de origen chiita Hezbolá (Partido de Dios), en el que
secuestraron a dos soldados israelíes.
El operativo incluye un bloqueo marítimo y aéreo, además de una serie de
incursiones que hasta ahora han dejado por lo menos 40 muertos.
Lo que está en juego es mucho, y eso quedó claro no sólo por la decisión de
Olmert de enviar al ejército israelí a Líbano por primera vez desde el repliegue
de ese país en 2000, sino también por la declaración de la Casa Blanca emitida
el miércoles, en la que prometió hacer a Siria e Irán, por su apoyo al Hezbolá,
"responsables del ataque y de la subsiguiente violencia".
"Esto es potencialmente muy peligroso", dijo en entrevista telefónica con IPS el
politólogo Bassel Saloukh, de la Universidad Libanesa Estadounidense en Beirut.
"Si los estadounidenses usan esto para legitimar un ataque contra Irán o Siria,
entonces creo que la situación tendrá devastadoras consecuencias", alertó.
En las últimas dos semanas, Washington apoyó las operaciones militares israelíes
en Gaza, incluyendo la destrucción de una central energética que había sido
financiada por Estados Unidos y otros objetivos de infraestructura, en lo que
hasta ahora ha sido un intento fallido para presionar al Movimiento de
Resistencia Islámica (Hamas) para que libere al cabo israelí Gilad Shalit,
secuestrado el 25 de junio.
Estas operaciones, en las que han muerto más de 50 palestinos y un soldado
israelí, empeoró la ya delicada situación humanitaria en Gaza.
Varios países árabes y organizaciones defensoras de los derechos humanos
calificaron esta ofensiva de desproporcionado acto de "castigo colectivo" contra
la población civil.
Mientras el gobierno de Bush exhortaba a todas las partes a actuar con
moderación, reiteró su apoyo a la demanda de Israel por la liberación de su
soldado y su rechazo a los llamados del Hamas a un cese del fuego y a una
negociación por intercambio de prisioneros. Esto le ha dado a Olmert una virtual
carta blanca para proseguir con su ofensiva.
"La combinación de nuestra desvinculación diplomática, nuestra decisión de
culpar a Siria y a Irán, y de darle luz verde a Irán enardeció a toda la
región", sostuvo el analista Clay Swisher, un experto en Medio Oriente que
trabajó para el Departamento de Estado (cancillería) estadounidense, y quien
acaba de regresar de Líbano.
El líder del Hezbolá, jeque Hassan Nasrallah, anunció en conferencia de prensa
que el grupo estaba dispuesto a entregar a los dos cautivos, así como gestionar
la liberación del cabo secuestrado por Hamas, a cambio de que Israel dejara en
libertad a cientos de prisioneros palestinos y libaneses en sus cárceles.
"Si el enemigo israelí quiere una escalada de violencia, ya estamos dispuestos
para la confrontación", alertó.
Por su parte, Olmert declaró que sus ataques eran "un acto de guerra", mientras
que el jefe de Estado Mayor de las fuerzas israelíes, Dan Halutz, amenazó con
"retroceder el reloj de Líbano 20 años" si el Hezbolá no liberaba a los
uniformados.
El analista Michael Hudson, experto en Líbano de la Universidad de Georgetown,
señaló que el Hezbolá realizó el ataque en estos momentos para aprovechar el
malestar en la región por la campaña militar israelí en Gaza y el apoyo de Bush,
además de la deteriorada situación en Iraq.
"El Hezbolá apareció una vez más en un momento muy oportuno en la lucha entre
palestinos e israelíes. El ataque derivó en una dramática y significativa
escalada de tensión en toda la región, y sin duda eleva la imagen del Hezbolá en
el mundo árabe e islámico", sostuvo.
Washington, claramente sorprendido por el ataque del Hezbolá del miércoles,
respondió en forma ambigua.
La secretaria de Estado estadounidense Condoleezza Rice divulgó un comunicado
desde París en el que acusó al movimiento islámico de "socavar la estabilidad
regional", y llamó a todas las partes a "actuar con moderación para resolver
este incidente en forma pacífica y proteger las vidas inocentes y las
infraestructuras civiles".
Además, señaló que "Siria tiene el deber especial de usar su influencia (en el
Hezbolá) para promover una salida positiva" a la crisis.
Horas más tarde, un portavoz de la Casa Blanca divulgó otro comunicado
calificando a Damasco y a Teherán de "responsables" del ataque y de sus
consecuencias.
Las dos declaraciones reflejan el dilema en que se encuentra la administración
Bush: si tratar la crisis como algo que puede resolverse en forma diplomática y
mediando entre las partes con la ayuda de Damasco, o como parte de una
confrontación regional que tiene a Estados Unidos y a Israel por un lado, y a
Siria, Irán y los grupos armados islámicos por el otro.
En este último escenario, un más amplio conflicto regional sería la consecuencia
más probable. (FIN/2006)